No basta impulsar el Alba, Unasur y sus relaciones mercantiles, es necesario conformar un modelo civilizatorio alternativo al capitalismo
La convocatoria del mito
Aproximaciones a la figura del caudillo y a la revolución bolivariana
Raúl Prada Alcoreza
De acuerdo a la etimología, mito es el relato tradicional relativo a seres sobrenaturales, o a los antepasados o héroes de un pueblo. Mythos, del latín tardío, quiere decir cuento; y mýthos, del griego antiguo, significa fábula[1]. Como se puede ver, la raíz de la palabra mito nos lleva a la significación del relato imaginario sobre los orígenes del cosmos o sobre los orígenes de los pueblos, también relato de la epopeya de los héroes primordiales. Paul Ricoeur entiende que se trata de una trama, de una narración, que articula el principio, la mediación y el desenlace de un texto, en la configuración de una totalidad; es un modelo de concordancia. Emile Durkheim encuentra en el mito la estructura que sostiene valores y la cohesión social[2]. Para George Sorel el mito es como una intuición social que convoca a la acción[3]. Claude Levi-Strauss estudia los mitos como estructuras de racionalizaciones que diferencian y encuentran analogías, que clasifican plantas y animales, que construyen calendarios, usando la fuerte narrativa de imágenes y figuras arquetípicas, las que sufren metamorfosis y cambios[4]. Para una de las corrientes hermenéuticas, dedicadas al estudio e interpretación de los mitos, el mito es la matriz de la cultura, de la narrativa, del imaginario, que es como la totalidad de sentidos de la que nunca salimos[5]. Como se puede ver, estamos ante una gama de interpretaciones del mito; empero, en todas ellas, el mito cobra relevancia; ya sea como relato primordial; ya sea como estructura cultural subyacente; ya sea como imaginario total, que es como decir que nacemos en lo imaginario, que nacemos en el mito; ya sea como intuición convocativa a la acción. Nosotros usaremos la figura del mito en este último sentido, empero, sin descartar los otros usos e interpretaciones del mito.
¿Por qué es importante analizar los acontecimientos desde esta perspectiva? Se acostumbra a analizar la experiencia política desde una perspectiva que llamaremos objetiva, tomando en cuenta la descripción de los hechos, eventos, secuencias, contextos y coyunturas políticas; usando modelos analíticos y teorías explicativas, que orientan el análisis a dar cuenta de causalidades, de estructuras subyacentes, de contradicciones dialécticas, de enfrentamientos de bloques. No desechamos la utilidad de estos análisis; sin embargo, notamos que muchas veces se quedan sorprendidos y sobrepasados por el desborde de acontecimientos políticos inéditos. Sobre todo estos análisis se quedan un tanto atónitos ante la presencia de figuras políticas carismáticas, que subjetivan los enfrentamientos políticos, las luchas sociales, sintetizando densamente el acontecer político en el dramatismo de sus personalidades.
La política, en tanto campo de prácticas y de acciones, y lo político, en tanto campo de distribución de fuerzas, posiciones, dispositivos y agenciamientos, además de instituciones, no son acontecimientos políticos que solamente pueden describirse y explicarse desde una exterioridad académica. La política es una experiencia fuertemente subjetiva; se vive la política pasionalmente, se figura la experiencia política en los imaginarios sociales. Determinados acontecimientos políticos, como las rebeliones, las movilizaciones, las revoluciones, despiertan entusiasmo; otros acontecimientos políticos, como la crisis, el desgaste y el deterioro de los referentes de las expectativas, incluyendo la inercia misma en la que cae la rutina política, desencantan. Estas experiencias no se hacen inteligibles si es que no se consideran la constitución y des-constitución de subjetividades, si es que no se comprende el espesor de la experiencia política. Claro que es indispensable estudiar las políticas públicas, las prácticas, las relaciones y las estructuras en su manifestación objetiva; empero esto no basta. Nos quedaríamos en una descripción que trata a la política como una exterioridad o en una explicación abstracta, que no deja, en todo caso de ser pedante.
La figura del caudillo es indudablemente un acontecimiento político, es un lugar de condensación de la experiencia política, una subjetivación concentrada de de las tensiones y contradicciones políticas, a tal punto que todos sus actos, incluso los más insignificantes, no solamente se convierten en actos públicos, esto ya lo sabíamos, sino se convierten en signos políticos. Adquieren significación, connotación, irradian en el ámbito social, apropiándose del sentido y de los significados de los fenómenos políticos no personalizados. El carisma es seductor y atrayente, se convierte en un núcleo gravitatorio, que captura los entornos, haciéndolos circular alrededor. Lo que importa, en el análisis de estos acontecimientos políticos, centrados en la emergencia carismática, no es, obviamente, descartarlos o reducirlos, menospreciando el caudal emotivo y afectivo de las vivencias políticas, sino, al contrario, tomarlos en cuenta como fenómenos integrales, que logran develar el juego intenso de las fuerzas, sus composiciones y relaciones, sobre todo sus pliegues subjetivos. Los acontecimientos políticos, centrados en el carisma, deberían ser mas bien privilegiados en el análisis.
Ahora bien, el mito no es algo que está en nuestras cabezas, tampoco es una estructura abstracta; el mito es producido y reproducido en la dinámica de las relaciones lingüísticas, discursivas, imaginarias, afectivas, pasionales de la gente. Se figura, configura y refigura en la dinámica de estas relaciones. Son los sujetos sociales los que crean y recrean el mito, así también son los que terminan atrapados en sus redes. Creen que nacen en el mito, que se mueven en el interior de su esfera, y que lo que les ocurre se explica por la trama del mito. Entonces el mito tiene que ser entendido como una estructura imaginaria, construida y reconstruida en las dinámicas relacionales de los sujetos sociales. Hay pues como una “economía política” del mito, si nos excusan de hablar así; donde el mito pretende diferenciarse, separarse, autonomizarse, respecto a sus productores, a sus imaginadores, sobre quienes termina actuando como una “ideología”[6]. De lo que se trata es de efectuar una crítica de la “economía política” del mito, como de toda economía política, en el contexto de su generalización. Empero, esto no significa decir que el mito es un fantasma; al contrario, es una estructura y un ámbito de relaciones dinámicas, que actúan en el cuerpo, induciendo comportamientos y conductas. De lo que se trata es de comprender estas dinámicas relacionales que sintonizan subjetividades, la del caudillo y la del pueblo.
El mito del caudillo
El mito es una trama y un entramado; una trama pues es un tejido, una narrativa, una textura de hilos sensibles e imaginarios, hilos que se encuentran en los filamentos más recónditos del cuerpo; un entramado pues en el mito también se entrelazan tramas. Quizás por eso, el mito se remonta al origen, explica el cosmos por este origen, pero también nuestra tragedia en el acontecer del mundo. El mito avizora entonces, descifrando en las convulsiones de esa matriz, el anuncio de nuestra emancipación. El mito es poderoso pues es la captura de la totalidad por medio del inmediato e intenso procedimiento de la intuición. Sólo la estética y el arte podrían acercarse a una experiencia parecida. El mito remueve nuestras fibras, conmueve nuestro cuerpo, lo empuja al abismo de la nada, otorgándole la plenitud del sentido en su propia caída, en la experiencia de la caída, vivida como una resurrección.
El mito cohesiona, sostiene la consistencia perdurable de la comunidad, al otorgarle una identidad descomunal, a la altura de los dioses o de las fuerzas creativas. El mito comunica en la iniciación al hombre, a la mujer, al guerrero, a la tejedora, con las fuerzas inmanentes del devenir, devenir animal, devenir planta, devenir agua, devenir fuego. El mito es un torbellino pasional sublime, es una hermenéutica sensible del acontecer. Si clasifica es porque todo se conecta, no se divide; no es pues una analítica, sino más bien una “síntesis”; empero una “síntesis” en tanto “experiencia” de la metamorfosis o la metamorfosis hecha “síntesis” mutante.
El mito es memoria, pero, se trata de una memoria simbólica, de una memoria alegórica, cuya narrativa figurativa concibe el tiempo, el transcurrir del tiempo, como una actualidad pura, un acontecimiento fabuloso que repite el eterno retorno del origen. Hay toda clase de mitos experimentados por los pueblos; mitos cósmicos, pero también mitos históricos; mitos del origen del fuego, de la caza, de la agricultura, de la civilización, pero también mitos mesiánicos. El padre y la madre, después de muertos, se convierten en mitos; los padres y madres vivos son vistos como mitos vivientes. Los guerreros se convierten en héroes, los héroes condensan la historia en su epopeya. Los conductores de la guerra anticolonial son nombrados como libertadores; sus nombres y sus perfiles se convierten en la razón de ser las naciones liberadas. Los libertadores se institucionalizan, sus fantasmas acompañan los actos cívicos y adornan las paredes de las oficinas públicas. De alguna manera sus fantasmas han sido domesticados. Sin embargo, pueden reaparecer cuando son convocados nuevamente en la actualización de antiguas luchas.
El mito que revive Hugo Chávez Frías es el del libertador Simón Bolívar. La tarea del libertador ha quedado inconclusa, no hay integración, la constitución de la Patria Grande no se ha realizado. Los pueblos liberados enfrentan ahora otra guerra anti-colonial o, si se quiere, la continuidad de la guerra de la independencia; se trata de la guerra contra la dominación imperialista y el control hegemónico del capital. El golpe del oficial Hugo Chávez es contra la oligarquía entreguista de los recursos naturales, la partidocracias y la corrupción de la clase política. Este gesto es un acto heroico, que convoca a la guerra a las clases populares, gesto que reclama su despertar ente la crisis y decadencia de la república. Años después, la victoria electoral de Hugo Chávez se explica tanto por la convocatoria del mito, así como por la crisis política de Venezuela. Las clases populares respondieron al gesto, a la irradiación del gesto, al golpe de cabeza, efectuada por oficiales intrépidos y grupos de izquierda radicales. La figura del libertador se convirtió en un proyecto: La República Bolivariana de Venezuela. Este proyecto se plasma en la Constitución, que da nacimiento a la quinta república, que ya no ansia una institucionalidad liberal, como en el caso del libertador, sino que busca una transformación socialista. La Constitución es integradora, es participativa, profundiza la democracia, la soberanía adquiere connotaciones omnipresente, recupera los recursos naturales para los venezolanos, se plantea la redistribución del ingreso y la inversión social, enfrentando de cara la estructura de las desigualdades, además de proponerse la integración Latinoamericana y del Caribe. Después de promulgada la Constitución, el gobierno, el partido, los intelectuales comprometidos, las organizaciones sociales, se dan la tarea de definir el nuevo proyecto socialista, nombrado como socialismo del siglo XXI. Las tareas de construcción socialista, las definiciones de este socialismo del siglo XXI aparecen en los planes de desarrollo. En la segunda victoria electoral de Chávez se define el carácter socialista de la revolución bolivariana.
El mito ha removido el suelo y la geología de la formación histórica, social, económica y política venezolana. Después de Chávez Venezuela ya no será la misma; es otra, bolivariana y socialista, tiene como tarea la integración y la igualdad social. Se ha dado una sintonía armoniosa y pasional entre el que encarna el mito y las multitudes, el pueblo, las clases populares. Esta sintonía ha sido acompañada por la organización de movimientos sociales de magnitud, las comunidades, las misiones, la formación masiva de líderes, la inversión social. El golpe militar reaccionario del 2002 se enfrentó a un pueblo organizado, empoderado, convocado, consciente de la certidumbre de los tiempos de cambio y de su responsabilidad histórica. La gigantesca movilización popular derrotó al golpe reaccionario de la oligarquía rentista. Esta victoria popular y el retorno al poder de Hugo Chávez le dio un impulso inmenso a los ritmos del proceso politico y social. El mito se convirtió en el entrañable sentido del proceso, en el intérprete de los acontecimientos, incluso en la significación de la compleja búsqueda de un nuevo horizonte socialista.
No creo que la experiencia del proceso revolucionario bolivariano se pueda explicar por interpretaciones “racionalistas” que desprenden las tesis del partido de vanguardia, tampoco creo que cubra la complejidad del proceso explicaciones economicistas, del tipo contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, así mismo, son insuficientes tesis como las de la autonomía relativa de la superestructura. Del mismo modo, del otro lado, debemos descartar las tesis simplistas de los apologistas del culto de la personalidad, que convierten al caudillo en el protagonista absoluto de la historia. El caudillo, como veremos más adelante, es una relación entre el mito, la memoria intuitiva, y lo popular, relación afectiva y pasional; relación que emerge de una sintonía entre el flujo figurativo del caudillo, sus discursos, sus acciones, sus gestos, que conforman una narrativa carismática, y los imaginarios populares, las pasiones y expectativas populares, prácticas y habitus populares, que interpretan la narrativa carismática como una convocatoria y una anunciación. El secreto entonces se encuentra en la alteridad popular, que despierta ante el sonido y el simbolismo irradiante del mito.
Los apologistas del caudillo
En este texto no está en cuestión el caudillo; él vive su vida, de una manera propia o impropia, auténtica o inauténtica, lo hace apasionadamente y hasta dramáticamente. Él es, queriéndolo o no, el caudillo; éste imaginario patriarcal cristalizado en los huesos de los humanos desde épocas antiguas. El problema son los apologistas, quienes apuestan con todas sus fuerzas y sus argumentos al caudillo; el caudillo se convierte en sentido de sus vidas, en anhelo encarnecido. Lo invocan y convocan. Para los apologistas el caudillo se convierte una figura explicativa histórica, una figura que hace inteligible el conflicto social y el conflicto político. El caudillo es la razón de ser de los apologistas. A sus ojos el caudillo se convierte en la síntesis suprema histórica, política, social, cultural, psicológica, de las masas, del pueblo. Le otorgan una materialidad vital omnipresente en los acontecimientos, de tal forma que lo convierten en el motor de todo, casi como Dios maquinizado, Deus machina. Para las tesis de los apologistas el caudillo es como el núcleo de un sistema de órbitas; somatizan, simbolizan, subjetivaban, al extremo la historia, que ésta se resume a las compulsiones, pulsiones, afectos del caudillo.
En las tesis de los apologistas del caudillo han desaparecido las dinámicas sociales, las dinámicas políticas, las dinámicas económicas, las dinámicas culturales, los ciclos del capitalismo, las contradicciones histórico-políticas. Todo se resume a una épica, a la epopeya colosal de un enfrentamiento entre el héroe supra-histórico, el caudillo, que es como el bien supremo, contra la monstruosidad de la maquina descomunal y despiadada de la opresión forastera. Los apologistas han construido un nuevo mito fabuloso, el mito de una guerra cósmica entre el caudillo y el fantasma del imperio; otra vez, el bien absoluto en guerra contra el mal absoluto. No vamos a criticar el maniqueísmo inscrito en esta suerte de teoremas mitológicos, sino vamos a anotar lo que hacen desaparecer.
Con estas tesis sobre el caudillo heliocéntrico desaparece la política. Ya no hay política sino “religión”, o un sustituto de la religión. Ha desaparecido la política como campo de fuerzas, como dinámicas moleculares de cohesión y descohesión, como “concentración”, si se puede usar esta palabra, de enfrentamientos económicos, sociales, culturales, territoriales; por lo tanto como diferencias, aunque también como contradicciones. Ha desaparecido la política como dinámica histórica especifica, en su contexto y singularidad. Ha sido convertida, como dijimos, en una epopeya, en una épica, en un mito. Si algo nos dejó el marxismo es precisamente el análisis de las relaciones; el capital como relación, el Estado como relación, la política como proceso de relaciones mutantes. Esta herencia es significativa, a pesar de que los marxistas partidarios hayan vuelto a convertir al marxismo en una “religión”, terminando de endiosar a los teóricos de esta formación enunciativa dialéctica, sobre todo a los conductores de las revoluciones. Tal parece que la mitificación y el maniqueísmo forman parte de los recursos imaginarios más a la mano, muy afines a la reproducción de las estructuras de poder interpeladas. Pues bien, se trata de desplegar este análisis relacional; se trata de analizar, de desmenuzar, los procesos políticos en la composición de sus dinámicas moleculares, en los ámbitos de relaciones en curso, en las coyunturas y contextos específicos, en las singularidades de sus contradicciones.
Desde esta perspectiva, desde el análisis relacional, el caudillo aparece no como el núcleo, el centro, de un sistema de órbitas, sino también como una relación. Relación entre una conformación popular y el mito que anida en su memoria, mito patriarcal, milenarista, ancestral, mesiánico. Cuando se produce la sintonía entre esta memoria y la presencia carismática de un personaje público, cuyo accionar discursivo y práctico, deriva en interpelación, entonces el mito retorna, se encarna, adquiere nombre, perfil propio, se actualiza en una figura. El caudillo es un invento del imaginario popular y el pueblo es el referente de caudillo, el interlocutor, el espacio de irradiación discursiva y afectiva. No se crea que el caudillo haya buscado estos efectos; los caudillos son como las casualidades creativas; aparecen como meteoritos que atraviesan el cielo e impactan en las aguas estancadas de la rutina política de las clases dominantes. Los caudillos no se crean por programa, como proyectos planificados, ni por el deseo de políticos, sino aparecen como lo que son, como acontecimientos políticos. Son vanos los esfuerzos por sustituirlos cuando desaparecen. No hay otros. No porque son sustanciales, únicos, sino porque su acontecer, que responde a la sintonía con las masas, a la relación de lo popular con su mito, como memoria, se da, ocurre, en determinadas circunstancias y bajo determinadas condiciones de crisis. No porque alguien es parecido al caudillo, comparte su ideal, deviene de su etnia, va poder sustituirlo, tiene la posibilidad de ser un caudillo. Este supuesto es la base de la pretensión de muchos; empero se equivocan. No han comprendido el ámbito relacional, la singularidad del momento del campo de fuerzas, que han dado lugar a ese acontecimiento político que llamamos caudillo.
Entonces de lo que se trata es de comprender las dinámicas, las relaciones, las contradicciones, la singularidad de la crisis, que ha hecho aparecer esa relación de lo popular con su memoria. Ahora bien, esta relación carismática, expresa, de una determinada manera, las otras relaciones de sus contextos; las relaciones de poder, las relaciones económicas, las relaciones sociales, las relaciones culturales. La explicación no se encuentra en el caudillo, convertido en una figura que hace inteligible la realidad, como hace el discurso de los apologistas, sino en estos ámbitos de relaciones, en el momento de sus contradicciones y diferencias, además de sus conexiones y entrelazamientos. El caudillo es una figura más, una relación más, en este ámbito de relaciones; es una figura que debe ser también explicada, no es la explicación misma.
El problema no es el caudillo, que vive su vida, como dijimos, sino los apologistas, quienes reinventan el mito sobre la base de la invención del imaginario popular. Lo reinventan “teóricamente” para sostener tesis épicas. Al contrario de lo que creen, esta narrativa no enaltece, no enriquece, la figura del caudillo, sino la simplifica, la convierte en una figura estereotipada, algo así como ocurre con las caricaturas de los dibujos animados respecto a lo que representan, características abstractas y aisladas de valores; bueno, malo, o de sentimientos, orgullo, odio, egoísmo, ambición. Le quitan lo humano que tiene, sus dilemas, sus contrastes y contradicciones, sus debilidades y sus fortalezas, sus experiencias dramáticas de cargar en su cuerpo una compulsa de fuerzas que lo excede. Un análisis de estas figuras carismáticas, más apegadas a la descripción que al mito, ayudaría a comprender mejor las contradicciones en las que se embarcan y avizorar potencialidades emancipadoras de las multitudes, de lo popular, de las clases “subalternas”, que no dependan de la vida dramática del caudillo.
Recorridos y desafíos de la revolución bolivariana
Vamos a intentar abordar una aproximación al proceso revolucionario bolivariano de Venezuela. No es fácil, pues, a pesar de la información con la que se cuenta, no solamente de fuentes primarias y secundarias, sino de encuentros de análisis, de debate y reflexión, falta una experiencia directa en el lugar de los acontecimientos[7]. Por eso considero que es un riesgo atreverme a desplegar una aproximación al proceso bolivariano; sin embargo, dadas las circunstancias y el avance de la polémica en Bolivia, me siento obligado a decir algo, sobre todo después del fallecimiento del líder y el símbolo de la revolución bolivariana, Hugo Chávez Frías. Para tal efecto, cuento con textos de análisis, además de la colaboración y las correcciones de mis amigos/amigas y compañeros/compañeras de lucha, Edgardo Lander, Víctor Álvarez y Alexandra Martínez; los tres venezolanos y ciudadanos de la Patria Grande.
Dibujo del contexto en la historia reciente
Víctor Álvarez escribe en La transición al socialismo de la revolución bolivariana[8] lo siguiente:
Hugo Chávez ganó las elecciones de 1998 con la promesa de convocar una Asamblea Nacional Constituyente para redactar una nueva Constitución, refundar la República y derrotar los flagelos de la pobreza, la desigualdad y la exclusión social. Aunque en las elecciones presidenciales de 1998 se escuchan algunos planteamientos en torno al “nuevo socialismo” y al “socialismo del siglo XXI”, el discurso electoral de Chávez se concentra en el “Poder Constituyente”. Las primeras ideas[9] de la Revolución Bolivariana se encuentran en los documentos la “Agenda Alternativa Bolivariana” y “Una Revolución Democrática. La propuesta de Hugo Chávez para transformar a Venezuela”[10].
Los fundamentos de la revolución bolivariana serán desarrollados en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, aprobada en 1999, así como en los lineamientos del Plan de Desarrollo Nacional 2001-2007. En ese momento, la convocatoria al pueblo radicaba en impulsar la “democracia participativa y protagónica”[11].
Siguiendo el diagnóstico Víctor Álvarez anota:
A partir de la crisis e inestabilidad políticas que comienzan con el Golpe de Estado de 2002, se recrudecen con el paro patronal y el sabotaje petrolero de 2003 y terminan con el Referéndum Revocatorio de 2004, el proceso se radicaliza y aparecen las primeras críticas directas al imperialismo y al capitalismo. Es en el Taller de Alto Nivel de Gobierno, realizado el 12 y 13 de noviembre de 2004 en Caracas, cuando se presenta el “Nuevo Mapa Estratégico”, en cuyo contenido se comienzan a perfilar cambios significativos en relación con la orientación de la Revolución Bolivariana (Chávez, 2004). En esa oportunidad Chávez esboza una primera idea del socialismo que en las próximas elecciones presentaría como opción: “(…) el tema del control social, es básico para la nueva sociedad que tenemos que construir, porque siempre el socialismo ha tenido el problema de que el Estado maneja recursos, pero nunca la población ha tenido el control de esos recursos” [12].
El balance de Víctor Álvarez continúa:
En la Conferencia de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad, a finales de 2004, y en el acto de instalación de la IV Cumbre de la Deuda Social, el 25 de febrero del año 2005, Chávez hizo un llamado más explícito a inventar el socialismo del siglo XXI, sin que se llegará a avanzar más allá de estas referencias aisladas en el contenido de esos discursos. Lo cierto es que desde la aprobación de la Constitución de 1999, hasta la presentación del Primer Plan Socialista de la Nación en 2007, no se plantea formalmente la transformación del capitalismo rentístico en una nueva sociedad socialista. El énfasis se pone en la recuperación de los precios del petróleo y el control de la empresa estatal petrolera (PDVSA) en manos de la tecnocracia, con el fin de financiar la inversión social y reactivar la economía. En el primer período gubernamental de Chávez, la prioridad fue reducir los altos niveles de desempleo, pobreza y exclusión social[13].
La identificación del momento de definición es importante:
Pero es en las elecciones presidenciales de diciembre 2006 cuando surge el planteamiento de declarar el carácter socialista de la Revolución Bolivariana. Luego de siete años en el poder, Chávez planteó abiertamente la orientación socialista que en adelante le daría a su gobierno y, al calor de la campaña electoral como candidato a la reelección presidencial, el líder de la Revolución Bolivariana planteó claramente que “quien vote por Chávez estará votando por el socialismo”.
La demoledora consagración electoral puede ser descifrada como un apabullante respaldo a la orientación socialista del gobierno. La declaración del carácter socialista de la revolución Bolivariana se formalizó en el segundo período presidencial, cuando la Asamblea Nacional aprobó con rango de Ley el “Primer Plan Socialista de la Nación 2007-2013”. Es en este documento donde se destacan los lineamientos generales que guían la construcción del Socialismo del Siglo XXI: nueva ética socialista; suprema felicidad social; democracia protagónica revolucionaria y modelo productivo socialista. También, en este documento se forjan los lineamientos generales de las políticas y estrategias que en adelante serán diseñadas y ejecutadas para avanzar en la construcción del socialismo venezolano[14].
Víctor Álvarez dice que:
La definición de socialismo se desarrolla posteriormente y se encuentra plasmada en el parágrafo 14 del artículo 4 de la Ley de Comunas:
“Socialismo: Es un modo de relaciones sociales de producción centrado en la convivencia solidaria y la satisfacción de necesidades materiales e intangibles de toda la sociedad, que tiene como base fundamental la recuperación del valor del trabajo como productor de bienes y servicios para satisfacer las necesidades humanas y lograr la suprema felicidad social y el desarrollo humano integral. Para ello es necesario el desarrollo de la propiedad social sobre los factores y medios de producción básicos y estratégicos que permita que todas las familias y los ciudadanos y ciudadanas venezolanos/venezolanas posean, usen y disfruten de su patrimonio o propiedad individual o familiar, y ejerzan el pleno goce de sus derechos económicos, sociales, políticos y culturales. Con la creación del Sistema Económico Comunal se plantea avanzar en la transformación del capitalismo rentístico en un modelo productivo socialista, con base en nuevas formas de propiedad social en manos de los trabajadores directos y las comunidades organizadas”[15].
Hugo Chávez, para su tercer mandato, como resultado de las elecciones presidenciales de octubre de 2012, expuso su propuesta “Para la Gestión Bolivariana Socialista 2013-2019”. Propuesta en la que se proyecta una nueva etapa para la Revolución Bolivariana, caracterizada por el fin a las concesiones al sector capitalista, apoyándose en el nuevo marco legal y entorno institucional que se aprobó a los largo del segundo mandato para diseño y ejecutar medidas realmente revolucionarias que permitan la creación de nuevas formas de propiedad social que sean la base para la organización y empoderamiento de los productores directos y la comunidad organizada. En la exposición de su Programa de Gobierno 2013-2019, Chávez plantea claramente lo siguiente:
“No nos llamemos a engaño: la formación socioeconómica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista. Ciertamente, el socialismo apenas ha comenzado a implantar su propio dinamismo entre nosotros. Este es un programa precisamente para afianzarlo y profundizarlo; direccionado hacia una radical supresión de la lógica del capital que debe irse cumpliendo paso a paso, pero sin aminorar el ritmo de avance del socialismo”[16].
El problema de estas tareas es la transición, la forma como se lleva a cabo la transición, cómo se conduce la misma, de qué manera se identifican las áreas de transformación, sus ritmos y sus diferencias. A propósito, Víctor Álvarez anota lo siguiente:
Ahora bien, en el período de transición de la economía capitalista a la economía socialista será necesario delimitar los sectores económicos que el Estado se reserva por razones estratégicas, tales como petróleo, gas, industrias básicas, electricidad, telecomunicaciones, ferrocarriles, metros, puertos y aeropuertos, etc. Al mismo tiempo, será necesario dejar claro en cuáles sectores se permitirá y fomentará la inversión privada nacional y extranjera. Pero lo más importante es identificar los sectores, ramas y productos, comenzando por la producción de las materias primas, bienes intermedios y demás insumos que se requieren para fabricar los componentes de las canastas alimentaria y básica, cuya producción debe quedar bajo el control de los trabajadores directos, los consumidores y la comunidad. En palabras del propio Chávez: “Debemos crear un nuevo modelo productivo, un nuevo modelo de relaciones de propiedad social, directa o indirecta, colectiva y comunal, fundamentados en proyectos eminentemente socialistas”.[17]
La conclusión de esta parte inicial del balance plantea el problema de la transición:
Pero estas definiciones no son precisamente las que han guiado a la Revolución Bolivariana desde su origen. Los triunfos en las elecciones presidenciales de 1998, 2000 o 2006 no constituyen la toma del poder por un partido nítidamente proletario o campesino, con un programa de gobierno que responda a sus intereses de clase. Más bien, fueron el triunfo de una coalición de fuerzas políticas, sociales y económicas en las que coexisten campesinos, obreros y empleados públicos; profesionales y técnicos de la clase media; pequeños, medianos y hasta grandes empresarios conformados por terratenientes, industriales, comerciantes y banqueros que, una vez ganadas las elecciones, comenzaron a pugnar por lograr mayores espacios de poder e instaurar o mantener su dominio a nivel nacional, estatal o municipal; pero que, en la medida que la Revolución se fue radicalizando comenzaron a desmarcarse hasta declararse abiertamente de oposición. En esa coalición de fuerzas políticas favorables al gobierno que ha logrado la mayoría en el parlamento venezolano, las organizaciones obreras, campesinas o sociales no han sido las fundamentales, ni las de mayor fuerza y autonomía como para imponer su programa o agenda por encima de la de otras organizaciones políticas, grupos económicos u organizaciones de base. Por el contrario, las organizaciones obreras y campesinas y los movimientos sociales han sido apenas un apoyo complementario, nada imprescindibles para asegurar la toma del poder político por la vía electoral. Esta realidad se expresa en el debate sobre los diferentes modelos para construir el socialismo venezolano. Se enfrentan las tesis que defienden el viejo dogma de la propiedad estatal sobre todos los medios de producción, hasta las que justifican el apoyo público al capital privado, pasado por las propuestas de priorizar una nueva economía social y popular en manos de los trabajadores directos y de la comunidad organizada[18].
Es ilustrativo el balance que hace Víctor Álvarez de parte del proceso de la revolución bolivariana. Tomando nota y registrando nuestras impresiones, diremos que:
1. Al parecer la revolución bolivariana aparece como proceso constituyente, como desborde del poder constituyente, como interpelación al estado de cosas, a las estructuras de poder, a la desigualdad social, a la oligarquía parásita, a la economía extractivista y el Estado rentista.
2. Se gesta entonces una nueva Constitución, ideando una nueva república, la quinta, cuya composición y contenido responda a la “ideología” bolivariana, basada en el pensamiento de Simón Bolívar, pensamiento actualizado al siglo XXI, transformando su horizonte liberal en un horizonte socialista.
3. La oligarquía y la burguesía rentista venezolana reaccionan ante el avance político popular con un golpe de Estado y boicot a la producción del petróleo. Las tensiones y contradicciones sociales y políticas llegan a un punto máximo. El intento de restauración de la oligarquía y la burguesía es desbaratado por la movilización popular en defensa del presidente Hugo Chávez y por el contragolpe de las Fuerzas Armadas.
4. A partir de esta victoria política y militar popular el proceso se radicaliza. Claramente se propone la transición al socialismo. Se piensa en un socialismo de nuevo cuño, llamado socialismo del siglo XXI. Lo sugerente de este socialismo no está tanto en nombrarse como del siglo XXI, donde una mayoría de comentaristas hacen hincapié, sino en las formulaciones concretas; en la propiedad social sobre los factores y medios de producción básicos y estratégicos que permita que todas las familias y los ciudadanos y ciudadanas venezolanos/venezolanas posean, usen y disfruten de su patrimonio o propiedad individual o familiar, y ejerzan el pleno goce de sus derechos económicos, sociales, políticos y culturales. También con la creación del Sistema Económico Comunal se plantea avanzar en la transformación del capitalismo rentístico en un modelo productivo socialista, con base en nuevas formas de propiedad social en manos de los trabajadores directos y las comunidades organizadas.
5. En este transcurso y ante estas tareas aparecen las dificultades y obstáculos de la transición. Las alianzas políticas en el poder no son las más adecuadas para esta transición y la profundización del proceso. Los sectores que tienen mayor incidencia en el gobierno y en la institucionalidad estatal no son las clases sociales que pueden sostener la construcción del socialismo, el proletariado y los campesinos, tampoco los sectores más populares de las urbes. Se da entonces como una limitación de los alcances y una disminución de los ritmos del proceso, a pesar de los beneficios obtenidos por la inversión social.
6. Hablando de los alcances cualitativos del proceso y de las transformaciones estructurales, se constata que no se ha salido de la economía extractivista y del Estado rentista, que todavía está pendiente la conformación del modelo productivo, orientado a la soberanía alimentaria, basado en gran parte en la propiedad social y la organización comunitaria. Esta constatación fue compartida por el mismo Hugo Chávez.
Devenir revolucionario
A estas alturas del partido, como dice el refrán popular, aludiendo a la experiencia vivida, en este caso experiencia de la humanidad, si podemos hablar así, no es conveniente insistir en la repetición acrítica las formaciones enunciativas y discursivas que dieron lugar a las revoluciones del siglo XX. Mucho menos caer en la apología de estas revoluciones y las que se están dando a fines del siglo XX y principios del siglo XXI. De lo que se trata, indudablemente, es aprender de la experiencia. Replantearse los antiguos problemas heredados y avizorar la nueva problemática. De nada nos sirve el fundamentalismo racionalista[19], menos el fundamentalismo investido de místico; tampoco nos sirve la apología y la defensa propagandística, inútil para abordar los problemas del presente. Estas composturas se convierten mas bien en obstáculos para encarar los problemas y encontrar salidas; se trata ciertamente, en el mejor de los casos, de obstáculos epistemológicos, en el peor de los casos, de obstáculos políticos, pues optan por el autoritarismo secante y formas verticales de centralización de la decisión política, pasando por obstáculos que llamaremos “ideológicos”, debido a las reiterada fetichización de los objetos de poder. Dejemos, entonces, todo esto a un lado. Encaremos los problemas y desafíos desde perspectivas móviles y dinámicas, perspectivas críticas, que se esfuercen por encontrar las estructuras de los problemas, las resistencias de las estructuras de poder subyacentes, los anacronismos insertos en los procesos críticos y de transformación.
De principio, no es ciertamente el fundamentalismo racionalista el que puede ayudarnos en este abordaje crítico e integral, pues el “pecado” de este fundamentalismo racionalista es que parte de un modelo ideal; todo lo que se separa de este modelo es objeto de “crítica”, es errado, es desviación, distorsión, incluso traición. El fundamentalismo racionalista ha reducido los ámbitos de “realidad” al plano racional, haciendo gala, de una manera vulgar, de la tesis hegeliana de que todo lo real es racional y de que todo lo racional es real. Los distintos ámbitos y planos, sedimentaciones, complejidades de la “realidad”, no pueden reducirse al plano racional, independiente de qué racionalidad estemos hablando, ni de qué paradigma y episteme se trate. La complejidad, que tomaremos como sinónimo de “realidad”, excede en mucho, desborda cuantitativa y cualitativamente, si podemos hablar así, a los esquemas de la racionalidad, por más ricos y dinámicos que sean.
Para los casos que nos ocupan, las revoluciones del siglo XX y principios del siglo XXI, ya no es posible juzgarlas a partir de modelos preformados. Las revoluciones son lo que fueron y son lo que son. Responden a acontecimientos compuestos por multiplicidad de singularidades, procesos singulares, dinámicas moleculares, campos, correlaciones, diagramas de fuerzas, que devienen composiciones históricas, políticas, sociales, económicas y culturales, también singulares. La pregunta, respecto a estos acontecimientos, no es ¿por qué se desviaron del modelo?, sino ¿cómo llegaron a ser lo que fueron y lo que son?, también ¿qué dinámicas, qué estructuras, qué campos de relaciones, qué correlación de fuerzas, derivaron en la resultante, en la formación revolucionaria, con todas las aberraciones que pueda contener? Se pueden extender estas preguntas a otras más específicas: ¿por qué se impusieron y no fracasaron, como en otros muchos casos? ¿Por qué perduraron en el tiempo que pudieron mantenerse? ¿Por qué otras siguen perdurando, a pesar de los grandes obstáculos y bloqueos? ¿Por qué las llamadas revoluciones del siglo XXI adquieren un perfil ambiguo, abigarrado y cómo de búsqueda?
En relación a la primera parte de estas preguntas mantendremos, en principio, una hipótesis de trabajo: Las revoluciones socialistas no podían ser sino lo que han sido, el “modelo” real, singular, en cada caso: no podían ser lo que deberían ser según el modelo ideal. La correlación de fuerzas, la composición de las dinámicas moleculares y molares experimentadas, los alcances de la crisis del capitalismo, del Estado, del imperialismo, del colonialismo, los alcances de las propias organizaciones revolucionarias involucradas, derivaron en lo que lograron sus fuerzas. La hipótesis de la conspiración no es aconsejable para explicar estos resultados, la hipótesis de la traición no ayuda a comprender la complejidad de las dinámicas y de los procesos insertos en estos acontecimientos revolucionarios. Aunque hubiera habido mejores conductores, una mejor dirección, lo más probable es que los resultados se hubieran aproximado a lo ocurrido, aunque posiblemente de una mejor manera, con una experiencia más auténtica. Lo mismo podemos decir de las revoluciones del siglo XXI, sobre todo de las que se proponen un horizonte plurinacional. Como por ejemplo, la revolución indígena - es esta la que se experimenta en Bolivia -, es lo que puede ser de acuerdo a la correlación y composición de fuerzas, a pesar del grotesco enfrentamiento paradójico con las naciones y pueblos indígenas en el conflicto del TIPNIS y en los conflictos en tierras altas, sobre todo con el tema de la minería. En lo que respecta a Venezuela, la revolución bolivariana, que se propone un socialismo del siglo XXI, que supere los límites del socialismo real del siglo XX, también se ha topado con contradicciones y dilemas, aunque se nota el alcance mayor, más extenso, del impacto social de la revolución, sobre todo por el empoderamiento, la participación popular y la formación masiva de líderes, en las comunidades y misiones. Al respecto, la pregunta es: ¿cómo estas revoluciones llegaron a ser lo que son? También: ¿Cuáles son las dinámicas moleculares y molares, los procesos singulares, las estructuras, los diagramas de poder, las limitaciones inherentes, que llevaron a las resultantes histórico-políticas que se experimentan?
Sabemos que esta hipótesis es cruda, no permite otras posibilidades, las deja en la virtualidad de la posibilidad, sólo toma como “real” lo que definitivamente se ha realizado. Sin embargo, como hipótesis de trabajo nos ayuda a enfocar el análisis de las formaciones revolucionarias concretas respecto a la composición de sus dinámicas y procesos singulares, no en contraste con los modelos ideales.
En relación al segundo grupos de preguntas, más específicas, dejaremos que el análisis de este ensayo pueda decir algo, tocando los problemas concretos con los que se enfrentan los procesos revolucionarios, además de hurgar en las descripciones más detalladas de algunos aspectos del proceso mismo.
Recogiendo, ahora, el balance que hace Víctor Álvarez de la revolución bolivariana, la primera hipótesis interpretativa que planteamos es: La formación de la consciencia política, de la voluntad política, social y popular, transferida a la Constitución, al desarrollo legislativo y a las transformaciones institucionales, aunque sean parciales, incluyendo la nacionalización del petróleo, el control de PDVSA, la redistribución del ingreso, encarando en gran escala la inversión social, se desenvolvió más rápidamente que las transformaciones estructurales del modelo extractivista y rentista de la economía, también de la política, por cuanto esto afecta al mismo perfil del Estado.
Una de las explicaciones, hipotéticas por cierto, es que las estructuras del modelo extractivista y rentista y del modelo de Estado, burocrático y subalterno, tienen una más larga duración; su ritmo de transformación es más lento y más difícil. Las estructuras del modelo extractivista y rentista resisten los cambios, también las estructuras del modelo de Estado burocrático y subalterno resisten a las reformas y transformaciones institucionales. Hay como hábitos cristalizados en las prácticas de los funcionarios, también, por esto mismo, habiutus internalizados en funcionarios y ciudadanos, subjetividades conservadoras reproducidas en el campo burocrático, en el campo político, pero, también, en el campo escolar. Así mismo se dice que, no es posible cambiar, de la noche a la mañana, la división del trabajo internacional, la división del mercado internacional, asignada por la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Qué estos cambios sólo se pueden dar mundialmente. Esta tesis entra en contradicción con la tesis de soberanía, que al mismo tiempo se sostiene. ¿Cómo puede haber soberanía si se mantiene incólume la dependencia de las llamadas periferias a los centros del sistema-mundo capitalista? La soberanía no puede ser solamente política y jurídica, también requiere ser económica. Se descartan propuestas como las de conformar una economía endógena, aunque no lo hagan de manera directa, sino se diga que corresponde para una siguiente fase. Se dilata una efectiva transformación productiva y a gran escala, experimentando proyectos locales y dispersos, fragmentados, no realizados de manera integral. No se hacen los esfuerzos de impacto extensivo de lograr la soberanía alimentaria; estos proyectos también son locales y dispersos. El grueso de la estructura económica sigue en la inercia reproductiva de la economía extractivista y rentista. ¿Es qué es imposible, por de pronto, en el momento presente, lograr su modificación y transformación?
Víctor Álvarez nos describe una característica problemática en lo que respecta a las alianzas políticas y al peso político de las alianzas. No son los sectores populares, el proletariado y el campesinado, los que tienen una participación decisiva en el gobierno, sino los sectores empresariales que, en principio, se han acercado al gobierno e incorporado a sus políticas, aunque algunos de estos sectores hayan abandonado después el gobierno y se hayan pasado a la oposición, cuando el proceso se ha venido radicalizando. No es que sólo las estructuras extractivistas y rentistas, las estructuras del Estado burocrático, se resisten a cambiar, sino que el perfil de las alianzas políticas es todavía conservadora en relación a las tareas de transformación de estas estructuras. Esto nos traslada directamente a los problemas de la herencia burocrática, de los estilo de gubernamentalidad heredada, de gestión centralizada y administración pesada. Nos encontramos todavía lejos del ejercicio de una democracia participativa, de la gestión social y comunitaria. ¿Es que estos ejercicios y prácticas son difíciles de implementar? ¿Se requiere más tiempo? ¿Se requiere formación de la gente que se involucraría en la gestión participativa? Los conflictos puntuales entre comunidades y burocracia se han dado en relación a los proyectos, a la ejecución de proyectos, a la asignación de recursos, al mismo control de los proyectos.
Tal parece que estas alianzas perdurables con las reminiscencias de las viejas élites, esta reincorporación de los especialistas y técnicos de las burocracias perecederas, terminan reforzando las resistencias, la inercia, la reproducción, la sedimentación geológica, de la estructuras del modelo extractivista y rentista, así como las estructuras fosilizadas el Estado burocrático. Estas formas de gobierno o, mas bien, estas composiciones inherentes a estas formas liberales heredadas, no condicen con la necesidad de trastrocar estas prácticas, estos habitus, estas relaciones burocráticas, esa pesada maquinaria administrativa; no condicen con la necesidad de inventar nuevas formas de gestión, formas dinámicas y participativas, formas donde la administración de las ejecuciones sea una experiencia colectiva y de control social. La gestión burocrática y liberal no condice con la autogestión, la cogestión, la gestión comunitaria y la gestión participativa. Por lo tanto, lo que ponen en mesa estas cuestiones de gestión, de dilemas de la gestión, que pueden ser resumidas al dilema de reproducir una gestión burocrática heredada, especializada en la administración de normas, o inventar una gestión dinámica movilizadora de colectivos y comunidades, las que se apoderen de la gestión, de la administración, de la ejecución, así como de la corrección y retroalimentación, de una manera social, como aprendizaje social, como dinámica social, que compromete al conjunto con la obra, sin delegar la responsabilidad y el control a los especialistas. No se trata de descartar a los especialistas y técnicos; la diferencia radica en que éstos no son los encargados de dirigir, de hacer, de ejecutar, de informar, sino son dispositivos requeridos bajo el control y la participación social.
Desde esta perspectiva, no es que las estructuras del modelo extractivista y rentista, del Estado burocrático, tengan más larga duración, en tanto que la formación de la consciencia interpeladora, la formación de la consciencia histórica, situada en el momento crítico y de emergencia popular, es más bien de corta y de mediana duración, sino que las estructuras del modelo extractivista y rentista, del modelo de Estado burocrático, se reproducen precisamente por la concomitancia de estas alianzas conservadoras, de estas conservaciones del trajín del viejo aparato de Estado, de estas prácticas y habitus del campo burocrático. Por lo tanto, el conflicto ya no se sitúa sólo en el enfrentamiento de clase, en el enfrentamiento político con el bloque de la derecha, sino en los espacios de los engranajes del Estado. Este enfrentamiento es crucial, pues se trata de modificar el contenido, la composición y la ingeniería de los engranajes institucionales, en el caso que se requiera una intervención de desplazamiento más dilatada, o se trata de trastrocar los mismos mecanismos, la arquitectura, la estructura, la ingeniería misma del mapa institucional. El destino del proceso revolucionario se traslada a estos escenarios. Es inútil responder a estos desafíos con propaganda y apologías; esto sólo sirve para convencer a los convencidos y a los no completamente convencidos de los avances efectuados, empero no inciden en lo mínimo en los avances que hay que efectuar.
Los que desdeñan estas tareas urgentes, los que incluso consideran peligroso cualquier observación al respecto, cualquier crítica, develan que se han colocado en la posición conservadora de mantener la inercia del Estado, de contentarse con lo logrado, aunque éste sea sólo el principio de una agenda de transformaciones imprescindibles. No se puede confundir el análisis de una coyuntura del proceso con otro análisis de otra coyuntura, de una fase del proceso con otra; esto equivale a considerar que los problemas siguen siendo los mismos, que el cuadro no ha cambiado, que la lucha con el bloque de la derecha es la misma que antes. Esto equivale a situarse en la trama de una narrativa estereotipada donde se ungen como héroes incontestables, caballeros de triste figura, entrabados en una batalla interminable contra los monstruos del mal. No ven su propia quimera, no ven que las herencias conservadoras se encuentran en ellos mismos, que el combate entonces es también contra esta quimera, que acompaña los habitus y prácticas burocráticas.
Este es quizás el tema más importante de la experiencia de los procesos revolucionarios, aquí se encuentra la raíz de su propia crisis, cuando se topan con las resistencias estructurales de las formas institucionalizadas del Estado que se quiere demoler. En estas situaciones, aparece una tendencia “pragmática” de sentido común, que considera que hay que defender lo avanzado, defender la colina tomada, no arriesgarse en pasos audaces, no tomar todavía otras colinas, utilizar los instrumentos estatales para transformar, aunque estos instrumentos formen parte de la “caja de herramientas” del viejo Estado. No ven que estos instrumentos, cuando funcionan, reproducen el viejo Estado, no construyen el nuevo. La tendencia de seguir transformando, que se basa en la tesis que la mejor defensa es transformar, es más bien minoritaria, sujeta a sospecha, acusada de que termina favoreciendo a la conspiración de la derecha. La tendencia “pragmática” mayoritaria termina imprimiendo su sello al curso del proceso, termina reforzando una posición ambigua a mitad del camino, a mitad del puente. Las políticas públicas terminan siendo una mezcla entre lo nuevo y lo antiguo, los espacios institucionales son espacios de tensión entre la administración normada y las innovaciones incorporadas. Los esfuerzos ya no se los dedica a las transformaciones institucionales, sino a la propaganda, a la publicidad, a la lucha “ideológica”.
A mediano y largo plazo, estas ambigüedades deterioran, confunden, merman y carcomen las fuerzas de la transformación, que detenidas en una inmovilidad expectante o distraídas en campañas electorales, terminan relegando la oportunidad de transformaciones institucionales para otro momento, de un futuro incierto. No se puede pues soslayar, en el análisis de coyuntura, la caracterización de las contradicciones en el momento, el cuadro cambiante de las contradicciones de las fases del proceso. Los que se quedan con una fotografía anterior se quedaron con la imagen de un corte anterior, rumiando el recuerdo de ese presente anterior, sin lograr experimentar plenamente el presente efectivo que se vive.
La base social de la revolución bolivariana
Alexandra Martínez caracteriza la procedencia de los migrantes rurales a las urbes de Venezuela, en Horizontes de transformación del movimiento urbano popular[20], de la siguiente manera:
Venezuela, como país dependiente de la renta petrolera, vivió en el siglo pasado un gran éxodo campesino que recompuso la distribución de su población, actualmente urbana en 90%. Los pobladores que llegaron a las ciudades, se ubicaron en asentamientos improvisados, no planificados, en los alrededores de la zona plana de la ciudad, en las montañas que la bordean (las periferias en las zonas geográficamente mas riesgosas, menos estables y menos accesibles). El éxodo masivo del campo a la ciudad ocurrió en el marco del auge, construcción y hegemonización del imaginario desarrollista, en el cual la renta petrolera y las promesas de la redistribución del ingreso construyeron un discurso de bonanza, riqueza y progreso; de definitiva entrada a la “modernidad”[21].
Le sigue un dibujo genealógico de la relación entre estos pobladores migrantes y la génesis de la ciudad misma:
En estos “márgenes” de las ciudades se conformaron las amplias zonas populares. Allí, los habitantes comenzaron a construir algo más que viviendas o ranchos; comenzaron a construir ciudad. Por un lado, levantaban la ciudad “moderna”, en calidad de mano de obra; esa ciudad de la riqueza proveniente de la renta petrolera. Pero, por otro lado, montaban la ciudad informal, la ciudad “otra”, la que hasta hace algunos años no aparecía en los mapas, la de los márgenes; la ciudad de la exclusión, pero también la ciudad cantera para posibles transformaciones[22].
Se conformaron las Asambleas Barriales de Caracas como organizaciones sociales de defensa popular frente a las políticas neoliberales que se venían implementando. Estas formas de organización participativas, auto-gestionarías y deliberativas desplazaron las formas de ejercicio de la política, cambiando radicalmente el perfil de la intervención social. Alexandra Martínez nos dice que estos cambios se manifiestan en “el caracazo”:
El 27 de febrero de 1989, ocurre “el caracazo”; un levantamiento popular sin direccionamiento politico clásico de ninguna organización, que cuestiono profundamente los cimientos de lo que se suponía era el modelo de “democracia liberal” latinoamericano, en el que se promulgaba la coexistencia, complementariedad y cooperación entre las clases sociales, como mito pacificador y encubridor de las profundas desigualdades existentes. Fueron los pobladores y pobladoras urbanas quienes protagonizaron esta revuelta[23].
“El caracazo” es quizás el antecedente más importante de la historia reciente, de la historia de la revolución bolivariana. Aquí se gesta la base social de la revolución bolivariana, esta experiencia de la revuelta popular es constructiva de la nueva subjetividad popular. Una subjetividad que deja de ser subalterna y tiende a forjar su propia autonomía. Desde esta perspectiva, no se puede decir, como se acostumbra, que los movimientos sociales en Venezuela fueron formados desde arriba, desde el Estado, como si fueran promovidos estatalmente. Esto no es cierto; en esta tesis hay como un intento de sobrevalorar el papel del gobierno popular, el papel del presidente bolivariano. Los movimientos populares no pueden formarse desde arriba, nacen del propio enfrentamiento con las estructuras de dominación, con los aparatos burocráticos que subordinan y marginan a los estratos sociales populares. Nacen en la consecución de sus demandas por mejorar sus condiciones de vida, demandas de vivienda, de tierra, de servicios, de educación, de salud, de trabajo, de medio ambiente sano. Los movimientos populares nacen en la experiencia de las luchas concretas, de luchas por derechos específicos democráticos y humanos. Lo que ocurrió es que estos movimientos populares se encontraron en el camino con la interpelación carismática, con la convocatoria del mito, produciéndose la sintonía explosiva entre lo popular y la interpelación carismática. ¿Se puede decir que el movimiento bolivariano es como la síntesis de estos dos desplazamientos, la constitución del movimiento popular y la emergencia de la figura y el discurso carismático? Depende que queramos decir con síntesis; preferimos hablar de conexión, de sintonía, de articulación, de relación dinámica y complementaria.
Estos movimientos populares urbanos son territoriales, se forjan en los barrios. Alexandra Martínez da una descripción de estas territorialidades urbanas organizativas:
Los barrios se han conformado en el contexto de procesos de ocupación, cuya característica fundamental es la autoconstrucción progresiva a partir de ocupaciones de terreno que no pertenecen, de derecho, a sus pobladores. Estos asentamientos urbanos populares han sido la respuesta desde la gente; la solución habitacional, al margen del financiamiento de planes públicos y privados[24].
Los barrios se conforman tanto en la lucha por la inclusión social como en la lucha por la identidad, por el reconocimiento de una cultura urbana popular:
En gran medida, desde los barrios, las luchas por la democratización de la ciudad surgen con fuerza, en un doble movimiento. Por un lado, exigen el acceso a la ciudad: a la tenencia de la tierra, al acceso a la vivienda, a los servicios básicos (luz, agua, transporte). Son luchas por la inclusión (en algunos casos, en términos de acceso a la redistribución de la renta, para tener la posibilidad de tener un nivel de consumo que nunca han experimentado). Por otro lado, las luchas apuntan al reconocimiento y la identidad: el reconocimiento del barrio como espacio territorial, generado desde sus pobladores y pobladoras, con construcciones culturales, saberes, formas de organización, de resistencia y de vida. Es la pelea por la existencia de un modo de vida distinto al impuesto por el imaginario desarrollista, capitalista y neoliberal[25].
Una combinación de lucha contra las desigualdades, por lo tanto lucha por la igualdad social, lucha democrática por excelencia, y lucha por la identidad, la cultura propia, por lo tanto, lucha por un proyecto civilizatorio alternativo a la modernidad y al desarrollismo. La identificación, que hace Alexandra Martínez, de estas tendencias y composiciones en el movimiento popular urbano, nos ayuda a comprender mejor las dinámicas sociales que sostienen a la revolución bolivariana. Podríamos decir que sería prácticamente imposible un acontecimiento político como el de Hugo Chávez sin la experiencia y la emergencia de movimientos sociales que interpelan el orden institucional existente, particularmente estos movimientos urbanos que jugaron y juegan un papel primordial en la defensa y la continuidad del proceso. Se trata de movimientos que tienen un carácter más de base, tiene que ver con la organización territorial de los barrios. Por lo tanto también se trata de una gestión territorial, de una gestión comunitaria, de la generación de formas de participación y control social. De acuerdo a las formulaciones específicas del socialismo del siglo XXI, de índole más bien práctica que teórica, en esta experiencia de base territorial se encuentra el sostenimiento de un nuevo proyecto socialista, basado en la propiedad social y en la propiedad comunitaria. Las posibilidades de este socialismo del siglo XXI no están pues en la retórica oficial y de los apologistas, quienes, a pesar de sus esfuerzos, no terminan de explicar cuál es la diferencia entre el socialismo real del siglo XX y el socialismo del siglo XXI, sino en la construcción colectiva de la igualdad social y la identidad cultural, construcción que se hace efectiva cuando la participación, la formación, la propiedad social y comunitaria, el control social son los ejes cardinales de esta edificación.
Relación con el Estado: posibilidades y tensiones
El problema en esta transición es entonces la relación con el Estado. Alexandra Martínez nos dice a propósito:
Teniendo como marco el proceso político venezolano, la relación con la institucionalidad forma parte del campo de tensiones en el que se desarrolla la organización urbana y la apuesta por la construcción de otra ciudad; pero, al mismo tiempo, constituye una disputa permanente a la gestión única estatal. Por una parte, es innegable que distintas políticas y propuestas organizativas promovidas desde el gobierno, han generado y permitido amplios espacios de movilización y participación, antes inexistentes. No obstante, estas mismas propuestas pueden llegar a institucionalizar y burocratizar la expresión popular. En la experiencia del movimiento de pobladores, el desafío ha sido pasar de la organización promovida desde el Estado a la construcción de movimiento social, con espacios de autonomía, de construcción y orientación colectiva y propia, donde la relación con el Estado sea desde el dialogo entre sujetos políticos. Por ello, para las organizaciones urbanas las ideas de autogestión, cogestión y cogobierno pasan a ser apuestas fundamentales para pensar cualquier transformación[26].
Este es el lugar problemático de las transformaciones en las transiciones, el lugar o la zona de los relacionamientos con la institucionalidad. Los movimientos sociales se enfrentan a estructuras normadas y administradas de acuerdo a las lógicas de gestión establecida. Estas estructuras no soportan otras formas de gestión, sobre todo aquellas que requieren una amplia democratización de las decisiones, la participación y deliberación colectiva, la agilización no burocrática de las asignaciones y los recursos. La centralización de las órdenes y la relación vertical del manejo administrativo choca con la descentralización y horizontalidad de voluntad colectiva, con la deliberación asambleísta, la gestión comunitaria y el control social. Hay pues una clara necesidad de transformaciones institucionales, de construir otro mapa institucional, adecuado a las dinámicas sociales moleculares autogestionarias. En esta zona de tensiones y contradicciones micro-políticas se encuentra el secreto de la transformación, de la continuidad y profundización del proceso. Si no se llega a cambiar la maquinaria institucional se detiene la iniciativa y creatividad popular, delegando la iniciativa a las burocracias. Es el momento, el punto de inflexión, donde se estataliza el proceso revolucionario, reproduciéndose un mapa institucional parecido al anterior, sólo que con más inclusión social. Cuando de lo que se trataba es de las transformaciones institucionales, de la emancipación y liberación social, de la emergencia de la sociedad alternativa, integrando en sus dinámicas sociales formas políticas democráticas y participativas. Evitando la autonomización de lo político y la consecuente subordinación de la sociedad al Estado.
Alexandra Martínez identifica tres ejes del activismo y gestión de lo urbano-popular:
Tres son las líneas claves para impulsar las políticas populares en materia urbana:
• Lucha contra el latifundio urbano y la especulación inmobiliaria. Democratización de la ciudad.
• Transformación de barrios y ciudad: poder popular, justicia territorial y reivindicación del hábitat popular.
• Producción popular del hábitat: producción socialista de la ciudad[27].
Conclusiones
Hugo Chávez forma parte de América Latina y el Caribe, del espacio-tiempo del quinto continente, del espesor histórico-político del continente de los mestizajes barrocos y de la ancestral identidad indígena. Nuestra historia abigarrada, exuberante y heterogénea, historia que se condensa en el dramático recorrido de nuestros héroes y heroínas, mayormente incomprendidos, empero intrépidos y temidos, incluso en su tiempo, que es otro, diferente al nuestro, desde donde los rememoramos. El caudillo que nos ha abandonado y, a la vez, se ha cobijado en la interioridad misma de nuestra memoria y nuestro reconocimiento, es parte de esta historia intempestiva, donde se mezcla la aventura y la resistencia indomable indígena. Es también la migración obligada africana, la otra manifestación morena, que denuncia los orígenes violentos del capitalismo, el comercio sin precedentes de esclavos, y la reiteración de estos orígenes, de esta desposesión y despojamiento, en el despliegue compulsivo de la acumulación de capital. Hugo Chávez es la memoria actualizada de las gestas audaces por emancipaciones y liberaciones soñadas. En este sentido, América Latina y el Caribe es la utopía, el territorio de la utopía. No en vano, el quinto continente, Abya Yala para los pueblos indígenas, América para los modernos, se convierte en el referente de la utopía; este es el lugar del no-lugar, del ninguna parte. Aquí ocurre lo imposible. Por eso Macondo de los Cien años de soledad[28], por eso también la escritura pasional y ética de un Ché Guevara, escritura como gramática de la guerrilla permanente. Hugo Chávez, este oficial latinoamericano se rebela, como otros oficiales nacionalistas y anti-imperialistas, como es el caso de Lázaro Cárdenas, y buscan expresar abiertamente su descontento, la rebelión recóndita que les viene de la tierra, de la experiencia de sus pueblos, donde nacieron. Todos los latinoamericanos y caribeños somos, de alguna manera, así, aunque algunos, la minorías privilegiadas no quieran reconocerlo, pues pretenden imitar lo que no son, la imagen consumista de la burguesía euro-céntrica y norteamericana hegemónica. Las mayorías lo son, quizás de una manera espontanea y hasta “inconsciente”, viven esta mezcla de una manera apasionada, sin entender completamente lo que pasa. Empero lo primordial es que se trata de una experiencia histórica turbulenta, de una aventura interminable, de una búsqueda insaciable de utopías, de proyectos libertarios, de sueños despiertos, de fábulas de ciudades perdidas, de leyendas de riqueza como la del dorado. Sobre todo, en esta historia de múltiples recorridos, en esta multiplicidad temporal, que a veces se presenta como simultaneidad, en vez de sucesiva, lo que late, si se puede hablar así, como duración, como desplazamiento de la memoria, como intuición del tiempo vivido, es lo que llama Georges Bataille el gasto heroico[29]. La entrega pasional sin retorno. Esta es la razón por la que quizás fue a buscar el Che Guevara la muerte en le Higuera. En el caso de Chávez la muerte lo encontró a él en los momentos cruciales de la revolución bolivariana. No deja de ser una tragedia a pesar de que se diga que Chávez vive en nosotros, pues se trata de la continuidad de la convocatoria del mito, de la relación entre memoria y presente popular, de la decodificación multitudinaria de los signos carismáticos. ¿Quién va a seguir con esta comunidad simbólica? ¿O se trata mas bien de continuar sin el mito, continuar por caminos más “racionales”, cuya convocatoria no sea carismática, sino organizacional? Sin embargo, no podemos olvidar que no solamente hay el mito del caudillo o el caudillo como reverberación del mito, sino otros mitos; Sorel consideraba, en sus tiempos, el mito de la huelga general como una gran convocatoria proletaria en lucha contra la burguesía y el capital. Para este autor polémico el mito es voluntad social, convocatoria ética a la movilización general. ¿Cuál es el mito que va a continuar como convocatoria popular? ¿El mito del caudillo sin el cuerpo del caudillo, el caudillo mas bien diseminado en todos, internalizado por los cuerpos de las multitudes? ¿El mito como mandato, en el mejor de los casos, como Constitución, como tarea, la construcción socialista?
Lo que está pendiente no es simple. Fuera de ganar la elecciones, la principal tarea es transformar el modelo económico extractivista y cambiar el modelo de Estado rentista. La consecuencia de esta tarea primordial es la transformación estructural e institucional, conformar un nuevo mapa institucional, donde la institucionalidad sea más bien dinámica, promueva la participación, la gestión y el control social. La otra tarea imprescindible es la transformación de las ciudades, la construcción de urbes del vivir bien, que tienen que ver con las líneas que anotamos anteriormente: Lucha contra el latifundio urbano y la especulación inmobiliaria; democratización de la ciudad; transformación de barrios y ciudad, poder popular, justicia territorial y reivindicación del hábitat popular; producción popular del hábitat: producción socialista de la ciudad. Por otra parte se tienen las tareas de la integración. Materializar el proyecto del sucre, la contra-monea, y el Banco del Sur, la alternativa financiera al sistema financiero mundial. Ambos proyectos no han sido asumidos en su plenitud, ni de acuerdo a cómo fueron concebidos. Su manejo burocrático ha repetido las formas del sistema financiero tradicional y siguen subordinándose al sistema financiero internacional. El ALBA todavía sigue circunscrita a un área de intercambios, de complementariedades, de actividades menores, que no sustituyen al extensivo espacio del mercado mundial. La economía sigue regida por los circuitos monetarios y de circulación, condicionados por la división mundial del trabajo, el comercio mundial y el sistema financiero internacional. UNASUR no debe repetir la historia de las instituciones de integración burocratizadas, donde la integración termina en las oficinas de integración. La integración no es nada sino es integración de los pueblos, no de los estados, menos de sus organismos burocráticos. Lo mismo podemos decir del CELAC[30]. Al respecto, no cabe duda; América Latina y el Caribe deben integrarse, formar un bloque, que no sea sólo un bloque económico alternativo, tampoco sólo un bloque politico alternativo; debe convertirse en un bloque civilizatorio alternativo, convocando a la integración de los pueblos del sur del mundo, apuntando a conformar una organización de naciones unidas del sur, como había pensado Hugo Chávez, empero convocando a los pueblos del norte, que también se encuentran sometidos por el imperialismo financiero, para conformar un modelo civilizatorio alternativo al capitalista.
[1] Guido Gómez de Silva: Breve diccionario etimológico de la lengua española. Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México; México.
[2] Ver de Emile Durkheim: Las reglas del método sociológico. Fondo de Cultura Económica 2001; México.
[3] George Sorel: Reflexiones sobre la violencia. Alianza Editorial 1976; Madrid.
[4] Claude Levi-Strauss: Mitológicas, cuatro tomos. Siglo XXI; 1976; México.
[5] Ver de Gilbert Durand De la mitocrítica al mitoanalisis. Anthropos 1993; Barcelona.
[6] Ver de Raúl Prada Alcoreza La colonialidad como malla del sistema-mundo capitalista. Horizontes nómadas, Bolpress, 2012; La Paz.
[7] Conocedor de esta queja, mi amigo y compañero de lucha por la emancipación de los pueblos de Abya Ayala - el quinto continente, que comprende tanto a llamada Norteamérica como a la llamada Latino América y el Caribe, toponimia que se refiere en realidad a la geografía de parte de Norteamérica, México, Centro América, Sud América y las islas del Caribe -, Edgardo Lander, me invitó a visitar Venezuela, hacer una escala en Caracas y visitar experiencias populares como las de las Comunidades, conocer algunas de las Misiones, además de asistir a foros y seminarios. Esto hubiera suplido, en parte, la falencia mencionada arriba, falencia por la que no me atrevía a opinar sobre la experiencia de la revolución bolivariana. No puede asistir a tan gentil invitación, indispensable por cierto, pues se me cruzó el apoyo a elaborar colectivamente con las organizaciones indígenas de la región andina, agrupadas en la CAOI, un Proyecto de Ley de la Madre Tierra para seis países. Este proyecto de ley todavía está inconcluso; es ciertamente indispensable culminarlo. Me arrepiento entonces no haber aprovechado esa valiosa oportunidad. Ahora hubiera contado con esta aproximación empírica.
[8] Víctor Álvarez R.: La transición al socialismo de la revolución bolivariana. Texto digital, en circulación en la Fundación Rosa Luxemburgo.
[9]Véase al respecto: Movimiento Revolucionario 200. “Agenda Alternativa Bolivariana. Una propuesta patriótica para salir del laberinto. Julio 1996. Analitica.com. “Una Revolución Democrática. La propuesta de Hugo Chávez para transformar a Venezuela” 1998. En: http://www.analitica.com/bitblio/hchavez/programa.asp.
[10] Ibídem. Pág. 3.
[11] Ibídem. Pág. 3.
[12] (Nuevo Mapa estratégico, 2004, 62). Ibídem. Pág. 3.
[13] Ibídem: Págs. 3-4.
[14] Ibídem. Pág. 4.
[15] Ibídem. Págs. 4-5.
[16] Ibídem. Pág. 5. (Chávez, 2012: 2).
[17] Hugo Rafael Chávez Frías. Acto de Firma de Compromiso Socialista de los candidatos del PSUV [en línea] www.abn.info.ve/noticias.php?articulo.
[18] Ibídem. Pág. 6.
[19] Está en preparación un ensayo sobre los fundamentalismo racionalistas, dedicados en gran parte a las corrientes y fracciones marxistas.
[20] Alexandra Martínez: Horizontes de transformación del movimiento urbano popular. En Alternativas al capitalismo, colonialismo, del siglo XXI. Fundación Rosa Luxemburgo, Abya Yala, 2013; Quito.
[21] Ibídem: Págs. 259-260.
[22] Ibídem: Pág. 260.
[23] Ibídem: Págs. 260-261.
[24] Ibídem: Pág. 262.
[25] Ibídem: Pág. 263.
[26] Ibídem: Pág. 268.
[27] Aportes al Programa de la Patria, 2012. Ibídem: Pág. 270.
[28] Novela de Gabriel García Marques.
[29] Ver de Georges Bataille La Parte Maldita. La cuarentena 2007; Buenos Aires.
[30] La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) es un organismo intergubernamental regional, derivado del Grupo de Río y la CALC, la Cumbre de América Latina y del Caribe, grupo que promociona la integración y desarrollo de los países latinoamericanos. Bajo estos antecedentes, la CELAC fue creada el martes 23 de febrero de 2010, en sesión de la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe; esta sesión se llevó a cabo en la ciudad de Playa del Carmen, Quintana Roo, México. La primera Cumbre de la CELAC, con el objeto de su constitución definitiva, optando por la integración como salida a la crisis económica, tuvo lugar en Caracas, Venezuela, los días 2 y 3 de diciembre de 2011. La segunda Cumbre de la CELAC se celebró en Chile en enero de 2013.
Raúl Prada Alcoreza
De acuerdo a la etimología, mito es el relato tradicional relativo a seres sobrenaturales, o a los antepasados o héroes de un pueblo. Mythos, del latín tardío, quiere decir cuento; y mýthos, del griego antiguo, significa fábula[1]. Como se puede ver, la raíz de la palabra mito nos lleva a la significación del relato imaginario sobre los orígenes del cosmos o sobre los orígenes de los pueblos, también relato de la epopeya de los héroes primordiales. Paul Ricoeur entiende que se trata de una trama, de una narración, que articula el principio, la mediación y el desenlace de un texto, en la configuración de una totalidad; es un modelo de concordancia. Emile Durkheim encuentra en el mito la estructura que sostiene valores y la cohesión social[2]. Para George Sorel el mito es como una intuición social que convoca a la acción[3]. Claude Levi-Strauss estudia los mitos como estructuras de racionalizaciones que diferencian y encuentran analogías, que clasifican plantas y animales, que construyen calendarios, usando la fuerte narrativa de imágenes y figuras arquetípicas, las que sufren metamorfosis y cambios[4]. Para una de las corrientes hermenéuticas, dedicadas al estudio e interpretación de los mitos, el mito es la matriz de la cultura, de la narrativa, del imaginario, que es como la totalidad de sentidos de la que nunca salimos[5]. Como se puede ver, estamos ante una gama de interpretaciones del mito; empero, en todas ellas, el mito cobra relevancia; ya sea como relato primordial; ya sea como estructura cultural subyacente; ya sea como imaginario total, que es como decir que nacemos en lo imaginario, que nacemos en el mito; ya sea como intuición convocativa a la acción. Nosotros usaremos la figura del mito en este último sentido, empero, sin descartar los otros usos e interpretaciones del mito.
¿Por qué es importante analizar los acontecimientos desde esta perspectiva? Se acostumbra a analizar la experiencia política desde una perspectiva que llamaremos objetiva, tomando en cuenta la descripción de los hechos, eventos, secuencias, contextos y coyunturas políticas; usando modelos analíticos y teorías explicativas, que orientan el análisis a dar cuenta de causalidades, de estructuras subyacentes, de contradicciones dialécticas, de enfrentamientos de bloques. No desechamos la utilidad de estos análisis; sin embargo, notamos que muchas veces se quedan sorprendidos y sobrepasados por el desborde de acontecimientos políticos inéditos. Sobre todo estos análisis se quedan un tanto atónitos ante la presencia de figuras políticas carismáticas, que subjetivan los enfrentamientos políticos, las luchas sociales, sintetizando densamente el acontecer político en el dramatismo de sus personalidades.
La política, en tanto campo de prácticas y de acciones, y lo político, en tanto campo de distribución de fuerzas, posiciones, dispositivos y agenciamientos, además de instituciones, no son acontecimientos políticos que solamente pueden describirse y explicarse desde una exterioridad académica. La política es una experiencia fuertemente subjetiva; se vive la política pasionalmente, se figura la experiencia política en los imaginarios sociales. Determinados acontecimientos políticos, como las rebeliones, las movilizaciones, las revoluciones, despiertan entusiasmo; otros acontecimientos políticos, como la crisis, el desgaste y el deterioro de los referentes de las expectativas, incluyendo la inercia misma en la que cae la rutina política, desencantan. Estas experiencias no se hacen inteligibles si es que no se consideran la constitución y des-constitución de subjetividades, si es que no se comprende el espesor de la experiencia política. Claro que es indispensable estudiar las políticas públicas, las prácticas, las relaciones y las estructuras en su manifestación objetiva; empero esto no basta. Nos quedaríamos en una descripción que trata a la política como una exterioridad o en una explicación abstracta, que no deja, en todo caso de ser pedante.
La figura del caudillo es indudablemente un acontecimiento político, es un lugar de condensación de la experiencia política, una subjetivación concentrada de de las tensiones y contradicciones políticas, a tal punto que todos sus actos, incluso los más insignificantes, no solamente se convierten en actos públicos, esto ya lo sabíamos, sino se convierten en signos políticos. Adquieren significación, connotación, irradian en el ámbito social, apropiándose del sentido y de los significados de los fenómenos políticos no personalizados. El carisma es seductor y atrayente, se convierte en un núcleo gravitatorio, que captura los entornos, haciéndolos circular alrededor. Lo que importa, en el análisis de estos acontecimientos políticos, centrados en la emergencia carismática, no es, obviamente, descartarlos o reducirlos, menospreciando el caudal emotivo y afectivo de las vivencias políticas, sino, al contrario, tomarlos en cuenta como fenómenos integrales, que logran develar el juego intenso de las fuerzas, sus composiciones y relaciones, sobre todo sus pliegues subjetivos. Los acontecimientos políticos, centrados en el carisma, deberían ser mas bien privilegiados en el análisis.
Ahora bien, el mito no es algo que está en nuestras cabezas, tampoco es una estructura abstracta; el mito es producido y reproducido en la dinámica de las relaciones lingüísticas, discursivas, imaginarias, afectivas, pasionales de la gente. Se figura, configura y refigura en la dinámica de estas relaciones. Son los sujetos sociales los que crean y recrean el mito, así también son los que terminan atrapados en sus redes. Creen que nacen en el mito, que se mueven en el interior de su esfera, y que lo que les ocurre se explica por la trama del mito. Entonces el mito tiene que ser entendido como una estructura imaginaria, construida y reconstruida en las dinámicas relacionales de los sujetos sociales. Hay pues como una “economía política” del mito, si nos excusan de hablar así; donde el mito pretende diferenciarse, separarse, autonomizarse, respecto a sus productores, a sus imaginadores, sobre quienes termina actuando como una “ideología”[6]. De lo que se trata es de efectuar una crítica de la “economía política” del mito, como de toda economía política, en el contexto de su generalización. Empero, esto no significa decir que el mito es un fantasma; al contrario, es una estructura y un ámbito de relaciones dinámicas, que actúan en el cuerpo, induciendo comportamientos y conductas. De lo que se trata es de comprender estas dinámicas relacionales que sintonizan subjetividades, la del caudillo y la del pueblo.
El mito del caudillo
El mito es una trama y un entramado; una trama pues es un tejido, una narrativa, una textura de hilos sensibles e imaginarios, hilos que se encuentran en los filamentos más recónditos del cuerpo; un entramado pues en el mito también se entrelazan tramas. Quizás por eso, el mito se remonta al origen, explica el cosmos por este origen, pero también nuestra tragedia en el acontecer del mundo. El mito avizora entonces, descifrando en las convulsiones de esa matriz, el anuncio de nuestra emancipación. El mito es poderoso pues es la captura de la totalidad por medio del inmediato e intenso procedimiento de la intuición. Sólo la estética y el arte podrían acercarse a una experiencia parecida. El mito remueve nuestras fibras, conmueve nuestro cuerpo, lo empuja al abismo de la nada, otorgándole la plenitud del sentido en su propia caída, en la experiencia de la caída, vivida como una resurrección.
El mito cohesiona, sostiene la consistencia perdurable de la comunidad, al otorgarle una identidad descomunal, a la altura de los dioses o de las fuerzas creativas. El mito comunica en la iniciación al hombre, a la mujer, al guerrero, a la tejedora, con las fuerzas inmanentes del devenir, devenir animal, devenir planta, devenir agua, devenir fuego. El mito es un torbellino pasional sublime, es una hermenéutica sensible del acontecer. Si clasifica es porque todo se conecta, no se divide; no es pues una analítica, sino más bien una “síntesis”; empero una “síntesis” en tanto “experiencia” de la metamorfosis o la metamorfosis hecha “síntesis” mutante.
El mito es memoria, pero, se trata de una memoria simbólica, de una memoria alegórica, cuya narrativa figurativa concibe el tiempo, el transcurrir del tiempo, como una actualidad pura, un acontecimiento fabuloso que repite el eterno retorno del origen. Hay toda clase de mitos experimentados por los pueblos; mitos cósmicos, pero también mitos históricos; mitos del origen del fuego, de la caza, de la agricultura, de la civilización, pero también mitos mesiánicos. El padre y la madre, después de muertos, se convierten en mitos; los padres y madres vivos son vistos como mitos vivientes. Los guerreros se convierten en héroes, los héroes condensan la historia en su epopeya. Los conductores de la guerra anticolonial son nombrados como libertadores; sus nombres y sus perfiles se convierten en la razón de ser las naciones liberadas. Los libertadores se institucionalizan, sus fantasmas acompañan los actos cívicos y adornan las paredes de las oficinas públicas. De alguna manera sus fantasmas han sido domesticados. Sin embargo, pueden reaparecer cuando son convocados nuevamente en la actualización de antiguas luchas.
El mito que revive Hugo Chávez Frías es el del libertador Simón Bolívar. La tarea del libertador ha quedado inconclusa, no hay integración, la constitución de la Patria Grande no se ha realizado. Los pueblos liberados enfrentan ahora otra guerra anti-colonial o, si se quiere, la continuidad de la guerra de la independencia; se trata de la guerra contra la dominación imperialista y el control hegemónico del capital. El golpe del oficial Hugo Chávez es contra la oligarquía entreguista de los recursos naturales, la partidocracias y la corrupción de la clase política. Este gesto es un acto heroico, que convoca a la guerra a las clases populares, gesto que reclama su despertar ente la crisis y decadencia de la república. Años después, la victoria electoral de Hugo Chávez se explica tanto por la convocatoria del mito, así como por la crisis política de Venezuela. Las clases populares respondieron al gesto, a la irradiación del gesto, al golpe de cabeza, efectuada por oficiales intrépidos y grupos de izquierda radicales. La figura del libertador se convirtió en un proyecto: La República Bolivariana de Venezuela. Este proyecto se plasma en la Constitución, que da nacimiento a la quinta república, que ya no ansia una institucionalidad liberal, como en el caso del libertador, sino que busca una transformación socialista. La Constitución es integradora, es participativa, profundiza la democracia, la soberanía adquiere connotaciones omnipresente, recupera los recursos naturales para los venezolanos, se plantea la redistribución del ingreso y la inversión social, enfrentando de cara la estructura de las desigualdades, además de proponerse la integración Latinoamericana y del Caribe. Después de promulgada la Constitución, el gobierno, el partido, los intelectuales comprometidos, las organizaciones sociales, se dan la tarea de definir el nuevo proyecto socialista, nombrado como socialismo del siglo XXI. Las tareas de construcción socialista, las definiciones de este socialismo del siglo XXI aparecen en los planes de desarrollo. En la segunda victoria electoral de Chávez se define el carácter socialista de la revolución bolivariana.
El mito ha removido el suelo y la geología de la formación histórica, social, económica y política venezolana. Después de Chávez Venezuela ya no será la misma; es otra, bolivariana y socialista, tiene como tarea la integración y la igualdad social. Se ha dado una sintonía armoniosa y pasional entre el que encarna el mito y las multitudes, el pueblo, las clases populares. Esta sintonía ha sido acompañada por la organización de movimientos sociales de magnitud, las comunidades, las misiones, la formación masiva de líderes, la inversión social. El golpe militar reaccionario del 2002 se enfrentó a un pueblo organizado, empoderado, convocado, consciente de la certidumbre de los tiempos de cambio y de su responsabilidad histórica. La gigantesca movilización popular derrotó al golpe reaccionario de la oligarquía rentista. Esta victoria popular y el retorno al poder de Hugo Chávez le dio un impulso inmenso a los ritmos del proceso politico y social. El mito se convirtió en el entrañable sentido del proceso, en el intérprete de los acontecimientos, incluso en la significación de la compleja búsqueda de un nuevo horizonte socialista.
No creo que la experiencia del proceso revolucionario bolivariano se pueda explicar por interpretaciones “racionalistas” que desprenden las tesis del partido de vanguardia, tampoco creo que cubra la complejidad del proceso explicaciones economicistas, del tipo contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción, así mismo, son insuficientes tesis como las de la autonomía relativa de la superestructura. Del mismo modo, del otro lado, debemos descartar las tesis simplistas de los apologistas del culto de la personalidad, que convierten al caudillo en el protagonista absoluto de la historia. El caudillo, como veremos más adelante, es una relación entre el mito, la memoria intuitiva, y lo popular, relación afectiva y pasional; relación que emerge de una sintonía entre el flujo figurativo del caudillo, sus discursos, sus acciones, sus gestos, que conforman una narrativa carismática, y los imaginarios populares, las pasiones y expectativas populares, prácticas y habitus populares, que interpretan la narrativa carismática como una convocatoria y una anunciación. El secreto entonces se encuentra en la alteridad popular, que despierta ante el sonido y el simbolismo irradiante del mito.
Los apologistas del caudillo
En este texto no está en cuestión el caudillo; él vive su vida, de una manera propia o impropia, auténtica o inauténtica, lo hace apasionadamente y hasta dramáticamente. Él es, queriéndolo o no, el caudillo; éste imaginario patriarcal cristalizado en los huesos de los humanos desde épocas antiguas. El problema son los apologistas, quienes apuestan con todas sus fuerzas y sus argumentos al caudillo; el caudillo se convierte en sentido de sus vidas, en anhelo encarnecido. Lo invocan y convocan. Para los apologistas el caudillo se convierte una figura explicativa histórica, una figura que hace inteligible el conflicto social y el conflicto político. El caudillo es la razón de ser de los apologistas. A sus ojos el caudillo se convierte en la síntesis suprema histórica, política, social, cultural, psicológica, de las masas, del pueblo. Le otorgan una materialidad vital omnipresente en los acontecimientos, de tal forma que lo convierten en el motor de todo, casi como Dios maquinizado, Deus machina. Para las tesis de los apologistas el caudillo es como el núcleo de un sistema de órbitas; somatizan, simbolizan, subjetivaban, al extremo la historia, que ésta se resume a las compulsiones, pulsiones, afectos del caudillo.
En las tesis de los apologistas del caudillo han desaparecido las dinámicas sociales, las dinámicas políticas, las dinámicas económicas, las dinámicas culturales, los ciclos del capitalismo, las contradicciones histórico-políticas. Todo se resume a una épica, a la epopeya colosal de un enfrentamiento entre el héroe supra-histórico, el caudillo, que es como el bien supremo, contra la monstruosidad de la maquina descomunal y despiadada de la opresión forastera. Los apologistas han construido un nuevo mito fabuloso, el mito de una guerra cósmica entre el caudillo y el fantasma del imperio; otra vez, el bien absoluto en guerra contra el mal absoluto. No vamos a criticar el maniqueísmo inscrito en esta suerte de teoremas mitológicos, sino vamos a anotar lo que hacen desaparecer.
Con estas tesis sobre el caudillo heliocéntrico desaparece la política. Ya no hay política sino “religión”, o un sustituto de la religión. Ha desaparecido la política como campo de fuerzas, como dinámicas moleculares de cohesión y descohesión, como “concentración”, si se puede usar esta palabra, de enfrentamientos económicos, sociales, culturales, territoriales; por lo tanto como diferencias, aunque también como contradicciones. Ha desaparecido la política como dinámica histórica especifica, en su contexto y singularidad. Ha sido convertida, como dijimos, en una epopeya, en una épica, en un mito. Si algo nos dejó el marxismo es precisamente el análisis de las relaciones; el capital como relación, el Estado como relación, la política como proceso de relaciones mutantes. Esta herencia es significativa, a pesar de que los marxistas partidarios hayan vuelto a convertir al marxismo en una “religión”, terminando de endiosar a los teóricos de esta formación enunciativa dialéctica, sobre todo a los conductores de las revoluciones. Tal parece que la mitificación y el maniqueísmo forman parte de los recursos imaginarios más a la mano, muy afines a la reproducción de las estructuras de poder interpeladas. Pues bien, se trata de desplegar este análisis relacional; se trata de analizar, de desmenuzar, los procesos políticos en la composición de sus dinámicas moleculares, en los ámbitos de relaciones en curso, en las coyunturas y contextos específicos, en las singularidades de sus contradicciones.
Desde esta perspectiva, desde el análisis relacional, el caudillo aparece no como el núcleo, el centro, de un sistema de órbitas, sino también como una relación. Relación entre una conformación popular y el mito que anida en su memoria, mito patriarcal, milenarista, ancestral, mesiánico. Cuando se produce la sintonía entre esta memoria y la presencia carismática de un personaje público, cuyo accionar discursivo y práctico, deriva en interpelación, entonces el mito retorna, se encarna, adquiere nombre, perfil propio, se actualiza en una figura. El caudillo es un invento del imaginario popular y el pueblo es el referente de caudillo, el interlocutor, el espacio de irradiación discursiva y afectiva. No se crea que el caudillo haya buscado estos efectos; los caudillos son como las casualidades creativas; aparecen como meteoritos que atraviesan el cielo e impactan en las aguas estancadas de la rutina política de las clases dominantes. Los caudillos no se crean por programa, como proyectos planificados, ni por el deseo de políticos, sino aparecen como lo que son, como acontecimientos políticos. Son vanos los esfuerzos por sustituirlos cuando desaparecen. No hay otros. No porque son sustanciales, únicos, sino porque su acontecer, que responde a la sintonía con las masas, a la relación de lo popular con su mito, como memoria, se da, ocurre, en determinadas circunstancias y bajo determinadas condiciones de crisis. No porque alguien es parecido al caudillo, comparte su ideal, deviene de su etnia, va poder sustituirlo, tiene la posibilidad de ser un caudillo. Este supuesto es la base de la pretensión de muchos; empero se equivocan. No han comprendido el ámbito relacional, la singularidad del momento del campo de fuerzas, que han dado lugar a ese acontecimiento político que llamamos caudillo.
Entonces de lo que se trata es de comprender las dinámicas, las relaciones, las contradicciones, la singularidad de la crisis, que ha hecho aparecer esa relación de lo popular con su memoria. Ahora bien, esta relación carismática, expresa, de una determinada manera, las otras relaciones de sus contextos; las relaciones de poder, las relaciones económicas, las relaciones sociales, las relaciones culturales. La explicación no se encuentra en el caudillo, convertido en una figura que hace inteligible la realidad, como hace el discurso de los apologistas, sino en estos ámbitos de relaciones, en el momento de sus contradicciones y diferencias, además de sus conexiones y entrelazamientos. El caudillo es una figura más, una relación más, en este ámbito de relaciones; es una figura que debe ser también explicada, no es la explicación misma.
El problema no es el caudillo, que vive su vida, como dijimos, sino los apologistas, quienes reinventan el mito sobre la base de la invención del imaginario popular. Lo reinventan “teóricamente” para sostener tesis épicas. Al contrario de lo que creen, esta narrativa no enaltece, no enriquece, la figura del caudillo, sino la simplifica, la convierte en una figura estereotipada, algo así como ocurre con las caricaturas de los dibujos animados respecto a lo que representan, características abstractas y aisladas de valores; bueno, malo, o de sentimientos, orgullo, odio, egoísmo, ambición. Le quitan lo humano que tiene, sus dilemas, sus contrastes y contradicciones, sus debilidades y sus fortalezas, sus experiencias dramáticas de cargar en su cuerpo una compulsa de fuerzas que lo excede. Un análisis de estas figuras carismáticas, más apegadas a la descripción que al mito, ayudaría a comprender mejor las contradicciones en las que se embarcan y avizorar potencialidades emancipadoras de las multitudes, de lo popular, de las clases “subalternas”, que no dependan de la vida dramática del caudillo.
Recorridos y desafíos de la revolución bolivariana
Vamos a intentar abordar una aproximación al proceso revolucionario bolivariano de Venezuela. No es fácil, pues, a pesar de la información con la que se cuenta, no solamente de fuentes primarias y secundarias, sino de encuentros de análisis, de debate y reflexión, falta una experiencia directa en el lugar de los acontecimientos[7]. Por eso considero que es un riesgo atreverme a desplegar una aproximación al proceso bolivariano; sin embargo, dadas las circunstancias y el avance de la polémica en Bolivia, me siento obligado a decir algo, sobre todo después del fallecimiento del líder y el símbolo de la revolución bolivariana, Hugo Chávez Frías. Para tal efecto, cuento con textos de análisis, además de la colaboración y las correcciones de mis amigos/amigas y compañeros/compañeras de lucha, Edgardo Lander, Víctor Álvarez y Alexandra Martínez; los tres venezolanos y ciudadanos de la Patria Grande.
Dibujo del contexto en la historia reciente
Víctor Álvarez escribe en La transición al socialismo de la revolución bolivariana[8] lo siguiente:
Hugo Chávez ganó las elecciones de 1998 con la promesa de convocar una Asamblea Nacional Constituyente para redactar una nueva Constitución, refundar la República y derrotar los flagelos de la pobreza, la desigualdad y la exclusión social. Aunque en las elecciones presidenciales de 1998 se escuchan algunos planteamientos en torno al “nuevo socialismo” y al “socialismo del siglo XXI”, el discurso electoral de Chávez se concentra en el “Poder Constituyente”. Las primeras ideas[9] de la Revolución Bolivariana se encuentran en los documentos la “Agenda Alternativa Bolivariana” y “Una Revolución Democrática. La propuesta de Hugo Chávez para transformar a Venezuela”[10].
Los fundamentos de la revolución bolivariana serán desarrollados en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, aprobada en 1999, así como en los lineamientos del Plan de Desarrollo Nacional 2001-2007. En ese momento, la convocatoria al pueblo radicaba en impulsar la “democracia participativa y protagónica”[11].
Siguiendo el diagnóstico Víctor Álvarez anota:
A partir de la crisis e inestabilidad políticas que comienzan con el Golpe de Estado de 2002, se recrudecen con el paro patronal y el sabotaje petrolero de 2003 y terminan con el Referéndum Revocatorio de 2004, el proceso se radicaliza y aparecen las primeras críticas directas al imperialismo y al capitalismo. Es en el Taller de Alto Nivel de Gobierno, realizado el 12 y 13 de noviembre de 2004 en Caracas, cuando se presenta el “Nuevo Mapa Estratégico”, en cuyo contenido se comienzan a perfilar cambios significativos en relación con la orientación de la Revolución Bolivariana (Chávez, 2004). En esa oportunidad Chávez esboza una primera idea del socialismo que en las próximas elecciones presentaría como opción: “(…) el tema del control social, es básico para la nueva sociedad que tenemos que construir, porque siempre el socialismo ha tenido el problema de que el Estado maneja recursos, pero nunca la población ha tenido el control de esos recursos” [12].
El balance de Víctor Álvarez continúa:
En la Conferencia de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad, a finales de 2004, y en el acto de instalación de la IV Cumbre de la Deuda Social, el 25 de febrero del año 2005, Chávez hizo un llamado más explícito a inventar el socialismo del siglo XXI, sin que se llegará a avanzar más allá de estas referencias aisladas en el contenido de esos discursos. Lo cierto es que desde la aprobación de la Constitución de 1999, hasta la presentación del Primer Plan Socialista de la Nación en 2007, no se plantea formalmente la transformación del capitalismo rentístico en una nueva sociedad socialista. El énfasis se pone en la recuperación de los precios del petróleo y el control de la empresa estatal petrolera (PDVSA) en manos de la tecnocracia, con el fin de financiar la inversión social y reactivar la economía. En el primer período gubernamental de Chávez, la prioridad fue reducir los altos niveles de desempleo, pobreza y exclusión social[13].
La identificación del momento de definición es importante:
Pero es en las elecciones presidenciales de diciembre 2006 cuando surge el planteamiento de declarar el carácter socialista de la Revolución Bolivariana. Luego de siete años en el poder, Chávez planteó abiertamente la orientación socialista que en adelante le daría a su gobierno y, al calor de la campaña electoral como candidato a la reelección presidencial, el líder de la Revolución Bolivariana planteó claramente que “quien vote por Chávez estará votando por el socialismo”.
La demoledora consagración electoral puede ser descifrada como un apabullante respaldo a la orientación socialista del gobierno. La declaración del carácter socialista de la revolución Bolivariana se formalizó en el segundo período presidencial, cuando la Asamblea Nacional aprobó con rango de Ley el “Primer Plan Socialista de la Nación 2007-2013”. Es en este documento donde se destacan los lineamientos generales que guían la construcción del Socialismo del Siglo XXI: nueva ética socialista; suprema felicidad social; democracia protagónica revolucionaria y modelo productivo socialista. También, en este documento se forjan los lineamientos generales de las políticas y estrategias que en adelante serán diseñadas y ejecutadas para avanzar en la construcción del socialismo venezolano[14].
Víctor Álvarez dice que:
La definición de socialismo se desarrolla posteriormente y se encuentra plasmada en el parágrafo 14 del artículo 4 de la Ley de Comunas:
“Socialismo: Es un modo de relaciones sociales de producción centrado en la convivencia solidaria y la satisfacción de necesidades materiales e intangibles de toda la sociedad, que tiene como base fundamental la recuperación del valor del trabajo como productor de bienes y servicios para satisfacer las necesidades humanas y lograr la suprema felicidad social y el desarrollo humano integral. Para ello es necesario el desarrollo de la propiedad social sobre los factores y medios de producción básicos y estratégicos que permita que todas las familias y los ciudadanos y ciudadanas venezolanos/venezolanas posean, usen y disfruten de su patrimonio o propiedad individual o familiar, y ejerzan el pleno goce de sus derechos económicos, sociales, políticos y culturales. Con la creación del Sistema Económico Comunal se plantea avanzar en la transformación del capitalismo rentístico en un modelo productivo socialista, con base en nuevas formas de propiedad social en manos de los trabajadores directos y las comunidades organizadas”[15].
Hugo Chávez, para su tercer mandato, como resultado de las elecciones presidenciales de octubre de 2012, expuso su propuesta “Para la Gestión Bolivariana Socialista 2013-2019”. Propuesta en la que se proyecta una nueva etapa para la Revolución Bolivariana, caracterizada por el fin a las concesiones al sector capitalista, apoyándose en el nuevo marco legal y entorno institucional que se aprobó a los largo del segundo mandato para diseño y ejecutar medidas realmente revolucionarias que permitan la creación de nuevas formas de propiedad social que sean la base para la organización y empoderamiento de los productores directos y la comunidad organizada. En la exposición de su Programa de Gobierno 2013-2019, Chávez plantea claramente lo siguiente:
“No nos llamemos a engaño: la formación socioeconómica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista. Ciertamente, el socialismo apenas ha comenzado a implantar su propio dinamismo entre nosotros. Este es un programa precisamente para afianzarlo y profundizarlo; direccionado hacia una radical supresión de la lógica del capital que debe irse cumpliendo paso a paso, pero sin aminorar el ritmo de avance del socialismo”[16].
El problema de estas tareas es la transición, la forma como se lleva a cabo la transición, cómo se conduce la misma, de qué manera se identifican las áreas de transformación, sus ritmos y sus diferencias. A propósito, Víctor Álvarez anota lo siguiente:
Ahora bien, en el período de transición de la economía capitalista a la economía socialista será necesario delimitar los sectores económicos que el Estado se reserva por razones estratégicas, tales como petróleo, gas, industrias básicas, electricidad, telecomunicaciones, ferrocarriles, metros, puertos y aeropuertos, etc. Al mismo tiempo, será necesario dejar claro en cuáles sectores se permitirá y fomentará la inversión privada nacional y extranjera. Pero lo más importante es identificar los sectores, ramas y productos, comenzando por la producción de las materias primas, bienes intermedios y demás insumos que se requieren para fabricar los componentes de las canastas alimentaria y básica, cuya producción debe quedar bajo el control de los trabajadores directos, los consumidores y la comunidad. En palabras del propio Chávez: “Debemos crear un nuevo modelo productivo, un nuevo modelo de relaciones de propiedad social, directa o indirecta, colectiva y comunal, fundamentados en proyectos eminentemente socialistas”.[17]
La conclusión de esta parte inicial del balance plantea el problema de la transición:
Pero estas definiciones no son precisamente las que han guiado a la Revolución Bolivariana desde su origen. Los triunfos en las elecciones presidenciales de 1998, 2000 o 2006 no constituyen la toma del poder por un partido nítidamente proletario o campesino, con un programa de gobierno que responda a sus intereses de clase. Más bien, fueron el triunfo de una coalición de fuerzas políticas, sociales y económicas en las que coexisten campesinos, obreros y empleados públicos; profesionales y técnicos de la clase media; pequeños, medianos y hasta grandes empresarios conformados por terratenientes, industriales, comerciantes y banqueros que, una vez ganadas las elecciones, comenzaron a pugnar por lograr mayores espacios de poder e instaurar o mantener su dominio a nivel nacional, estatal o municipal; pero que, en la medida que la Revolución se fue radicalizando comenzaron a desmarcarse hasta declararse abiertamente de oposición. En esa coalición de fuerzas políticas favorables al gobierno que ha logrado la mayoría en el parlamento venezolano, las organizaciones obreras, campesinas o sociales no han sido las fundamentales, ni las de mayor fuerza y autonomía como para imponer su programa o agenda por encima de la de otras organizaciones políticas, grupos económicos u organizaciones de base. Por el contrario, las organizaciones obreras y campesinas y los movimientos sociales han sido apenas un apoyo complementario, nada imprescindibles para asegurar la toma del poder político por la vía electoral. Esta realidad se expresa en el debate sobre los diferentes modelos para construir el socialismo venezolano. Se enfrentan las tesis que defienden el viejo dogma de la propiedad estatal sobre todos los medios de producción, hasta las que justifican el apoyo público al capital privado, pasado por las propuestas de priorizar una nueva economía social y popular en manos de los trabajadores directos y de la comunidad organizada[18].
Es ilustrativo el balance que hace Víctor Álvarez de parte del proceso de la revolución bolivariana. Tomando nota y registrando nuestras impresiones, diremos que:
1. Al parecer la revolución bolivariana aparece como proceso constituyente, como desborde del poder constituyente, como interpelación al estado de cosas, a las estructuras de poder, a la desigualdad social, a la oligarquía parásita, a la economía extractivista y el Estado rentista.
2. Se gesta entonces una nueva Constitución, ideando una nueva república, la quinta, cuya composición y contenido responda a la “ideología” bolivariana, basada en el pensamiento de Simón Bolívar, pensamiento actualizado al siglo XXI, transformando su horizonte liberal en un horizonte socialista.
3. La oligarquía y la burguesía rentista venezolana reaccionan ante el avance político popular con un golpe de Estado y boicot a la producción del petróleo. Las tensiones y contradicciones sociales y políticas llegan a un punto máximo. El intento de restauración de la oligarquía y la burguesía es desbaratado por la movilización popular en defensa del presidente Hugo Chávez y por el contragolpe de las Fuerzas Armadas.
4. A partir de esta victoria política y militar popular el proceso se radicaliza. Claramente se propone la transición al socialismo. Se piensa en un socialismo de nuevo cuño, llamado socialismo del siglo XXI. Lo sugerente de este socialismo no está tanto en nombrarse como del siglo XXI, donde una mayoría de comentaristas hacen hincapié, sino en las formulaciones concretas; en la propiedad social sobre los factores y medios de producción básicos y estratégicos que permita que todas las familias y los ciudadanos y ciudadanas venezolanos/venezolanas posean, usen y disfruten de su patrimonio o propiedad individual o familiar, y ejerzan el pleno goce de sus derechos económicos, sociales, políticos y culturales. También con la creación del Sistema Económico Comunal se plantea avanzar en la transformación del capitalismo rentístico en un modelo productivo socialista, con base en nuevas formas de propiedad social en manos de los trabajadores directos y las comunidades organizadas.
5. En este transcurso y ante estas tareas aparecen las dificultades y obstáculos de la transición. Las alianzas políticas en el poder no son las más adecuadas para esta transición y la profundización del proceso. Los sectores que tienen mayor incidencia en el gobierno y en la institucionalidad estatal no son las clases sociales que pueden sostener la construcción del socialismo, el proletariado y los campesinos, tampoco los sectores más populares de las urbes. Se da entonces como una limitación de los alcances y una disminución de los ritmos del proceso, a pesar de los beneficios obtenidos por la inversión social.
6. Hablando de los alcances cualitativos del proceso y de las transformaciones estructurales, se constata que no se ha salido de la economía extractivista y del Estado rentista, que todavía está pendiente la conformación del modelo productivo, orientado a la soberanía alimentaria, basado en gran parte en la propiedad social y la organización comunitaria. Esta constatación fue compartida por el mismo Hugo Chávez.
Devenir revolucionario
A estas alturas del partido, como dice el refrán popular, aludiendo a la experiencia vivida, en este caso experiencia de la humanidad, si podemos hablar así, no es conveniente insistir en la repetición acrítica las formaciones enunciativas y discursivas que dieron lugar a las revoluciones del siglo XX. Mucho menos caer en la apología de estas revoluciones y las que se están dando a fines del siglo XX y principios del siglo XXI. De lo que se trata, indudablemente, es aprender de la experiencia. Replantearse los antiguos problemas heredados y avizorar la nueva problemática. De nada nos sirve el fundamentalismo racionalista[19], menos el fundamentalismo investido de místico; tampoco nos sirve la apología y la defensa propagandística, inútil para abordar los problemas del presente. Estas composturas se convierten mas bien en obstáculos para encarar los problemas y encontrar salidas; se trata ciertamente, en el mejor de los casos, de obstáculos epistemológicos, en el peor de los casos, de obstáculos políticos, pues optan por el autoritarismo secante y formas verticales de centralización de la decisión política, pasando por obstáculos que llamaremos “ideológicos”, debido a las reiterada fetichización de los objetos de poder. Dejemos, entonces, todo esto a un lado. Encaremos los problemas y desafíos desde perspectivas móviles y dinámicas, perspectivas críticas, que se esfuercen por encontrar las estructuras de los problemas, las resistencias de las estructuras de poder subyacentes, los anacronismos insertos en los procesos críticos y de transformación.
De principio, no es ciertamente el fundamentalismo racionalista el que puede ayudarnos en este abordaje crítico e integral, pues el “pecado” de este fundamentalismo racionalista es que parte de un modelo ideal; todo lo que se separa de este modelo es objeto de “crítica”, es errado, es desviación, distorsión, incluso traición. El fundamentalismo racionalista ha reducido los ámbitos de “realidad” al plano racional, haciendo gala, de una manera vulgar, de la tesis hegeliana de que todo lo real es racional y de que todo lo racional es real. Los distintos ámbitos y planos, sedimentaciones, complejidades de la “realidad”, no pueden reducirse al plano racional, independiente de qué racionalidad estemos hablando, ni de qué paradigma y episteme se trate. La complejidad, que tomaremos como sinónimo de “realidad”, excede en mucho, desborda cuantitativa y cualitativamente, si podemos hablar así, a los esquemas de la racionalidad, por más ricos y dinámicos que sean.
Para los casos que nos ocupan, las revoluciones del siglo XX y principios del siglo XXI, ya no es posible juzgarlas a partir de modelos preformados. Las revoluciones son lo que fueron y son lo que son. Responden a acontecimientos compuestos por multiplicidad de singularidades, procesos singulares, dinámicas moleculares, campos, correlaciones, diagramas de fuerzas, que devienen composiciones históricas, políticas, sociales, económicas y culturales, también singulares. La pregunta, respecto a estos acontecimientos, no es ¿por qué se desviaron del modelo?, sino ¿cómo llegaron a ser lo que fueron y lo que son?, también ¿qué dinámicas, qué estructuras, qué campos de relaciones, qué correlación de fuerzas, derivaron en la resultante, en la formación revolucionaria, con todas las aberraciones que pueda contener? Se pueden extender estas preguntas a otras más específicas: ¿por qué se impusieron y no fracasaron, como en otros muchos casos? ¿Por qué perduraron en el tiempo que pudieron mantenerse? ¿Por qué otras siguen perdurando, a pesar de los grandes obstáculos y bloqueos? ¿Por qué las llamadas revoluciones del siglo XXI adquieren un perfil ambiguo, abigarrado y cómo de búsqueda?
En relación a la primera parte de estas preguntas mantendremos, en principio, una hipótesis de trabajo: Las revoluciones socialistas no podían ser sino lo que han sido, el “modelo” real, singular, en cada caso: no podían ser lo que deberían ser según el modelo ideal. La correlación de fuerzas, la composición de las dinámicas moleculares y molares experimentadas, los alcances de la crisis del capitalismo, del Estado, del imperialismo, del colonialismo, los alcances de las propias organizaciones revolucionarias involucradas, derivaron en lo que lograron sus fuerzas. La hipótesis de la conspiración no es aconsejable para explicar estos resultados, la hipótesis de la traición no ayuda a comprender la complejidad de las dinámicas y de los procesos insertos en estos acontecimientos revolucionarios. Aunque hubiera habido mejores conductores, una mejor dirección, lo más probable es que los resultados se hubieran aproximado a lo ocurrido, aunque posiblemente de una mejor manera, con una experiencia más auténtica. Lo mismo podemos decir de las revoluciones del siglo XXI, sobre todo de las que se proponen un horizonte plurinacional. Como por ejemplo, la revolución indígena - es esta la que se experimenta en Bolivia -, es lo que puede ser de acuerdo a la correlación y composición de fuerzas, a pesar del grotesco enfrentamiento paradójico con las naciones y pueblos indígenas en el conflicto del TIPNIS y en los conflictos en tierras altas, sobre todo con el tema de la minería. En lo que respecta a Venezuela, la revolución bolivariana, que se propone un socialismo del siglo XXI, que supere los límites del socialismo real del siglo XX, también se ha topado con contradicciones y dilemas, aunque se nota el alcance mayor, más extenso, del impacto social de la revolución, sobre todo por el empoderamiento, la participación popular y la formación masiva de líderes, en las comunidades y misiones. Al respecto, la pregunta es: ¿cómo estas revoluciones llegaron a ser lo que son? También: ¿Cuáles son las dinámicas moleculares y molares, los procesos singulares, las estructuras, los diagramas de poder, las limitaciones inherentes, que llevaron a las resultantes histórico-políticas que se experimentan?
Sabemos que esta hipótesis es cruda, no permite otras posibilidades, las deja en la virtualidad de la posibilidad, sólo toma como “real” lo que definitivamente se ha realizado. Sin embargo, como hipótesis de trabajo nos ayuda a enfocar el análisis de las formaciones revolucionarias concretas respecto a la composición de sus dinámicas y procesos singulares, no en contraste con los modelos ideales.
En relación al segundo grupos de preguntas, más específicas, dejaremos que el análisis de este ensayo pueda decir algo, tocando los problemas concretos con los que se enfrentan los procesos revolucionarios, además de hurgar en las descripciones más detalladas de algunos aspectos del proceso mismo.
Recogiendo, ahora, el balance que hace Víctor Álvarez de la revolución bolivariana, la primera hipótesis interpretativa que planteamos es: La formación de la consciencia política, de la voluntad política, social y popular, transferida a la Constitución, al desarrollo legislativo y a las transformaciones institucionales, aunque sean parciales, incluyendo la nacionalización del petróleo, el control de PDVSA, la redistribución del ingreso, encarando en gran escala la inversión social, se desenvolvió más rápidamente que las transformaciones estructurales del modelo extractivista y rentista de la economía, también de la política, por cuanto esto afecta al mismo perfil del Estado.
Una de las explicaciones, hipotéticas por cierto, es que las estructuras del modelo extractivista y rentista y del modelo de Estado, burocrático y subalterno, tienen una más larga duración; su ritmo de transformación es más lento y más difícil. Las estructuras del modelo extractivista y rentista resisten los cambios, también las estructuras del modelo de Estado burocrático y subalterno resisten a las reformas y transformaciones institucionales. Hay como hábitos cristalizados en las prácticas de los funcionarios, también, por esto mismo, habiutus internalizados en funcionarios y ciudadanos, subjetividades conservadoras reproducidas en el campo burocrático, en el campo político, pero, también, en el campo escolar. Así mismo se dice que, no es posible cambiar, de la noche a la mañana, la división del trabajo internacional, la división del mercado internacional, asignada por la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Qué estos cambios sólo se pueden dar mundialmente. Esta tesis entra en contradicción con la tesis de soberanía, que al mismo tiempo se sostiene. ¿Cómo puede haber soberanía si se mantiene incólume la dependencia de las llamadas periferias a los centros del sistema-mundo capitalista? La soberanía no puede ser solamente política y jurídica, también requiere ser económica. Se descartan propuestas como las de conformar una economía endógena, aunque no lo hagan de manera directa, sino se diga que corresponde para una siguiente fase. Se dilata una efectiva transformación productiva y a gran escala, experimentando proyectos locales y dispersos, fragmentados, no realizados de manera integral. No se hacen los esfuerzos de impacto extensivo de lograr la soberanía alimentaria; estos proyectos también son locales y dispersos. El grueso de la estructura económica sigue en la inercia reproductiva de la economía extractivista y rentista. ¿Es qué es imposible, por de pronto, en el momento presente, lograr su modificación y transformación?
Víctor Álvarez nos describe una característica problemática en lo que respecta a las alianzas políticas y al peso político de las alianzas. No son los sectores populares, el proletariado y el campesinado, los que tienen una participación decisiva en el gobierno, sino los sectores empresariales que, en principio, se han acercado al gobierno e incorporado a sus políticas, aunque algunos de estos sectores hayan abandonado después el gobierno y se hayan pasado a la oposición, cuando el proceso se ha venido radicalizando. No es que sólo las estructuras extractivistas y rentistas, las estructuras del Estado burocrático, se resisten a cambiar, sino que el perfil de las alianzas políticas es todavía conservadora en relación a las tareas de transformación de estas estructuras. Esto nos traslada directamente a los problemas de la herencia burocrática, de los estilo de gubernamentalidad heredada, de gestión centralizada y administración pesada. Nos encontramos todavía lejos del ejercicio de una democracia participativa, de la gestión social y comunitaria. ¿Es que estos ejercicios y prácticas son difíciles de implementar? ¿Se requiere más tiempo? ¿Se requiere formación de la gente que se involucraría en la gestión participativa? Los conflictos puntuales entre comunidades y burocracia se han dado en relación a los proyectos, a la ejecución de proyectos, a la asignación de recursos, al mismo control de los proyectos.
Tal parece que estas alianzas perdurables con las reminiscencias de las viejas élites, esta reincorporación de los especialistas y técnicos de las burocracias perecederas, terminan reforzando las resistencias, la inercia, la reproducción, la sedimentación geológica, de la estructuras del modelo extractivista y rentista, así como las estructuras fosilizadas el Estado burocrático. Estas formas de gobierno o, mas bien, estas composiciones inherentes a estas formas liberales heredadas, no condicen con la necesidad de trastrocar estas prácticas, estos habitus, estas relaciones burocráticas, esa pesada maquinaria administrativa; no condicen con la necesidad de inventar nuevas formas de gestión, formas dinámicas y participativas, formas donde la administración de las ejecuciones sea una experiencia colectiva y de control social. La gestión burocrática y liberal no condice con la autogestión, la cogestión, la gestión comunitaria y la gestión participativa. Por lo tanto, lo que ponen en mesa estas cuestiones de gestión, de dilemas de la gestión, que pueden ser resumidas al dilema de reproducir una gestión burocrática heredada, especializada en la administración de normas, o inventar una gestión dinámica movilizadora de colectivos y comunidades, las que se apoderen de la gestión, de la administración, de la ejecución, así como de la corrección y retroalimentación, de una manera social, como aprendizaje social, como dinámica social, que compromete al conjunto con la obra, sin delegar la responsabilidad y el control a los especialistas. No se trata de descartar a los especialistas y técnicos; la diferencia radica en que éstos no son los encargados de dirigir, de hacer, de ejecutar, de informar, sino son dispositivos requeridos bajo el control y la participación social.
Desde esta perspectiva, no es que las estructuras del modelo extractivista y rentista, del Estado burocrático, tengan más larga duración, en tanto que la formación de la consciencia interpeladora, la formación de la consciencia histórica, situada en el momento crítico y de emergencia popular, es más bien de corta y de mediana duración, sino que las estructuras del modelo extractivista y rentista, del modelo de Estado burocrático, se reproducen precisamente por la concomitancia de estas alianzas conservadoras, de estas conservaciones del trajín del viejo aparato de Estado, de estas prácticas y habitus del campo burocrático. Por lo tanto, el conflicto ya no se sitúa sólo en el enfrentamiento de clase, en el enfrentamiento político con el bloque de la derecha, sino en los espacios de los engranajes del Estado. Este enfrentamiento es crucial, pues se trata de modificar el contenido, la composición y la ingeniería de los engranajes institucionales, en el caso que se requiera una intervención de desplazamiento más dilatada, o se trata de trastrocar los mismos mecanismos, la arquitectura, la estructura, la ingeniería misma del mapa institucional. El destino del proceso revolucionario se traslada a estos escenarios. Es inútil responder a estos desafíos con propaganda y apologías; esto sólo sirve para convencer a los convencidos y a los no completamente convencidos de los avances efectuados, empero no inciden en lo mínimo en los avances que hay que efectuar.
Los que desdeñan estas tareas urgentes, los que incluso consideran peligroso cualquier observación al respecto, cualquier crítica, develan que se han colocado en la posición conservadora de mantener la inercia del Estado, de contentarse con lo logrado, aunque éste sea sólo el principio de una agenda de transformaciones imprescindibles. No se puede confundir el análisis de una coyuntura del proceso con otro análisis de otra coyuntura, de una fase del proceso con otra; esto equivale a considerar que los problemas siguen siendo los mismos, que el cuadro no ha cambiado, que la lucha con el bloque de la derecha es la misma que antes. Esto equivale a situarse en la trama de una narrativa estereotipada donde se ungen como héroes incontestables, caballeros de triste figura, entrabados en una batalla interminable contra los monstruos del mal. No ven su propia quimera, no ven que las herencias conservadoras se encuentran en ellos mismos, que el combate entonces es también contra esta quimera, que acompaña los habitus y prácticas burocráticas.
Este es quizás el tema más importante de la experiencia de los procesos revolucionarios, aquí se encuentra la raíz de su propia crisis, cuando se topan con las resistencias estructurales de las formas institucionalizadas del Estado que se quiere demoler. En estas situaciones, aparece una tendencia “pragmática” de sentido común, que considera que hay que defender lo avanzado, defender la colina tomada, no arriesgarse en pasos audaces, no tomar todavía otras colinas, utilizar los instrumentos estatales para transformar, aunque estos instrumentos formen parte de la “caja de herramientas” del viejo Estado. No ven que estos instrumentos, cuando funcionan, reproducen el viejo Estado, no construyen el nuevo. La tendencia de seguir transformando, que se basa en la tesis que la mejor defensa es transformar, es más bien minoritaria, sujeta a sospecha, acusada de que termina favoreciendo a la conspiración de la derecha. La tendencia “pragmática” mayoritaria termina imprimiendo su sello al curso del proceso, termina reforzando una posición ambigua a mitad del camino, a mitad del puente. Las políticas públicas terminan siendo una mezcla entre lo nuevo y lo antiguo, los espacios institucionales son espacios de tensión entre la administración normada y las innovaciones incorporadas. Los esfuerzos ya no se los dedica a las transformaciones institucionales, sino a la propaganda, a la publicidad, a la lucha “ideológica”.
A mediano y largo plazo, estas ambigüedades deterioran, confunden, merman y carcomen las fuerzas de la transformación, que detenidas en una inmovilidad expectante o distraídas en campañas electorales, terminan relegando la oportunidad de transformaciones institucionales para otro momento, de un futuro incierto. No se puede pues soslayar, en el análisis de coyuntura, la caracterización de las contradicciones en el momento, el cuadro cambiante de las contradicciones de las fases del proceso. Los que se quedan con una fotografía anterior se quedaron con la imagen de un corte anterior, rumiando el recuerdo de ese presente anterior, sin lograr experimentar plenamente el presente efectivo que se vive.
La base social de la revolución bolivariana
Alexandra Martínez caracteriza la procedencia de los migrantes rurales a las urbes de Venezuela, en Horizontes de transformación del movimiento urbano popular[20], de la siguiente manera:
Venezuela, como país dependiente de la renta petrolera, vivió en el siglo pasado un gran éxodo campesino que recompuso la distribución de su población, actualmente urbana en 90%. Los pobladores que llegaron a las ciudades, se ubicaron en asentamientos improvisados, no planificados, en los alrededores de la zona plana de la ciudad, en las montañas que la bordean (las periferias en las zonas geográficamente mas riesgosas, menos estables y menos accesibles). El éxodo masivo del campo a la ciudad ocurrió en el marco del auge, construcción y hegemonización del imaginario desarrollista, en el cual la renta petrolera y las promesas de la redistribución del ingreso construyeron un discurso de bonanza, riqueza y progreso; de definitiva entrada a la “modernidad”[21].
Le sigue un dibujo genealógico de la relación entre estos pobladores migrantes y la génesis de la ciudad misma:
En estos “márgenes” de las ciudades se conformaron las amplias zonas populares. Allí, los habitantes comenzaron a construir algo más que viviendas o ranchos; comenzaron a construir ciudad. Por un lado, levantaban la ciudad “moderna”, en calidad de mano de obra; esa ciudad de la riqueza proveniente de la renta petrolera. Pero, por otro lado, montaban la ciudad informal, la ciudad “otra”, la que hasta hace algunos años no aparecía en los mapas, la de los márgenes; la ciudad de la exclusión, pero también la ciudad cantera para posibles transformaciones[22].
Se conformaron las Asambleas Barriales de Caracas como organizaciones sociales de defensa popular frente a las políticas neoliberales que se venían implementando. Estas formas de organización participativas, auto-gestionarías y deliberativas desplazaron las formas de ejercicio de la política, cambiando radicalmente el perfil de la intervención social. Alexandra Martínez nos dice que estos cambios se manifiestan en “el caracazo”:
El 27 de febrero de 1989, ocurre “el caracazo”; un levantamiento popular sin direccionamiento politico clásico de ninguna organización, que cuestiono profundamente los cimientos de lo que se suponía era el modelo de “democracia liberal” latinoamericano, en el que se promulgaba la coexistencia, complementariedad y cooperación entre las clases sociales, como mito pacificador y encubridor de las profundas desigualdades existentes. Fueron los pobladores y pobladoras urbanas quienes protagonizaron esta revuelta[23].
“El caracazo” es quizás el antecedente más importante de la historia reciente, de la historia de la revolución bolivariana. Aquí se gesta la base social de la revolución bolivariana, esta experiencia de la revuelta popular es constructiva de la nueva subjetividad popular. Una subjetividad que deja de ser subalterna y tiende a forjar su propia autonomía. Desde esta perspectiva, no se puede decir, como se acostumbra, que los movimientos sociales en Venezuela fueron formados desde arriba, desde el Estado, como si fueran promovidos estatalmente. Esto no es cierto; en esta tesis hay como un intento de sobrevalorar el papel del gobierno popular, el papel del presidente bolivariano. Los movimientos populares no pueden formarse desde arriba, nacen del propio enfrentamiento con las estructuras de dominación, con los aparatos burocráticos que subordinan y marginan a los estratos sociales populares. Nacen en la consecución de sus demandas por mejorar sus condiciones de vida, demandas de vivienda, de tierra, de servicios, de educación, de salud, de trabajo, de medio ambiente sano. Los movimientos populares nacen en la experiencia de las luchas concretas, de luchas por derechos específicos democráticos y humanos. Lo que ocurrió es que estos movimientos populares se encontraron en el camino con la interpelación carismática, con la convocatoria del mito, produciéndose la sintonía explosiva entre lo popular y la interpelación carismática. ¿Se puede decir que el movimiento bolivariano es como la síntesis de estos dos desplazamientos, la constitución del movimiento popular y la emergencia de la figura y el discurso carismático? Depende que queramos decir con síntesis; preferimos hablar de conexión, de sintonía, de articulación, de relación dinámica y complementaria.
Estos movimientos populares urbanos son territoriales, se forjan en los barrios. Alexandra Martínez da una descripción de estas territorialidades urbanas organizativas:
Los barrios se han conformado en el contexto de procesos de ocupación, cuya característica fundamental es la autoconstrucción progresiva a partir de ocupaciones de terreno que no pertenecen, de derecho, a sus pobladores. Estos asentamientos urbanos populares han sido la respuesta desde la gente; la solución habitacional, al margen del financiamiento de planes públicos y privados[24].
Los barrios se conforman tanto en la lucha por la inclusión social como en la lucha por la identidad, por el reconocimiento de una cultura urbana popular:
En gran medida, desde los barrios, las luchas por la democratización de la ciudad surgen con fuerza, en un doble movimiento. Por un lado, exigen el acceso a la ciudad: a la tenencia de la tierra, al acceso a la vivienda, a los servicios básicos (luz, agua, transporte). Son luchas por la inclusión (en algunos casos, en términos de acceso a la redistribución de la renta, para tener la posibilidad de tener un nivel de consumo que nunca han experimentado). Por otro lado, las luchas apuntan al reconocimiento y la identidad: el reconocimiento del barrio como espacio territorial, generado desde sus pobladores y pobladoras, con construcciones culturales, saberes, formas de organización, de resistencia y de vida. Es la pelea por la existencia de un modo de vida distinto al impuesto por el imaginario desarrollista, capitalista y neoliberal[25].
Una combinación de lucha contra las desigualdades, por lo tanto lucha por la igualdad social, lucha democrática por excelencia, y lucha por la identidad, la cultura propia, por lo tanto, lucha por un proyecto civilizatorio alternativo a la modernidad y al desarrollismo. La identificación, que hace Alexandra Martínez, de estas tendencias y composiciones en el movimiento popular urbano, nos ayuda a comprender mejor las dinámicas sociales que sostienen a la revolución bolivariana. Podríamos decir que sería prácticamente imposible un acontecimiento político como el de Hugo Chávez sin la experiencia y la emergencia de movimientos sociales que interpelan el orden institucional existente, particularmente estos movimientos urbanos que jugaron y juegan un papel primordial en la defensa y la continuidad del proceso. Se trata de movimientos que tienen un carácter más de base, tiene que ver con la organización territorial de los barrios. Por lo tanto también se trata de una gestión territorial, de una gestión comunitaria, de la generación de formas de participación y control social. De acuerdo a las formulaciones específicas del socialismo del siglo XXI, de índole más bien práctica que teórica, en esta experiencia de base territorial se encuentra el sostenimiento de un nuevo proyecto socialista, basado en la propiedad social y en la propiedad comunitaria. Las posibilidades de este socialismo del siglo XXI no están pues en la retórica oficial y de los apologistas, quienes, a pesar de sus esfuerzos, no terminan de explicar cuál es la diferencia entre el socialismo real del siglo XX y el socialismo del siglo XXI, sino en la construcción colectiva de la igualdad social y la identidad cultural, construcción que se hace efectiva cuando la participación, la formación, la propiedad social y comunitaria, el control social son los ejes cardinales de esta edificación.
Relación con el Estado: posibilidades y tensiones
El problema en esta transición es entonces la relación con el Estado. Alexandra Martínez nos dice a propósito:
Teniendo como marco el proceso político venezolano, la relación con la institucionalidad forma parte del campo de tensiones en el que se desarrolla la organización urbana y la apuesta por la construcción de otra ciudad; pero, al mismo tiempo, constituye una disputa permanente a la gestión única estatal. Por una parte, es innegable que distintas políticas y propuestas organizativas promovidas desde el gobierno, han generado y permitido amplios espacios de movilización y participación, antes inexistentes. No obstante, estas mismas propuestas pueden llegar a institucionalizar y burocratizar la expresión popular. En la experiencia del movimiento de pobladores, el desafío ha sido pasar de la organización promovida desde el Estado a la construcción de movimiento social, con espacios de autonomía, de construcción y orientación colectiva y propia, donde la relación con el Estado sea desde el dialogo entre sujetos políticos. Por ello, para las organizaciones urbanas las ideas de autogestión, cogestión y cogobierno pasan a ser apuestas fundamentales para pensar cualquier transformación[26].
Este es el lugar problemático de las transformaciones en las transiciones, el lugar o la zona de los relacionamientos con la institucionalidad. Los movimientos sociales se enfrentan a estructuras normadas y administradas de acuerdo a las lógicas de gestión establecida. Estas estructuras no soportan otras formas de gestión, sobre todo aquellas que requieren una amplia democratización de las decisiones, la participación y deliberación colectiva, la agilización no burocrática de las asignaciones y los recursos. La centralización de las órdenes y la relación vertical del manejo administrativo choca con la descentralización y horizontalidad de voluntad colectiva, con la deliberación asambleísta, la gestión comunitaria y el control social. Hay pues una clara necesidad de transformaciones institucionales, de construir otro mapa institucional, adecuado a las dinámicas sociales moleculares autogestionarias. En esta zona de tensiones y contradicciones micro-políticas se encuentra el secreto de la transformación, de la continuidad y profundización del proceso. Si no se llega a cambiar la maquinaria institucional se detiene la iniciativa y creatividad popular, delegando la iniciativa a las burocracias. Es el momento, el punto de inflexión, donde se estataliza el proceso revolucionario, reproduciéndose un mapa institucional parecido al anterior, sólo que con más inclusión social. Cuando de lo que se trataba es de las transformaciones institucionales, de la emancipación y liberación social, de la emergencia de la sociedad alternativa, integrando en sus dinámicas sociales formas políticas democráticas y participativas. Evitando la autonomización de lo político y la consecuente subordinación de la sociedad al Estado.
Alexandra Martínez identifica tres ejes del activismo y gestión de lo urbano-popular:
Tres son las líneas claves para impulsar las políticas populares en materia urbana:
• Lucha contra el latifundio urbano y la especulación inmobiliaria. Democratización de la ciudad.
• Transformación de barrios y ciudad: poder popular, justicia territorial y reivindicación del hábitat popular.
• Producción popular del hábitat: producción socialista de la ciudad[27].
Conclusiones
Hugo Chávez forma parte de América Latina y el Caribe, del espacio-tiempo del quinto continente, del espesor histórico-político del continente de los mestizajes barrocos y de la ancestral identidad indígena. Nuestra historia abigarrada, exuberante y heterogénea, historia que se condensa en el dramático recorrido de nuestros héroes y heroínas, mayormente incomprendidos, empero intrépidos y temidos, incluso en su tiempo, que es otro, diferente al nuestro, desde donde los rememoramos. El caudillo que nos ha abandonado y, a la vez, se ha cobijado en la interioridad misma de nuestra memoria y nuestro reconocimiento, es parte de esta historia intempestiva, donde se mezcla la aventura y la resistencia indomable indígena. Es también la migración obligada africana, la otra manifestación morena, que denuncia los orígenes violentos del capitalismo, el comercio sin precedentes de esclavos, y la reiteración de estos orígenes, de esta desposesión y despojamiento, en el despliegue compulsivo de la acumulación de capital. Hugo Chávez es la memoria actualizada de las gestas audaces por emancipaciones y liberaciones soñadas. En este sentido, América Latina y el Caribe es la utopía, el territorio de la utopía. No en vano, el quinto continente, Abya Yala para los pueblos indígenas, América para los modernos, se convierte en el referente de la utopía; este es el lugar del no-lugar, del ninguna parte. Aquí ocurre lo imposible. Por eso Macondo de los Cien años de soledad[28], por eso también la escritura pasional y ética de un Ché Guevara, escritura como gramática de la guerrilla permanente. Hugo Chávez, este oficial latinoamericano se rebela, como otros oficiales nacionalistas y anti-imperialistas, como es el caso de Lázaro Cárdenas, y buscan expresar abiertamente su descontento, la rebelión recóndita que les viene de la tierra, de la experiencia de sus pueblos, donde nacieron. Todos los latinoamericanos y caribeños somos, de alguna manera, así, aunque algunos, la minorías privilegiadas no quieran reconocerlo, pues pretenden imitar lo que no son, la imagen consumista de la burguesía euro-céntrica y norteamericana hegemónica. Las mayorías lo son, quizás de una manera espontanea y hasta “inconsciente”, viven esta mezcla de una manera apasionada, sin entender completamente lo que pasa. Empero lo primordial es que se trata de una experiencia histórica turbulenta, de una aventura interminable, de una búsqueda insaciable de utopías, de proyectos libertarios, de sueños despiertos, de fábulas de ciudades perdidas, de leyendas de riqueza como la del dorado. Sobre todo, en esta historia de múltiples recorridos, en esta multiplicidad temporal, que a veces se presenta como simultaneidad, en vez de sucesiva, lo que late, si se puede hablar así, como duración, como desplazamiento de la memoria, como intuición del tiempo vivido, es lo que llama Georges Bataille el gasto heroico[29]. La entrega pasional sin retorno. Esta es la razón por la que quizás fue a buscar el Che Guevara la muerte en le Higuera. En el caso de Chávez la muerte lo encontró a él en los momentos cruciales de la revolución bolivariana. No deja de ser una tragedia a pesar de que se diga que Chávez vive en nosotros, pues se trata de la continuidad de la convocatoria del mito, de la relación entre memoria y presente popular, de la decodificación multitudinaria de los signos carismáticos. ¿Quién va a seguir con esta comunidad simbólica? ¿O se trata mas bien de continuar sin el mito, continuar por caminos más “racionales”, cuya convocatoria no sea carismática, sino organizacional? Sin embargo, no podemos olvidar que no solamente hay el mito del caudillo o el caudillo como reverberación del mito, sino otros mitos; Sorel consideraba, en sus tiempos, el mito de la huelga general como una gran convocatoria proletaria en lucha contra la burguesía y el capital. Para este autor polémico el mito es voluntad social, convocatoria ética a la movilización general. ¿Cuál es el mito que va a continuar como convocatoria popular? ¿El mito del caudillo sin el cuerpo del caudillo, el caudillo mas bien diseminado en todos, internalizado por los cuerpos de las multitudes? ¿El mito como mandato, en el mejor de los casos, como Constitución, como tarea, la construcción socialista?
Lo que está pendiente no es simple. Fuera de ganar la elecciones, la principal tarea es transformar el modelo económico extractivista y cambiar el modelo de Estado rentista. La consecuencia de esta tarea primordial es la transformación estructural e institucional, conformar un nuevo mapa institucional, donde la institucionalidad sea más bien dinámica, promueva la participación, la gestión y el control social. La otra tarea imprescindible es la transformación de las ciudades, la construcción de urbes del vivir bien, que tienen que ver con las líneas que anotamos anteriormente: Lucha contra el latifundio urbano y la especulación inmobiliaria; democratización de la ciudad; transformación de barrios y ciudad, poder popular, justicia territorial y reivindicación del hábitat popular; producción popular del hábitat: producción socialista de la ciudad. Por otra parte se tienen las tareas de la integración. Materializar el proyecto del sucre, la contra-monea, y el Banco del Sur, la alternativa financiera al sistema financiero mundial. Ambos proyectos no han sido asumidos en su plenitud, ni de acuerdo a cómo fueron concebidos. Su manejo burocrático ha repetido las formas del sistema financiero tradicional y siguen subordinándose al sistema financiero internacional. El ALBA todavía sigue circunscrita a un área de intercambios, de complementariedades, de actividades menores, que no sustituyen al extensivo espacio del mercado mundial. La economía sigue regida por los circuitos monetarios y de circulación, condicionados por la división mundial del trabajo, el comercio mundial y el sistema financiero internacional. UNASUR no debe repetir la historia de las instituciones de integración burocratizadas, donde la integración termina en las oficinas de integración. La integración no es nada sino es integración de los pueblos, no de los estados, menos de sus organismos burocráticos. Lo mismo podemos decir del CELAC[30]. Al respecto, no cabe duda; América Latina y el Caribe deben integrarse, formar un bloque, que no sea sólo un bloque económico alternativo, tampoco sólo un bloque politico alternativo; debe convertirse en un bloque civilizatorio alternativo, convocando a la integración de los pueblos del sur del mundo, apuntando a conformar una organización de naciones unidas del sur, como había pensado Hugo Chávez, empero convocando a los pueblos del norte, que también se encuentran sometidos por el imperialismo financiero, para conformar un modelo civilizatorio alternativo al capitalista.
[1] Guido Gómez de Silva: Breve diccionario etimológico de la lengua española. Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México; México.
[2] Ver de Emile Durkheim: Las reglas del método sociológico. Fondo de Cultura Económica 2001; México.
[3] George Sorel: Reflexiones sobre la violencia. Alianza Editorial 1976; Madrid.
[4] Claude Levi-Strauss: Mitológicas, cuatro tomos. Siglo XXI; 1976; México.
[5] Ver de Gilbert Durand De la mitocrítica al mitoanalisis. Anthropos 1993; Barcelona.
[6] Ver de Raúl Prada Alcoreza La colonialidad como malla del sistema-mundo capitalista. Horizontes nómadas, Bolpress, 2012; La Paz.
[7] Conocedor de esta queja, mi amigo y compañero de lucha por la emancipación de los pueblos de Abya Ayala - el quinto continente, que comprende tanto a llamada Norteamérica como a la llamada Latino América y el Caribe, toponimia que se refiere en realidad a la geografía de parte de Norteamérica, México, Centro América, Sud América y las islas del Caribe -, Edgardo Lander, me invitó a visitar Venezuela, hacer una escala en Caracas y visitar experiencias populares como las de las Comunidades, conocer algunas de las Misiones, además de asistir a foros y seminarios. Esto hubiera suplido, en parte, la falencia mencionada arriba, falencia por la que no me atrevía a opinar sobre la experiencia de la revolución bolivariana. No puede asistir a tan gentil invitación, indispensable por cierto, pues se me cruzó el apoyo a elaborar colectivamente con las organizaciones indígenas de la región andina, agrupadas en la CAOI, un Proyecto de Ley de la Madre Tierra para seis países. Este proyecto de ley todavía está inconcluso; es ciertamente indispensable culminarlo. Me arrepiento entonces no haber aprovechado esa valiosa oportunidad. Ahora hubiera contado con esta aproximación empírica.
[8] Víctor Álvarez R.: La transición al socialismo de la revolución bolivariana. Texto digital, en circulación en la Fundación Rosa Luxemburgo.
[9]Véase al respecto: Movimiento Revolucionario 200. “Agenda Alternativa Bolivariana. Una propuesta patriótica para salir del laberinto. Julio 1996. Analitica.com. “Una Revolución Democrática. La propuesta de Hugo Chávez para transformar a Venezuela” 1998. En: http://www.analitica.com/bitblio/hchavez/programa.asp.
[10] Ibídem. Pág. 3.
[11] Ibídem. Pág. 3.
[12] (Nuevo Mapa estratégico, 2004, 62). Ibídem. Pág. 3.
[13] Ibídem: Págs. 3-4.
[14] Ibídem. Pág. 4.
[15] Ibídem. Págs. 4-5.
[16] Ibídem. Pág. 5. (Chávez, 2012: 2).
[17] Hugo Rafael Chávez Frías. Acto de Firma de Compromiso Socialista de los candidatos del PSUV [en línea] www.abn.info.ve/noticias.php?articulo.
[18] Ibídem. Pág. 6.
[19] Está en preparación un ensayo sobre los fundamentalismo racionalistas, dedicados en gran parte a las corrientes y fracciones marxistas.
[20] Alexandra Martínez: Horizontes de transformación del movimiento urbano popular. En Alternativas al capitalismo, colonialismo, del siglo XXI. Fundación Rosa Luxemburgo, Abya Yala, 2013; Quito.
[21] Ibídem: Págs. 259-260.
[22] Ibídem: Pág. 260.
[23] Ibídem: Págs. 260-261.
[24] Ibídem: Pág. 262.
[25] Ibídem: Pág. 263.
[26] Ibídem: Pág. 268.
[27] Aportes al Programa de la Patria, 2012. Ibídem: Pág. 270.
[28] Novela de Gabriel García Marques.
[29] Ver de Georges Bataille La Parte Maldita. La cuarentena 2007; Buenos Aires.
[30] La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) es un organismo intergubernamental regional, derivado del Grupo de Río y la CALC, la Cumbre de América Latina y del Caribe, grupo que promociona la integración y desarrollo de los países latinoamericanos. Bajo estos antecedentes, la CELAC fue creada el martes 23 de febrero de 2010, en sesión de la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe; esta sesión se llevó a cabo en la ciudad de Playa del Carmen, Quintana Roo, México. La primera Cumbre de la CELAC, con el objeto de su constitución definitiva, optando por la integración como salida a la crisis económica, tuvo lugar en Caracas, Venezuela, los días 2 y 3 de diciembre de 2011. La segunda Cumbre de la CELAC se celebró en Chile en enero de 2013.
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