Las escuelas-internados de Canadá fueron una red de instituciones, pensadas para desarrollar un proceso gradual de asimilación, de los niños y adolescentes nativos de Canadá, pertenecientes a las Primeras Naciones (antiguamente llamados Indios), los Métis y los Inuits (antiguamente llamados Esquimales).
30-05-2013
Ciento cincuenta años de etnocidio cultural
Las escuelas-internados para las Primeras Naciones, los Métis y los Inuits de Canadá
Erasmo Magoulas
Rebelión
“El colonialismo toma lo que nadie quiere dar y da lo que nadie quiere recibir. El colonialismo responde a las preguntas: ¿De dónde venimos?, ¿Quiénes somos?, y ¿Hacia dónde vamos?, silenciando las voces de los nativos y llenando los oídos de estos con su discurso colonialista”, nos dice Shelagh Rogers, editora y compiladora de historias sobre el colonialismo interno en Canadá, “Diciendo mi verdad -Reflexiones sobre la reconciliación y las escuelas-internados”.
Las escuelas-internados de Canadá fueron una red de instituciones, pensadas para desarrollar un proceso gradual de asimilación, de los niños y adolescentes nativos de Canadá, pertenecientes a las Primeras Naciones (antiguamente llamados Indios), los Métis y los Inuits (antiguamente llamados Esquimales).
“Cuando niño, vivía con mi madre Mary, mi padre David, mis hermanos y hermana en el área del Lago Seul, en el Noroeste de Ontario. Fue un tiempo feliz de mi vida, pero en 1959, cuando tenía 4 años de edad, mi hermano mayor, Harry, fue llevado a una escuela- internado para Indígenas a 30 kilómetros de nuestro hogar. El tenía 6 años de edad. Este fue el primero de los muchos cambios que sucederían en mi niñez.”
Garnet Angeconeb, perteneciente a las Primeras Naciones, nos cuenta su historia de sobreviviente del sistema de escuelas-internados.
“…yo fui obligado a ir a la misma escuela-internado que mi hermano Harry, la escuela se llamaba “Pelican”. Me tuve que quedar en esa escuela hasta 1969, mi hermano mayor pudo salir un año antes. El mismo año que salió Harry entró mi hermana Florence, eso fue en 1968, luego les tocaría el turno a mis hermanos menores Ronald y Gordon. Mi padre también fue obligado a ser un interno, eso fue en 1927. Cuando el habla sobre el tema, sólo menciona el trabajo en la granja. Los “estudiantes” en realidad eran trabajadores agrícolas sin paga, la “enseñanza” era prácticamente nula, y la enseñanza religiosa era asistir obligatoriamente a misa.
Cuando dejé la escuela, en 1969, tenía doce años. Sepulté mis memorias y mis sentimientos de aquellos años por un largo tiempo. No quería hablar de aquello. Comencé a beber alcohol para apagar el dolor y la ira que sentía.
Una fría noche de enero de 1975, estaba reunido con mis amigos en un bar, todos tomábamos copiosamente, una botella de cerveza tras otra. “Oye Garnet, recuerdas a ese imbécil de celador que teníamos en la Pelican” me gritó Paul desde el otro lado del mostrador. “Sí, claro que recuerdo a ese infeliz. El tipo no tenía el apellido Hands de gratis. Por que no te olvidas de ese inservible pedazo de mierda. Si alguna vez me llego a encontrar con ese bastardo, lo mataré” le respondí a Paul.
Para finales de 1990, estaba en Ottawa, por un viaje de negocios. Tenía que encontrarme con un colega para desayunar juntos. “Mira el artículo en primera página, sobre el asunto de las escuelas-internados”, me dijo mientras sorbía su café. Efectivamente en la primera página del Global Mail, el Gran Jefe de la Asamblea de Jefes de Manitoba, Phil Fontaine, hacía pύblica la denuncia de abuso físico y sexual a que había sido sometido mientras fue interno de las escuelas para Indios. Cuando leí el artículo comencé a sentir un indescriptible dolor subiendo por mi cuerpo. Me costó mucho mantener mi compostura. Miré a mi colega y sin pensarlo le pregunté si él también había sido abusado en las escuelas para Indios. Su respuesta fue negativa. Creo que hubiera querido escuchar un “sí”, para tener algo en comύn sobre lo que hablar, sobre el legado de abuso, por parte de ese sistema de escuela-internado, que me ha perseguido desde 1969.
Pasando simultáneamente por un gran dolor y una terrible confusión mental, estuve en la duda de admitirle, a mi colega, que yo también, como tantos otros estudiantes, habíamos experimentado el abuso físico y sexual, mientras éramos residentes en las escuelas-internados. Yo estaba enfurecido por las cicatrices espirituales y psicológicas que me infligió a mí y a tantos otros nativos el trato colonialista y genocida de ese sistema.
Después de unos instantes de silencio, mi colega me preguntó; “¿Entonces, tu fuiste abusado en esas escuelas?”.
Le respondí que sí, que había sido abusado sexualmente. Le conté que un hombre de apellido Hands, que fungía como celador de la “Escuela-Internado Pelican”, y que se convirtió con los años en un sacerdote de la Iglesia Anglicana, había abusado de mí y de muchos otros internos durante los años 60’s. Fue la primera vez que le conté eso a alguien.
Yo estaba casado desde 1978 y nunca había hablado con mi esposa del asunto. Tenía dos hijos de ocho y diez años de edad, y tenía que explicarles el porqué de mi comportamiento errático, mis excesos con el alcohol y mis largos períodos depresivos.
A través de una profesional en salud mental, me preparé para confrontar a mi abusador, Leonard Hands.
A través del Obispo de la Iglesia Anglicana Tom Collings, se preparó una cita con Leonard Hands. El día anterior a la misma, viaje al lugar donde funcionaba la escuela-internado, imploré coraje y fortaleza suficiente para pasar por la horrible situación de confrontar a mi torturador. Al dejar el lugar, vi flotando en el cielo azul un águila calva, y tomé ese signo como de esperanza de restauración, cura, reconciliación y perdón.
En abril de 1992, cuando me encontré cara a cara con Leonard Hands, hubo por su parte una total negación de sus actos; y el encuentro terminó como había empezado. A pesar de esto, me di cuenta tiempo más tarde, que el haberlo confrontado fue un significativo paso adelante, en el viaje hacia mi sanación.
A finales de 1993, la Policía Provincial de Ontario comenzó a investigar sobre mis denuncias. Al comienzo era sólo mi caso, pero al poco tiempo aparecieron 18 casos más, 18 otros ex-residentes de la Escuela-Internado Pelican, que acusaban a Leonard Hands por los mismos delitos. Cuando comenzó la investigación policial de mi caso, mi padre me dijo que tal vez sería conveniente que retirara los cargos y continuara con mi vida. Mi padre comenzó a cambiar de opinión, cuando se enteró que otros dos de sus hijos habían sido también abusados por el mismo hombre. Mi padre empezó a apoyarnos y a entender el patrón agresivo de nuestra conducta, el uso abusivo del alcohol, el temperamento violento; las ύnicas herramientas que conocíamos para lidiar con la vergüenza y el dolor.
A comienzos de 1996 Leonard Hands fue sentenciado a cuatro años de prisión, pero yo seguía sin estar preparado para perdonarlo, por que nunca recibí de él ningύn signo de arrepentimiento, ni siquiera una disculpa.
En el año 2000 me enteré que había muerto, había cumplido su sentencia y vivía en una casa en Winnipeg. Hoy verdaderamente puedo decir, “Beanie (como era su pseudónimo), te perdono. Yo te perdono”.
Para mediados de los 90’s se crearon la “Fundación Aborigen para la Restauración y Sanación”, y “La Comisión de la Verdad y la Reconciliación”. Yo creo que la Comisión nos dará la oportunidad de conocer y validar qué ha pasado con nosotros como Pueblo Aborigen, por la imposición de una política promulgada y ejecutada por un Estado colonizador, la política de asimilación. El impacto final de la colonización y asimilación es el des-empoderamiento del pueblo. Por eso hoy, nosotros estamos plagados de problemas como la pobreza, el racismo, la desaparición de mujeres aborígenes, y otras tantas horribles consecuencias de esa política.
Algo que quisiera oír, sería una verdadera disculpa. Me gustaría ver al Primer Ministro pararse juntamente con la jerarquía de las iglesias y decir en forma categórica: ¡Perdón!
Aunque la “Declaración de Reconciliación” de 1998, ha tenido un impacto positivo en los sobrevivientes de las escuelas-internados, la Declaración, fue sólo específica para los abusos físicos y sexuales cometidos allí, pero no fue inclusiva a una más amplia gama de implicaciones, que se desarrollaron a partir de la política asimilacionista y el intento de aniquilar las culturas aborígenes. El sistema de escuelas-internados produjo también efectos intergeneracionales. Mis hijos vivieron con esos efectos, yo espero que mis nietos, no tengan que sufrir por ellos.
A consecuencia del impacto colonialista del sistema de escuelas-internados, muchos de nosotros (los sobrevivientes) hemos tenido una profunda crisis de identidad cultural, en muchos casos la perdida de nuestras lenguas, la ruptura de lazos familiares y comunitarios, y un severo empobrecimiento de nuestra autoestima.” (1)
Garnet Angeconeb es un Anishinaabe originario del Lago Seul Primera Nación, en la actualidad vive en Sioux Lookout, Ontario. Luego de ser residente en la Escuela-Internado Pelican, completó su escuela secundaria en Sioux Lookout y en 1982 se graduó en periodismo en la Universidad de Western Ontario.
El sistema de escuelas-internados fue subvencionado por el “Departamento de Asuntos Indígenas” del Gobierno Federal de Canadá y administrado por iglesias cristianas de diferentes denominaciones, principalmente la Iglesia Católica y la Iglesia Anglicana. El sistema tuvo sus orígenes antes de la Confederación (1867), pero su mayor auge es a partir del “Decreto para los Indios” de 1876, hasta mediados del siglo XX. Una reforma del “Decreto para los Indios” de 1920, hizo obligatoria la residencia para los niños de las Primeras Naciones. El nύmero de escuelas-internados, en todo el país, llegó al centenar en 1931, pero comenzó a decrecer a partir de esa fecha. La ύltima escuela-internado fue cerrada en 1996. Un total de 150 mil niños aborígenes pasaron por dichas instituciones.
Durante los siglos XIX y XX el “Departamento de Asuntos Indígenas” del Gobierno Federal, estimuló el crecimiento del sistema de escuelas-internados, como importante factor en extender la política de asimilación de la población aborigen en Canadá, hacia la sociedad occidental canadiense. El objetivo del sistema era separar a los niños aborígenes de sus familias y comunidades, lo que ha sido descripto como un genocidio cultural.
Las escuelas-internados eran administradas por las iglesias de varias denominaciones cristianas, con una preponderancia de la Iglesia Católica, que administraba un 60% de ellas y otro 30% por la Iglesia Anglicana y la Iglesia Unida de Canadá. Los presbiterianos y metodistas tuvieron una incidencia menor. El Gobierno Federal proveyó los recursos materiales y las iglesias el recurso humano, como instructores, celadores y administrativos. (2)
Los principios fundadores del sistema se basaban en dos decretos: “Decreto de Civilización Gradual” de 1857 y en el “Decreto de Emancipación Gradual” de 1869, los que asumían la intrínseca superioridad de la cultura británica, y la necesidad de que los aborígenes hablaran una de las dos lenguas del colonizador, el Inglés o el Francés. (3)
Algunas leyes específicas se adicionaron al sistema, como la de esterilización obligatoria de los estudiantes de las escuelas-internados de la Provincia de Alberta en 1928 y de la Columbia Británica en 1933. (4)
En febrero de 2013, una investigación de la “Comisión por la Verdad y la Reconciliación” reveló que al menos 3 mil niños, habían muerto, durante sus años como residentes en las escuelas-internados, la mayoría por enfermedades.
El sistema fue diseñado como un programa de inmersión, donde a los niños se les prohibió hablar sus propias lenguas y practicar sus creencias religiosas. Ex-residentes han declarado que los administradores de estas instituciones, tanto como los maestros habían practicado un genocidio cultural y etnocidio. Por la naturaleza de aislamiento de las escuelas-internados, se produjo un alto porcentaje de abusos físicos y sexuales. Los castigos corporales fueron justificados bajo el concepto de ύnica forma de “salvar las almas”, y de “civilizar” al salvaje, o de “matar al indio dentro del niño”. (5)
“Desde la llegada de los europeos a nuestras costas, hace más de 500 años, nunca ha habido una relación armoniosa entre los recién llegados y los habitantes originarios de la América del Norte. La historia de ésta relación está marcada por un aplastante colonialismo, genocidio, guerras, masacres, robo de tierras y recursos, traición de los tratados e incumplimiento de promesas, abuso de los DD. HH., desplazamientos, y escuelas-internados”
John Amagoalik es un Inuit, nació en un campamento de caza en Nunavik, en el norte de Québec. John Amagoalik ha estado desde siempre muy involucrado con el desarrollo comunitario y político del pueblo Inuit. John describe alguno de los pasos que Canadá debe dar para facilitar la conciliación: “Canadá debe pedir perdón, abandonar su cultura de negación, no seguir honrando a las figuras históricas, que cometieron crímenes contra el pueblo Aborigen, solucionar las disparidades socio-económicas, cumplir con sus obligaciones firmadas en tratados, y reconocer la contribución del pueblo Inuit en la soberanía canadiense en el Ártico.
Canadá debe reconocer su pasado vergonzoso en el tratamiento al pueblo Aborigen. Los canadienses no-aborígenes no pueden comprender totalmente el devastador efecto del colonialismo sobre un pueblo colonizado. Ellos no pueden entender el daño a un pueblo, cuando otra cultura se proyecta como un ser superior y actúa en concordancia, para imponer sus leyes, idioma, valores y cultura.
Un informe de 1952 elaborado por la “Real Comisión sobre los Pueblos Aborígenes”, decía: “Su civilización, no teniendo ninguna esperanza de progreso, deberá ser despiadadamente desalentada”. Algunos grupos aborígenes, como los Beothuk de Newfoundland, fueron cazados por “deporte” por colonos blancos, hasta su exterminio. (6)
Han habido y aύn hay, cientos, quizás miles de promesas incumplidas, falta a los tratados, obligaciones y compromisos no cancelados. Muchos canadienses creen que estas promesas incumplidas son cosas del pasado, pero en realidad siguen ocurriendo hoy en día.
Los Inuits de Nunavik (norte de Québec) fueron desplazados al Ártico de altas latitudes en 1950, con la promesa de un pronto retorno, el Gobierno canadiense abandonó a esa población bajo condiciones climáticas durísimas. La mayoría nunca más volvió a su lugar de origen. (7)
Zebedee Nungak, uno de los más prominentes pensadores de la cultura Inuit -nos dice John Amagoalik - tiene un par de recomendaciones: “La relación de poder entre las jurisdicciones del Gobierno canadiense y los Pueblos Aborígenes tiene que ser fundamentalmente corregida. Desde una desequilibrada relación establecida de Benefactor/Beneficiario, hacia una de Nación a Nación, de igual a igual en el campo jurisdiccional. Mi segunda recomendación, sería que el Parlamento canadiense tiene que hacer lugar para una representación aborigen, que tenga incidencia en la vida política nacional. La política del Gobierno sobre los Pueblos Aborígenes tiene que ser totalmente transformada. Los aborígenes no deberían ser obligados a pasar situaciones indignantes, en sus luchas de reivindicación por sus tierras y recursos”.
La primera escuela-internado fue abierta en 1840 y la ύltima en ser clausurada fue en 1996 (8). Su finalidad fue la de convertir a los niños indígenas al cristianismo y en “civilizarlos” (9). En los comienzos del siglo XIX, los misioneros protestantes abrieron escuelas-internados en diferentes regiones de Ontario. Las iglesias protestantes no sólo tenían la finalidad de expandir el cristianismo, sino también la de introducir la actividad agrícola, como forma de alienar a la población indígena de sus costumbres y cultura. (10)
En 1857 el “Decreto de Civilización Gradual” fue implementado, en lo que era por ese entonces, la Provincia de Canadá, con el propósito de la asimilación de la población de las Primeras Naciones a la cultura occidental. El decreto premiaba con 20 hectáreas de tierra a todo indígena varón “suficientemente adelantado en educación elemental”, para quedar de ese modo desvinculado de su cultura ancestral. Con esta legislación y con la creación de las escuelas-internados, el gobierno de Canadá pensó que la asimilación de los indígenas era posible. Este proyecto de dominación, ignoró que muchas culturas aborígenes tienen un sistema matrilineal, por el cual las propiedades son controladas y pasan a través de la línea materna, como así también que en la mayoría de las culturas aborígenes es la mujer la que cultiva el terreno.
En 1884 (11) la internación comenzó a ser obligatoria por ley, para los aborígenes de hasta 16 años de edad. Las escuelas-internados fueron la única opción para los niños y niñas, que fueron literalmente arrancados de sus familias. Ante la resistencia de las familias, las mismas serían sancionadas con multas y hasta con prisión (12). Muchos de los internos no tuvieron contacto con sus familias por períodos de 10 meses, hasta varios años.
Fred Kelly es un Ojibways de Onigaming y ciudadano de la Nación Anishinaabe. Fred es un sobreviviente de la Escuela-Internado St. Mary en Kenora, Ontario, y de la St. Paul en Lebret, Saskatchewan. Fred es un protector de la Ley Sagrada y ha sido llamado para conducir ceremonias religiosas en todo Canadá, Estados Unidos, México, Japón, Argentina e Israel.
“Desde 1831 hasta 1998, funcionaron a través de todo Canadá (13), las escuelas-internados, a donde los niños aborígenes fueron conducidos a la fuerza. Al comienzo, las escuelas-internados estaban localizadas cerca de las reservas, pero en el año 1900, comenzó a ser evidente que la asimilación, de esa forma, no funcionaría. Los niños debían ser alejados lo más posible de la “influencia pagana” de sus padres.
Las restricciones sobre los derechos civiles, significaba que los “Indios” no éramos personas ante la ley. Bajo todo concepto los “Indios” estábamos “bajo la tutela del gobierno” y esto hizo posible, y en forma muy fácil, que las iglesias se hicieran cargo de nuestra custodia en las escuelas-internados.
Los muchos cambios, por parte del Gobierno, a través de los años, reflejan los muchos intentos, para forzar nuestra asimilación. A pesar de toda la propaganda, el adoctrinamiento, y los castigos para expulsar al “pagano”, no pudieron asimilarnos. Ciertamente hubieron serios e irreversibles daños, pero no hubo política que nos pudiera asimilar.
Inmediatamente después de entrar como interno, el personal comenzaba a golpear “al demonio” para que dejara nuestro cuerpo. Esa fue mi experiencia. Nosotros fuimos humillados por pertenecer a una cultura y a una espiritualidad diferentes. Nosotros fuimos castigados por hablar la única lengua que conocíamos. Cuando llorábamos por temor, éramos castigados con palizas, que producían más llanto y entonces más castigo. Las trenzas eran inmediatamente “esquiladas”, nuestra ropa tradicional inmediatamente confiscada y reemplazada por uniformes. Nuestros nombres tradicionales fueron anglonizados y hasta reemplazados por números. Aquellos que se escapaban, siempre eran capturados y a la vuelta se los metía en un clóset a pan y agua. Cualquier sentido de dignidad y de estima personal que hubiéramos podido tener, se los convertía en auto-destrucción y desesperanza. Nosotros comenzamos a creer que “indio” era una palabra sucia, muchas veces nos llamábamos “indio” entre nosotros en forma peyorativa.
Después de la Segunda Guerra Mundial el “Decreto Canadiense de Familia” comenzó a otorgar el subsidio por hijo, pero a las familias aborígenes, se les otorgaba sólo a condición de que sus hijos fueran internados en las “escuelas para indios”. (14)
En 1948 finalizó el sistema de internado obligatorio, pero esa reforma hizo muy poco para el cambio de las condiciones de vida en las escuelas-internados (15). Hasta 1950 las escuelas-internados recibían una paupérrima subvención, lo que desencadenó el desarrollo del trabajo esclavo por parte de los internos. En muchos casos la educación era tan pobre, que no se llegaba a cubrir los estándares básicos de alfabetismo.
Durante la década de los 90’s del siglo pasado, investigaciones de los propios ex-internos revelaron que en las escuelas-internados, muchos de sus residentes fueron objeto de severos abusos físicos, psicológicos y sexuales, por parte fundamentalmente del personal administrativo, clérigos y maestros. (16)
Jose Amaujaq Kusugak nació en 1950, en un igloo en Naujaat, sobre el Círculo Polar Ártico. Sus padres trabajaron para la Hudson Bay Company. Jose ha estado activo en política desde 1971, y es uno de los fundadores de la organización Inuit Tapirit Kanatami, defensora de los intereses del pueblo Inuit.
“Yo y Mary Simon, fuimos invitados por la Inuit Tapirit Kanatami a participar como delegados en el acto de disculpa pública del gobierno canadiense, en la voz del Primer Ministro Stephen Harper. No pude ir, pero ese día 11 de junio de 2008, yo presté atención a cada palabra del Primer Ministro por la emisora CBC: “…el Gobierno Federal, por motivos de cumplir su obligación de educar a los niños aborígenes, comenzó a cumplir un papel”.
Era por esto que mi madre, sin darse verdaderamente cuenta del asunto, permitió que fuéramos secuestrados año tras año.
El Primer Ministro continuó: “Dos fundamentales objetivos del sistema de escuelas-internados, fueron remover y aislar a los niños aborígenes de la influencia de sus hogares, familias, tradiciones y culturas, y en segundo término asimilarlos a la cultura dominante. Estos dos objetivos fueron basados sobre el prejuicio de que la cultura y la espiritualidad aborigen eran inferiores. En verdad, esto fue tan así, que se perpetuó una frase desafortunada, “matar al Indio, en el niño”.
La superpoblación, la falta de higiene, la pobre calefacción, y la falta de cuidado médico, fueron las causas de altos índices de influenza y tuberculosis. En una de las escuela-internado el porcentaje de muertes por estas causas fue de un 69% (5). La política Federal de escasos recursos y el elevado nύmero de residentes por escuela, empeoró la situación al inscribir niños enfermos de tuberculosis, con niños sanos en espacios limitados, como dormitorios, aulas, y comedores.
En 1909 el Dr. Peter Bryce, Supervisor General del servicio médico del Departamento de Asuntos Indígenas, reportó al Gobierno canadiense, que la mortalidad en las escuelas-internados entre 1894 y 1908 había sido de entre el 30 y el 60% en los primeros 5 años de ingreso (10). Estas estadísticas no fueron publicadas hasta 1922, cuando el mismo Bryce publicó un trabajo titulado: La Historia de un Crimen Nacional. El Dr. Bryce sentenció que el alto índice de mortalidad pudo haber sido evitado, si no se hubieran expuesto niños sanos a vivir con niños tuberculosos.
En ese mismo año, el Dr. F. A. Corbett fue comisionado para visitar el sistema de escuelas-internados en el Oeste del país. Corbett encontró similares situaciones a las descriptas por Bryce. En la Escuela-Internado Ermineskin en Alberta, Corbett encontró un 50% de niños con tuberculosis y en el internado de Sarcee, cerca de Calgary, sus 33 internos estaban muy por debajo de los estándares de salud de la época, y todos excepto cuatro estaban infectados de tuberculosis. En un aula, Corbett, encontró 16 niños enfermos, muchos al borde de la muerte, a quienes se les obligaba a asistir a clases.
En febrero del 2013 una investigación de la “Comisión por la Verdad y la Reconciliación” reveló que al menos 3 mil internos habían muerto, en la mayoría de los casos, por enfermedades debidas al hacinamiento y la falta de cuidado médico.
Liza Rita Flamand es una Anciana Métis, nacida el 28 de agosto de 1931, en la comunidad de Camperville, Manitoba. Su educación la inició en la Escuela Cristo Rey y luego en una escuela-internado, la Pine Creek, ambas dirigidas por religiosas y religiosos católicos. Se graduó de enfermera. Trabajó en hospitales de las Provincias, de Manitoba, Ontario y la Columbia Británica. Rita está dedicada a la preservación de la lengua Michif, y sigue siendo la principal impulsora de su sistema de escritura. Desde 1999 ha traducido al Michif numerosos libros de historia del pueblo Métis, cuentos y relatos, tanto para adultos como para niños.
“La opresión por parte del Gobierno de Canadá y de la Iglesia Católica, han sido las mayores influencias negativas en el pueblo Métis. La natural evolución de una cultura, de un Pueblo-Nación y de su sociedad en todos sus aspectos, han sido frustrados por el Gobierno y la Iglesia. Los resultados fueron: una educación inadecuada, la pérdida de nuestra lengua y nuestra cultura. Los efectos de la colonización son intergeneracionales, y han tenido como resultado muchos problemas sociales que afectan a las generaciones de hoy en día. Cuando comencé la escuela-internado, no estaba permitido hablar nuestra lengua, todo era en inglés. Durante los recreos aprendí el Saulteaux, por que parte de la población de internos lo hablaba, pero el inglés me era completamente extraño. La escuela-internado estaba dirigida por religiosas y algunos sacerdotes católicos; estos almorzaban con las religiosas, después de la comida, algún sacerdote siempre llamaba a alguna de nosotras para alguna tarea. En su oficina nos tocaba lascivamente. Yo no me sentía bien, pero él era como Dios para nosotras. Ese era el concepto de “sagrado” que nos habían inculcado durante nuestros años de inocencia. Teníamos ocho o diez años de edad.
El Gobierno canadiense debe reconocer el genocidio cultural y el abuso sufrido por el pueblo Métis, en manos de sus representantes y de la Iglesia Católica. Un público reconocimiento y disculpas por parte del Gobierno y de la Iglesia Católica debe ser el primer paso hacia la reconciliación. Junto al reconocimiento, la verdadera historia del pueblo Métis debe formar parte de la curricula en las escuelas, y no sólo para los niños Métis. También el idioma Michif, debe ser enseñado en las escuelas. Una cultura es transmitida a través de su lengua.”
Drew Hayden Taylor es un dramaturgo varias veces premiado, novelista, cuentista, articulista, director de cine y conferencista. Nació en Curve Lake Primera Nación (Ojibway), en la zona central de la Provincia de Ontario.
“Aabwehyehnmigziwin significa “lo siento” en idioma Anishnawbe. Esto fue lo que el Primer Ministro Stephen Harper ofreció en el Parlamento el 11 de junio de 2008, a los sobrevivientes del sistema canadiense de escuelas-internados. Harper dijo, “Nosotros estamos apenados”. Sorprendentes palabras para quien las dijo. Había miles de personas aborígenes sobre los jardines del Parlamento, deseosas de escuchar la histórica declaración de responsabilidad y las disculpas. Todos los televisores estaban encendidos en nuestros centros comunitarios, en las oficinas de las agencias aborígenes, en nuestras escuelas, a través de todo el país. Entonces el pueblo lloró. Ellos lloraron en memoria de lo que había pasado y por lo que habían escuchado. Este acontecimiento hizo llorar a mucha gente, y para muchos, fue un acto catártico.
Quizás por mi origen de clase-trabajadora y por mis intereses artísticos, he encontrado extraño, que fuera un Gobierno conservador, quien haya tenido el coraje de pedir perdón. Lo asombra a uno, preguntarse por qué un grupo de abogados conservadores vieron esto como posible, cuando diez años antes, un ejército de abogados-consejeros del Gobierno liberal, le aconsejaron a éste, que no valía la pena. Cualquiera pensaría, con sólo un gramo de inteligencia, que el sistema de escuelas-internados, entra de lleno en la lógica de la agenda política y económica de los conservadores. El Gobierno canadiense durante todas sus administraciones, desde mediados del siglo XIX hasta 1996, se comprometió por medio de varios acuerdos, a educar a nuestros jóvenes dispersos en más de 600 reservas, a través de Canadá, el segundo país mas extenso del mundo. Suena como una decisión económica, ¿no es cierto?
Durante el Gobierno de Paul Martin (Liberal), el cual tenía serias preocupaciones sobre la cuestión Aborigen, se adoptó el Acuerdo de Kelowna, que se avizoraba como portador para erradicar o al menos subsanar, la gran deuda con el mundo Aborigen. Pero de disculpas, ni hablar.
En el 2006 Stephen Harper (Conservador) asume como Primer Ministro. Las cosas no pintaban bien para la Primeras Naciones. Harper prometía un camino diferente para lidiar con la cuestión Aborigen, una de esas diferencias era mandar al tacho de la basura el Acuerdo de Kelowna y la otra, nombrar a Tom Flanagan, autor de un controversial ensayo “First Nations? Second Thoughts” (17), como consejero de primera línea. Pero entonces, Harper dio un giro de 180°. Posiblemente los consejeros de Harper llegaron a la conclusión, que les convenía la movida política de pedir disculpas, y así pasaban la responsabilidad a las comunidades Aborígenes.
El Gobierno Federal definió su responsabilidad económica, en todo el asunto del Sistema de Escuelas-Internados, como un despilfarro. Eso les está volviendo como un boomerang, ya que el Gobierno deberá retribuir $ 1,9 billones de dólares a los 80 mil sobrevivientes del Sistema, a razón de casi $ 25 mil dólares por estudiante. Ese sí que es un sistema de educación caro e ineficiente (18). Los contribuyentes canadienses pagarán por varias generaciones, las pretensiones de “Destino Manifiesto” de sus antepasados.
Desde mediados del siglo XIX, más de 150 mil niños y niñas aborígenes fueron sustraídos de sus familias, y enviados a más de 130 escuelas-internados, ubicadas en siete provincias y dos territorios. Allí, se les robó su idioma, sus creencias, su estima personal, su cultura y en muchos casos hasta su propia existencia, por el vano intento de hacerlos más canadienses”.
Richard Wagamese es un Ojibway de Wabasseemoong, Primera Nación en el Noroeste de la Provincia de Ontario. Ha sido conferencista sobre técnicas narrativas en la Universidad de Regina en Saskatchewan, y profesor de periodismo en el Instituto Tecnológico del Sur de Alberta, ha escrito guiones para radio y televisión. Tiene publicadas tres novelas y dos memorias autobiográficas.
“Yo soy una víctima del sistema canadiense de escuelas-internados. Cuando digo víctima, me refiero a algo substancialmente diferente a sobreviviente. Yo nunca fui un interno del sistema de escuelas-internados, sin embargo mis padres y el resto de mi familia, sí lo fueron. El dolor que ellos soportaron, comenzó a ser mi dolor, y entonces comencé a ser una víctima.
Cuando nací, mi familia aun vivía en forma nómada, como es la tradición en la cultura Ojibway, en el Noroeste de Ontario. Vivíamos acorde a nuestra tradición de cazar, pescar y montar trampas. Teníamos una vida de tipo comunal.
Todos los miembros de mi familia fueron internos. Cuando regresaban de las escuelas-internados a su comunidad, llegaban psicológica, emocional, espiritual y físicamente atormentados, por una carga que parecía perseguirlos. El dolor que llevaban era invisible e inexplicable. Parecía como que se filtraba dentro de sus espíritus y supuraba su veneno, cegándolos para encontrar los medios de sanación que tiene nuestra cultura.
Por algún tiempo la cercanía con la tierra y la familia funcionaban como un bálsamo, pero lenta e irrevocablemente, el espectro que los seguía desde los internados, comenzó a hacerse presente alrededor del fuego comunal. La vitriólica mezcla de palabras innombrables, sentimientos y recuerdos de sus experiencias, comenzó a hervir dentro de ellos, entonces ellos descubrieron que el alcohol podía adormecerlos y alejarlos de esas pesadillas. Fue entonces, que dejamos de ser una familia. Los adultos comenzaron a comportarse como niños aterrorizados. Yo, mis hermanos y hermanas soportamos una gran carga de violencia y maltrato, por parte de nuestros adultos en estado de ebriedad. Fuimos golpeados muchas veces al límite del desmayo.
A mediados del invierno de 1958, yo tenía tres años, los adultos nos dejaron a mi, mis dos hermanos y mi hermana, solos en un campamento boscoso. Era febrero, el viento helado soplaba sin piedad y la leña como los alimentos, comenzaron a escasear. Los adultos estuvieron fuera por días, se fueron de paseo por los bares de Kenora, a 90 kilómetros de nuestro campamento.
Cuando todo hacía suponer que nos moriríamos congelados, mi hermana mayor nos montó a todos en un trineo lleno de pieles. Ella y mi hermano mayor tiraron de ese trineo por sobre el hielo de la bahía. Una patrulla de la Policía Provincial, nos rescató y nos derivaron a la Sociedad de Ayuda Infantil. Yo no volvería a ver a mi madre, ni al resto de mi familia, por 21 años.
Viví con varias familias de crianza y a los nueve años fui adoptado hasta que me escapé a los 16. Los siete años que pasé como hijo adoptado, fueron años de palizas, abuso mental y emocional y una completa confusión y disociación con todo lo que fuera aborigen. Sólo me estaba permitida una estricta ética presbiteriana.
Los siguientes años de mi vida fueron entre la cárcel y la vida en las calles. Comencé a ser un drogadicto y alcohólico.
La verdad sobre mi vida es que yo soy una victima intergeneracional del sistema de escuelas-internados.
Cuando la Comisión de la Verdad y la Reconciliación comenzó a recorrer el país, para escuchar las historias de aquellos que habían soportado el dolor de las escuelas-internados, quise que se escucharan también las historias como la mía, de gente que había luchado contra el resentimiento, el odio y la ira y habían encontrado un estado de paz.
La palabra reconciliación, es una palabra de enorme significado, pero podríamos resumirla como: la construcción de armonía. Tú puedes crear armonía con la verdad, y tú construyes la verdad con humildad. Eso es espiritual. Eso es verdad, y eso está en el corazón mismo de la cultura aborigen.
Nosotros, como naciones de pueblos aborígenes y como personas pertenecientes a esas naciones, tenemos una increíble capacidad de sobrevivir, de resistir y de perdonar. En primer lugar, en nuestra reconciliación con nosotros mismos, nosotros encontraremos la habilidad de crear armonía con los otros, y es ahí desde donde hay que empezar, en el terreno fértil de nuestros corazones, mentes y espíritus.”
Intentos de reconciliación
En marzo de 1998, el Gobierno elaboró una Declaración de Reconciliación - incluyendo una disculpa a las personas que fueron abusadas sexualmente o físicamente en escuelas-internados - y estableció la Fundación Aborigen para la Restauración y Sanación. La Fundación recibió un subsidio de $ 350 millones para financiar proyectos de curación basados en la comunidad y centrados en hacer frente al legado de abusos físicos y sexuales en las escuelas-internados. En su presupuesto de 2005, el Gobierno canadiense adicionó un subsidio de $ 40 millones para continuar apoyando el trabajo de la Fundación Aborigen para la Restauración y Sanación.
El 23 de noviembre de 2005, el Gobierno canadiense anunció un paquete de compensación de $ 1,9 mil millones para beneficiar a decenas de miles de antiguos alumnos de las escuelas-internados. El Jefe Nacional Phil Fontaine de la Asamblea de las Primeras Naciones, dijo que el paquete repara “muchas décadas, innumerables eventos y un sinnúmero de lesiones a las personas y comunidades de las Primeras Naciones”. El Ministro de Justicia, Irwin Cotler dijo que la decisión de encerrar a jóvenes canadienses en las escuelas-internados, dirigidas y administradas por diferentes Iglesias, “fue el acto más perjudicial, vergonzoso y racista en nuestra historia”. En una conferencia de prensa en Ottawa, la Vice Primer Ministra Anne McLellan, dijo: “Hemos cumplido con nuestra determinación compartida, para ofrecer lo que creo firmemente, será una solución justa y duradera, del legado del sistema de escuelas-internados”.
Disculpas
En el 2009, el Jefe Phil Fontaine tuvo una reunión con el Papa Benedicto XVI, para tratar de obtener una disculpa por los abusos que ocurrieron en el sistema de escuelas-internados. Tras la reunión, el Vaticano publicó una declaración oficial, sobre el papel de la Iglesia Católica en las escuelas-internados:
“Su Santidad recordó que desde los primeros días de su presencia en Canadá, la Iglesia, especialmente a través de su personal misionero, ha acompañado de cerca a los pueblos indígenas. Dados los sufrimientos que algunos niños indígenas experimentaron en el sistema de escuelas-internados de Canadá, el Santo Padre expresó su pesar por la angustia causada por la conducta deplorable, de algunos miembros de la Iglesia, y ofreció su simpatía y solidaridad en la oración. Su Santidad enfatizó, que los actos de abuso no pueden ser tolerados en la sociedad. El oró para que todos los afectados puedan experimentar la sanación, y animó a las Primeras Naciones a seguir adelante con renovada esperanza”.
Fontaine declaró, en posterior rueda de prensa, que en la reunión con Benedicto XVI, sintió el “dolor y angustia” del Papa y que su reconocimiento era “importante para mí y eso era lo que estaba buscando”.
El 11 de junio del 2008, el Primer Ministro Stephen Harper a nombre del Gobierno de Canadá, ofreció disculpas a toda la comunidad aborigen y al resto de la ciudadanía, no sólo por los abusos cometidos por el sistema de escuelas-internados, sino por el sistema en sí mismo. A las disculpas de Harper, le siguieron las de los representantes parlamentarios de los partidos de la oposición. Nueve días antes de la disculpa oficial, fue inaugurada la Comisión para la Verdad y Reconciliación. Su propósito es develar toda la verdad, acerca de lo sucedido durante la existencia del sistema. La Comisión sigue secionando hasta el día de hoy.
Notas:
(1) Fragmentos del Encuentro sobre el Futuro del Movimiento de Restauración y Sanación de las Escuelas-Internados. Recopilado por Kateri Akiwenzie-Damm.
(2) Dickason, Olive Patricia (1997). Canada’s First Nations: A History of Founding Peoples from Earliest Times (second ed.).Toronto
(3) Thursday Report Online”
(4) Hidden from History: The Canadian Holocaust - Chronology of Events”
(5) Natives died in droves as Ottawa ignored warnings”
(6) Budgel, Richard (1992) The Beothuks and the Newfoundland Mind. Newfoundland Studies.
(7) Entre 1953 y 1955, un total de 92 personas, integrantes de 16 familias, fueron desplazados por el Gobierno Federal. Algunas familias desde Inukjuaq, en la Provincia de Québec, y otras desde Pond Inlet, en la Isla de Baffin, hacia el Artico de altas latitudes.
(8) Residential Schools
(9) J. R. Miller (1996). Shingwauk’s Vision: A History of Canadian Residential Schools. University of Toronto Press
(10) Milloy, John S. (1999). A National Crime: The Canadian Government and the Residential School System 1879–1986. University of Manitoba
(11) J.R. Miller (2008-06-11). “Residential Schools”
(12) [Susan Zimmerman. “The Revolving Door of Despair.” UBC Law Review, 1992 Special Edition. p. 369].
(13) La escolarización forzada de niños aborígenes fue legislada en 1920, para las edades comprendidas entre los 7 y 15 años, aunque hay historias de niños de 5 anos, llevados a las escuelas-internados antes de 1920.
(14) *K’uch’an Adäw: Churches and Schools*
(15) Haig-Brown, Celia. (1988) Resistance and Renewal: Surviving the Indian Residential School
(16) Former NHL player Fred Sasakamoose recalls abuse at residential school”
(17) Tom Flanagan “First Mations? Second Thoughts” ¿Primeras Naciones? Otra Mirada. Traduccion del autor E.M.
(18) The Economic Costs and Consequences of Chil Abuse in Canada. Bowlus, Audra, Katherine McKenna, Tanis Day and David Wright.