El zapatismo llega a su vigésimo aniversario con logros significativos, en un contexto en que su experiencia en la resistencia activa, si bien se concreta en un territorio específico, constituye una brújula para que otros sectores, además de los pueblos indígenas, abran caminos propios que les permitan resistir la embestida neoliberal y el despojo
EZLN: veinte años
Magdalena Gómez
La Jornada
El próximo 1º de enero se cumplen 20 años del surgimiento público del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Sin duda, el 1º de enero de 1994 marcó un parteaguas en nuestro país y otras regiones del mundo, desde luego no con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, como estaba previsto por el salinismo. Habrá que valorar cada uno de los elementos inéditos de esta rebelión, el horizonte que abrió con su “ya basta”, la nueva filosofía política en torno al poder desde abajo y a la izquierda con el principio de mandar obedeciendo y, de manera destacada, la sabiduría de saber escuchar, el respeto a la palabra y la reivindicación de la dignidad como premisa. La relevancia de la decisión que tomó el EZLN en aquel mes de enero, cuando se sumó a la declaración unilateral oficial de cese al fuego, impuesta al Estado con la masiva movilización de amplios sectores sociales. Un año después, pese a la traición del 9 de febrero, el zapatismo aceptó la Ley para el Diálogo, la Conciliación y la Paz Digna en Chiapas, impuesta de nueva cuenta desde la sociedad, que exigió la paz, en la cual se reconocen las causas justas que dieron origen al conflicto armado. Se dispuso de buena fe a construir la vía política y pacífica. Estoy refiriendo algunos hechos y principios, pero desde mi punto de vista es la identidad con los pueblos indígenas lo que marca centralmente el inédito histórico de propiciar la construcción de una agenda propia y su debate frente al gobierno federal, al invitar como asesores a la mesa de derecho y cultura indígena a las organizaciones indígenas del país, lo que derivó en 1996 en la firma de los acuerdos de San Andrés, incumplidos y manipulados por el Estado. Esta experiencia política propició la creación del Congreso Nacional Indígena.
No se debe olvidar que durante 20 años el EZLN ha enfrentado la continuidad de la contrainsurgencia por diversas vías, pese a que está vigente la Ley para el Diálogo y éste se suspendió desde septiembre de 1996. Dos décadas que encierran agravios ominosos, como el intento de desmantelar los municipios autónomos, la creación de grupos paramilitares, la impune masacre de Acteal, el divisionismo propiciado activamente mediante la zanahoria de los programas gubernamentales. Este factor debe tenerse presente cuando valoremos el proyecto autonómico de las juntas de buen gobierno en Chiapas, construido por el zapatismo a contrapelo del Estado. Al EZLN le han anunciado repetidamente su muerte como proyecto, así como a la causa indígena, aduciendo que “ya pasó de moda”. Semejante despropósito quedó desmentido el 21 de diciembre de 2012 cuando el zapatismo realizó masivas marchas silenciosas en varios municipios chiapanecos, destacando de nuevo la entrada a San Cristóbal de las Casas. En ellas el mensaje simbólico fue la pregunta “¿Escucharon?” Con tan impresionante demostración de organización, el EZLN reanudó la presencia pública y el diálogo no con el Estado, sino con amplios sectores sociales, de vastas regiones, para compartir sus experiencias en materia de autonomía, autogobierno, salud, educación, con relevancia en las experiencias de las mujeres zapatistas, entre otras, a través de las escuelitas zapatistas efectuadas en agosto de 2013 y las dos próximas en este diciembre y en enero de 2014. Hay conciencia en el zapatismo sobre la singularidad de su aporte y se propone compartirlo. También en esta etapa plantearon su contribución a la reactivación del Congreso Nacional Indígena mediante la cátedra Tata Juan Chávez, que se realizó el pasado agosto y a la que han sucedido diversas reuniones regionales. En marcado contraste, ya se difunden y/o se filtran análisis sobre los saldos de este proyecto, pretendiendo imponer los referentes que entrañan descalificación. Lo mismo algún medio ofrece datos “estadísticos” que dan cuenta de que la pobreza y la deforestación son mayores en la zona zapatista respecto a la que de por sí existía hace 20 años y a la vez dan cuenta de que el acceso a los caracoles es restringido, con lo cual lo menos que podemos señalar es que sus datos son especulaciones “aproximadas”. También hay quienes ofrecen escenarios sobre las sorpresas que el Estado puede esperar y debe estar prevenido y otros que promueven las supuestas medidas con las que el peñanietismo pondrá en jaque al zapatismo.
Vivimos tiempos complejos, marcados por el virtual desmantelamiento del proyecto emanado de la Revolución Mexicana. La clase política hegemónica ha dispuesto entregar al capital trasnacional los recursos estratégicos de la nación. El zapatismo llega a su vigésimo aniversario con logros significativos, en un contexto en que su experiencia en la resistencia activa, si bien se concreta en un territorio específico, constituye una brújula para que otros sectores, además de los pueblos indígenas, abran caminos propios que les permitan resistir la embestida neoliberal y el despojo.