El sueño de nosotros, nos dijeron los compas, es que ustedes vean que nuestra lucha es por la vida y se lleven esta semilla a sus pueblos y la hagan crecer.
“Que se lleven esta semilla a sus pueblos y la hagan crecer”: Marisol Yañez, compositora y cantante de son de Guanajuato
El sueño de nosotros, nos dijeron los compas, es que ustedes vean que nuestra lucha es por la vida y se lleven esta semilla a sus pueblos y la hagan crecer.
Marisol Yáñez Oros
Desinformémonos
Me tocó en el Caracol La Realidad, de los territorios más lejanos y donde más estrecha se ha tejido la resistencia desde antes del levantamiento. Hicimos 12 horas de camino lento y precavido para mantener unida la caravana que partió de San Cristóbal. Para mi la primer lección fue el sincero saludo de lucha que nos dieron los compañeros y las compañeras al llegar a las 2 de la mañana a su Caracol, nos esperaban atentas madres, padres, niños con música en vivo y aplausos, celebraban que iniciaba la compartición de su lucha para todos los alumnos de fuera. El baile entre lluvia y fiesta duró hasta las 5 am, cuando un compañero de la Junta de Buen Gobierno nos llamó para hacer filas y cantar el himno, pasarnos lista y avisarnos el itinerario. A las 8 de la mañana iniciamos labores, la sesión de ese día fue una presentación que la Junta de Buen Gobierno dio sobre la historia de los gobiernos autónomos desde que nace la otra lucha por tierra y libertad en 1910. Nos compartieron su modo de organizarse actual y dijeron que la libertad no vino del cielo, que ahí nació en ellos mismos con la autonomía que construyen todos los días.
La casa donde fui con mi guardiana estaba en el municipio Miguel Hidalgo en el pueblo Ventana, hicimos una hora y media en camión y como seis de camino porque no hay modo de entrar más que caminando, hay mucho fango y la tierra se patina, pasamos varios arroyos, atravesamos cafetales y cruzamos el río en lancha. Las compañeras zapatistas con hijos y mochila hacen quizás la mitad del tiempo que con nosotras porque con la torpeza de nuestros pasos de asfalto y las mochilas gigantes que llevamos, alentamos el camino al doble. Las compañeras aprovecharon para recordarnos que ellas cortan frijol y maíz en esas tierras y a veces llueve y cargan los costales con el mecapal hasta sus casas mientras amamantan a sus hijos. No se quejen tanto, nos decían.
El curso de La libertad según los zapatistas fue una compartición del modo de vivir en la autonomía, nos enseñaron cómo resisten todos los días trabajando la tierra y viviendo de ella, nos compartieron su sueño de libertad, recordaron su experiencia desde la clandestinidad, durante el levantamiento y hasta ahora: “No íbamos por valientes a la guerra, íbamos con mucho miedo pero con la cabeza limpia y segura que ya quería la libertad, eso nos daba fuerza y coraje, es que ya estaba bueno de tanta injusticia…” Por ejemplo, el kilo de cacao lo daban en 50 centavos y sacaban 30 o 40 bultos. Nos platicaron que todos los robos, despojos y maltratos orillaron a tantos compas a unirse al “ya basta” del EZLN desde que fueron los reclutamientos.
Fuimos a cortar frijol, en el camino cuesta arriba donde está la siembra, atravesamos acahuales, maizales, cafetales, íbamos comiendo jolcots, tsui, mumun, aguacate, chiles, sólo de subida ya habíamos probado muchas verduras del monte, y de cada una mi Magda, la mamá de la casa donde quedé, me explicaba en tzeltal cómo la cocinaban y cuándo era la temporada de cada planta, mi guardiana Hortensia traducía todo el tiempo. Cuando llegamos, Hortensia y Magda, acostaron a sus bebés en un plástico bajo una sombrita en lo que cortamos el frijol, cuando dio fuerte el sol bajamos con un costal cargado con mecapal cada quien pero antes fuimos por hojas de plátano porque ese día cenamos tamalitos de frijol fresco.
También comimos caldo de gallina y la Deisy, de 14 años, me enseñó con suma destreza cómo se mata, despluma, limpia y cocina la gallina. Les hacía gracia que fuera tan cobarde para ayudarles en esto, pero dijeron que igual era necesario que lo aprendiera. Todas las tardes eran para leer los cuadernos que nos entregaron al inicio sobre los Gobiernos Autónomos y después platicar con ellos sobre cómo vivían la resistencia.
De seguro nos hacen falta ojos para alcanzar a ver todo lo que hay detrás del esfuerzo de los compas para llevarnos a su escuelita de libertad. Nunca vimos una moneda durante el trabajo desde la salida hasta que nos regresaron. Nos alimentaron, hospedaron, transportaron a los recónditos lugares de la selva, celebraron nuestra llegada y salida, nos enseñaron, tradujeron incansablemente a todos sin cobrarnos nada. Repiten continuamente que el dinero y el interés capitalista es el enemigo fuerte porque enturbia las resistencias. En su democracia las autoridades nunca cobran por sus cargos, se eligen mediante asambleas y cubren varias labores. Los compas sólo enseñan con el ejemplo.
Me deja pasmada el trabajo incansable de nuestras mujeres zapatistas en especial de las guardianas que nos cuidaron durante la estancia, mujeres tan jovencitas con hijos en el pecho y en el vientre que no se cuestionan si lucharán por la causa o sacrificarán la salud de sus bebés porque eso no se cuestiona, nacen en la lucha y responden con su vida para cumplir la labor. No vi que hubiera descanso con mi familia -que lo fue desde su corazón estos poquitos días-, las mujeres viven para trabajar y mantener con vida a los demás, se lava el maíz desde las 4 am y en todo el día no se deja de moler para que alcance pozol y tortillas para los ocho hijos sanos que viven en casa. La pulcritud en su cotidianidad es intachable, los niños se ven contentos, las mujeres están fuertes y orgullosas de ser zapatistas.
El sueño de nosotros, nos dijeron los compas, es que ustedes vean que nuestra lucha es por la vida y se lleven esta semilla a sus pueblos y la hagan crecer.