El maltrato institucional y las prácticas médicas oficialistas, que dificultan y criminalizan el ejercicio de su don, ponen en riesgo de desaparición una práctica que es fundamental para la vida física y cultural de las comunidades.
Parteras, sembradoras de vida en las comunidades, en peligro de desaparecer
El maltrato institucional y las prácticas médicas oficialistas, que dificultan y criminalizan el ejercicio de su don, ponen en riesgo de desaparición una práctica que es fundamental para la vida física y cultural de las comunidades.
Narce Santibañez y Olivia Vázquez/ Sididh Centro Prodh, y Adazahira Chávez/ Desinformémonos
México. Su trabajo no es solamente acomodar al niño que nacerá o dar baños de hierbas a las recién paridas. Las parteras de comunidades nahuas de la Huasteca hidalguense cumplen un rol fundamental en la cosmovisión de las comunidades, pues guían los primeros pasos y valores comunitarios de un niño, expone la investigadora y acompañante Teresa Oñate. Las prácticas de las instituciones oficiales de salud –que pretenden disminuir los nacimientos y la mortalidad materna- las colocan en riesgo, agrega.
“El problema no es que les exijan la certificación”, precisa la investigadora, “sino todos los pretextos que se tejen alrededor de ellos y la lucha de poderes, entre los saberes médicos y los saberes de las comunidades”.
La ama de casa e intérprete nahua Irma Martínez denuncia que el personal médico, auxiliar y administrativo de las clínicas, centros de salud y hospitales amenazan e incluso faltan al respeto a las parteras y a sus pacientes por su condición de indígenas, lo que significa una desacreditación a una práctica ancestral.
Martínez platica que en su comunidad —Piltepeco— las parteras ya son reconocidas por los médicos de la zona, lo cual es reciente. En noviembre de 2013 tuvo lugar una preaudiencia del Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP) en la comunidad de Acatepec, Hidalgo, donde explicaron la importancia de su labor y las dificultades a las que se enfrentan, como el escaso apoyo y material con el que proporcionan su servicio. La reunión con los jueces y la sociedad le sirvió para explicar que de ninguna manera están en contra del personal de los hospitales, y que lo único que piden es apoyo, respeto, reconocimiento y preservación de sus tradiciones y costumbres, pues es lo que las define como pueblo.
“Más mujeres se han muerto en el hospital que con las parteras”
La partería nahua en las más de 20 comunidades que conforman los municipios de Yahualica, Xochitiapan y Huautla, en el estado de Hidalgo, es una práctica ancestral y un servicio comunitario de salud que se transmite de generación en generación. El tener una partera en el pueblo era invaluable debido a su extenso conocimiento y al misticismo del ritual que significa la asistencia tanto en el embarazo como en el alumbramiento y el puerperio.
Actualmente hay pocas parteras en las comunidades, por una parte porque el sistema de salud se encarga de amedrentarlas y erradicar la costumbre ancestral, denuncian estas mujeres nahuas, o porque muchas mujeres deciden no adoptar el oficio que realizaban sus abuelas y madres. Por ello, el legado, la transmisión del conocimiento, la preservación de su cultura y costumbres están en peligro, señala Irma Martínez, mujer nahua que, además de dedicarse al hogar, acompaña y funge como intérprete de a alrededor de 25 parteras hidalguenses.
La práctica de las parteras no es un trabajo ni una opción. Irma Martínez explica que tiene un trasfondo divino: ellas vienen de los sueños, ahí les dicen cómo deben atender, que tienen que lavar ropa de la madre y del bebé, les indican cómo cortar el cordón umbilical y qué hierbas deben darle a las mujeres embarazadas. El sueño es recurrente y es una señal de que deben adoptar el oficio, y si las mujeres no hacen caso se enferman a tal grado que llegan a encontrarse al borde de la muerte.
Aceptar el don implica un compromiso muy fuerte y abstinencia sexual –aun si están casadas, en cuyo caso se vuelven “hermanas” del marido-, explica la investigadora Oñate. “No podemos dejar solas a nuestras pacientes, a cualquier hora vamos”, testificó una de las mujeres en el TPP.
La “voz de las parteras”, como se autodenomina Irma Martínez, narra la experiencia de una de las mujeres: “Ella soñaba cómo le decía la virgen que tenía que ser partera, cómo debía atender al bebé y a la paciente. Ella no aceptaba ser partera, pero varias veces soñó a la virgen, se empezó a enfermar y ya no se podía levantar. Ya no tuvo hambre”. A raíz de los numerosos malestares, los padres de la partera tuvieron que buscar a un curandero para que la tratara y pudiera así ejercer el oficio, pues de no hacerlo, moriría.
Es vasto el conocimiento que las parteras poseen para tratar a las mujeres embarazadas. Son expertas en plantas medicinales y pueden ayudar a que la bebé se acomode si está en una posición que pueda ponerla en riesgo. También hacen oración, tanto por la madre como por el nuevo ser que está por nacer, pues consideran que Dios es quien hace el trabajo y ellas sólo asisten. Además saben cómo recibir a la recién nacida y cómo acercarla a su madre. “Por eso vale nuestro trabajo”, afirmaron en el TPP.
Los médicos desconocen estos detalles, afirma Martínez, pero insisten en decirle a las embarazadas que no se atiendan con las parteras porque es riesgoso. La intérprete precisa que “más mujeres se han muerto en el hospital que con las parteras”.
Su labor, sembrar a los que respetarán a la comunidad
Cuando una mujer conoce que está embarazada, ella o su familia invitan a la partera a intervenir. “A partir de ese momento, queda arraigada en la comunidad porque tiene que estar pendiente de la mujer de tiempo completo y la atiende en su lengua”, relata Teresa Oñate.
Cuando el bebé nace, se dan varios ritos que tienen que ver con el tejer comunidad, detalla la investigadora. Por ejemplo, se entierra el cordón junto con una mata de plátano. Al año, la planta tienen que estar produciendo y el niño repartirá los frutos, como un símbolo de alegría por su supervivencia y para compartir el fruto de su carne. “Así no va a escatimar y será compartido”, explica Teresa Oñate, quien estudia posgrado en Desarrollo Rural. “Y la reciprocidad es uno de los fundamentos de la vida en comunidad”.
“Tienen que enterrar parte de mi cuerpo para que yo dé fruto, como el maíz”, le explicó una mujer a Oñate para que comprendiera por qué las parteras entierran la placenta del niño recién nacido.
Al momento de enterrar la placenta –que se considera un igual del niño y es sagrada-, la partera le da uno de sus nombres al bebé. “No como quiera la sembramos, primero pedimos a Dios, prendemos una vela y le damos de beber a la Madre Tierra con aguardiente y un poco de tabaco y copaleamos, porque así pedimos que el niño crezca como debe de ser”, relató una de las parteras nahuas en la audiencia. No lo hacen en cualquier lado, sino en casa del niño, “así sabrá dónde nació y dónde está sembrada su placenta, y sobre todo sabrá a qué lugar pertenece”, explicó. “Eso es arraigo y es sagrado, el ser bien sembrado en la comunidad”, indica la investigadora de Desarrollo Rural. “Si esto se pierde, se pierden valores también”.
La partera no solamente recibe a la bebé, sino que cocina, enseña las artes de ser mamá y lava la ropa durante 15 días. El periodo se cierra con un baño ritual de la madre y el niño. “Es una fiesta comunitaria que es como una presentación. El niño desnudo se baña sobre una niña, o al revés, se acerca la gente para ser padrino y todos comemos y compartimos la alegría y la comida del recién nacido. Todos se enlazan y se hacen su familia. Los niños de comunidad son de todos, y los ojos de todos lo cuidarán”, indica.
“Son guardianas de normas y valores, y si las atacas, pones todo este sistema en riesgo”, señala Oñate.
La criminalización de la práctica
Parteras nahuas de las comunidades huastecas de Santa Teresa, Crisolco, Zacayahual, Chompetetla, Tenamaxtepec, Zoquitipan, Texoloc, Acatipa, Acatepec y Axtitla, entre otras, denuncian que los programas gubernamentales de salud imponen una forma de reproducción que atenta contra la cultura y tradiciones, arrebata a las familias su autodeterminación reproductiva con engaños, dificultan y criminalizan el ejercicio de la partería y fuerzan a quienes la ejercen a realizar acciones contrarias a sus convicciones.
Las prácticas que ponen en riesgo el ejercicio de la partería vienen de la intención de cumplir los llamados Objetivos del Milenio –metas acordadas por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en el año 2000, que serán revisadas en 2015. Entre los objetivos se encuentra reducir la mortalidad materna, lo que en México no se ha conseguido, señala la investigadora Teresa Oñate.
“La mortalidad materna es multifactorial. Las mujeres no se mueren de parto por ser atendidas por una partera; al contrario, en las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) está que se cuente con ellas y se aprovechen sus conocimientos, no que se les quite el trabajo. Aquí se ha malentendido, desgraciadamente”, explica Oñate.
Para que su práctica sea legal, a las parteras se les exige certificarse –a través de un programa incluido en la Ley General de Salud, que busca mejorar sus competencias médicas-, pero el presupuesto para apoyarlas con el pasaje o la comida de los días de curso es insuficiente. Teresa Oñate recuerda que estas mujeres viven en comunidades alejadas, de difícil acceso, y que tienen que caminar muchas horas para llegar al centro donde los médicos impartirán la certificación, y a veces no probarán bocado. “En una ocasión, se llevaron a una a un acto en Pachuca (la capital de Hidalgo), donde le entregaron un equipo precioso para su trabajo y le tomaron fotos. Cuál sería la sorpresa, que al terminar el acto le recogieron la maletita y no volvió a ver el equipo”, agrega Oñate.
A quienes ya están certificadas, les prohíben usar hierbas y sobar a las mujeres, e incluso atender partos –tienen que enviar a la parturienta a la clínica u hospital más cercano-, bajo la amenaza de encarcelarlas si “algo” le pasa a la paciente. Una vez en la clínica, les prohíben acompañar a la mujer, “como las ven indígenas, abuelas y descalzas, sin respetar que son las que más conocen a la parturienta y toda su experiencia”, señala la investigadora. Y si la partera atiende a la mujer, niegan o retrasan los certificados de nacimiento para que las familias prefieran atenderse en las clínicas.
Los médicos, además, utilizan sus servicios cuando les conviene –pues reducen enormemente el costo de tener personal médico en las comunidades- pero en otros momentos les faltan al respeto y las regañan como si fueran niñas, considera la investigadora radicada en la Huasteca, sin tomar en cuenta que son mujeres que llevan decenas de partos atendidos, mientras los médicos muchas veces han atendido pocos o ninguno.
Las instituciones también tratan de aprovecharse, pues intentan forzarlas a realizar tareas distintas a las marcadas por su don, como llevar registros de embarazadas, meterse a las casas a promover los anticonceptivos –cuando ellas deben ser invitadas por la familia para realizar su trabajo-, y convencer a las mujeres de que se operen para no tener más hijos.
Los resultados de estas dificultades y amenazas ya se pueden ver. En las comunidades cercanas a Huejutla, una de las ciudades más importantes de la Huasteca hidalguense, ya no hay parteras, pues dicen que está “muy duro” y ellas sufren al no poder ejercer el don que les fue enviado, e incluso “se enferman”, explica Oñate. Además, se registra un fuerte descenso de la cantidad de niños nacidos, al grado de que en algunas comunidades, como Piltepeco, las escuelas –obtenidas a través de la lucha de los habitantes- serán cerradas. “Las comunidades están envejeciendo”, resume Oñate, quien aventura que el interés en despoblar la zona puede relacionarse con la implementación de proyectos extractivos.
Para las familias, estas medidas –que intentan forzar a las parturientas a atenderse en clínicas oficiales- también tienen repercusiones. De ser una alegría, el nacimiento de un bebé se convierte en una preocupación por los gastos que implican el traslado y la hospitalización. “Se jala algo que estaba en el ámbito autosustentable, como el nacer, al mercado”, define la investigadora. El gasto también implica que la familia no pueda ofrecer la comida comunitaria de presentación del niño, y se pierde ese ritual tan importante para hermanarlo con su comunidad, agrega Oñate.
Además, insiste, con la práctica de cesáreas innecesarias, la familia “pierde” a la mujer, madre, esposa y trabajadora hasta por un año, pues “para ellos es una cirugía de la que se deben recuperar bastante tiempo, y ellas hacen mucho trabajo pesado”.
Pero hay otras consecuencias, como la pérdida del sentido de comunalidad, pues los ritos destinados a que la recién nacida respete a la tierra y la comunidad, y a que el resto de la gente la considere su familia, se pierden. “En las comunidades ya hay una división entre los niños que nacen de partera y fueron sembrados, ‘los que sí respetan’, de los que ‘niños de clínica’, que la gente considera que no lo hacen”, detalla Teresa Oñate.
“Y hay otras cosas que no podemos ver todavía, como el qué sucederá con todos esos niños nacidos en clínicas fuera de su comunidad. Su certificado de nacimiento no los pone como oriundos de su pueblo, y para los programas de tierra, de catálogo de comunidades indígenas, puede ser un problema”, aventura Oñate.
“Se están alterando espacios y elementos que son fundamentales en la reproducción de la cosmovisión”, resume la investigadora.
Violencia por partida doble: discriminación y criminalización
Ante la creciente criminalización de la partería en comunidades de Hidalgo, Simón Hernández, abogado del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, calificó como “grave” que la sabiduría ancestral de las parteras esté en peligro y que sean perseguidas por el Estado, pues violenta sus derechos por partida doble; por una lado se discrimina las prácticas de los pueblos indígenas y por otro se criminaliza un oficio plenamente reconocido por la legislación mexicana.
Y es que muchas mujeres dedicadas a este oficio han sido amenazadas y hostigadas en los últimos años por instancias de salud en Hidalgo, a pesar de que en existen instrumentos internacionales y nacionales en donde están reconocidos los derechos de los pueblos indígenas en cuanto a la libre determinación y autonomía.
Respecto al tema de salud indígena y el derecho a preservar sus costumbres, el principal instrumento donde se reconoce es en el Convenio 169 de la Organización Internacional de Trabajo (OIT), la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en los artículos 2 y 4 de la Constitución mexicana.
“La problemática de las comunidades en Hidalgo muestra una relación violenta con el gobierno, que no reconoce las formas de organización y de administración de salud de los pueblos. Y cuando se discrimina, se genera una criminalización de todo lo que el Estado considera que deben o no pueden hacer, se afecta la forma de subsistencia y lejos de favorecer la relación con los grupos indígenas, la empeora, pues el sistema normativo lo considera incivilizado o desviado”, condena el abogado.
En Hidalgo existe la Ley de Derechos y Cultura Indígenas, que en su artículo 13 señala que los pueblos indígenas tienen derecho a mantener sus prácticas de salud con sus propias medicinas tradicionales y a la capacitación, actualización y certificación de los médicos tradicionales.
Simón Hernández precisa que el problema es que las prácticas de los pueblos pasan por la validación del Estado. “Ejemplo de ello es que las parteras sean incorporadas al sistema de salud, y para ello deben tener un reconocimiento formal para que puedan ejercer, entonces siempre hay esta discriminación histórica en cómo se reconocen estos saberes, lo cual no debería existir”.
“Siempre hay una relación de infravaloración entre nuestra sociedad y la indígena, pues mientras acá tenemos médicas, los pueblos tienen parteras o curanderos, y mientras tenemos sistemas normativos, ellos tienen usos y costumbres”, compara el defensor de derechos humanos del Centro Prodh. El Estado se ha visto obligado al reconocimiento de estos derechos, centro de la lucha de los pueblos indígenas del siglo XX; sin embargo, la relación de igualdad sigue siendo una asignatura pendiente, resume.
Un diálogo entre iguales
La investigadora Teresa Oñate expone que la lucha de las parteras es porque se reconozca su labor como una institución cultural. “El embarazo, el parto y el puerperio tienen que ser considerados como un evento etnomédico, no sólo como una cuestión de salud, igual que el espanto y la sareada. Son eventos médicos entretejidos con cosmovisiones que no puedes tachar, porque la gente se te muere”, detalla.
Se trata, expone la investigadora, de reconocer otras dimensiones del saber y a la partería como parte de un sistema médico indígena. Las parteras están contentas con certificarse, pues desean mejorar sus conocimientos y valoran mucho poder reconocer signos de complicación como la preclampsia y tener alternativas –como clínicas u hospitales- para estos casos, asegura Oñate, quien acompaña a estas practicantes del don. Pero, sobre todo, exigen respeto a su labor.
La OMS recomienda hacer un diálogo entre los saberes médicos de ambos sistemas pero en un plano de igualdad, “no de sumisión, como es en realidad”, insiste Oñate. “Y hay que tener condiciones para que, cuando las parteras reconocen que a una mujer no la pueden atender por sus complicaciones, se le pueda dar otra atención. Se necesitan helicópteros, clínicas más cercanas, descentralizar el sistema médico de segundo o tercer nivel, un sistema de comunicación efectivo con ellas, y sobre todo que puedan elegir si sí o si no derivarán a sus pacientes”. Otro punto necesario es que los médicos también se capaciten y sensibilicen, agrega.
Sobre todo, se necesita una revalorización de la labor de la partera. “Quien las tiene que evaluar y certificar son las comunidades”, define la investigadora. “En contraparte, el Sector Salud tiene que apoyar mínimamente con los pasajes, o venir a dar la capacitación a las comunidades céntricas”.
Las parteras no pueden recibir sueldo o dinero, pero sí apoyos a través, por ejemplo, de las milpas del común. “Pero todo tiene que salir desde abajo, desde las comunidades. No puede salir de arriba porque ya sabemos que viene torcidito, no alcanza y no va a donde tiene que ir”, finaliza Oñate.