En 50 hás. del Yasuní existen más especies que en todo Estados Unidos y Canadá. La reserva del Yasuní es un santuario de jaguares
Domingo, 15 de Septiembre, 2013
Biodiversidad del Yasuní encierra millones de años de evolución
Renato Valencia, Estación Yasuní
Gran dinamismo y diversidad vegetal
Algunas facetas desconocidas del bosque amazónico se develaron en un estudio sobre la dinámica forestal. La investigación se inició en 1995 en una parcela de 50 hectáreas, un bosque denso donde conviven alrededor de 300 mil tallos de 1.150 especies de árboles y arbustos con al menos un cm de diámetro.
En el estudio se han descubierto 30 especies de árboles, como el gigante Pentaplaris huaoranica: un árbol majestuoso con fuste de hasta 2 m. Surge en grupos aislados y solo se ha registrado en el Yasuní.
La mayoría de especies estudiadas crecen en muy baja densidad: 35 tienen apenas un individuo en todas las 50 hectáreas y 600 poseen dos o un individuo por hectárea. Las especies abundantes, oligárquicas, son una minoría. Las dos más comunes son Matisia oblongifolia (con 119 tallos por hectárea), un arbolito pariente silvestre del zapote, y el pambil (Iriartea deltoidea, 81/ha), una palma arborescente eficiente para establecerse en cualquier espacio.9
La megadiversidad en Yasuní es solo comparable con otros bosques amazónicos o los de Malasia insular, donde también se han registrado concentraciones de especies similares.
En las 50 hectáreas del Yasuní y en una parcela similar en Malasia existen más especies que en todo EE.UU. y Canadá. Pero hay un aspecto en el bosque Yasuní que lo hace aún más enigmático para la ciencia: la inmensa concentración de especies por hectárea. En Yasuní crecen en promedio 650 por hectárea, una cifra que no tiene parangón en el planeta. Esto origina una compleja red de interacciones que sostiene a decenas de miles de otras especies (insectos, animales y plantas). En un solo árbol, el científico Terry Erwin ha estimado que pueden existir más de mil especies de insectos.
Nuestra investigación se enfoca en el dinamismo de los árboles y cómo el cambio climático global u otros fenómenos inesperados, como una sequía extrema, pueden afectar la mortalidad y la captación de carbono de estos bosques. El estudio muestra que 2% de los árboles mueren anualmente en Yasuní y que los tallos crecen pausadamente, en promedio menos de 1 mm al año. Algunas especies pioneras, como la balsa, son de crecimiento rápido, pero la mayoría se desarrollan lentamente y a la sombra del bosque.
Muchas de estas últimas detienen su crecimiento por más de una década en sus fases juveniles, lo que significa que ciertos tallos de 1 cm pueden tener entre 15 y 20 años de edad. Incluso se ha registrado que algunas plántulas en Yasuní pueden permanecer así una década en la espera de desarrollarse en juveniles.
Los estudios a largo plazo como el de Yasuní son indispensables para desentrañar el funcionamiento del bosque y la biología de las especies que se quieren conservar, manejar o destruir.
David Romo, Estación Tiputini
Un lugar de récords en especies animales
Qué significa megadiversidad para un lugar como Yasuní? Esta parte del bosque húmedo tropical amazónico encierra 169 especies de mamíferos, 596 de aves, 121 de reptiles, 151 especies de anfibios y 382 de peces. Estos números no significan mucho si no los ponemos en un contexto. Por ejemplo, en los mamíferos, la mayor diversidad está en los murciélagos con al menos 90 especies, siendo esto un número récord para todos los bosques húmedos del mundo.
Los roles ecológicos de estos animales van desde el control de poblaciones de insectos y anfibios hasta las mismas poblaciones de murciélagos.
De igual manera sucede con los anfibios. El récord mundial lo tenía Santa Cecilia, cuyo inventario se realizó durante la construcción de la vía Lago Agrio-Coca. Hoy, ese bosque ha desaparecido junto con su biodiversidad, siendo uno de los ejemplos más palpables de los impactos secundarios del desarrollo petrolero. El potencial para encontrar más sapitos en Yasuní es realmente grande ya que apenas se ha inventariado, detenidamente, un área no mayor a 20 hectáreas. Pero la mayor diversidad no está en los vertebrados, sino en los insectos. Se estima que una hectárea tiene varios miles de especies. La gran mayoría son tan pequeños que no se los puede ver sin ayuda de una lupa o microscopio. La relación entre insectos y funcionamiento del bosque aún no ha sido determinada con exactitud, pero si su diversidad es tan alta, como su densidad, es fácil argumentar que la arquitectura del bosque está controlada por este grupo.
De acuerdo a Terry Erwin, experto en insectos del Smithsonian Institute, de EE.UU., la densidad de artrópodos (invertebrados con patas articuladas que incluye a los insectos) en una hectárea de bosque de Yasuní es igual al doble del número de estrellas que podemos ver en una noche despejada.
De toda esta biodiversidad apenas sí hemos empezado a catalogarla. No sabemos casi nada de su funcionamiento, propiedades, roles ecológicos, historia evolutiva, etcétera.
Esto es más o menos como haber empezado a catalogar los libros de una gigantesca biblioteca antigua sin aún saber el contenido de los libros. Tardaremos varios cientos de años para descifrar sus misterios, pero un simple vistazo sirve para comprender que los libros no son triviales y llenos de propaganda barata. Son libros que guardan millones de años de información evolutiva cuya importancia económica es imposible predecir.
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La Reserva del Yasuní es un santuario de jaguares
Domingo 15/09/2013
¿El ‘jaguar latinoamericano’ pone en riesgo a su especie simbólica? Es una paradoja: Ecuador fue calificado por autoridades alemanas como el jaguar de la región por sus logros económicos, imagen usada ampliamente en el discurso oficial. El parque Yasuní es un santuario de jaguares, pero la explotación de los bloques 31 y 43 anunciada por el Gobierno, puede alterar el frágil equilibrio de su ecosistema, donde viven hace miles de años. Al menos si se toma en cuenta la historia petrolera de las últimas décadas, caracterizada por la devastación de la selva y sus especies. La evidencia de que esta Reserva cuenta con una densidad sorprendente de jaguares son 250 fotografías tomadas los últimos nueve años. En las tomas aparecen estos imponentes felinos, que pueden pesar hasta 300 libras, mientras se desplazan por los senderos abiertos en la Estación Científica Tiputini (ECT), de la Universidad San Francisco de Quito. La Estación está dentro de la reserva de biósfera, se levanta en la ribera norte del río Tiputini, frente al Parque Nacional Yasuní. Al noreste de Orellana, a unos 280 kilómetros de Quito. El jaguar es el felino más grande de América. Se estima que el rango de ocupación de este animal se ha reducido en más del 50% desde 1900, entre México y Argentina. Su hábitat ha decrecido por la cacería indiscriminada y la falta de alimento (venados, guantas…) por la pérdida de biodiversidad. Es una especie amenazada. Extinta en El Salvador y Uruguay. Belice tiene la mayor densidad de jaguares del continente, entre 7 y 11, cada 100 kilómetros cuadrados. Pero, en una área no mayor a 5 kilómetros cuadrados, en los alrededores de la estación, se fotografiaron 21 individuos de esta especie, lo que ubicaría a esta región, de lejos, como el mayor santuario de jaguares del planeta. ¿Por qué es importante este felino? El jaguar es considerado una especie ‘paraguas’, empleada para medir la salud de un bosque, que ayuda a proteger indirectamente su biodiversidad. Los jaguares se mueven y cazan sus presas en una superficie de 100 kilómetros cuadrados, explica el biólogo Diego Mosquera, administrador de la ECT, mientras muestra al equipo de este Diario algunas de las fotografías, captadas por las cámaras trampa, que se activan con sensores de calor y movimiento. La exposición es en el laboratorio de la Estación, enclavada en un bosque primario, aún alejado de la explotación petrolera. Las cámaras trampa capturaron otros tesoros de la fauna amazónica. Inéditos. Son 55 000 fotografías donde aparecen 63 especies: 27 tipos de aves y 36 mamíferos. Se observan pájaros trompeteros, ocelotes (tigrillos), pumas, pavas, venados, pecarís, capibaras, guatusas, armadillos gigantes, el extraño y poco conocido perro silvestre, monos… Al siguiente día, junto al guía Ramiro San Miguel, nos adentramos por uno de los senderos que conduce a una torre de observación de pájaros y otras especies, a más de 40 metros de altura. En el recorrido no pudimos ver ningún jaguar, pero sí observamos las huellas de uno de ellos: sus garras aparecían marcadas en el suelo arcilloso, aún mojado por la lluvia de la víspera. “En las riberas del Tiputini he visto 13 jaguares”, asegura, con gran orgullo, San Miguel. La mañana es fresca, menos de 28 grados. En silencio caminamos por la selva, escuchando los cantos de las aves, que se mezclan con el ruido incesante de las cigarras, y decenas, cientos de sonidos de especies invisibles. San Miguel observa con agudeza las copas de los árboles. Señala monos titis, que juguetean o descansan. Cerca ubica tres monos araña. Precisamente, el estudio de estos primates es parte de un proyecto, que ejecuta la estación hace 13 años. Comprende la investigación sistemática, con la participación de científicos y estudiantes de diversos países, del comportamiento de cinco especies. Miguel García, biólogo español graduado en la Universidad de Alcalá, llegó hace tres meses a la Estación para trabajar en su tesis de maestría. Su investigación se enfoca en los monos araña (hay unos 30 especímenes). Para analizar su comportamiento, el biólogo, permanecerá un año en este lugar. El segundo día de nuestra estadía, lo acompañamos a su trabajo de campo. Esta vez, empieza a las ocho de la mañana (normalmente comienza a la 06:00 y termina a las 18:00). García lleva un GPS, binoculares, una antena y una radio, que utiliza para localizar a uno de los monos titis, que tiene un collar con un transmisor. Se lo colocaron otros científicos para su estudio, como parte del proyecto primates. Ubicar al simio y su grupo nos toma cerca de 50 minutos. La señal en la radio confirma su presencia en la copa de los árboles, a más de 30 metros. Al localizarlo, el biólogo anota todos los detalles en una agenda electrónica: hora, lugar, comportamiento… “Normalmente sigo a un mono y su grupo todo el día. Esta especie es vital para preservar la selva. Son los principales dispersores de frutos, se comen semillas enteras y luego las dispersan. Siguen patrones: se separan y se juntan de acuerdo a la disponibilidad de frutos”. Miles de especies sobrevivieron millones de años imagen El Parque Nacional Yasuní es uno de los refugios de vida del pleistoceno. Estos parajes se formaron durante los cambios climáticos drásticos que finalizaron hace 10 000 años. Esa es una de las razones científicas de su riqueza, que la ubican como la zona de mayor biodiversidad del planeta. Alberga un millón de especies (la mayoría insectos), cerca de la décima parte de la vida en el planeta. Estos organismos sobrevivieron millones de años y llevan en sus genes esa información, vital para conocer, por ejemplo, cómo enfrentar el calentamiento global y enfermedades aún incurables. En esta región, 1 762 especies de árboles y arbustos han sido descritas, más de 366 aún no han sido estudiadas. Hace tres décadas esta información no estaba documentada, era desconocida. Pero a mediados de los 90 en esta zona se montaron las estaciones científicas de la Universidad Católica y la Universidad San Francisco (USFQ), que generaron buena parte de los datos que hoy permiten conocer su valor biológico. En parte, su trabajo fue posible debido a las facilidades y vías abiertas por las empresas petroleras. Algunas compañías también financiaron el monitoreo ambiental y el inventario de especies. Por décadas, esta riqueza permaneció intocada gracias, en buena medida, al miedo que despertaron, especialmente entre los petroleros y los colonos, los feroces huaoranis. Ellos repelieron a punta de lanza la llegada de los extraños. Gracias a losestación Tiputini la mayoría de foráneos estuvieron alejados por mucho tiempo y nos dieron la última oportunidad de documentar la vida y su impresionante diversidad, apunta el biólogo PhD estadounidense Kelly Swing, en un artículo publicado en National Geographic, en diciembre pasado. En 1996, Swing fundó la estación Tiputini, por iniciativa de la USFQ y la Universidad de Boston. Días después de que el Gobierno anunciara su decisión de explotar los bloques 31 y 43, en el Yasuní, en una entrevista con este Diario, él se mostró sorprendido por las reacciones en defensa del Yasuní.”El argumento de la plata no alcanza. En Ecuador y en el mundo hay otra mentalidad que ha tomado medio siglo. Persiste la idea de que la selva es valiosísima”, sostiene este biólogo, profesor universitario. Kelly encuentra un curioso paralelismo entre la realidad y la ficción. “Yasuní es el planeta de Pandora y los huaoranis son los Omitacaya, de la película ‘Avatar’, de James Cameron”. Los primeros indicios de esta megadiversidad empezaron a aparecer en los 80, no solo en Orellana, sino a lo largo de Sucumbíos, que todavía mantenía bosques primarios. Lo recuerda bien el biólogo PhD David Romo, codirector de la estación Tiputini, que entonces era un adolescente, y visitaba el Oriente en compañía de su padre. “Por las evidencias, en 1979 se creó el parque Nacional Yasuní. Pero eso no paró a las petroleras. En 1989 la Unesco declaró a esta región como reserva de biósfera, y tampoco se detuvo la extracción”. ¿Pero por qué preservar esta diversidad? Al igual que decenas de científicos de todo el mundo, Kelly y Romo coinciden en que el Yasuní guarda un potencial genético único, que todavía está por desarrollarse. Una posibilidad ilimitada para la ciencia, que encaja plenamente con el proyecto de la ciudad del conocimiento, la universidad Yachay, que construye el gobierno, subraya Romo. Dos terceras partes de los fármacos se originan en las plantas. Solo el 4% de esta especie se ha estudiado en la Amazonía. “Tienen que haber muchas más plantas para curar”, sostiene Swing. “El 80% aún no tiene un nombre científico, ahí está posiblemente la respuesta a muchos enigmas y una alternativa para generar recursos”. La contribución de los productos naturales a las ventas de las 10 empresas farmacéuticas más grandes del mundo está entre 20% y 50%, según un estudio del etnobotánico Vlastimil Zak. Algunos autores han determinado “que el valor anual del uso de la biodiversidad es de entre USD 500 y 800 billones”, incluyendo productos farmacéuticos y cosméticos . Un 25% de las medicinas tienen, por lo menos, un ingrediente derivado de sustancias fotoquímicas de las plantas. En 1980 se calculó que los habitantes en Estados Unidos habían pagado unos USD 8 000 millones por medicinas derivadas de las plantas. De 119 plantas que tienen un uso comercial como medicamentos, el 74% fue inicialmente utilizado por comunidades indígenas, indica Zak. En la Amazonía existen miles de plantas medicinales. Por ejemplo un tipo de ortiga, urera caracasana, se utiliza entre los quichuas del Napo para combatir el dolor de los oídos. Entre los huaoranis, el conocimiento de las plantas se volvió crucial para su sobrevivencia. Destacan 19 vegetales, descritos en la publicación ‘Saberes Waorani y Parque Nacional Yasuní’, de Manuela Omari Ima. El bagamo sirve para tratar la diarrea; la leche del árbol wepemoka, para los dolores de estómago; el wiñengengo, para el dolor de huesos. Quien también ha documentado el empleo de las plantas entre los huaos es el antropólogo y explorador botánico Wade Davis, miembro residente de la National Geographic Society. En 1974 Davis estuvo algunas semanas entre los huaoranis. Recopiló evidencias de 35 plantas medicinales, 30 de las cuales se empleaban para tratar infecciones con hongos, mordeduras de serpiente, fiebres, picaduras de insectos, lesiones… “Habían sacado con cuidado de la selva los elementos para tratar las enfermedades de las que sufrían antes del contacto” con misioneros (1958), anota en su libro ‘El Río, Exploraciones y Descubrimientos en la Selva Amazónica’. Yachay y el Yasuní Según varios biólogos el Yasuní puede ser una fuente inagotable de información científica inédita para la universidad pública Yachay, que construye el Gobierno en Urcuquí. La investigación científica, el desarrollo de tecnología y la difusión del conocimiento son su algunos de sus fines. En agosto se firmó un convenio para construir un complejo farmacéutico en Yachay. problemas sociales y satisfacer las necesidades básicas del país, sostiene el Régimen.