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Los límites de las críticas sociales a la teoría Sintética de la Evolución. Dawkins y la teoría evolutiva

Diagonal :: 26.12.13

Respuesta al artículo “Kropotkin y la teoría evolutiva.

Los límites de las críticas sociales a la Teoría Sintética de la Evolución
Dawkins y la teoría evolutiva

El autor responde al artículo ‘Kropotkin y la teoría evolutiva’ con una delimitación de las críticas que se suelen hacer a las teorías evolutivas modernas y defendiendo las aportaciones de Dawkins en ‘El Gen Egoísta’.
Pablo Revuelta Sanz
26/12/13 · 10:43

Kropotkin y la teoría evolutiva

No es fácil asumir el papel de abogado del diablo, por cuanto de defensa de lo políticamente incorrecto tiene, pero me resulta un poco más fácil cuando el “diablo” es Richard Dawkins y lo que tenemos sobre la mesa es su defensa de la Teoría Sintética de la Evolución (TSE) y no, por ejemplo, su arrogancia.

Recordando el debate planteado, podríamos resumirlo en los siguientes puntos:

Se critica el darwinismo como la teoría biológica adaptada a la ideología de la época y a la TSE como “la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes”.

Kropotkin criticó los límites de la lucha por la supervivencia para explicar el mundo biológico, proponiendo la cooperación como fuerza evolutiva.

Se plantea una dicotomía entre cooperación y competencia.

Antes de entrar a la discusión, será de utilidad recordar el hilo conductor que llevó a ciertas esferas de la biología occidental a enunciar lo que hoy se conoce como la TSE. Darwin y Wallace, por separado, uno en las islas Galápagos, otro en Malasia, llegan a tres aspectos fundamentales y relativamente novedosos para su época:

Que las especies vivientes están relacionadas.

Que las especies vivientes cambian.

Que el motor del cambio es la adaptación al entorno y la lucha por los recursos.

Para entender el atrevimiento de dos de dichas propuestas hay que recordar el contexto victoriano (y el recalcitrante fervor puritano) y el escándalo que supuso emparentar la obra maestra de Dios, creada a su imagen y semejanza, con el mono. No en vano, las malas lenguas sostienen que la cara humanoide de la etiqueta de “Anís del mono” es la de Darwin, y no escasean caricaturas similares en periódicos de la época. Una segunda consecuencia, no menos estridente, fue la innecesaria existencia de Dios como orfebre de los animales y plantas y, peor aún, la falsedad del relato bíblico (Gén. 1, 20-27). Habría que añadir que la idea de evolución ya había sido enunciada años antes (y mediante otros mecanismos) por otro naturalista, Lamark, también en curso de rehabilitación en la actualidad. La tercera afirmación (como denunciaron en sus respectivos momentos Kropotkin y, más actualmente, Máximo Sandín) olía sospechosamente a justificación y apuntalamiento ideológico de otra de las características de la época: el dominio británico a nivel geopolítico y del capitalismo industrial como sistema económico. Luego volveremos sobre este punto. Al darwinismo le faltaba el mecanismo de transferencia de características heredables, y ahí fue donde el redescubrimiento de las leyes de Mendel (en 1900) encajó como anillo al dedo a una teoría que, aunque plausible, hacía aguas por algunos puntos.

Evaluar una teoría epistemológica mediante criterios políticos
tiene el mismo sentido que intentar catalogarlas con colores o temperaturasA la unión de las leyes de Mendel (convenientemente actualizadas con otros descubrimientos sobre el ADN y sus mecanismos de copia y transmisión y los últimos descubrimientos de la genética y proteómica moderna) con la idea básica de la lucha por la supervivencia en situación de escasez (heredada, a todas luces, de Robert Malthus) y la mutación como motor de variabilidad genética y productor de cambio es lo que hoy se conoce como TSE.

Atendiendo ya al primer punto del debate, podemos afirmar que cuando se critica una teoría científica (y lo que es una teoría científica debería estar más o menos claro desde Popper: una propuesta hipotética de la que se deducen consecuencias medibles y verificables; si quedan dudas de si la TSE es una teoría científica, consultar el experimento iniciado hace 25 años y aún en curso de Richard Lenski), suelen suceder cuatro cosas no excluyentes entre sí:

Se critica a la persona que ha propuesto la teoría (falacia ad hominem).

Se critica a la teoría mediante un criterio ajeno a su ámbito.

Se encuentra un punto débil, no justificado, una falacia, un error de deducción, etc. En definitiva, un fallo formal de la teoría.

Se cree haber encontrado un fallo formal, pero en realidad no se ha entendido bien la teoría.

En lo personal, a Darwin no hay quien lo defienda (ni al infame de su sobrino y sus crueles experimentos con esclavos sobre las huellas dactilares), pero para demostrar la desconexión que, en casos de cierta honestidad, a veces se dan entre teoría epistemológica propuesta y posición ética, habría que recordar que Wallace fue gran detractor del sistema socioeconómico británico (y fundador del estudio del impacto ambiental de las actividades humanas) y que Dawkins rechaza moralmente el egoísmo en las personas y critica el liberalismo thatcheriano en el propio El Gen Egoísta, donde se reclama laborista (no pidamos peras al olmo… o sí).

Esa es la gran aportación de Dawkins: el “yo” es el gen y no el individuo, como pensaban Darwin, Lamark y tantosotrosEn cuanto al segundo camino, por descontado, las teorías las proponen personas en un contexto dado y la influencia de éste no puede ser menospreciada. Diría más: el darwinismo quizás no habría surgido de una sociedad cooperativa. Pero, y esto es de crucial importancia, esto no dice nada acerca de la falsedad o veracidad de la teoría, que deberá ser dilucidada en otro tribunal. Es más: evaluar una teoría epistemológica (o peor aún, un hecho biológico) mediante criterios políticos (de aplicación exclusivamente a lo ético) tiene el mismo sentido que intentar catalogarlas con colores o temperaturas. Simplemente pertenecen a ámbitos del conocimiento y la acción independientes. En este sentido, no podemos tachar de moralmente “malo” que un león cace una gacela, por mucha pena que nos pueda dar. Sin embargo, a veces las metáforas antropomórficas ayudan a entender conceptos no antropológicos, cosa nada negativa si acotamos cuidadosamente el ámbito de aplicación de la metáfora. Es en este sentido en el que Dawkins usa la palabra “egoísta”, cuando obviamente un gen, sin capacidad de decisión (sino sólo de seguir procesos bioquímicos), no puede ser egoísta en el sentido humano. Por todo lo dicho, todas las críticas que resuenan aún hoy en los artículos y charlas de Sandín, sobre el origen liberal del darwinismo deberían hacernos saltar alarmas si pretenden ser algo más que contextualización histórica.

En cuanto a la crítica formal, las críticas a la TSE descansan en dos pilares (uno de los cuales ha sido heredado en las modernas críticas de la TSE):

Una aparente distinción de los mecanismos de selección, a saber: cooperación o competencia, según el entorno, predominando la cooperación cuando el organismo debe luchar contra el ambiente y la competencia cuando el organismo debe luchar por recursos limitados con otros organismos.

Asunción de la existencia de un verdadero altruismo.

Atendiendo al primero, cabría aclarar que, cuando el ambiente es hostil (el caso siberiano en el que Kropotkin se inspiró), hay escasez de recursos de hecho, hay más escasez de recursos en la estepa siberiana que en las islas galápagos, en calorías disponibles y agua, razón por la cual en estas últimas hay mayor biodiversidad). Más allá de este punto, de importancia menor, hay que reconocer a Kropotkin que pusiera luz sobre ciertas estrategias no basadas exclusivamente sobre la lucha entre individuos o especies (luego aclararé la cursiva), una de las grandes limitaciones del darwinismo temprano.

Por otro lado, y ya en relación con el tercer punto de discusión, la competencia a veces puede parecer cooperación. Dawkins pone como ejemplo los actos kamikazes de las abejas obreras. No caben ejercicios aparentemente más altruistas en la naturaleza que el de un individuo estéril sacrificándose por su grupo. Antes de El Gen Egoísta, sólo teníamos teorías de selección de grupo (grupos cooperadores en competencia con otros grupos) o la alternativa cooperativa. Lynn Margulis expone uno de sus ejemplos más paradigmáticos, el del Elysia Chlorotica, un gusano fotosintético, como ejemplo de que el motor de la evolución es, al menos en parte, cooperativo. Ésa es la base de su teoría de la endosimbiosis que explica (fehacientemente) el origen de las mitocondrias y los cloroplastos en células eucariotas. Lo interesante es que ni esta teoría, ni la de los transposones (transferencias horizontales de genes entre especies distintas, en vez de verticales entre progenitores y descendencia), ni el comportamiento de los insectos sociales chocan en general contra la TSE ni, en concreto, con la teoría del gen egoísta.

Me explico: En cualquier acto aparentemente altruista (definido como aquel en el que yo pierdo y tú ganas) parece posible rastrear ganancias por parte del “yo”, si definimos bien ese “yo”. Esa es la gran aportación de Dawkins: el “yo” es el gen (definido como unidad mínima de herencia, mínimo tramo de ADN copiable y con capacidad genética o proteínica completa), no el individuo, como pensaban Darwin, Lamark y tantos otros, y no digamos ya el grupo, la especie o “la vida” en general (con estos tres últimos casos quizás Kropotkin podría haber estado de acuerdo: “las especies cooperan para garantizar la continuidad de la vida”, o algo así). Es más, no parece haber ejemplos de “suicidio” de genes a favor de otros genes y sí al contrario: muerte del organismo debido al “egoísmo” de uno de sus genes (para más información: el sorprendente caso del gen t del ratón). Y sin embargo, las teorías de la endosimbiosis y de los transposones, y los comportamientos más altruistas de la naturaleza cobran total claridad y razón de ser a la fría luz del gen egoísta. La competencia se da entre genes, lo que puede provocar actitudes que llamaríamos altruistas si esto beneficia a los genes responsables de tal actitud. Un ejemplo en el ser humano: los genes responsables del aprendizaje del lenguaje.

Por aclarar, creo que ampararse en el “egoísmo” de los genes (que no tiene necesariamente que ver con el egoísmo de los individuos, y menos aún con el de los seres humanos) para justificar nuestra conducta es aplicar la falacia naturalista para no responsabilizarse de nuestra capacidad de acción, decisión y cambio. El propio Dawkins defiende que las personas no estamos determinadas por los genes sino, acaso, condicionadas o influidas, teniendo margen (y por tanto responsabilidad y por tanto libertad) para actuar de otras formas. El dispositivo encargado de esta emancipación es, o debería ser, la cultura. Por tanto, podemos defender teorías como la del gen egoísta, transitando por el estrecho sendero que queda entre la falacia ad hominem y la naturalista, separando el ser y el deber-ser, sin dar un respiro al capitalismo o al imperialismo desde el plano ético (ecológico, feminista, anticlasista…) que es desde donde, a mi entender, hay que combatirlos.

Para cerrar, y a modo de provocación, sería interesante preguntarnos qué ganamos individualmente las personas cuando cooperamos, aunque esta ya es otra historia, que cuenta con más protagonistas que los genes. Afortunadamente.


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