Descripción de un plano de intensidades. El plano de intensidades de la movilización prolongada no existe sin el espesor de planos de intensidad histórico-social-político.
Descripción de un plano de intensidades
Crítica al esquematismo maniqueo (III)
Raúl Prada Alcoreza
El plano de intensidades de la movilización prolongada no existe sin el espesor de planos de intensidad histórico-social-político. Si las luchas legendarias del proletariado minero existen, si las luchas del proletariado y de los movimientos campesinos existen, si las luchas indígenas existen, si las luchas nacional-populares existen, es porque han sido actualizadas por las luchas de la movilización prolongada. El pasado no existe como tal, como una materialidad a la que se la puede encontrar, “viajando” en el tiempo. El pasado existe como memoria, constantemente actualizado en un presente, que si existe como materialidad histórica.
Dedicado a Raquel Gutiérrez Aguilar, guerrillera y combatiente comunitarista, feminista y descolonizadora. Inventora de Comuna, que fue producto de su pasión, su dedicación, su convocatoria, así como de sus jaladas de oreja. A esta luchadora indomable y escritora desbordante.
Primera aproximación
Lo que está en juego es la experimentación en curso de lo que unos y otros, casi un sentido común, llama “proceso de cambio”; unos, para valorizarlo, otros, para descalificarlo. Término, que sin embargo, tiene referente; se trata del lapso histórico inmediato, que viene del 2000 y alcanza, hasta ahora, al 2013. La experimentación social tiene millones de entradas y de capturas de información, de retención seleccionada de la información, de constituciones singulares de “memorias” individuales. Estas millones de entradas y trayectorias, de mónadas, si se quiere, se comunican por el lenguaje; pero, no lo hacen entre todas y simultáneamente, sino con los próximos, los vecinos, los familiares, los amigos, los del barrio, la escuela, el taller, la comunidad, el trabajo, el tránsito, etc. También lo hacen masivamente mediante los medios de comunicación. Entonces, en este caso, reciben información organizada, elaborada, seleccionada, de una manera simultánea. Esta información no es la misma que la vivida, que la experimentada propiamente, es información trasmitida por las formas del lenguaje audiovisual. Sin embargo, estas transmisiones también forman parte de la experiencia, pues se produce una afectación en los cuerpos de la recepción. Desde el lugar de la experiencia es desde donde se asume la información trasmitida decodificada. En la medida que la memoria de la experiencia está activada, es decir, la memoria actualiza sus “recuerdos”, los sedimentos de la memoria acumulada, la persona que recibe la transmisión puede mantener cierta distancia en relación a la transmisión, incluso puede llegar a ser crítica; sin embargo, en la medida que la memoria “duerme”, por así decirlo, guarda la experiencia, no la actualiza, la persona es vulnerable ante la transmisión.
El anterior apunte es importante para dejar claro que no se trata sólo de contar con la experiencia, de tener memoria, pues si la memoria no se activa, concurre el olvido, y se asume, no sólo lo que se transmite, sino lo que ocurre, en un ámbito relacional estrecho y circunscrito a la fugacidad de los hechos, a la imposición inmediata de los significados e imágenes transmitidos. En otras palabras, se asume lo que acaece de una manera conformista.
La memoria se activa en momentos de emergencia, de convocatoria dramática, de crisis evidente, cuando la afectividad se hace intensa y expansiva, cuando la sensibilidad conecta a masas compactas, los discursos interpeladores se vuelven efectivos, son atendidos, y se motivan acciones colectivas.
Descripción de un plano de intensidades
La movilización prolongada, de 2000 a 2005, emerge después de una larga cadena de resistencias a las políticas neoliberales; primero, de shock, después, de ajuste estructural, luego de privatización del agua. Estas resistencias, focalizadas o de sectores, estallan de una manera desesperada, buscando detener el desmantelamiento de las empresas públicas, la perdida de los derechos sociales, el pretendido nuevo régimen de la tierra, orientado al mercado de tierras, contra las micro-deudas acumuladas, del micro-crédito inventado, convertidas en impagables. También se generaron movilizaciones por el territorio; esta vez, los pueblos indígenas de tierras bajas desplegaron las marchas indígenas por el territorio y la dignidad; la primera marcha indígena es la de 1990. Desde 1985 hasta 1999 se efectuaron múltiples resistencias, marchas, manifestaciones, protestas, demandas, incluyendo la marcha por la defensa de la vida del proletariado minero (1986), que intenta evitar el cierre de las minas y la privatización de COMIBOL. Desde mediados de la década de los noventa, también se despliegan marchas por la defensa de la hoja de coca, de parte de los productores de coca, tanto del Chapare como de Yungas[1]. En este conjunto de movilizaciones, que hemos llamado focalizadas y sectoriales, no todas son locales y circunscritas. La marcha de los mineros, la marcha indígena de tierras bajas y las marchas cocaleras son de magnitud, podríamos decir de impacto nacional.
En Movimientos sociales y Estado, escrito antes de las elecciones de 2005, como parte de un balance de la movilización prolongada, se escribe:
Al iniciar el nuevo milenio de la era cristiana, en Bolivia estalla una de las más grades crisis de su historia, crisis múltiple, que atraviesa distintos planos de su composición estructural. Hablamos de una crisis económica galopante, en parte, por lo que tiene que ver con la crisis que arrastra el capitalismo desde la década de los setenta, en parte por los efectos destructivos de la aplicación de medidas neoliberales, llamadas del ajuste estructural, en pleno contexto de la globalización. Crisis política, que podemos caracterizar como crisis de la democracia formal, instaurada en 1982 como conquista popular, después de la huelga de hambre de las mujeres mineras (diciembre de 1978). Esta democracia sufre su primer colapso cuando el Congreso, copado en su mayoría por las representaciones de la derecha, termina haciendo imposible el gobierno de la Unidad Democrática (UDP) y popular. La conspiración de los sectores empresariales y de los parlamentarios conservadores termina creando una situación insostenible, desde el punto de vista de la ejecución y legalización de políticas de Estado. El gobierno de Hernán Siles Suazo se ve obligado a renunciar un año antes de cumplida su gestión. A esta situación colabora la oposición de los sindicatos obreros y de organizaciones de izquierda opuestas a la UDP, que demandan el cumplimiento de medidas concretas a favor de las clases explotadas y la nación dependiente. La caída de la UDP va traer como consecuencia la llegada al poder, después de las elecciones de 1985, de una coalición de derecha, llevando a la presidencia a nada menos que a Víctor Paz Estensoro, quien comienza el ciclo de políticas neoliberales, con un paquete de medidas de shock, conocido como el decreto 21060, para detener la hiperinflación. Este gesto político borra con el codo lo que se había escrito con la mano. El hombre que había firmado la ley de nacionalización de las minas en 1952 y la ley de reforma agraria en 1953, termina conculcando las medidas revolucionarias de aquel entonces, entregando en su última gestión los recursos naturales y la economía del país a las trasnacionales, en pleno desencadenamiento de la mundialización capitalista.
Los efectos de las políticas neoliberales se hacen sentir en la cuarta gestión de lo que se ha venido a conocer como el periodo de la democracia pactada (1985-2003), pactada entre los llamados partidos tradicionales de la derecha neoliberal. Los efectos perversos de las políticas de privatización se hacen sentir en la segunda gestión de la secuencia de los gobiernos intercalados de Gonzalo Sánchez de Lozada, esto es, en el lapso de la segunda mitad de la década de los noventa. Sin embargo, hay un anticipo en el pronóstico social, los efectos demoledores sobre la economía nacional y el bienestar social comienzan a desprenderse ya desde las primeras medidas de ajuste estructural aplicadas. Empero, la acumulación de los efectos es calamitosa después de doce años de políticas neoliberales. La pauperización alarmante de todas las clases, incluyendo a las clases medias, es una de las señales del deterioro extendido en la sociedad, salvo, claro está, con lo que ocurre con el pequeño sector oligárquico y la casta política, que terminan beneficiándose con la crisis y en la crisis. La desaparición del aparato productivo, el paro, la desocupación, la virtualización de la economía, son otras señales de los efectos destructivos del lapso neoliberal en los escenarios nacionales. Estos efectos negativos en las condiciones de vida de la población forman parte del caldo de cultivo de los movimientos sociales recientes en Bolivia y en América Latina.
Si bien es cierto que los movimientos sociales se gestan en una historia más larga, se enganchan con los ciclos largos de las luchas sociales, los recientes movimientos sociales comienzan, de manera determinada, al inicio mismo del periodo neoliberal, con la marcha por la vida de los mineros (1986), en un intento desesperado de revertir el curso de los acontecimientos que se venían encima. Este periodo de gestación forma parte de la etapa de resistencia de las organizaciones sociales a las políticas económicas. Indudablemente debemos contar en esta narrativa con le emergencia de los movimientos indígenas de la Amazonia y el Chaco. La marcha por la dignidad y el territorio marca un hito importante en la historia de los movimientos sociales (1990-1992). Se incorporan a las luchas sociales contingentes indígenas que habían sido ignorados por el Estado y sometidos a la sombra por los terratenientes y las oligarquías del oriente del país. Hasta el año 2000 se desarrollan una gama de movilizaciones de sectores afectados por las políticas privatizadoras y las políticas de interdicción de la hoja de coca y desarrollo alternativo. Todas estas movilizaciones son significativas por las formas de resistencia que desatan contra los gobiernos de los partidos de la coalición de derecha, contra el marco aplastante de privatización y transnacionalización, contra la espiral de corrosión y corrupción social, contra la desvalorización y deterioro de la política que acompañan al descarnado neoliberalismo. Empero, todos estos procesos son todavía de resistencia. Los movimientos sociales inician su ofensiva durante la guerra del agua, en abril del 2000, en Cochabamba.
A partir de la guerra del agua el mapa político de Bolivia se modifica sustantivamente. Quedan en suspenso los partidos tradicionales, quedan suspendidos los poderes tradicionales del Estado, el poder legislativo, el poder judicial y el poder ejecutivo. La iniciativa se encuentra en manos de las organizaciones sociales y de los instrumentos políticos de los sindicatos y comunidades. Después de la guerra del agua, en septiembre del 2000 se da lugar a un gigantesco bloqueo de caminos que paraliza el país. Es un bloqueo de campesinos e indígenas. Quizás el antecedente inmediato a este bloqueo se encuentre en el bloqueo nacional de caminos de 1979, cuando la Confederación Sindical Única de Campesinos de Bolivia (CSUTCB) de aquel entonces, bajo la dirección del legendario Genaro Flores, toma el control de los caminos, haciendo conocer una serie de demandas campesinas, además de oponerse a los fraudes electorales de los militares, que todavía se encontraban en el poder. La diferencia con aquel bloqueo de caminos es que el de septiembre del 2000 se genera en un contexto distinto y sin presencia de los partidos de izquierda, tampoco se encuentra presente el katarismo, la ideología indianista y las organizaciones políticas indígenas, conformadas en la década de los setenta. Es otro indianismo, más radical, vinculado a un marxismo crítico al izquierdismo, expresión de un marxismo indianista, expresión política que juega un papel importante en el desenvolvimiento de las acciones de masa. Las distintas marchas cocaleras cruzan el lapso de la ofensiva de los movimientos sociales. Sobresale en estas marchas, por su dramatismo, el recorrido de las mujeres del Chapare a la sede de gobierno; las coraleras burlan los puestos del ejército y llegan a la ciudad de La Paz, desplegando un magistral juego de tácticas territoriales. Se suman las marchas de prestatarios, jubilados y rentistas, además de los gremialistas y maestros. Reaparece la figura esporádica de los épicos mineros con sus guardatojos y dinamitas, después del motín policial de febrero del 2003. Llegamos así a una de las cumbres de la curva de los movimientos sociales, que se sucede en octubre del 2003. Acontecimiento conocido como la guerra del gas. Se expulsa al gobierno neoliberal de Sánchez de Lozada y se transita hacia una incierta transición política, después de una sustitución constitucional. Los movimientos sociales viven una especie de reflujo, expectando y esperando el cumplimiento de medidas favorables, durante el gobierno de transición de Carlos Mesa, quien fuera vicepresidente del anterior presidente expulsado por una insurrección urbano-rural. Se abre un nuevo horizonte político. Los movimientos sociales imponen una agenda, la llamada agenda de octubre, que de manera sintética se expresa en la exigencia de la nacionalización de los hidrocarburos y la convocatoria a una Asamblea Constituyente.
La transición resulta siendo sinuosa además de incierta. El gobierno de Carlos Mesa y el Congreso no cumplen con la demanda de los sectores sociales. Prefieren oscilar hacia la derecha, dejándose presionar por las oligarquías regionales y por las empresas trasnacionales. Durante esta etapa de vacío político, vacío creado en parte por el reflujo de los movimientos sociales y por otra parte por la propia levitación del gobierno de transición, la derecha conspira con todos sus recursos, con el monopolio de los medios de comunicación, con el Congreso, con los organismos multilaterales, con las trasnacionales, y hasta con el mismo gobierno, al que le imponen su propia agenda, la llamada agenda de enero, a través de concentraciones y cabildos. A propósito de estas concentraciones, por lo menos dos son importantes, el cabildo de junio del 2004 y el de enero del 2005. Ambos efectuados en la ciudad de Santa Cruz. El gobierno de transición, en medio de dos agendas, las de los movimientos sociales y la de las oligarquías regionales, en medio de dos fuerzas encontradas, termina colapsando. El presidente renuncia. Este hueco en la presidencia obliga a una segunda sustitución constitucional, que trata de ser aprovechada por la derecha para imponer un gobierno de acuerdo a sus intereses. Conspira para imponer una sustitución constitucional que llegue al presidente del Congreso, Hormando Vaca Diez, hombre plenamente afín a los intereses de la oligarquía y de las trasnacionales. Empero, como saliendo de su letargo, los sectores populares reaccionan ante esta embestida, vuelven a tomar el territorio nacional y las ciudades importantes del país. La lucha esta vez se sucede en todo el territorio, trasladándose gran parte del conflicto al oriente, a Santa Cruz de la Sierra, donde concentraciones multitudinarias de colonos, campesinos e indígenas, bloquean por el norte y el sur a la ciudad de la sierra. Sin embargo, el desenlace de este conflicto, que parecía prosperar hacia una guerra civil es la capital del país, Sucre. El Congreso se traslada a Sucre para poder sesionar, escapando de la sede de gobierno, la ciudad de La Paz, que se encontraba completamente convulsionada. Una vez arribados los parlamentarios a Sucre, la capital es tomada por los movimientos sociales. Los ayllus, los sindicatos campesinos, los maestros, organizaciones cívicas y de estudiantes toman Sucre en la mañana, llegan en la tarde los mineros, quienes dan un ambiente de mayor beligerancia, enfrentándose con dinamitas a la policía. Llegan con un muerto en el haber, después de un enfrentamiento con el ejército, en las cercanías de la ciudad. El ambiente se encuentra completamente caldeado. En estas circunstancias, ante una gigantesca expansión del movimiento social, ante la evolución intensiva de los eventos, el desenlace no se deja esperar. El movimiento social detiene en seco la conspiración de la derecha. El resultado es otra sustitución constitucional, esta vez en la persona del presidente de la Corte Judicial, Eduardo Rodríguez Velzé. Ingresando con esto a una nueva coyuntura electoral, plagada de la huella de seis años de luchas sociales. Se llega a un acuerdo político, las elecciones deben garantizar la Asamblea Constituyente y el referéndum autonómico.
El panorama de los movimientos sociales, en lo que llamaremos la historia reciente, muestra ciertas tendencias, que es conveniente analizarlas. Una de ellas es la sorprendente acumulación de fuerzas que se ha dado lugar a lo largo de seis años de luchas sociales, desde la guerra del agua, abril del 2000, a la segunda guerra del gas, pasando de octubre del 2003 a mayo y junio del 2005. Este asenso constante de los movimientos sociales exige una ruptura política trascendental. Esta ruptura política es trascendental porque ocasiona el quiebre respecto a los horizontes históricos heredados, horizontes históricos y culturales heredados por la República criolla. Hablamos de los horizontes coloniales, pero también de los horizontes neo-coloniales, como los relativos a los periodos liberales, incluyendo el último periodo neoliberal, el modelo capitalista, en su cuarto ciclo, bajo la égida del ciclo norteamericano, particularmente en su versión dependiente, en lo que respecta a los países periféricos. Una Asamblea Constituyente, verdaderamente constitutiva, pensada como instrumento democrático del poder constituyente de las multitudes, parece ser una de las tendencias del proceso beligerante de las luchas sociales. Otra tendencia, que puede ser característica en esta historia reciente, es la preeminencia de las bases sociales, del control social, de la gestión asambleísta, impuesta por los actuales movimientos sociales. Esta situación nos muestra la emergencia de modalidades de la democracia radical. Estas prácticas pueden repercutir en las nuevas formas de Estado que emerjan de la crisis. Otra tendencia, compartida por los países de la región, tiene que ver con la inclinación electoral hacia las nuevas versiones de la izquierda. En Bolivia esto tiene que ver con el crecimiento del Movimiento hacia el Socialismo (MAS). Otra característica, que parece ser particular de los países con presencia demográfica indígena, es el condicionamiento de la complexión cultural multinacional. Esto exige pensar la democracia en el contexto de las demandas de las nacionalidades, identidades colectivas y pueblos indígenas. Tomando en cuenta, por el momento, estas tendencias y estas características de los movimientos sociales, se observa también, que quizás debido a la rápida evolución de los acontecimientos, el desplazamiento de las luchas sociales no termina dibujando el perfil de los sujetos sociales, no termina de conformar un contenido político, no se culmina en un proyecto político. Se viven las circunstancias como vienen, improvisando y con propuestas inacabadas. Por esta razón es indispensable, construir espacios de deliberación y reflexión colectivos, que permitan consolidar lo ganado en términos de un intelecto general autonomizado, en el diseño de un proyecto político compartido[2].
Tomando en cuenta la primera anotación, que hicimos en la descripción del plano de intensidades, y la larga cita, que corresponde a una evaluación de la movilización prolongada, efectuada desde la perspectiva de fines del 2005, podemos observar algunos planos de yuxtaposición en el espacio-tiempo social y político. El plano de intensidades de la movilización prolongada se asienta, por así decirlo, en el plano de intensidades de las resistencias. Ambos planos de intensidades se colocan “sobre” el plano de intensidades de la crisis de la democracia conquistada, después de una larga lucha contra las dictaduras militares. Esta larga lucha, que corresponde a los años 1964-1982, conforma otro plano de intensidades, el de las resistencias, las luchas, la reorganización política del bloque popular, que comprende a sindicatos, obreros y campesinos, a estudiantes, principalmente de las universidades, así como a los llamados partidos de izquierda. Los anteriores planos de intensidad se “asientan”, por así decirlo, “sobre” este plano de intensidades, que corresponde a la lucha contra las dictaduras militares.
Desde esta perspectiva “geológica”, usando la metáfora como “geología” social-política, vemos que todos los planos de intensidad comprenden un espesor de planos de intensidad. El plano de intensidades de la movilización prolongada se pliega y despliega sobre ese espesor histórico-social-político. Un plano de intensidad no se da solo, aisladamente, como si no tuviera nada que ver con los otros planos de sedimentación y des-sedimentación. Esto no podría tener lugar. Al respecto llama la atención las interpretaciones que hacen un corte, sólo retoman la temporalidad de este plano de intensidades de la movilización prolongada, como si la historia hubiera comenzado recién. Este mismo corte se produce tanto en quienes hacen apología del gobierno, así como en quienes descalifican al gobierno como a todo el “proceso de cambio”. Desde la izquierda tradicional opuesta al gobierno y al “proceso” se considera que este plano de intensidades no forma parte de la historia política y social del proletariado boliviano.
El plano de intensidades de la movilización prolongada no existe sin el espesor de planos de intensidad histórico-social-político; tampoco el espesor de planos de intensidades existiría sin la actualización de sus memorias en el plano de intensidades de la movilización prolongada. Si las luchas legendarias del proletariado minero existen, si las luchas del proletariado y de los movimientos campesinos existen, si las luchas indígenas existen, si las luchas nacional-populares existen, es porque han sido actualizadas por las luchas de la movilización prolongada. El pasado no existe como tal, como una materialidad a la que se la puede encontrar, “viajando” en el tiempo. El pasado existe como memoria, constantemente actualizado en un presente, que si existe como materialidad histórica. El pasado se pliega en el espesor del presente y se despliega en el plano de intensidades del presente.
Ahora bien, el problema cosiste en comprender cómo el espesor de intensidades histórico-social-político se actualiza en el plano de intensidades, cómo se da la dinámica de los planos de intensidad y yuxtapuestos, sedimentados. Por lo tanto, también el problema radica en comprender cómo se constituye la memoria social, que corresponde a la experiencia social, que corresponde, a su vez, a las dinámicas de la vida.
Ahora bien, antes de seguir, debemos anotar que, obviamente el espesor de intensidades descrito, que corresponde a las temporalidades que se dan desde 1964 hasta 2005, no se da sólo; se “asienta” sobre otro espesor de intensidades, el que corresponde a la experiencia nacional-popular, cuyos planos de intensidad, se pliegan y se despliegan desde la guerra del Chaco (1932-1935) hasta 1964, pasando por la irrupción de la revolución de 1952. A su vez, este espesor de intensidades relativo a la experiencia nacional-popular, se asienta sobre el espesor de intensidades de la crisis del liberalismo, interpelado por resistencias y luchas de las comunidades indígenas, de las organizaciones gremiales y de las primeras organizaciones sindicales. El espesor de intensidades, que está por “debajo” del espesor de intensidades que corresponde a la experiencia de la crisis del régimen liberal, es el espesor de intensidades del siglo corto inaugural de la República de Bolívar, llamada después Bolivia; corresponde entonces al primer ciclo de crisis del Estado-nación. En este mapa “geológico” político, debemos seguir con los espesores y los planos de intensidad de la época colonial, sobre todo concentrarnos en el plano de intensidades del levamiento indígena pan-andino del siglo XVIII, por la conexión que tiene con las resistencias y luchas indígenas en los primeros periodos de la república, en los periodos liberales, en los periodos de las dictaduras militares, desembocado en las resistencias anti-neoliberales y en la movilización prolongada.
Siguiendo con las metáforas geológicas, definiremos como “corteza” del Estado-nación boliviano al conjunto de espesores de intensidades que comprenden la época que viene desde la independencia (1825) hasta nuestros días, primera y segunda décadas del siglo XXI. La “corteza” de intensidades sobre la que se asienta esta “corteza” de intensidades del Estado-nación, es la que corresponde a los periodos coloniales; llamémosla “corteza” colonial. Ahora bien, la conquista del Perú, efectuada como campaña del virreinato de Nuevo México, por lo tanto, también comprendiendo la conquista de Tenochtitlán, por lo tanto de México, ocasionan un quiebre, un cataclismo, en las formaciones histórico-sociales, en los sistema-mundo, del continente de Abya Yala. En este sentido, desde el entendido de una ruptura y un quiebre, distinguiremos dos “placas”, otra metáfora geológica; la “placa” moderna, con toda su arqueología, los distintos ciclos de la modernidad, que comprende tanto a la “corteza” colonial como a la “corteza” del Estado-nación; y la placa autóctona, que comprende las “cortezas”, los espesores, los planos de intensidades, de las genealogías, las arqueologías, las constituciones e intuiciones, en sentido constituyente y de constituido, en sentido instituyente y de instituido, los mapas institucionales y culturales, de las sociedades conformadas en el continente.
Entonces tenemos dos “placas” históricas que se friccionan, chocan, produciendo sismos y alteraciones en la geografía histórica-social-política de los planos de consistencia y de los planos de intensidad. De los sismos de mayor escala, que se convirtió en terremoto, se encuentra el registrado como rebelión indígena pan-andina, en el siglo XVIII, prolongada como irradiación en la guerra federal (1898-1899), por la intervención del ejército aymara, dirigido por Zarate Willka; el otro “sismo” de gran escala es el lo que llamamos la movilización prolongada, cuando la movilización indígena se articula a la movilización nacional-popular, otorgándole a la movilización un contenido anti-colonial y descolonizador; este “sismo”, que también se convirtió en terremoto, fue anunciado por la movilización katarista durante la segunda mitad de la década de los setenta.
La revolución de 1952 corresponde a la crisis política y de legitimidad, además de crisis social y económica, del Estado-nación. Se podría decir que incumbe a una conmoción ocasionada por la presión irresistible de los espesores de intensidad de la “corteza” del Estado-nación; el espesor liberal y el espesor nacional-popular, de manera más específica, el plano de intensidad de la crisis liberal y el plano de intensidad de la emergencia nacional-popular, “chocan”, ocasionando un quiebre en la continuidad liberal, abriendo o, mejor dicho, articulando lo que venía formándose, el ciclo del nacionalismo-revolucionario, comprendiendo su fase ascendente, desde 1952 hasta 1956, y su fase descendente, desde 1956 hasta 1964. Proyectando rayos moribundos en los celajes de 1969-1971, en 1982-1984, y anunciando una alborada barroca desde el 2006; empero, alborada nublada y gris, cuyo día parece corto. Ciertamente esta convulsión de los espesores de intensidad en la “corteza” del Estado-nación, tienen como substrato el movimiento de las “placas”, la fricción de las “placas”, colonial y autóctona, que terminan ocasionando volcanes. La toma de tierras por parte de las comunidades campesinas, de los “pongos”, al servicio de las haciendas, en el Altiplano y los valles, es la manifestación de la emergencia indígena en la revolución nacional.
Teniendo en cuenta las perspectivas “geológicas”, genealógicas, arqueológicas, territoriales, dinámicas moleculares, dinámicas molares y dinámicas tectónicas, trataremos de elaborar una interpretación de dos planos de intensidades, el de la movilización prolongada y el de la crisis de las gestiones de gobierno popular. Dos planos de intensidades, que en conjunto forman el ciclo del “proceso de cambio”, con su etapa ascendente, relativa a la movilización, y su etapa descendente, relativa las gestiones de gobierno.
Antes de seguir debemos hacer algunas anotaciones. Como dijimos antes, no es que el pasado existe como materialidad, que nos estuviera esperando, a la que llegaríamos medite un “viaje” en el tiempo. Ese pasado no existe. Lo que ha quedado del pasado son sus huellas, sus monumentos, sus registros, sus fuentes, sus archivos; también, y sobre todo, su memoria, la constitución de la memoria, a partir de la experiencia social acumulada. El pasado sólo puede existir actualizándose en el presente. Puede darse una actualización más integral o, de lo contrario, fragmentada, dispersa, circunscrita. Todo depende de la capacidad de activar la memoria, lo que, a su vez, significa remover los sedimentos de la experiencia. Ciertamente, la actualización del pasado, no sólo implica activar la memoria, sino también efectuar prácticas, acciones, que irrumpan en la superficie del presente, configurando el plano de intensidades. La actualización es virtual y efectiva.
Hipótesis interpretativa
La movilización prolongada comprende la confluencia de la experiencia social; es decir, de experiencias sociales concurrentes. Actualizando planos de intensidad y planos de consistencia, renovando espesores de intensidad, restableciendo “cortezas” históricas, siendo afectada por el movimiento tectónico de “placas” de formaciones históricas-sociales-políticas-culturales; es decir, de matrices culturales. La movilización prolongada fue el resultado, no sólo de la crisis múltiple del Estado-nación, sino también de la activación de la memoria social; es decir, de las memorias. Reminiscencias largas, medianas y cortas; haciendo presente los planos de intensidad, los planos de consistencia, los estratos de intensidades, las “cortezas” históricas, la fricción de las “placas” civilizadoras y las consecuencias de estos choques, que ocasionan emergencias volcánicas. Esta actualización, este hacerse presentes, este choque civilizatorio, que responde a la condición virtual de la memoria, se hace efectiva en la gramática de las movilizaciones. Esta escritura corporal, fáctica, pasional, desbordante, multitudinaria, escribe una trama no resuelta. Las multitudes se conmueven y se desplazan, abigarradamente, entre la entrega, el gasto heroico, y la el retorno expreso del conformismo.
Notas:
[1] A propósito de las marchas cocaleras, en Movimientos sociales y Estado escribimos lo siguiente: Sobresale en estas marchas, por su dramatismo, el recorrido de las mujeres del Chapare a la sede de gobierno; las coraleras burlan los puestos del ejército y llegan a la ciudad de La Paz, desplegando un magistral juego de tácticas territoriales. Comuna; La Paz. Dinámicas moleculares; La Paz 2003.
[2] Raúl Prada Alcoreza: Movimientos sociales y Estado. Ob. Cit.; págs. 1-6.