Hay algo que no podemos creer, bajo ningún punto de vista: que la renuncia de Longueira se debe a su depresión. Es demasiado evidente.
18 de Julio de 2013
¿Depresión de Longueira o depresión de la institucionalidad?
PEDRO SANTANDER
Profesor titular de la Escuela de Periodismo y director del Observatorio de Comunicacion y Medios de la PUCV
http://www.observatoriodecomunicacion.cl
Con la renuncia de Longueira emerge ante nosotros simples mortales, y sin disfraces, la cara más oculta del poder. Nos referimos a esa dimensión opaca que es propia del poder, que inspira novelas, teorías conspirativas, biografías, guiones, etc. Porque hay algo que no podemos creer, bajo ningún punto de vista: que la renuncia de Longueira se debe a su depresión. Es demasiado evidente.
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La depresión es una enfermedad psiquiátrica que no aparece de un día para otro, hay varios tipos de ellas, la mayoría son exógenas, se van incubando en la persona y son perfectamente tratables por la farmacología moderna y los apoyos terapéuticos. Pablo Longueira sin duda que contaba con esos apoyos, pues ha ejercido perfectamente y de manera exitosa su condición de máximo líder del principal partido de Chile, de senador de la República, de ministro de Economía y, más recientemente, de precandidato presidencial. Todo eso es imposible de sobrellevar sin tratamiento. Y el triunfo sobre Allamand es, antes bien, una noticia y un estímulo positivo para quien sufre de un cuadro depresivo.
La depresión es una enfermedad psiquiátrica que no aparece de un día para otro, hay varios tipos de ellas, la mayoría son exógenas, se van incubando en la persona y son perfectamente tratables por la farmacología moderna y los apoyos terapéuticos. Pablo Longueira sin duda que contaba con esos apoyos, pues ha ejercido perfectamente y de manera exitosa su condición de máximo líder del principal partido de Chile, de senador de la República, de ministro de Economía y, más recientemente, de precandidato presidencial.
Lo que sí es “depresivo” para la derecha y para cualquier defensor de la actual institucionalidad es el contexto en el marco del cual se realizarán las presidenciales de fin de año. Efectivamente, las fuerzas conservadoras están ante el peor escenario electoral desde 1964. Las recientes primarias lo dejaron claro: la concurrencia a las urnas fue tres veces mayor de lo previsto por los mejores cálculos de La Moneda; casi cuatro veces más personas fueron a votar por los candidatos de la Concertación que por los de la derecha; Bachelet dobló sólo con sus votos a Allamand y a Longueira juntos. Es decir, las presidenciales ya están zanjadas, la única duda es por cuánto gana Bachelet o, mejor dicho, por cuánto perderá la derecha con un candidato identificado con el pinochetismo, imposibilitado de atraer votos ni de Velasco ni del centro político y distanciado de Golborne, delfín de uno de los hombres más poderosos de Sudamérica, Horst Paulman.
A dicho contexto se suma que por primera vez en 20 años, gracias a la presión social, la institucionalidad pinochetista que aún nos condiciona, está en serio cuestionamiento, y en el horizonte se vislumbra el fin (por fin) de la arquitectura política que Jaime Guzmán dejó amarrada. Tal es así que este tema forma parte la agenda política del establishment, de los programas y las declaraciones de varios candidatos. De hecho, los dos partidos más golpeados este año por los procesos de primaria, RN y PDC, disminuidos al interior de sus propias alianzas, debilitados ante la opinión pública, marginales en las encuestas, sorprendieron justo después de las primarias, al proponer en un sugerente pacto reformar el sistema electoral binominal.
Estos son los hechos que rodean la renuncia de Longueira y sirven para interpretar este extraño episodio que nos remite a la opacidad del poder. Y lo que le agrega mayor densidad a esta neblina son las declaraciones del senador Andrés Zaldívar quien a raíz de esta bajada recordó el “Naranjazo” de 1964, señalando que en política “no se puede clavar la rueda de la fortuna”. ¿Qué exactamente quiso decir? ¿Por qué recordó el “Naranjazo”? No lo sabemos, seguimos ante la opacidad del discurso del poder.
Sólo sabemos, a ciencia cierta, que ese episodio de 1964 fue, por un lado, un triunfo electoral para un socialista poco antes de una presidencial (igual que con Bachelet) y, por otro, el evento que permitió materializar la alianza entre democratacristianos y derecha para enfrentar un candidato presidencial socialista, apoyado por los comunistas.