La violencia como acto de poder
La violencia como acto de poder
Legitimidades y matices en la acción directa y el anarquismo
Cuando se tiene una idea hay que encararla sin comprometer a nadie más, asumiendo que la respuesta del poder será fuerte, dura y sin contemplaciones.
José María Olaizola
Desinformémonos
Hernani, Gipuzkoa. El autor, José María Olaizola, ex secretario general de la Confederación General del Trabajo, aclara que las acciones violentas –que no son lo mismo que la acción directa- no son privativas del anarquismo, ni el mismo está de acuerdo en el tema. Aclarando que la violencia más grande es la del capitalismo y que no se debe caer en su juego discursivo, Olaizola llama la atención sobre la realización de este tipo de acciones dentro de manifestaciones donde los otros no comparten la misma convicción.
La violencia real
Estamos en un mundo globalizado, con políticas represivas que se intensifican y un discurso sobre la violencia que se unifica a niveles mundiales. El debate sobre la inseguridad está cada día más presente en las sociedades desarrolladas y en desarrollo, promovido desde el poder e impulsado por los medios de comunicación, con sus conclusiones interesadas. La propuesta desde el Estado es intercambiar seguridad (lo que significa una sociedad más policial y controlada) a cambio de una actitud acrítica por parte de la sociedad, dejando mano libre al Estado para ejercer las políticas represivas, en tanto éste “garantiza” un –relativo- bienestar económico.
El problema de la violencia planteado desde aquellos que más la ejercen, es que lo hacen de forma hipócrita y engañosa. Los únicos malos, con quienes hay que acabar sin ninguna consideración, son los terroristas, quienes rompen, queman y destruyen. Sin embargo, el Estado está construido y se mantiene sobre la violencia. Ese capitalismo financiero criminal y feroz, cuyo único “valor” es ganar la mayor cantidad de dinero a costa de quien sea y por encima de todo, al margen de cualquier concepción moral y ética, está salvaguardado por tales Estados y respectivos gobiernos que, con sus fuerzas represivas, actuarán sobre cualquiera que les provoque un disturbio, por muy mínimo que sea, como tirar unas piedras en una manifestación o unos cócteles molotov
Ese capitalismo financiero especulador al que se le permite todo con total impunidad, es quien domina el mundo y la política, el mismo que provocó la crisis iniciada en el 2008 en los Estados Unidos y generó millones de parados y cientos de miles de emigrantes buscando trabajo en otros países, rebajó salarios, empeoró las condiciones laborales y de contratación brutalmente, condenó a cientos de miles de seres humanos a la pobreza e incertidumbre sobre su futuro. Ellos, culpables de dicha crisis y consecuencias, tras un robo generalizado salieron fortalecidos de la misma, con iguales o mayores niveles de ganancias, mientras los trabajadores, los de abajo, pierden derechos conquistados tras muchas, duras y dramáticas luchas, por años y siglos, en las que los sacrificios y sufrimientos fueron enormes, con muertos, asesinados, torturados, encarcelados y perseguidos.
Ese capitalismo criminal cada vez acumula mayor riqueza en menos manos de forma insultante, y es responsable de la muerte de cerca de mil millones de seres humanos al año por hambre, por falta de agua potable, por una alimentación deficiente, por enfermedades curables y guerras. Se trata de un asesinato en masa que no obstante es “legal”, al que nos hemos acostumbrado manteniendo una indiferencia preocupante y grave. Condenar al mundo al hambre, a la muerte segura, a la angustia por el futuro, a la desesperanza, a la nada, es mantener un estado de guerra larvado y permanente, además de un continuo atentado y provocación a la dignidad humana.
Ese capitalismo financiero que se beneficia de los paraísos fiscales, que se alimenta de negocios en los que la criminalidad está presente de forma clara y estructural, como los de la droga, tráfico de seres humanos y una industria armamentística que se desarrolla –para ejercer violencia y matar- con útiles cada vez más sofisticados.
Son Estados apoyados por el capital que provocan guerras, un negocio para unos pocos. Estados que utilizan drones para matar terroristas en los que siempre hay “víctimas colaterales”, asesinatos de inocentes con total impunidad. Estados que aprovechando interesadamente el espectacular desarrollo tecnológico a fin de mantener su poder y mando, someten a un control permanente al ciudadano a través de cámaras de vigilancia, del tráfico comunicativo en internet, de los dispositivos telefónicos, de toda clase de terminales donde se paga automáticamente con tarjeta bancaria. Los Estados y las grandes corporaciones (también para la especulación financiera en los mercados de valores) son quienes tienen la posibilidad de disponer de grandes ordenadores donde cruzar todos los datos que deseen, no así el ciudadano que ingenua o estúpidamente se siente más libre con el manejo de su pequeño ordenador y diversos artilugios electrónicos, totalmente al contrario de lo que resulta, al quedar más expuesto al poder, con todo su aparato represivo y de control, convirtiendo así en realidad el Gran Hermano de Orwell.
Por tanto, fuera de hipocresías, la gran violencia del mundo es ésta. Es legal y a la mayoría les parece normal; el ciudadano en general la asume. La otra violencia, la menor, la que se le enfrenta y que existe, no se puede negar, es la que el poder convierte en argumentos para seguir ejerciendo un control mayor de la sociedad, una militarización mayor, una sociedad mucho más policial, por tanto, menos libre. No hay que olvidar las “empresas” privadas de seguridad con miles y millones de agentes, como parte de esa sociedad policial en que vivimos. Con esto, en ningún momento pretendo decir que una violencia justifica la otra, pero tampoco entrar en la mentira del discurso del poder y los grandes medios de comunicación.
La violencia y la acción directa
Una vez aclarado donde está realmente la violencia, para no caer en un debate falseado, quiero decir que la violencia no es buena. Es un acto autoritario sobre el cual no puede basarse una sociedad diferente con los valores de la solidaridad, la fraternidad, la igualdad y la justicia. El ejercicio de la violencia es un acto de poder, es una imposición.
Lógicamente, estamos en este mundo donde el ser humano es el centro, con sus pasiones, ideales, virtudes y defectos, celos, envidias, codicias, y ansias de dominación. También puede haber psicópatas. Por tanto, la violencia es algo presente en el mundo y un problema para todos, incluso para quienes aspiramos a un mundo diferente. En el camino hacia ese mundo la violencia estará presente, lo imprescindible es que no se imponga en el proceso, que lo político esté por encima de ella (harto difícil). Y, en ese hipotético nuevo mundo, habrá que gestionar todos estos problemas de la violencia que no desaparecerán sin más porque de repente todos seamos solidarios, igualitarios y angelicales, además de aquellos que estén en contra de ese nuevo mundo y quieran acabar con él por todos los medios.
Hemos visto en qué mundo estamos, un mundo totalmente injusto y desigual, criminal, ejercido impunemente, por lo que la violencia en muchos momentos, al margen de su negatividad, puede considerarse legítima, lo que no quiere decir darle validez como norma de funcionamiento, por tanto que se ejerza a pesar de uno mismo.
La acción directa supone la eliminación de los intermediarios para la solución de los problemas que afectan a las partes, en el trabajo la resolución será entre patrón-capital y trabajador, como ciudadano será directamente con el Estado. Aplicarle el sinónimo de acción directa a todo hecho violento no es lo más adecuado. En algunos casos se puede interpretar así, pero hay que tener cuidado con la apreciación y no generalizarla, de la misma forma en que para analizar todas las violencias se deben tener en consideración las muchas matizaciones existentes entre unas y otras, pues no todas son iguales, no todas tienen la misma legitimidad.
Anarquismo y violencia
En estos últimos tiempos, en las movilizaciones en América Latina, como en otras de otros lugares, está de actualidad (aparece en primeras páginas de los medios de comunicación a nivel mundial) la intervención de encapuchados que lanzan cócteles molotov, queman, destrozan algo del mobiliario urbano y atacan bancos. Los gobiernos de turno se apresuran a responsabilizar al anarquismo criminalizándolo, creando un estado de opinión en contra de dicha ideología.
El anarquismo, como cualquier ideología de signo revolucionario, ha estado ligado a la violencia, ya que en los procesos de lucha contra las injusticias ésta se torna presente para responder a la violencia del poder que condena a la miseria al pueblo.
Ha existido, o puede surgir, el anarquista que actúa individualmente o en grupos reducidos para hacer pagar a los responsables de la brutal represión, siempre con un afán justiciero ante la injusticia, actuando con total altruismo.
Otros grupos han actuado de forma más programada en base a una estrategia política determinada y, en concreto en España, el anarquismo tuvo que responder al golpe de Estado de Franco en contra de la República con las armas en la mano, y en los años treinta tuvo que responder a los pistoleros de la patronal.
En definitiva, existe en la respuesta violenta una amplia diversidad. Pero no han sido los únicos que han recurrido a la violencia. La violencia no es patrimonio de los anarquistas, sino de todas las ideologías -dejando al margen al pacifismo. Ahí mismo está la historia de la Iglesia, una historia de violencia.
En el anarquismo hay diversidad, es una ideología viva, con muchos anarquistas diferentes (también están los dogmáticos anclados en la historia). La mayoría intervienen sindical y políticamente sin tener a la violencia como medio de actuación. Existen anarquistas totalmente críticos contra toda forma de expresión violenta, no creen en ella. Por tanto, nos encontramos ante la utilización por los gobiernos de estas explosiones violentas para criminalizar al anarquismo, olvidando por contra la injusticia, la desigualdad, la corrupción, el gasto insultante en grandes eventos y el hambre que asesina en el mundo, eso sí, legalmente, al mismo tiempo que los ricos cada vez son más ricos y los servicios públicos son ineficientes por falta de medios.
Esta violencia también provoca debates dentro del anarquismo. Algunos entienden a la acción violenta como un error político por dar elementos y coartada al Estado para justificar su represión, al tiempo que ahuyenta al pueblo que quiere manifestarse en paz, mientras que quienes actúan violentamente o no lo ven mal, piensan que es lo más acertado como solución y camino para un mundo nuevo, primero destruir el Estado y después construir ese mundo nuevo con valores totalmente diferentes a los actuales que promueve el neoliberalismo. Y, en general, los anarquistas entendemos que el problema de la violencia no es el que se nos trata de vender desde el poder, y no vamos a entrar en su juego.
Simplemente una matización: muchos de estos grupos, no sé si todos, realizan sus actuaciones violentas en las manifestaciones convocadas por otros grupos, donde participan ciudadanos con sus convicciones alejadas de intervenciones violentas. Esto no habla mucho a favor de los primeros, que tienen todos los días del año para atacar al Estado y sus fuerzas represivas sin necesidad de ampararse en dichos manifestantes. Cuando se tiene una idea hay que encararla sin comprometer a nadie más, asumiendo que la respuesta del poder será fuerte, dura y sin contemplaciones.