Las revueltas ciudadanas denuncian que la democracia está vacía
El grito en Brasil, Turquía y Alemania
El emperador va desnudo
En Brasil, Turquía y Alemania, tres países que parecen no tocados por la crisis mundial, las revueltas ciudadanas denuncian que la democracia está vacía y muestran que la edad de las utopías no ha llegado a su fin.
Heiko Kiser
Desinformémonos
Alemania. Alemania, Brasil y Turquía tienen algo en común. Los tres países mantienen un crecimiento económico, parecen salvarse hasta ahora de los efectos de la crisis global desatada en 2008 en Estados Unidos y sirven normalmente como supuestos buenos ejemplos. No obstante, en los tres países hay protestas y críticas contra sus gobiernos, que reaccionan de igual manera: con gases lacrimógenos.
Los dos días de acciones militantes pacíficas (que no pasivas) en Frankfurt, Alemania, el 31 de mayo y 1 de junio de 2013 bajo el nombre de Blockupy demostraron la creciente inconformidad con las políticas de austeridad y la creciente vinculación de los movimientos sociales en Europa. Con la presencia de activistas de países golpeados por la crisis como España, Eslovenia o Italia, la meta fue llevar la protesta a Frankfurt, el centro emblemático de una Europa burocrática y neoliberal, sede del Banco Central Europeo. Con éxito se denunció a los actores de un capitalismo de especulación y de salvaje extracción, es decir, a diferentes bancos y a la bolsa de Frankfurt, pero tambien a cadenas de la industria textil que lucran con la explotación obrera en el sur, o al aeropuerto de Frankfurt, donde diariamente encarcelan y deportan migrantes que no pocas veces llegan a Europa por la misma política y el despojo de los países del sur.
Las reacciones policiacas en Frankfurt evidenciaron de nuevo el tamaño del miedo de la clase política a las protestas sociales en la Europa actual. Pero la represión ya no intimida, sino que desata ira y reacción. En desafío abierto, el sábado 8 de junio 12 mil personas marcharon contra la violencia policiaca. Con las acciones de Blockupy Frankfurt, el corazón financiero de la Europa de arriba se convirtió temporalmente y de hecho en el centro del Europa de abajo, que tambien se está construyendo y que seguramente coincide más con las ideas y sueños de sus fundadores: una Europa inspirada en sus mejores tradiciones de democracia y humanismo global y no en el (neo)colonialismo, el militarismo y el racismo.
Cuando en Estambul la policía intentó barrer del parque central de Gezi a las manifestantes con gases y golpes el 31 de mayo, la gente en Frankfurt respondió inmediatamente con una protesta frente al consulado turco.
El día siguiente, el 1 de junio, la policía alemana preparó a los manifestantes de Blockupy un escenario parecido al turco, en menor escala pero con un saldo de más de 200 heridos por los mismos gases lacrimógenos. Puede sorprender, pero no si se toma en cuenta que la policía alemana, partiendo de su propia experiencia, ayudó en los últimos años a la formación de policías y estrategias de contención de protestas sociales en Estados tan democráticos como Afganistán, Bielorrusia, Arabia Saudita (de donde enviaron policías para aplastar la revuelta en Bahrein) y Turquía. Pero sí sorprenden, en cambio, las denuncias hipócritas de la canciller alemana en relación con Turquía, cuando anteriormente guardó silencio sobre la violencia policial en Frankfurt y negó la posibilidad de una investigación parlamentaria. Criticó al gobierno turco por la restricción de libertades democráticas y la represión policial y para colmo, en la mejor tradición eurocentrista y colonial, recordó “que la concepción occidental de democracia no permite esto”.
El racismo siempre invocó a la idea de una supuesta unidad entre los de arriba y los de abajo en un Estado-nación, o en una construcción como la Unión Europea, para evitar la solidaridad internacional de los de abajo. Discursos anteriores en Alemania sobre los “griegos flojos” ya intentaron distraer la atención sobre el rescate de los bancos con viejos estereotipos y prejuicios sobre “los sureños”.
Mientras se echa humo, la solidaridad (o complicidad) de los de arriba funciona. A medida que el ministro de Turquía declara que el uso de gases lacrimógenos es un “derecho natural” de la policía y explica la protesta como “un complot de traidores con cómplices extranjeros”, guarda silencio sobre el hecho de que Turquía importó en los últimos 12 años 628 toneladas de gases lacrimógenos de Estados Unidos y Brasil. Los Estados Unidos son un viejo conocido en la exportación de represión. Vale recordar que en 2011, en medio de la rebelión egipcia de Tahrir contra el autócrata Mubarak, el gobierno estadunidense renovó una licencia de exportación de gases lacrimógenos en ayuda al mandatario.
Solamente Brasil se estrena como exportador de armas y represión, pero igualmente nuevas son las actuales protestas en el país sudamericano. Son las más grandes desde hace más de 20 años, y en la calle y en la red se expresan en directa alusión y solidaridad militante con la revuelta en Turquía: bajo el hashtag #direnBrazil (diren significa resiste en turco) ó Turquía/Brasil: juntos num só ritmo/ all in one rhythm. Así las cosas, las luchas actuales se decidirán también por la fuerza de la solidaridad entre los de arriba o los de abajo.
La crisis mundial del modelo neoliberal desde el año 2008 y la incesante proliferación de protestas a nivel mundial parecen dejar claro algunas cosas. Primero, que la crisis no significa ningún derrumbe automático de este modelo, sino como en todas las crisis capitalistas, una ventana temporal de posibilidades tanto para que las fuerzas del orden actual refuercen su posición, como para que sus contrincantes desafíen este orden. En la actualidad, las recetas del neoliberalismo se implementan por primera vez en los centros del poder como en Europa. La ola de recortes de servicios sociales y derechos democráticos arrebatados al poder en décadas de lucha, muestran el afán de aprovechar la crisis desde el poder y así lo parece entender la población en varios países. En España, por ejemplo, los indignados gritan “no es crisis, es estafa.” La marea de protestas para contener estos recortes, pero tambien la rearticulación de críticas radicales al sistema actual, son el intento de abajo de actuar en esta crisis.
Segundo, los países que se salvan de la crisis económica enfrentan problemas propios relacionados con la fuga de capitales hacia estos países, aparentemente seguros, con los muchas veces olvidados efectos negativos del boom capitalista: encarecimiento de la vida y vivienda, construcción masiva de megaproyectos comerciales y de infraestructura y la consiguiente destrucción masiva del medio ambiente y de la cultura no rentable. Alemania, Brasil y Turquía son claros ejemplos.
Tercero, al mismo tiempo, los gobiernos y los medios de comunicación masiva dibujan un panorama de miedo que intenta desmovilizar a la gente y reavivar el discurso de la inexistencia de alternativas y el fin de la historia. Este discurso puede funcionar bien, pero tiene un alto riesgo y costo porque no permite críticas en un momento en que la disfunción del neoliberalismo queda al descubierto. Así, un creciente autoritarismo y una criminalización de la protesta intentan callar la inconformidad y se desatan revueltas populares como en Brasil o Turquía.
Cuarto, las muy diversas revueltas desde el inicio de esta crisis en el año 2008, se asemejan a la situación en 1968. Se desatan, aumentan, explotan y desvanecen en un lugar sólo para expandirse hacia otro punto. Aunque tienen un tiempo, contexto y una historia propia, se inspiran y alimentan de manera recíproca. Adoptan estrategias como tomas de plazas, el uso de nuevas tecnologías y las asambleas; comparten símbolos y un gran sentido de fantasía y humor, demostrando algo fundamental: que el emperador está desnudo y que la historia no ha terminado. Autocracias y hasta dictaduras que parecen estables e intocables caen en cuestión de días. Los movimientos se apropian de discursos y palabras vaciadas por el poder, disputan la democracia a las nuevas oligarquías formadas por empresarios, inversores y políticos y muestran que la edad de las luchas sociales, las revoluciones, las utopías y caminos hacia un futuro muy diferente no ha llegado a su fin. La globalización del modelo neoliberal está acompañado, igualmente, de luchas contrarias globales.
Publicado el 24 de junio de 2013