Quise gritarle suerte cabrón a Grex pero cuando lo busqué con la mirada ya no estaba
Soñar el otro
Hermann Bellinghausen
La Jornada
Un tiempo fui amigo de Greg Draxter. Lo digo así porque ya no. La verdad, ignoro si él existe aún. Trabajábamos para la misma compañía. Un día, a la hora del almuerzo me dijo con ligereza: Sabes qué carnal, últimamente he estado soñando bien raro. Uf, pensé, una sesión de sueños. No, plis. O sea, hasta entonces nuestra amistad incluía cervezas, futbol, plática sobre mujeres, chismes de oficina, discos de jazz. Pero sueños. Para eso se paga al especialista. Hay métodos. Lo suyo sonaba raro, confieso, pero no le presté mayor atención. No reconozco mis sueños. No entiendo de qué tratan. Se explicó: Hasta hace una semanas soñaba normal, las cosas chifladas de uno, que si se muere alguien, que si me caigo en un agujero, que si llego a tal lugar o topo con alguien en particular. De eso que amaneces y dices, ah, mira, soñé tal o cual, sonríes, o frunces el ceño, o te quedas intrigado. Ahora no es así.
No lo pelé. La conversación derivó a otros asuntos o volvimos al jale o lo que sea. Días después, Draxter fue más enfático: ¿Te acuerdas lo de mis sueños? Se puso más raro. Caí en la cuenta que no sé con quienes o qué sueño, pero debe haber alguien que sí. Aunque se me escapa, sospecho que todo hace sentido.
Lo miré, incrédulo. ¿Qué me quieres decir?. Sin palabras alzó los hombros, frunció la boca, lo dejó a mi buen entender. ¿Quieres decir que?, dije. Asintió. No manches. ¿Qué son los sueños de alguien más?. Su ajá tuvo cierta dosis de horror. Me reí, por supuesto. El también. Y ahí quedó.
Pasaron días o semanas, planes, contratiempos, alegrías familiares, alguna gripa, un fin de semana, mío, en Cocoyoc. Al lunes siguiente me lo encontré a la salida en el reloj checador. Teníamos días sin vernos. Me esperaba, con una cara. Ni rasurado, ni peinado ni, estoy seguro, bañado. Necesitamos hablar, dijo cuando para mí ya estaba claro que le urgía hacerlo. Se puso peor. Este cuate trae un inmenso dolor.
Ey, ey, momento. ¿Qué cuate?, lo interrumpí. El de los sueños, quién más. Hasta entonces realmente no lo había tomado en serio. Se veía más y más metido en eso. ¿Atrapado? Puede ser. Cree que mató a alguien. Puse cara de quién. Y tiene hijos, ya reconocí tres, chicos. Y una mujer hermosa, triste, que a veces se convierte en perro, o gato, o tolvanera. Viven por Lindavista.
Drax, ¿qué has estado fumando?. No, neta, replicó con más detalles. Llevaba cuatro noches sin dormir, a fuerza de voluntad y tazas de café. Para eso está la cocaína, bromeé, y dijo no te rías tan serio que me sentí mal. ¿Algo así puede ser posible? Me siento, sabes cómo, invadido. Y yo, ¿poseído?. Y él, con ojos de Linda Blair en El exorcista, eso mero. Uta, Draxter, pensé. Y dije: Necesitas ayuda profesional, ¿no te parece?. Y dijo: No. Necesito un detective.
Fingí calma, por no afectarlo más. Minimicé ante Drax. Pero ya luego me quedé preocupado. El martes no fue al trabajo. El miércoles le marqué. Y el jueves. Cero. El viernes, a la salida, apareció. En la esquina. Parecía distante. Evidentemente había dormido. Me llamó la atención su vestimenta. No que estuviera mal, pero no eran su habitual chamarra de mezclilla, la camiseta Polo o la T-shirt de Pumas o Miles Davis. Venía de tweed, camisa de cuello desabotonada hasta el esternón, y del cuello una cadena de oro con un ámbar redondo del tamaño de un canicón.
Ese, Grex, dije como si nada. Hola, dijo indiferente. ¿Qué te has hecho? dije por decir. Pasándola. Su tono era casual, como conversación en la cola de las tortillas. No el mío, que hervía de curiosidad y no iba a disimularla.
Me vine a despedir. Creo. Que dudara me desconcertó. Tendió la mano. Dudé yo, le tendí la mía. La suya la sentí como conejo muerto. Puse mi mejor cara de qué. Ya averigüé quién soy, dijo. Silencio de ambos. Cuando quise retirar mi mano Drax apretó con fuerza, me miró con ojos redondos sin expresión y me sentí transparente. ¿Estás bien?, dije. Nunca mejor. Sonó formal, falso pero también verosímil. Lucía bien. Mejor que últimamente. Y ahora que recapitulo, mejor que nunca.
Irradiaba una dualidad borderline, como dirían los siquiatras. Resultó bastante más que literal. Por cierto, dijo, ya no me llames Drax, ni Grex. Cómo entonces. Todavía no sé, pero se pone bueno. Y no vivo en Lindavista, es un recuerdo de infancia. Mañana desayuno en un café con mi esposa. ¿Tu qué, si era un solterazo. Bueno, tengo qué hacer, bai, cortó. Reflexioné rápido: Te sirvió el detective. No mostró la menor intención de responder mi no pregunta.
No sé si ustedes han visto cuando alguien en presencia de uno se olvida de uno por completo. Y del contexto. De la empresa donde nos conocimos y cuyo edificio estaba a mis espaldas. Se alejó, viré medio círculo un instante a la puerta de la compañía vaciándose de personal. Quise gritarle suerte cabrón a Grex pero cuando lo busqué con la mirada ya no estaba.