Los pueblos se juegan su porvenir
Raúl Prada Alcoreza
Índice:
La cuestión del porvenir (Aquí)
Una cartografía de un poder periférico (Aquí)
¿Qué es un gobierno provisional revolucionario? (ver en http://clajadep.lahaine.org/?p=13858 )
La ruta del naufragio de la apología del fracaso (Publicado en http://clajadep.lahaine.org/?p=13878 )
Una prospección política http://clajadep.lahaine.org/?p=13888
La cuestión del porvenir
Pusimos el título de Una lucha por el porvenir, pues comprendemos que los pueblos, en determinados momentos de intensidad o, por el contrario, por falta de ella, se juegan su porvenir. Se juegan su porvenir cuando actúan como torbellinos que irrumpen en la aparente calma de las sociedades; se juegan también su porvenir, cuando, por el contrario, quedan inermes y como adormecidos ante el desmoronamiento de lo que es su obra, composición de sus propias pasiones y entusiasmo de otro tiempo. El porvenir es eso, es lo que viene; empero, hay que decirlo, no viene del futuro, sino al contrario, del presente. Viene de lo que hacemos o dejamos de hacer, viene de las acciones que se toman o se dejan de tomar. El porvenir, es cierto, no es un destino, tampoco una fatalidad, no es pues una finalidad inscrita. El porvenir siempre está por venir, depende de la composición de las dinámicas y su incidencia en las condiciones de posibilidad históricas. El porvenir entonces está abierto al juego de las fuerzas, de las actividades, de las prácticas y de las relaciones. Sobre todo éstas adquieren peso en momentos de crisis; la crisis convoca a la acción, pero, también puede demoler su posibilidad, al destruir las fuentes de la acción, al ocasionar una desmoralización general. Por eso, todo lo que se haga o se deje de hacer tiene incidencia, modifica lo que viene.
Cuando hablamos de pueblo sabemos que supone unidad, esta representación está ligada al concepto de voluntad general de Rousseau; sin embargo, también sabemos que no hay una unidad homogénea, salvo en la abstracción de la representación. Estamos ante la diversidad y las diferencias de la sociedad; el concepto más apropiado es el de multitud, precisamente por lo que acabamos de decir. Concepto que no sustituye al concepto de proletariado, como algunos marxistas ortodoxos lo han creído, enamorados de los conceptos consolidados el siglo XIX, que creen que los conceptos son verdades eternas, y no construcciones epistémicas históricas, cuyo valor, alcance y utilidad depende de su capacidad explicativa de las transformaciones de lo que llaman fuerza de trabajo, reduciendo el cuerpo, la vida, la inteligencia general, a este término derivado de la física clásica. El concepto de multitud no reemplaza al concepto de proletariado, sino lo incluye, le atribuye una dinámica histórica, comprendiendo que en el capitalismo contemporáneo la figura más extensa es la de proletariado nómada. Entonces, cuando hablamos de pueblo lo hacemos acompañándolo de su composición dinámica, de la presencia de multitudes, de la existencia primordial de las dinámicas moleculares, y claro está de la configuración diferencial y móvil del proletariado nómada, además de distintas composiciones, identidades, subjetividades diversas, conformadas en el devenir plenitud. Las naciones y pueblos indígenas originarios no es que están contenidos en el pueblo, sino que irradian en esta figura su presencia multitudinaria.
Por otra parte, el pueblo, también la sociedad de la que hablamos, el proletariado nómada, no son los mismos después de la experiencia social y política vivida en el acontecimiento histórico que llamamos “proceso” de cambio. Hay indudablemente un empoderamiento de las naciones y pueblos indígenas originarios, como los denomina la Constitución. Por otra parte, una fracción del proletariado nómada ha crecido en su condición de trabajadores cooperativistas, contratados bajo las condiciones de capitalismo salvaje por los “propietarios” de las cooperativas. Han proliferado y se han expandido los perfiles de lo que llaman los economistas economía informal; el campesinado ha adquirido formas de diferenciación mayor, no sólo por la extensión del campesino “medio” sino por la aparición pujante de un campesinado rico, ligado a las zonas de colonización, además de los que están ligados a la producción de quinua, también de arroz, incluso como empresas. En las ciudades se vive una relativa pauperización de las llamadas “clases medias” clásicas, por así decirlo, sin embargo, en contraposición, un engrosamiento de las “clases medias” por sectores ascendentes. Por otra parte, también se vive un enriquecimiento de la burguesía bancaria, también de la burguesía comercial, ligada a la importación, así como otra parte, más pequeña, ligada a la exportación. Al enriquecimiento de estas burguesías debemos añadir el enriquecimiento de la llamada burguesía agroindustrial. Por lo tanto, tenemos la impresión de estar asistiendo a modificaciones de la “estructura” social, modificaciones que conllevan sus tensiones y polaridades; se expande el proletariado nómada, se pauperizan las “clases medias”, a su vez, se engrosan por la incorporación de sectores ascendentes, aparece una burguesía pujante, sumándose al perfil de la vieja burguesía.
Como se puede ver el pueblo no es el mismo que cuando se iniciaron las movilizaciones de 2000, incluso si retrocedemos y partimos de las movilizaciones en defensa de la hoja de coca de la década del noventa. Han pasado trece años; los que cumplen ahora 18 años tenían alrededor de 5 años el 2000; eran niños; otros, de más edad, ingresaban a la adolescencia temprana. La mayoría de ellos no experimentó, por lo tanto, no tiene en su memoria, la experiencia de las dos décadas del periodo neoliberal; menos hablar de la experiencia anterior, y mucho menos de la experiencia de las dictaduras militares. Entonces estamos ante una juventud demandante de perspectivas seguras, fuentes de trabajo, formación, atención. La mayoría del proletariado nómada son muy jóvenes y sobre todo mujeres; lo mismo ocurre con los nuevos contingentes demográficos que ingresan como agricultores campesinos, que demandan tierras. En las ciudades intermedias, así como en la ciudad de El Alto, se han dado movilizaciones de jóvenes bachilleres que quieren ingresar a las normales educativas, postulándose para formarse y habilitarse como profesores. A esto hay que añadirle lo que pasa con los jóvenes egresados y titulados, los profesionales, que no encuentran trabajo en sus áreas de especialización. Como se puede ver asistimos a una insistente presión juvenil de demandas, a las cuales ni la sociedad ni el Estado pueden responder.
Muchos de los jóvenes movilizados ahora tienen como primera experiencia de lucha el enfrentamiento con el gobierno popular, el cual es su referente del Estado que no cumple. Mal se les puede recordar lo que era el neoliberalismo. No se puede esperar entonces que se comporten como sus padres, que pueden ser más condescendientes y tolerantes con los problemas y las contradicciones del “proceso”, si es que sus padres mismos no se han desencantado antes. Menos se les puede acusar de “derechistas” por exigirle reivindicaciones al gobierno popular. Estos desatinos de los ilustres encargados de la comunicación y la propaganda del gobierno, así como los pocos y escasos “ideólogos” y “estrategas” oficialistas, muestra no solo su incongruencia, sino también su completa incomprensión de las modificaciones en el perfil de la sociedad, en la renovación demográfica, que se vive en los cohortes generacionales. La propaganda, la comunicación gubernamental, sobre todo el discurso de las máximas autoridades, cree que sigue hablando al mismo pueblo que cuando el 2000 o, si se quiere, el 2006. Esta es una de las razones que su publicidad y su propaganda, además de sus discursos, no logra la atención que requerirían. Sus campañas electorales prácticamente siguen siendo las mismas que las de 2005 y las de 2009, salvo la publicidad abundante de los logros del gobierno. Hay púes un desfase entre el imaginario gubernamental y los imaginarios populares, una no-correspondencia; incluso se puede hablar de un distanciamiento. Los resultados de las elecciones de magistrados, de las elecciones en el departamento del Beni, debería llamarles la atención; empero, no ocurre esto. Se justifican con toda clase de argumentos; desde que no estuvo el presidente como candidato, no es lo mismo, hasta la mañosa influencia de la desinformación de los medios de comunicación, aun cuando la mayoría de los medios los controla el gobierno. No hay errores, hay incomprensiones, hasta ingratitud de los beneficiarios del “proceso”.
Los jóvenes no son de por sí “revolucionarios”, utilizando este término tan machacado, ni los indígenas los son de por sí descolonizadores, tampoco las mujeres son de por sí feministas, por así decirlo, ni el proletariado es anti-capitalista por nacimiento. Estos supuestos son quimeras construidas por los militantes, los “revolucionarios” profesionales de toda clase, sean marxistas, indianistas, feministas. Es posible, entonces, que hasta se experimente una “derechización”, usando este término tan antojadizo de los propagandistas y de los ideólogos, de la población, sobre todo de los jóvenes. El gobierno puede sentirse defraudado, incomprendido, ante manifestaciones de ingratitud; pero, así es la vida de caprichosa.
No se puede esperar entonces inmovilidad, que las imágenes y figuras que impresionaron del 2000 al 2005, incluso que volvieron a reaparecer en la marcha por la aprobación de la Constitución y la movilización hacia Santa Cruz de la CONALCAM, se mantengan y se repitan, como si las condiciones periódicas y coyunturales no hubiesen cambiado. Incluso esta observación se dirige a nosotros, los críticos y partidarios de los movimientos sociales anti-sistémicos, que esperamos la nueva movilización general que reencauce el “proceso”. Esta expectativa y esta convocatoria tienen en mente la posibilidad de que se repitan las movilizaciones que abrieron el “proceso”. Ciertamente se han dado movilizaciones desde el mismo 2006, pero, en la mayoría de los caso, se trata de movilizaciones gremiales, por así decirlo, locales, regionales; sólo en dos casos las movilizaciones se han parecido a las movilizaciones políticas, como son las que mencionamos y sirven de ejemplo; estas son las del levantamiento popular contra el “gasolinazo” y las marchas indígenas en defensa del TIPNIS, la VIII y IX. ¿Es posible una movilización general que reconduzca el proceso? Esta es la pregunta, la misma que no se puede resolver ahora.
En adelante ofrecemos una reunión de artículos coyunturales sucesivos sobre el tema de la pregunta, la reconducción del “proceso”, el debate que ha generado, sobre todo las reacciones gubernamentales y oficiales. Como se podrá ver, la idea de la movilización general es central en la perspectiva, viable o no, de la reconducción del “proceso”. Mantenemos esta idea como convocatoria; ese es su valor. Se trata entonces de un llamado a la movilización y a la reconducción, quizás como medida desesperada ante la marcha del desmoronamiento de un proyecto político, sobre todo de su experiencia gubernamental.
Una cartografía de un poder periférico
¿Cómo podemos obtener un mapa del poder, de cómo se expande, se distribuye, se conforma el poder, de cómo funciona, si no es a través de sus reacciones ante lo que siente como amenaza? En la distribución de estas reacciones, en la intensidad de sus respuestas, en el carácter de las mismas, sus diferencias y su jerarquía. Estamos ante un poder conformado sobre la base de una movilización general, que duró seis años, entonces un poder que absorbe la potencia social de esta movilización. Como todo poder diferencia potencia de poder, captura potencia, para utilizarla en función de la lógica estatal, lógica centralista y monopólica, lógica que produce la estatificación espacial, la clasificación y jerarquización del espacio. El Estado es la concentración absoluta de la violencia, la misma que prohíbe a ser usada por quienes no son el Estado, en estricto sentido, es decir, no pertenecen al campo burocrático. El poder entonces acumula potencia capturada en su propia reproducción institucional. Hasta aquí, generalidades, que puede compartir todo poder. Sin embargo, se distinguen por su evolución en el “tiempo” histórico, también se diferencian por el lugar dónde se desarrollan y consolidan, en qué lugar geográfico de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Estas diferencias adquieren un perfil singular en las periferias, donde sus historias coloniales son tan densas que ocasionan gravitaciones propias, obligando a adecuaciones institucionales, donde la violencia adquiere perfiles locales y regionales, sobre todo cuando se trata de las pervivencias coloniales y sexistas. Las autoridades y representantes suelen reproducir, de manera marcada, los rasgos heredados de la dominación colonial.
Las autoridades y representantes de un poder devenido de la movilización, derivado de las elecciones, que concentraron el voto en los candidatos del partido popular, ocuparon el lugar del otro, el lugar de las autoridades y representantes de las clases dominantes. El problema es que, al ocupar el lugar del otro y no desmontar la arquitectura estatal liberal, terminaron cumpliendo las mismas funciones de dominación, incluso hipertrofiando los rasgos más torpes y grotescos del poder. El desprecio a las formas democráticas, sobre todo a la deliberación, se asentaron dramáticamente; el usufructúo de los cargos para fines privados ha adquirido proporciones inverosímiles; el recurso a la manipulación, al montaje y a la propaganda ha llegado al extremo de que la información de los medios de comunicación ha sustituido a toda preocupación por contar con una retroalimentación empírica. La “realidad” se ha vuelto la ficción del burócrata fiel a la apología del gobierno.
El programa de viviendas populares se ha reducido a un gigantesco cartel propagandístico, detrás del cual no hay nada o casi nada, empresas fantasmas se llevaron el financiamiento evaporándolo, lo poco que se ha hecho terminan siendo casas de menor valor a lo programado, a pesar de la inflación de los costos, por lo tanto casas con defectos de construcción y no del todo apropiadas. Pero, a pesar de la amarga experiencia de poblaciones y comunidades que esperaban que se cumpla con las promesas, los burócratas corruptos han encontrado sus métodos de disuasión para acallar las quejas; se compromete a los dirigentes de base, se amenaza con no construir si se denuncia, si se denuncia señalan a los denunciantes como de la oposición. Nadie hace la labor de fiscalización; si un técnico es descubierto y cuestionado, sobre todo cuando son evidentes los contrastes entre lo programado y ejecutado, a lo único que atina a decir al interpelador es preguntarle si es de la oposición. La red de complicidades es tan extensa que logra detener la avalancha de quejas y ocultarlas.
Si revisamos caso por caso, en otros temas, que no son los de la vivienda, vamos a encontrar perfiles análogos, aunque se diferencien en magnitud, adquieran otras características debido al carácter del rubro en cuestión. En algunos casos se complica por las resistencias de los usuarios, en otros casos se facilita por la misma concomitancia de las empresas involucradas, sobre todo las empresas trasnacionales. Entonces estamos ante un perfil del poder que repite un recorrido constatado, el poder genera corrupción. Lo que pasa que en los lugares adquiere particularidades propias, sobre todo cuando se trata de la perseverancia de formas relativas a la colonialidad. Llama la atención que sean los gobiernos populares, que tienen la tarea de erradicar la corrupción, los que terminen siendo los que lo expandan más y la encubran más. No se distinguen de las élites de las clases dominantes, salvo por la extensión y proliferación mayor.
El discurso populista, que servía como convocatoria, termina convirtiéndose, con el transcurso del tiempo, en el escaso recurso que tiene el gobierno popular para mantener su imagen comprometida. En la medida que la distancia es mayor entre discurso y “realidad” el uso de la demagogia es también mayor, resulta ser un síntoma de la desesperación, ¿por problemas de legitimidad?, ¿por problemas de culpabilidad? Es difícil saberlo; quizás haya que sugerir una hipótesis alternativa. Decir, por ejemplo, que en la medida que se hace más grande la distancia entre discurso y “realidad” entonces se crea un vacío, una especie de silencio, de duda, que es llenado desesperadamente con volúmenes de propaganda y publicidad. También la agresión aumenta, no solamente verbal. El bloque comprometido con estas relaciones de poder clientelar, prebendal y corrupta se siente cada vez amenazado, no acepta preguntas, petición de informes, ni siquiera de los propios militantes del partido, algunos que tímidamente se atreven a cumplir con sus funciones. Se dice que sólo fiscaliza la oposición, como si todos tendrían que entender lo siguiente: que todos son cómplices de lo que ocurre, aunque no participen, por lo tanto no pueden inquirir nada. Por eso, todos terminan comprometidos o, en su caso, amenazados.