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Bolivia: Composición social y límites de la potencia insurgente de la plebe

Arturo D. Villanueva Imaña :: 13.05.13

Contribuir a la comprensión y análisis sobre los motivos, la fuerza y los límites de la insurgencia plebeya, con el objeto de perfilar las alternativas y el potencial transformador (o regresivo y retrógrado) que quedan a futuro en el marco del proceso de cambio y transformación nacional.

Actualizado el 2013-05-09 a horas: 21:12:58
Composición social y límites de la potencia insurgente de la plebe
Insurgencia y potencia plebeya

Arturo D. Villanueva Imaña *
Existe una preocupación generalizada en la población acerca de la elevada y permanente conflictividad social que nos afecta y, en algunos casos, enfrenta. El presente artículo buscará contribuir a la comprensión y análisis sobre los motivos, la fuerza y los límites de la insurgencia plebeya, con el objeto de perfilar las alternativas y el potencial transformador (o regresivo y retrógrado) que quedan a futuro en el marco del proceso de cambio y transformación nacional.

Sociedades como la boliviana, caracterizadas por su condición neocolonial donde aún persisten economías y sistemas de producción precapitalistas que se encuentran junto a modernas tecnologías y métodos capitalistas de explotación de la fuerza de trabajo y la naturaleza; también albergan y condensan un conglomerado social muy heterogéneo y abigarrado como su economía.

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En este tipo de sociedad es posible identificar desde pequeñas (pero económica y políticamente influyentes) capas de terratenientes, agroindustriales, banqueros y tecnócratas dependientes de grandes empresas transnacionales (que constituyen una especie de burguesía fracasada que no ha logrado constituirse como clase ni como proyecto político), pasando por una muy amplia y diversa clase media compuesta por artesanos, comerciantes, pequeños propietarios agrícolas y campesinos, funcionarios públicos como maestros, empleados de salud, etc., transportistas y choferes, trabajadores por cuenta propia, albañiles y mineros cooperativistas, todos ellos que, dependiendo de la situación económica nacional, las condiciones de explotación y las relaciones de producción y trabajo que prevalecen en sus respectivas actividades económicas, generalmente fluctúan entre su crónico empobrecimiento (que ha sido una constante en el pasado) y la posibilidad de acumular ingresos y constituirse en una clase media enriquecida, que refleja la pulsación natural de sus aspiraciones e intereses.

A esta tipología social se incluye una reducida clase obrera y proletaria (que social y políticamente ha sido dispersada y prácticamente anulada como resultado de las medidas de “relocalización” neoliberal y, especialmente, por la violenta represión y hostigamiento militar que se produjo a la Marcha Minera por la Paz del año 1986, que terminó desarticulando y debilitando al extremo aquella otrora poderosa COB y FSTMB que constituían el símbolo social y nacional de la combatividad y la conciencia política en el país), junto a sectores desocupados, empleados temporales en diversas actividades, trabajadores ambulantes y población rural depauperada y empobrecida que subsiste en condiciones extremas tanto en las ciudades como en las propias comunidades de origen.

Esta escueta caracterización social de nuestra sociedad, nos permite apreciar por una parte la diversidad, amplitud y complejidad de sectores y estamentos sociales que la componen, así como la base donde se asienta la conformación y organización de los sectores y movimientos sociales, cuya potencia expresiva e interpeladora se manifiesta recurrentemente.

Dejando al margen el primer grupo protoburgués que a pesar de su peso económico e influencia política, también constituye una clase dominada y sometida a los intereses capitalistas y transnacionales (lo que en determinadas coyunturas y condiciones puede despertar un impulso por la recuperación de la soberanía y la liberación nacional); seguramente coincidiremos en la tipificación por la cual las denominadas clases medias, el proletariado y los demás sectores explotados a los que se hizo referencia más arriba, constituyen el sujeto plebeyo (aunque no homogéneo y sí popular) de nuestra sociedad y al que dedicaremos el análisis que sigue en este artículo.

Origen y límites de la potencia insurgente de la plebe

Se ha discutido mucho y también se han efectuado importantes aportes al conocimiento sobre la insurgencia plebeya y los motivos que originan su movilización y levantamiento en diverso tipo de circunstancias. Sea como resultado de momentos de conflicto y crisis social o como expresión de coyunturas de cambio y transformación que han seguido a la detonación de revueltas populares, movilizaciones sociales, o luchas de larga duración; o sea como expresión de la pugna por intereses que en unos casos pueden limitarse a demandas y reivindicaciones sectoriales, inmediatistas y coyunturales, o como expresión de luchas por el interés mayor y los objetivos nacionales; con seguridad encontraremos que junto a estos momentos de rebeldía y movilización social, los actores protagónicos serán precisamente aquellos actores plebeyos, compuestos por aquella diversidad de sectores sociales mencionados más arriba, que en algunos casos se movilizarán de forma aislada y, en otros, de forma conjunta en una lucha popular de mayores alcances.

En la generalidad de los casos, como una constante que a medida que pasa el tiempo se va mostrando cada vez más agresiva e intransigente, la movilización y adopción de diversas medidas parece constituir su característica más importante. Parece como si hubiesen comprendido que cuanto más agresiva y violenta sea la medida de presión adoptada (bloqueos, crucifixiones, tapiados, huelgas de hambre…), mayores posibilidades de éxito tendrán para cumplir sus objetivos y alcanzar sus demandas. Se ha llegado al punto de bloquear carreteras principales y paralizar el tránsito interdepartamental, para expulsar autoridades locales indeseadas, para construir una pequeña obra comunitaria, o demandar algún servicio que eventualmente constituyen aspectos que podrían ser resueltos localmente, pero que invariablemente exigen la presencia de autoridades nacionales o al menos departamentales para abrir espacios de dialogo.

En todo caso, lo que aquí se quiere llamar la atención, no es solamente por aquellas características de predisposición insurgente, potencia movilizadora y rebeldía plebeya que histórica y cotidianamente se puede verificar en los conflictos y movilizaciones sociales de diversa envergadura; sino sobre las causas que originan dicha predisposición, potencia y rebeldía.

En otras palabras, se ha insistido mucho respecto de los móviles y los objetivos que explican la insurgencia y predisposición plebeya para involucrarse en diversos momentos de movilización y rebeldía. Es más, también se ha hecho énfasis en aquella potencia y fuerza que, muy especialmente en nuestro país, suelen emplear los sectores plebeyos cuando deciden comprometerse con una causa y luchar por alcanzar sus objetivos. Sin embargo y aunque pudiera parecer un hecho obvio, no se ha prestado la misma atención, ni se ha utilizado el mismo énfasis para referirse a las condiciones de sometimiento, explotación y discriminación que constituyen una constante en su vida. Es decir, se ha olvidado prestar atención a las causas que originan su constante predisposición a la lucha, la movilización o la insurgencia.

Desde esa perspectiva, lo que podría decirse de una buena parte de los análisis efectuados, es que han destacado una especie de vocación innata por la lucha y la movilización social, como si ella explicase al fin sus alcances y proyecciones. Es decir, importa más indagar acerca de los efectos y consecuencias que dan como resultado la insurgencia y movilización popular, que establecer las causas y los límites de esas luchas.

En el primer caso, sobre el origen de esa predisposición plebeya, la explicación se encuentra en las míseras condiciones de vida y trabajo, la falta de acceso a los más elementales servicios básicos y, principalmente, a las condiciones de explotación, sometimiento y exclusión social, étnico cultural y económica; pero que además, en nuestro caso, atraviesa los planos individual, colectivo (es decir como pueblos y culturas con identidad propia y como sectores sociales) y nacional (en tanto dependencia y sometimiento neocolonial e imperialista sobre el país).

Al observar de esta manera el asunto y su complejidad, en realidad lo que se busca es desentrañar los límites de la insurgencia y la potencia plebeyas. Por eso se ha hecho una referencia global y forzadamente homogénea a lo plebeyo, para entender el por qué de su predisposición a la insurgencia, movilización y lucha; sin embargo, al incorporar los factores causales que los originan, estamos buscando identificar el tipo de reacción que esas mismas causas tienen en cada uno de los sectores que componen al sujeto plebeyo.

Ahora bien, establecidas las causas de la belicosidad y la furia plebeyas, así como de los motivos que impulsan su recurrente predisposición a movilizarse y luchar, es importante volcar la vista a la composición social y los intereses que defienden cada uno de los sectores que componen ese sujeto plebeyo al que hacemos referencia. Al hacerlo encontramos también los límites de sus luchas; es decir, hasta dónde son capaces de llevar su rebeldía. Desde esa perspectiva, es claro que las luchas emprendidas por mineros y obreros asalariados respecto de lo que defienden comerciantes o transportistas, efectivamente no tendrán el mismo propósito. Tampoco habrá plena coincidencia si se trata de campesinos y colonizadores, respecto de lo que pueden demandar artesanos o pequeños empresarios.

En fin, lo que se busca destacar es que si bien como conjunto aquel sujeto plebeyo sufre casi por igual las condiciones de sometimiento, explotación y discriminación y, consiguientemente, en forma coyuntural tiene condiciones para establecer alianzas entre sectores sociales y emprender luchas por objetivos comunes, pero circunstanciales; a la larga y en perspectiva, cada uno de ellos tenderá específicamente a defender sus intereses sectoriales, en correspondencia a la relación que guarda con la propiedad, los medios de producción y la forma de trabajo de su clase. Los límites y el contenido de las luchas sociales y populares, entonces, están marcadas por el tipo de la clase social que las emprenda y abandere.

Implicaciones y salidas

Esta argumentación que podría ser criticada por entenderse como una traducción de manuales elementales del marxismo, en realidad tiene una profunda significación a la hora de entender asuntos de mayor envergadura. Por ejemplo, por qué se produce una proliferación de conflictos que se limitan y terminan secuestrados por la lucha inmediatista y sectorial, cuando en realidad existen condiciones y potencial de cambio o, lo que es aún mucho peor, que movimientos sociales dirigidos por clases vanguardistas y revolucionarias, o por sectores populares y plebeyos que tienen potencial de cambio y se plantean tareas de transformación, terminen siendo caldo de cultivo para procesos regresivos y restauradores, en vista de que solo se limitan a resolver problemas nacionales rezagados, o sencillamente se plantean demandas coyunturales o corporativas, con lo cual contribuyen a retornar a kilómetro cero, procesos que ofrecían condiciones para transformaciones más profundas.

Es más, en coyunturas de cambio y transformación como la que vive nuestro país, este tipo de situaciones de conflicto y confrontación, donde se ponen a la luz los verdaderos intereses en pugna, indudablemente surge el debate acerca del futuro de la nación y cuáles son los caminos para superar aquella condición de “nación atrasada” que se ha convertido en una especie de identificativo. Es decir, se vuelve a reproducir aquel dilema permanente por el cual la disyuntiva consiste en superar esa “nación atrasada” que es asociada a la idea de pobreza, hambre, baja cobertura de servicios, falta de integración nacional, bajo uso de energía, etc., frente a otra manera de entender el atraso, como rezago histórico y capacidad transformadora, que ha sido lúcidamente traducida como aquella “condición de posibilidad” que René Zavaleta planteaba.

El sucesivo e histórico desperdicio de este tipo de coyunturas nos ha retornado a ese círculo vicioso de lamentaciones por el que no ha sido posible avanzar en la superación de esa condición de atraso y, peor aún, se ha tenido que retroceder o retornar a la condición conservadora inicial (sea por la vía de la traición o la restauración de los procesos emprendidos), que al final de cuentas nos lleva también a esa recurrente pregunta que suele ser planteada como recriminación, del por qué los sectores populares y los movimientos sociales se entrampan y limitan en demandas sectoriales e inmediatistas.

En este punto, sea oportuno incorporar aquella variable del lugar que cada sector social ocupa en el proceso productivo y las relaciones que establece con los medios de producción, porque por más elemental que pudiera parecer, puede constituir la llave maestra que impida estancar y/o retroceder a procesos de transformación como el que se encara en Bolivia.

En la medida en que los procesos sociales y políticos que se han puesto en marcha, sean acompañados paralela y simultáneamente por la transformación de las relaciones de producción y la forma de apropiación de los medios de trabajo, para establecer y desarrollar iniciativas comunitarias, asociativas y sociales; entonces efectivamente se estará contribuyendo a completar el circuito virtuoso de transformaciones que repercutirán en la conformación de esa conciencia política extrañada en los sectores plebeyos y populares. No debe olvidarse que la mayoría de los sectores sociales plebeyos y mientras conserven su actual condición de clase, sus luchas corresponderán a intereses conservadores y hasta reaccionarios, que con seguridad van a continuar reproduciendo los ciclos de conflicto y rebeldía (contribuyendo inclusive a procesos regresivos y reaccionarios), mientras no logren realizarse como clase y/o no se resuelvan las contradicciones que originan su malestar.

Salvo el riesgo de continuar transitando en medio de conflictos y convulsiones sociales hacia ese espejismo que supone batallar estérilmente por reducir o minimizar las carencias que corresponden a un concepto desarrollista de nación atrasada, cuando en verdad se puede dar el paso y potenciar la condición de posibilidad transformadora; la actual coyuntura nacional presenta condiciones inmejorables para producir este salto en la transformación y establecimiento de nuevas relaciones de producción comunitarias y asociativas, que transformen la condición social y productiva de los sectores populares y plebeyos, superen los intereses sectoriales y la naturaleza conservadora que caracteriza a la mayoría de estos actores sociales, y conduzca a la construcción de aquel socialismo comunitario para Vivir Bien en armonía con la naturaleza que se planteó como horizonte de posibilidad al aprobar la Constitución Política del Estado.

* Sociólogo boliviano. Cochabamba, mayo 9 de 2013.


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