Algunos intentan tratarlo de “santo” para tergiverzar la enorme simpatía que se ha desplegado nacional e internacionalmente por su caso
Patishtán, el indígena que venció a la justicia mexicana
El maestro y activista indígena Alberto Patishtán llevaba encarcelado 13 años en Chiapas, acusado de asesinato en un juicio plagado de irregularidades. El empeño de su defensa y la presión mediática han obligado al presidente Enrique Peña Nieto a concederle el indulto. Esta es la historia de una liberación que supone un antes y un después para México
JAVIER MOLINA México 02/11/2013 08:43 Actualizado: 02/11/2013
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Su rostro es un icono de la lucha indigenista en México. Y no es difícil encontrarlo en los ambientes de la izquierda española y europea. En las casas okupas de Lavapiés aparece junto a la efigie del Che y del Subcomandante Marcos, dos mitos sempiternos en el imaginario revolucionario. Pero la vida y de Alberto Patishtán poco o nada tiene que ver con la de los dos imponentes guerrilleros. El chiapaneco, de 42 años, fue maestro de lengua tzotzil, activista indigenista y colaborador civil del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) hasta que una emboscada acabó con la vida de siete policías en El Bosque, su pueblo, a 75 kilómetros de San Cristobal de las Casas (Chiapas). Las autoridades le culparon y le condenaron a 60 años en un juicio amañado. “Quisieron acabar mi lucha, ocultarla, pero lo que hizo fue resplandecer”.
El 31 de octubre pasado, tras 13 años de lucha por demostrar su inocencia el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, se ha visto obligado a indultarle. Las causas: el empeño de sus abogados, el apoyo de múltiples organizaciones sociales y la tenacidad de su hijo Héctor, un joven de 18 años que ha liderado el comité de defensa que protege al maestro. Un día juró no rendirse hasta que su padre fuera liberado. Y cumplió su promesa: La presión mediática y social que ha encabezado ha obligado al presidente Enrique Peña Nieto a dictar el indulto. “Los indígenas no conocemos la palabra rendir”.
Resulta paradójico que en un país en el que el 95% de las sentencias son condenatorias, varios narcotraficantes, asesinos y corruptos son continuamente excarcelados tras polémicas decisiones judiciales. El crimen organizado campa a sus anchas en amplias extensiones del territorio nacional y varios militares y políticos han sido acusados de proteger los movimientos del narco. La visión generalizada es que la justicia solo sirve para cuidar a los ricos y condenar a los rebeldes. Y mientras los asesinos poderosos son liberados, la justicia mexicana mantenía en la cárcel al maestro y activista indígena chiapaneco condenado de por vida en un penal sobrepoblado en el que ha enfermado de cáncer y ha quedado semiciego.
Durante 13 años los magistrados decidieron ignorar las múltiples alegaciones, pruebas y testimonios que demuestran que el maestro tzotzil no estaba en el lugar del crimen, sino en una reunión. Patishtán apoyó como miembro y colaborador a los guerrilleros del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), pero nunca se unió a la lucha armada. “Es la única diferencia que le separó de los zapatistas”, cuenta su hijo. A pesar de eso, el Subcomandante Marcos en persona le visitó en la cárcel y emitió varios comunicados pidiendo su liberación.
Solo el impacto social y mediático ha conseguido dar un giro a la situación. El apoyo de múltiples organizaciones sociales, indigenistas e internacionales -entre las que destaca el movimiento Yo soy 132, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad liderado por el poeta Javier Sicilia y Amnistía Internacional- ha sido decisivo. Políticos, columnistas y movimientos sociales expresaron su indignación ante un caso que simboliza la lucha de todos los pobres de México. El escándalo se extendió en las redes y en la prensa internacional. Los abogados de Patishtán señalaban al presidente mexicano como última oportunidad para conseguir la liberación del maestro indígena.
Finalmente Enrique Peña Nieto cedió a la presión y anunció el indulto que deja en libertad a Patishtán. El maestro seguirá siendo considerado culpable pero por fin, tras 13 años entre rejas, ha salido en libertad. “Hace un mes mis lágrimas eran de tristeza”, contó su hijo sin poder contener el llanto, “ahora son de alegría”. Su padre, ya a su lado, le abrazó ante los aplausos de los presentes.
“Me topé con una autoridad que quiso esclavizar a la gente y dije: hasta aquí no más, yo tengo que salir a defender este pueblo”
La llamada Ley Patishtán abrirá una caja de pandora que obligará a revisar otros muchos procesos judiciales irregulares. La historia del maestro chiapaneco será un punto y aparte en la lucha de los pobres de México (más del 60% de los mexicanos). Hoy su rostro acompaña al del Subcomandante Marcos. Y su discurso mesiánico, chistoso y alegre aún resuena en los oídos de todos los presentes que acudieron a verle en cuanto fue liberado:
“¿Quién es Patishtán? Es una persona que está perdiendo la vista, que ya no les ve con los ojos, pero les ve con el corazón. Es una persona que no solo oye y escucha. Me topé con una autoridad que quiso esclavizar a la gente y dije: hasta aquí no más, yo tengo que salir a defender este pueblo. Alguien tiene que salir. Y salí a defender a mi pueblo, a gritar, a levantar la mano. Por eso me encarcelaron. (…) En la cárcel encontré a gente pobre e indígena y pensé en que tenía que hacer algo por ellos. Encontré caras tristes, encontré llantos. Tuve que ser sacerdote, psicólogo y abogado, aunque no lo soy. Y lo único que podía decirles es lo que yo sabía por experiencia: hay que seguir, no hay que rendirse. (…) Yo estoy libre en conciencia, Dios me bendice siempre y tengo que contagiar a los demás de esa bendición. Si dejo de reírme un día, para mí es un día perdido. Por eso no se preocupen si me ven siempre riendo”.
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Vanguardia.com.mx
Un ‘santo’ mexicano para los más desfavorecidos
El maestro encarcelado injustamente 13 años consigue que Peña Nieto reforme el Código Penal para obtener el indulto
sábado, 02 de noviembre del 2013
México.- Los pobres, los indígenas, los que trabajan de sol a sol por un mísero jornal, los que cruzan la frontera jugándose la vida, la gente de la que no se acuerda nadie y un largo etcétera tiene a partir de ahora un nombre que invocar en México. El de Alberto Patishtán.
En un país donde los más desfavorecidos están acostumbrados a perder, Patishtán (1971) se puede considerar finalmente un ganador. El maestro totzil, encarcelado injustamente durante 13 años, ha conseguido que el presidente de México, Enrique Peña Nieto, un personaje casi inalcanzable para alguien de su estrato social, le conceda un indulto especial que marca un antes y un después en la historia judicial del país.
Acaba de nacer la Ley Patishtán en una nación donde existen incontables casos como el suyo. Convertido en un icono de las desigualdad judicial con la que se trata a los pobres, el profesor llevaba años exigiendo un trato digno. Fue condenado a 60 años de cárcel por el asesinato de siete policías en el corazón de la zona del levantamiento zapatista, en una región boscosa de Chiapas. El proceso judicial estuvo plagado de irregularidades. Su tenacidad y el apoyo de multitud de organizaciones sociales que han tomado como propia su lucha influyeron en la decisión del presidente Peña Nieto de reformar el Código Penal y buscarle una salida a su desgraciada historia.
En estos años de prisión, donde ha enseñado a leer y a escribir en el Cereso 5 de San Cristobal a multitud de presos analfabetos que no podían entender sus sentencias, se ha convertido en un espejo en el que mirarse para los parias. El subcomandante Marcos, el ideólogo y líder del Ejército zapatista, un movimiento con el que Patisthán simpatizaba, y los obispos de la zona se volcaron en su defensa. El escritor John Berger le hizo llegar cuatro líneas de una canción de Victor Jara:
“Pongo en tus manos abiertas
mi guitarra de cantor
martillo de los mineros
arado de labrador”.
Todo el mundo giró a verle en ese momento, pero ¿cuántos habrá como Patishtán sentados en el catre de una cárcel por no haber gozado de un juicio justo, sin que nadie se acuerde de ellos?
Muchos. El propio Alberto se ha preocupado por los problemas de los demás. El día que le notificaron en la celda que pasaría el resto de su vida allí, no lloró. En cambio tuvo que secar las lágrimas de los internos que le rodeaban en el patio, agarrados a sus palabras como un salvavidas. Días después recibió a este periódico, en marzo de este año, y recordó esa escena:
-Era una mala noticia pero yo estoy en paz. Me sé inocente. Tuve que consolarlos a ellos, decirles que hay esperanza. No lloren, les dije.
Para entender cómo llegó hasta aquí hay que remontarse al año 2000. Patishtán era un profesor bilingüe afiliado al sindicato de enseñanza. En su municipio, El Bosque, se le consideraba un hombre con carisma, preocupado por la comunidad indígena tzotzil. Fue uno de los que encabezaron las protestas contra el entonces el alcalde, al que acusaban de nepotismo y abuso. Desde la ciudad de San Cristóbal de las Casas vieron el asunto con preocupación y mandaron a una cuadrilla de la policía federal para evitar una sublevación.
La comitiva policial, en una de sus incursiones por esta zona selvática, fue acorralada por un comando fuertemente armado que acribilló a los agentes. En el ataque murieron siete personas y sobrevivieron dos, el hijo del alcalde y un policía. Ambos declararon haber visto al profesor sosteniendo un AK-47, pero más tarde describieron que los asesinos llevaban pasamontañas. Así siguió una declaración tras otra hasta volver incomprensible la acusación. Los testigos a favor de Patishtán, que lo sitúan lejos del lugar de los hechos, nunca fueron tomados en cuenta por el tribunal. La incompetencia de quienes al principio llevaron su defensa hizo el resto.
Su triunfo, tardío pero triunfo al fin y cabo, no se entiende sin la mediación de un hombre menudo con gafas de pasta y ánimo resuelto. Se trata del abogado especialista en derechos humanos Leonel Rivero. Tomó el caso de Patishtán en 2012 y lo llevó hasta la Suprema Corte de Justicia, donde fueron tumbadas todas las alegaciones pese al apoyo de algunos destacados magistrados. Agotada la vía judicial, Rivero optó por la política.
En enero se reunió con el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. Su intención era tantear la opinión de la nueva administración del PRI que había tomado posesión en diciembre de 2012. ¿Le interesaría el caso al presidente? Antes del encuentro, Jaime Martínez Veloz, la persona designada por Peña Nieto para estrechar el diálogo con los pueblos indígenas y participante en el diálogo de paz con los zapatistas en los años noventa, había preparado el terreno. Su mediación en el asunto sería a la postre de gran importancia. “La voluntad del presidente es solucionar el asunto de Patishtán”, dijo Osorio Chong según los presentes. Pudo haber un utilizado un lenguaje más burocrático, desarrollado por los priístas tras décadas de ostentar el poder, pero la idea era la misma: había que solucionar el problema.
En esas fechas Patishtán se había convertido en un símbolo a nivel mundial de la opresión contra los indígenas. Organizaciones de todo el mundo habían empapelado las calles con su nombre. Convenció a las asociaciones más comprometidas pero también a las más alternativas. En las casas okupas del centro de Madrid se celebraban conciertos en los que se rendía homenaje a Carlos Palomino, un joven de izquierdas asesinado por otro de derechas en las profundidades del metro de la capital de España, y a Patishtán, cuya historia habían escuchado a través de terceros. Se trataba de un indígena oprimido por el Estado en Chiapas, la tierra zapatista. La pelea de ese maestro se libraba en un contexto ideal para el imaginario europeo más izquierdista.
Tras meses de trabajo político se llegó a la conclusión de que el mejor camino era reformar el Código Penal Federal para que el presidente pudiera otorgar indultos a personas sentenciadas durante un juicio irregular. Supone abrir un nuevo cauce que hasta ahora no existía. El Senado aprobó el 23 de octubre la reforma y el Gobierno quiso publicar lo antes posible el indulto. No había tiempo que perder. Patisthán se encuentra en mitad de un tratamiento por un tumor cerebral que desarrolló durante sus años en la cárcel.
El hijo de Patishtán es moreno y tiene el pelo corto. Se llama Héctor. Cuando su padre fue detenido apenas era un niño. Aunque cuando habla utiliza muletillas propias de la lucha social alternativa, el ambiente en el que ha crecido, hay palabras muy claras que le salen directamente del corazón: “¿Que si me importa que mi padre reciba un indulto en vez de ser declarado inocente? Había que derribar el muro de la cárcel, de esta forma o con una excavadora”. También estas: “Mi padre vivirá en el DF o en Chiapas, dependiendo de donde tenga que recibir el tratamiento. Pero no importa, hay injusticias de sobra que combatir en todos lados”. Los olvidados ya tienen quien les seque las lágrimas. Patishtán los ilumine.