Hablar del panafricanismo, más de 53 años después de las independencias, requiere que nos preguntemos sobre ese concepto en un contexto de recolonización del mundo
12-07-2013
Por Mireille Fanon Mendes France
Traducido para Rebelión por Caty R.
Hablar del panafricanismo, más de 53 años después de las independencias, requiere que nos preguntemos sobre ese concepto en un contexto de recolonización del mundo impuesta con la excusa de la lucha contra el terrorismo con enemigos fabricados tanto en el interior como en el exterior.
¿De qué panafricanismo hablamos? ¿Se trata del sueño de Du Bois antes de encarnar un proyecto de ruptura y liberación de los pueblos negros de la férula de los regímenes segregacionistas de América, o del proyecto de Cheikh Anta Diop, N’Krumah, Cabral, Sankara y en parte de Frantz Fanon y muchos otros militantes de la liberación africana cuyo objetivo es la liberación de los pueblos del África negra del yugo del colonialismo?
El panafricanismo siempre se asocia con la lucha por la independencia de los pueblos de África. En cualquier caso se trata de proclamar la ruptura con el orden dominante establecido.
Ciertamente existen puntos comunes entre las constituyentes del sueño formalizado por Marcus Garvey y los elementos federalistas del proyecto de liberación procedente de las luchas contra la colonización y pasando por la Conferencia de Bandung de abril de 1955. En este contexto entran claramente, entre otras, la lucha de independencia del pueblo chino, la revolución de 1949 y la lucha de independencia de La India, que desembocaron en la expulsión del imperio colonial inglés y produjeron los cambios que han constituido las consecuencias políticas e ideológicas de la lucha de liberación nacional para conquistar la independencia.
Los pueblos hasta entonces ignorados y despojados de cualquier derecho, sometidos a la metrópoli, bajo la firme idea del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos se rebelaron contra el statu quo impuesto por la violencia de la dominación colonial de los Estados europeos y reflejaron los modelos alternativos que se materializaron, entre otras, en la revolución boliviana de 1952 y en la revolución antiimperialista de Guatemala en 1954…
La Conferencia de Bandung fue la oportunidad de reivindicar la pertenencia a un Tercer Mundo neutral, a la misma distancia de Estados Unidos que de la URSS. El eje de la acción de esos países se articuló en torno a la agrupación de los países pobres, de la lucha contra el colonialismo y la segregación racial.
La Declaración por el Desarrollo, la Paz y la Cooperación Internacional adoptada tras la conferencia reflejó el espíritu de los pueblos y marcó la irrupción, en cualquier caso inesperada, de nuevos actores excluidos del reparto del poder en la sociedad internacional de después de la guerra.
Al declarar que el colonialismo, bajo todas sus formas, es la negación de los derechos humanos y un obstáculo para el desarrollo y la paz, la Declaración constituyó un grito de guerra que legitimó y legalizó el derecho de los pueblos sometidos a ocupación extranjera a disponer de sí mismos. El derecho a la autodeterminación, regulado por el derecho internacional ampliamente reconocido, autoriza a los pueblos a elegir su estructura política y defender su independencia. Derecho consagrado por la Carta de las Naciones Unidas y proclamado por la ONU como «el derecho de todos los pueblos a librarse de la dominación colonial» (1), ese derecho (2) es ante todo la garantía de una sociedad pluralista y democrática, según la formulación contenida en la reivindicación a favor de un nuevo orden económico internacional de 1974.
Recordemos que la Conferencia proclamó, entre otras cosas, el respeto de los derechos humanos fundamentales de conformidad con los objetivos y los principios de la Carta de las Naciones Unidas; el respeto de la soberanía y la integridad territorial de todas las naciones; el reconocimiento de la igualdad «de todas las razas» y la igualdad de todas las naciones, pequeñas y grandes; la no intervención y la no injerencia en los asuntos internos de los demás países; el respeto del derecho de cada nación a defenderse individual o colectivamente de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas; el rechazo de utilizar los acuerdos de defensa colectiva para servir los intereses particulares de las grandes potencias cualesquiera que sean; el rechazo de que una potencia, sea cual sea, ejerza presión sobre otros; la abstención de actuaciones o amenazas de agresión o el empleo de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de un país.
En ese contexto, tras el acceso de la mayoría de los países africanos a la independencia en 1960, numerosos dirigentes africanos declararon que el nuevo objetivo era comenzar la segunda etapa de la lucha de liberación de los pueblos del continente del yugo del colonialismo, lo que debía materializarse en la conquista de la independencia económica frente a las antiguas potencias coloniales de las que prácticamente dependían todos los Estados. En ese mismo contexto se inscribe Frantz Fanon, partidario de la lucha contra el colonialismo tanto por su propia experiencia durante su vida en Martinica como por su alistamiento voluntario en el ejército francés, sus años universitarios y su trabajo de psiquiatra en el hospital de Blida, donde desde su llegada se encontró enfrentado a la escuela psiquiátrica de Argel que clasificaba a los árabes argelinos como «primitivos» afirmando que su desarrollo cerebral era «atrasado». Entonces descubrió la cruda expresión de la jerarquía de las razas y de una segregación violenta, comparable a la del apartheid.
Fanon, ya se trate de la locura, del racismo, de la descolonización o del «universalismo» confiscado por los dominantes, en el fondo nunca dejó de intentar establecer «una actuación conjunta, iguales y diferentes» a la manera de una transformación en actos de las situaciones donde los dominados y los dominantes, todos, tenían mucho que perder con la permanencia de los órdenes y los desórdenes existentes.
Quizá por esa razón, a partir de la lucha por la liberación de Argelia, Fanon reflexionó sobre lo que África debía afrontar para liberarse: «matar al sistema colonial, desde la preeminencia de la lengua del opresor y la ‘compartimentación’ hasta la unión aduanera que en realidad mantiene al antiguo colonizado en las redes de la cultura, la moda y las imágenes del colonialista, y no una pseudoindependencia donde los ministros con responsabilidad limitada se avengan con una economía dominada por el pacto colonial». (Pour la révolución africaine, La Découverte, 2011, pp.790-791).
El objetivo era popularizar la lucha del pueblo argelino por medio de la consolidación de alianzas con los pueblos de África y el establecimiento del internacionalismo que debía caracterizar su visión de las luchas emancipadoras.
Desde entonces su compromiso no solo era cambiar el orden del mundo sino que también, al mismo tiempo, debía «ser un programa de desorden absoluto» y «un cuestionamiento integral de la situación colonial», (Los condenados de la tierra).
¿Ese desorden absoluto, ese cuestionamiento integral, se inscriben en lo que ha aportado el panafricanismo, después de las independencias, a la construcción de una África unida e independiente?
Varias razones han asestado un golpe fatal a ese proyecto: por una parte, los pueblos liberados del yugo colonial no han trabajado en la promoción de élites productivas dotadas de una conciencia política y animadas por el sentimiento del interés general. Fanon anticipó ese riesgo, particularmente analizado en el capítulo 3 de Los condenados de la tierra: desventura de la conciencia nacional, en el que desarrolla la idea de que si los nuevos países independientes no llegasen a formar sus élites entonces triunfaría una cultura de negociantes que no sería más que la caricatura de sus mentores occidentales, en su comportamiento y en sus formas de consumo. Los movimientos de liberación se transformarían en un partido único, «la forma moderna de la dictadura burguesa sin máscara, sin maquillaje, sin escrúpulos y cínica» (Los condenados de la tierra).
A falta de perspectivas realmente nacionales, se abriría la vía de las «dictaduras tribales»: jugando sobre las divisiones territoriales pensadas para envenenar permanentemente las relaciones entre los Estados nacientes, sobre las separaciones étnicas mantenidas, cuando no creadas deliberadamente y «herederas» del colonialismo, que en parte es claramente lo que está pasando e impide la formación de Estados dignos de ese nombre al servicio de sus poblaciones. Según Fanon los nuevos poderes, dirigidos por los amos de ayer, acabarían provocando la desintegración de los nuevos Estados.
Por otra parte el establecimiento de los planes de ajuste estructural a principios de los años 80 vino a contrariar, e incluso a alejar durante mucho tiempo, el sueño de los Estados de independizarse económica y políticamente de las instituciones financieras internacionales, en especial del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, lo que les impidió conseguir el derecho a la autodeterminación.
En la actualidad hay pocos dirigentes africanos que promuevan la lucha por la independencia económica y la afirmación de la soberanía de sus países. El sometimiento a las instituciones financieras internacionales, y por lo tanto a las antiguas potencias coloniales, parece unánime aunque aparezcan algunas iniciativas como el plan de acción de Lagos y el NEPAD -una construcción burocrática que demuestra de forma elocuente que los sistemas no representativos no pueden estimular dinámicas reales a pesar de las proclamas grandilocuentes y los portafolios de proyectos sine die- que durante un tiempo mantuvieron la ilusión de una voluntad de ruptura. Podemos recordar también el lanzamiento de la Unión Africana en la Cumbre de Jefes de Estado reunidos en Lusaka, Zambia, en 2001; fue el momento en el que los dirigentes africanos parecían querer avanzar en la realización de la unión política y económica por la que generaciones de africanos lucharon, por lo menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
El proyecto panafricanista de las independencias sigue inconcluso. Aunque es cierto que el continente en conjunto en la actualidad está libre de colonialismo directo es obvio que la independencia de los países africanos continúa siendo teórica. Los pueblos se liberaron pero no se han emancipado del yugo colonial y hoy se hallan ante una recolonización que pasa tanto por las ayudas al desarrollo como bajo las decisiones internacionales, la imposición de un modelo democrático basada en la idea de que hay un único modelo de civilización, los acuerdos bilaterales, a menudo leoninos, las intervenciones militares con el pretexto de intereses particulares y no por el futuro de África… podríamos citar ejemplos hasta la saciedad que demuestran el neocolonialismo activo y la recolonización de numerosos países africanos.
Así África, la cuna de la humanidad, abordó el cincuentenario de las independencias al margen de la marcha del mundo, como un actor secundario víctima de la codicia y de los juegos de intereses de las potencias que trabajan por la alienación de su conciencia y de sus clases dirigentes. Mártir de la trata negrera y de la colonización, con sus sociedades desestructuradas y cambiantes, África aún no se recupera.
52 años después de la muerte de Fanon, ciertamente África debería entender «que ya no es posible avanzar por regiones, sino como un gran cuerpo que rechaza cualquier mutilación, hay que avanzar como un todo, que no exista una África que lucha contra el colonialismo y otra que intenta llegar a un arreglo con el colonialismo…» (Pour la révolución africaine, La Découverte, 2011, pp. 872-873).
Esta reflexión, hecha tras el asesinato de Patrice Lumumba, en la actualidad reviste una pertinencia particular con la guerra que lleva a cabo Francia en Malí y además tiene sentido con la intervención de la OTAN dirigida por Francia en Libia, el papel de la fuerza Licorne en Costa de Marfil… ¿Por qué África no ha podido «avanzar como un todo», decidir que se aplique el artículo 254 de la Carta de las Naciones Unidas y recuperar por su cuenta los puntos de la Declaración de Bandung, a saber, «El rechazo de recurrir a los acuerdos colectivos de defensa para servir los intereses particulares de las grandes potencias, cualesquiera que sean, ejerciendo una presión sobre otros? Porque desde asesinato de Lumumba el continente africano, así como algunos países antiguamente colonizados, no comprenden que «la ONU nunca ha sido capaz de regular adecuadamente ni uno solo de los problemas planteados a la conciencia del hombre por el colonialismo (…) cada vez que la ONU interviene es para ayudar al poder colonialista del país opresor» (Pour la révolución africaine, La Découverte, 2011, pp. 790-791).
Después de la intervención de la ONU en El Congo, Fanon señaló que «Si necesitamos ayuda exterior, acudamos a nuestros amigos. Solo ellos pueden de forma real y completa ayudarnos a conseguir nuestros objetivos, porque precisamente la amistad que nos une a ellos es una amistad de lucha» ¿Por qué siguen sin ver las consecuencias de la intervención de la ONU en El Congo? ¿Por qué se dejaron «neutralizar, lo que probablemente permite actuar a los otros»? ¿Y no es lo que están haciendo los franceses y estadounidenses al trabajar por la militarización del continente africano con la instalación de las bases del AFRICOM?
Con la intervención militar, en primer lugar francesa, se trata de aprovechar la decadencia de Estados bajo dominación continua desde las independencias para volver a introducir directamente una presencia militar camuflada tras los ejércitos locales. En este juego estratégico Malí se ha convertido en rehén de una voluntad de los Estados imperialistas y sus acólitos de llevar a todas partes la guerra interminable con el fin de impedir el avance de una potencia enemiga y, en el mismo movimiento, erradicar cualquier voluntad de las poblaciones de resistirse al orden ultraliberal globalizado construido sobre las finanzas y la militarización. Estados Unidos demuestra su oportunismo al responden a la llamada de auxilio de su aliado francés, ya incapaz por sí mismo de gestionar su coto africano. La presencia estadounidense en el Sahel permite controlar directamente el acceso a recursos esenciales, en particular el uranio, y conferir una profundidad estratégica a su actuación en el continente y en Oriente Medio.
Esta intervención, denunciada duramente por Thabo Mbeki en la reunión «Africiudades» en Dakar, «Existe una relación ilícita entre África y sus antiguos amos coloniales», demuestra que el continente nunca ha emprendido la ruptura necesaria con los antiguos colonizadores, los cuales no han dejado de conseguir que numerosos Estados renuncien a su derecho de autodeterminación, incluido el derecho a la soberanía, el derecho a elegir libremente su sistema de representación política y el derecho sobre sus recursos naturales, mientras que la Asamblea General de la ONU, en su Resolución 1803, proclamó la soberanía permanente sobre los recursos naturales. Así se olvidan la proclamación de un nuevo orden económico internacional y el derecho al desarrollo económico en tanto que modelo alternativo de desarrollo económico, social y cultural.
Frente a ese sistema que destruye el continente africano y desde el principio de la crisis económica y financiera a muchos otros países, África debe hacer que se oiga su voz, incluso si es la de la ruptura, su compromiso fundamental con el derecho a disponer de sí misma, su derecho al desarrollo, su derecho a la paz y la seguridad internacionales, como pedían en una carta firmada por Modibo Keita y Sylvanus Olympio algunos jefes de Estado y de gobierno africanos reunidos en Adis Abeba el 25 de mayo de 1963 que estaban «convencidos de que los pueblos tienen el derecho inalienable de determinar su propio destino; conscientes de que la libertad, la igualdad, la justicia y la dignidad son los objetivos esenciales para la realización de las aspiraciones legítimas de los pueblos africanos; sabiendo que nuestro deber es poner los recursos naturales y humanos de nuestro continente al servicio del progreso general de nuestros pueblos en todos los ámbitos de la actividad humana (…)».
Ahora África debe hacer que se oiga su rechazo a la amenaza de una guerra permanente y del orden que la explota y excluye del reparto del poder y las riquezas, a ver sus tierras acaparadas en beneficio de países capitalistas, que por otra parte es lo que lamentaba en su época Patrice Lumumba y así lo expresó en la ceremonia de la independencia en Leopoldville el 30 de junio de 1960, «Hemos conocido el expolio de nuestros tierras en nombre de textos presuntamente legales que lo único que hacen es reconocer el derecho del más fuerte» (Textes et documents, nº 123, Ministerio de Asuntos Exteriores, Bruselas).
África, en este contexto preciso de crisis mundial y guerra permanente instalada por los antiguos colonizadores, «debe negarse a ver a los africanos comprometidos por sus enemigos», (Fanon, Pour la révolución africaine, La Découverte, 201, p. 874).
Es posible ver a través de las reflexiones de Frantz Fanon lo que podría considerarse para sacar a África de la gran noche –expresión tomada de Achille Mbembé- y para que el panafricanismo deje de ser únicamente un mito fundador del movimiento de la descolonización. Un mito antes activo pero que en la actualidad corre el riesgo de quedarse en el armario de las ilusiones muertas de una época pasada.
Sin embargo no es un lugar de encuentro político en el continente, donde el asunto no se aborda y menos se recuerda. El panafricanismo, más que una esperanza, sigue siendo un objetivo actual para las jóvenes generaciones de todo el continente. Las insurrecciones democráticas y sociales en el norte del continente demuestran que la historia está en marcha y que la liberación real es más que una esperanza.
El ideal panafricano es el de la convergencia de pueblos libres en un continente libre, su puesta en marcha está determinada por la expresión democrática y social de los africanos y por la voluntad política de afrontar juntos los desafíos colectivos. La construcción de un conjunto eficazmente volcado en las necesidades de las poblaciones está condicionado por la emergencia de élites políticas nuevas, representativas y libremente elegidas por los pueblos. Dichas élites renovadas, portadoras de la ética de la convicción de los pioneros de la liberación de África, existen por todo el continente y emergerán antes o después-
Pero la renovación del panafricanismo no puede pensarse independientemente del contexto global caracterizado por una doble crisis entrelazada, por una parte la del neoliberalismo como fase de la globalización capitalista, por otro lado la del propio sistema capitalista que se extiende a una crisis de civilización y particularmente la de la civilización occidental. ¿No es tiempo de favorecer la emergencia de un panafricanismo basado en los valores políticos, económicos y sociales de Fanon?
Lo que es interesante y constituye una oportunidad que quizá no se representa es que esta doble crisis se encuentra directamente con el movimiento histórico de la descolonización; así la crisis del neoliberalismo pone en evidencia los límites de la primera fase de la descolonización, la de las luchas de liberación nacional y las independencias, enfrentada a la ofensiva de los antiguos imperios coloniales agrupados en el G8; y la crisis del capitalismo nos devuelve a la larga época de la colonización y a la naturaleza del universalismo occidental, pero abre la vía a la segunda fase de las independencias.
Una de las condiciones de renovación del panafricanismo reside, entre otras, en la comprensión de que los programas de cooperación solidaria y de desarrollo común no son de orden técnico sino que residen en el compromiso político de dirigentes realmente representativos anclados en la realidad de sus poblaciones y preocupados por los intereses de éstas últimas. La amplitud de los desafíos, tanto si se trata del derecho de los pueblos a la autodeterminación como del desarrollo o de la paz y la seguridad para el conjunto del continente, impone una cooperación estrecha y activa entre todos los componentes del continente. En este sentido, el panafricanismo es una necesidad y ya no es un mito.
El panafricanismo del siglo XXI deberá preguntarse por los legados de las disfunciones postcoloniales, entre ellas las divisiones territoriales según la herencia dejada por los padres de la liberación; cambiar el paradigma a través del cual occidente se apodera del continente africano y su diáspora; elaborar sus propios desafíos económicos, financieros y sociales en el contexto de la imposición, por la fuerza, de un nuevo orden mundial; reflexionar sobre las buenas reglas de funcionamiento en el ámbito de la concertación interna e interestatal.
La construcción de una África unida, con la decisión e instauración de una cooperación internacional gestionada de otra forma, sufrida de otra forma y vivida de otra forma, continúa siendo un objetivo prioritario y no puede llevarse a cabo sin la aportación de la diáspora, afortunadamente declarada «sexta región de África» desde 2007. El encuentro entre la diáspora y el continente africano todavía hay que construirlo y debe considerarse uno de los elementos que pueden reforzar la emergencia del panafricanismo del siglo XXI. Esta construcción tampoco puede concebirse sin un encuentro como el que precisó Chávez: « No me cansaré de reiterarlo: somos un mismo pueblo. Estamos en la obligación de encontrarnos, más allá de la formalidad y el discurso, en un mismo sentir por nuestra unidad, y así juntos darle vida a la ecuación que habrá de aplicarse en la construcción de las condiciones que nos permitan terminar de sacar a nuestros pueblos del laberinto al que fueran arrojados por el colonialismo, y luego el capitalismo neoliberal del siglo XX» (3).
El panafricanismo tiene sentido, la emancipación vendrá y sigue siendo el primer objetivo de las generaciones que llegan hoy a la edad de la madurez política.
Me gustaría concluir citando a Frantz Fanon: «Nuestro error, de los africanos, es haber olvidado que el enemigo nunca recula sinceramente. Nunca lo hace. Cede, pero no cambia. Nuestro error es haber creído que el enemigo había perdido su combatividad y su maldad. Es un hecho que hoy en África existen traidores. Hay que denunciarlos y combatirlos. Que sea difícil después del sueño magnífico de una África volcada en sí misma y sometida a las mismas exigencias de auténtica independencia no cambia la realidad (…) Los imperialistas también tienen miedo. Y con razón. Quieren una pausa. Esperarán a que la «emoción legítima» se calme. Debemos aprovechar ese corto respiro para abandonar nuestros enfoques temerosos y decidir salvar (…) a África» (Pour la révolution africaine).
Notas:
(1) Este derecho fue ratificado posteriormente por los dos pactos de 1966 y ampliamente ratificado por el Tribunal Internacional de Justicia en el caso de Timor Oriental, en la opinión consultiva sobre la construcción del muro del Estado de Israel y en el caso de las actividades militares en Nicaragua donde el Tribunal extendió implícitamente su contenido y lo aclaró con respecto al principio de la no intervención y el derecho de los pueblos a elegir su propio modelo político e ideológico.
(2) Resolución 1514 de 1960.
(3) Carta de Hugo Chávez a los participantes de la Tercera Cumbre África-América Latina y Caribe, Guinea Ecuatorial, febrero de 2013.
Fuente: http://frantzfanonfoundation-fondationfrantzfanon.com/?p=2077