Linchamiento político auspiciado por los poderes ejecutivo y legislativo, las cámaras empresariales y las cúpulas financieras interesadas en el negocio de la educación privada
Al maestro con cariño
Hermann Bellinghausen
La Jornada
08 abril 2013
Un dato clave para calibrar el deterioro alcanzado por el modelo social dominante en México es el odio desatado desde el poder (los poderes) contra los maestros. Lo que adquiere ya dimensiones de linchamiento mediático no es otra cosa que una guerra de clase y a muerte contra la figura alguna vez entrañable del mentor, desatada por las autoerigidas “educadoras” de la Nación, y “jueces” cuando se les pega la gana: las televisoras comerciales y la prensa satélite del poder. Presentan a los maestros, disidentes o no, como escoria digna de prisión y represión; buscan destruir el prestigio, la autoridad moral, el sentido de social y, sí, educativo, de su servicio cotidiano. El linchamiento es político, y lo auspician los poderes ejecutivo y legislativo, las cámaras empresariales y las cúpulas financieras interesadas en el negocio de la educación privada. Toda esta basura del poder ¿cómo se atreve a tratar así a los maestros de primaria, los profes, las mises de kinder, los docentes de CQ, prepa, universidad pública, instituto técnico, escuela normal y de enseñanza bilingüe?
Un país que no estima a sus maestros está enfermo. No sólo aquí (basta ver las tendencias en Estados Unidos). No podemos permitir que los dobleguen. Empezando por lo de “maestro/luchando/también está enseñando”, son con demasiada frecuencia (incluso los integracionistas, aunque algunos han servido a la contrainsurgencia) de lo mejor que le puede pasar a un barrio, un pueblo o una colonia en cualquier punto de la golpeada geografía nacional.
Siempre los han temido las fuerza conservadoras, los intereses confesionales y las agencias del intervencionismo. Bien que fueron blanco de la barbarie cristera contra la educación popular y socialista: los desorejaban. Qué otra cosa si no están haciendo ahora los comentaristas e intelectuales mediáticos, y más directamente las policías y las fuerzas armadas.
Con la tele pasas, ni siquiera lo haces de panzazo. Con la tele sacas puro 10, y más si consumes como ella enseña. Adicionalmente, los poderes políticos, y los fácticos, la hicieron de doctor Frankenstein, procrearon horrendas creaturas magisteriales y las “empoderaron” (horrenda palabra) para corromper en cadena una burocracia enriquecida, parapetada tras sus castillos de naipes. Resulta insultante que el término “la maestra” remita a la títere mayor del freak show en que se han convertido la vida pública y la impartición de justicia. Todas las maestras de verdad deberían demandarla por usurpar y ensuciar el título (y por birlarse o jinetear sus cuotas sindicales).
Como los campesinos, los pueblos indígenas, y los cada día menos trabajadores organizados, los maestros son un elemento real de nuestra realidad, que es indispensable y persiste pese a sus liquidadores.
La enseñanza pública es atacada desde todos los frentes, y aunque no siempre se defiende de la manera más sensata, no se da por vencida. Los conflictos de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, los Colegios de Ciencias y Humanidades, las prepas, y el tratamiento que reciben de columnistas, telediarios y comentaristas radiofónicos son parte de lo mismo. Nos presentan a los estudiantes de abajo y los maestros ídem como villanos que toman escuelas, bloquean autopistas y, horror, centros comerciales, nada más por molestar, de seguro con aviesas intenciones. “Quieren conservar privilegios”, acusa desde su privilegiado cinismo el “magisterio” electrónico en plena expansión curricular.
Las batallas han sido muchas. ¿Buscan los poderes la escaramuza final? ¿Y contra quién? Contra la posiblemente única persona que llega a cualquier paraje de la Nación con un libro en la mano y una idea organizada del silabario; la encarnación no importa cuan pálida del Prometeo portador de la llama. Debía admirarnos que, con todo en contra, las tripas al aire y casi contra la razonable esperanza, el magisterio se siga rebelando y resista cuando el Estado lo combate.
Además, estos maestros son pobres. En ellos encontramos cientos de miles de historias reales, vidas verdaderas de mexicanos que hubieran podido convertirse en soldados, policías, comerciantes informales, migrantes invisibles, pero eligieron ser profesores y servir a las comunidades.
Aprovecharon lo que les dio la enseñanza pública, única a que había acceso antes de las telenovelas, y aún ahora la alternativa más viable para una formación intelectual, política y ética a salvo de las creencias religiosas y las reducciones triviales del entretenimiento masivo. Hace décadas Carlos Monsiváis ya decía que la verdadera “secretaría” de educación pública era Televisa. El salinismo añadió TV Azteca.
La guerra contra los maestros no es nueva. Su resistencia tampoco. El magisterio que defiende (en el sentido más amplio) su plaza, mantiene abierta la vía a otro mundo posible, distinto del apagón programado y en curso para los cerebros niños y jóvenes. Por eso los necesitamos: autónomos o institucionales, oficialistas o disidentes. Maestros que no se dejen.