Venezolano secretario general de Unasur, Alí Rodríguez, expone punto por punto los argumentos del discurso extractivista. A confesión de parte, relevo de pruebas…
01-04-2014
Recursos naturales y estrategia de la UNASUR
Alí Rodríguez y el discurso extractivista latinoamericano
Pablo Dávalos
Rebelión
Alí Rodríguez es un personaje importante en la transición posneoliberal en América Latina. Fue Ministro de Economía y el responsable de PDVSA durante la era de Chávez, luego fue Ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela y, posteriormente, Secretario General de la UNASUR. De alguna manera, representa el momento histórico y político que vive la región, de ahí que sus declaraciones den cuenta de la forma que asumen los discursos y la praxis política de los responsables de la transición posneoliberal, al menos en América del Sur.
En un documento publicado por la revista electrónica ALAI (“Recursos naturales como eje dinámico de la estrategia de UNASUR”, 2014-03-24, www.alainet.org )(Ver texto inmediatamente después de éste. Nota Clajadep), Rodríguez expone punto por punto los argumentos del discurso extractivista. Esos argumentos señalan, desde una pretendida posición objetiva, que América Latina en general y Suramérica en particular, no se caracterizan por ser potencias tecnológicas ni financieras y que su mayor riqueza está en sus recursos naturales y en su gente, y que es el momento de utilizar esos recursos naturales para financiar tareas urgentes tanto del desarrollo, como el crecimiento económico, cuanto de la redistribución del ingreso, como la salud y educación.
Este discurso se sintoniza con lo que han expresado y propuesto varios líderes políticos de la región, por ejemplo, la metáfora del presidente ecuatoriano Rafael Correa de que no se podía ser como el mendigo sentado sobre un saco de oro para justificar la privatización de los territorios a las corporaciones petroleras y mineras; el texto “Geopolítica de la Amazonía” del vicepresidente boliviano Álvaro García Linera para justificar el extractivismo en su país, la “Ley de Semillas” (también conocida como “Ley Monsanto”) para permitir el mercado de agrotóxicos y transgénicos, por parte de Cristina Kirchner en Argentina, los argumentos del Programa de aceleración del crecimiento (PAC), del PT en Brasil, etc.
En realidad, no se trata de un discurso novedoso, de hecho, fue parte fundamental del debate económico y político que atravesó América Latina desde fines de la segunda guerra mundial y que tendría a la Comisión Económica Para América Latina, CEPAL, como el principal referente teórico y político.
Los teóricos de la CEPAL acuñarían la expresión de “estructuralismo” para comprender las dinámicas y las formas que había asumido la modernización y el desarrollo del capitalismo de la región. Al interior del estructuralismo latinoamericano emergerían posiciones radicales, como aquellas de la Teoría de la dependencia, mientras que la corriente de pensadores marxistas latinoamericanos criticarían al estructuralismo de la CEPAL por no considerar al imperialismo y al capitalismo como las verdaderas trabas a cualquier estrategia de desarrollo.
Sería célebre la expresión de uno de ellos que en condiciones de capitalismo lo único que podría desarrollarse en América Latina era el propio subdesarrollo (Cfr. André Gunder Frank). Al interior de este debate, se consideraba casi de manera unánime que la especialización de América Latina en exportar bienes primarios, como minerales, petróleo, productos agrícolas, maderas, riqueza ictiológica, entre otros, lo único que produciría en la región sería una fuerte dependencia de los centros imperialistas de poder mundial y condenaría a la región a la pobreza.
Hasta los teóricos más alejados de cualquier posición crítica y radical creían que América Latina tenía que salir de la trampa impuesta por las injustas relaciones entre centro y periferia de especializarse en productos primarios. Se veía en la exportación de productos primarios una continuación de los mecanismos de colonización y explotación económica que pervivían desde la época colonial.
Ninguno de ellos consideraba que la renta que podía provenir de la exportación de recursos naturales podía provocar ni crecimiento económico ni redistribución del ingreso; por el contrario, consideraban que, habida cuenta de la estructura de la tenencia de la tierra y la forma que habían asumido los regímenes políticos, la renta de la exportación de productos primarios lo que haría es consolidar a las oligarquías locales y convertir al Estado-nación en un Estado oligárquico y feudal.
De ahí que casi todos ellos hayan coincidido en la necesidad de la industrialización, es decir, la creación de valor agregado a la producción pensando en términos más de mercado interno que del mercado mundial al que siempre lo consideraron, y con razón, como una amenaza. Por ello, propusieron cambios importantes en la tenencia de la tierra, como por ejemplo la reforma agraria, cambios en la política laboral como por ejemplo los incrementos de salarios mínimos y el fortalecimiento de la capacidad sindical de los trabajadores, también propusieron reformas educativas que garanticen el libre ingreso a la universidad y mayor movilidad social, reformas tributarias orientadas hacia los impuestos progresivos, políticas de integración subregional y un control estricto a la inversión extranjera directa, entre otras propuestas.
Todas esas iniciativas se perdieron con el neoliberalismo. El FMI y el Banco Mundial arrasaron con cualquier política de redistribución y de crecimiento endógeno. Impusieron la reprimarización de la economía y se aseguraron que la renta extractiva se utilice exclusivamente para el pago de la deuda externa mediante el dispositivo de las “reglas macrofiscales”, amén de que impusieron una agresiva política de privatizaciones, desregulación, apertura total de las economías y flexibilización a los mercados de trabajo y de capitales.
Los pueblos de América Latina vieron perder sus derechos más importantes al tiempo que la economía se hundió y la pobreza se extendió. Cuando los movimientos sociales del continente se movilizaron contra el neoliberalismo y, finalmente, lo derrotaron, su propuesta política y económica tenía como horizonte la soberanía, la redistribución del ingreso y la recuperación de un Estado social diferenciándolo radicalmente del Estado neoliberal.
Por ello, extraña la retórica de que América Latina debería nuevamente especializarse en la exportación de bienes primarios, porque retrotrae el debate y esconde sus verdaderas intenciones. En efecto, el discurso de que la renta de los recursos naturales financiará el crecimiento económico y la redistribución del ingreso es neoliberalismo puro y duro, edulcorado por la presencia de gobiernos “progresistas” que proponen que esas tareas sean realizadas por empresas nacionales.
En realidad, es el discurso de las transnacionales de los commodities, porque son ellas quienes manejan el mercado mundial de su distribución y su conexión con los mercados financieros de futuros, swaps, options, y derivados, independientemente que la producción o extracción de commodities lo haga una empresa nacional o transnacional.
Además, se trata de un discurso manipulador porque la renta de los recursos naturales jamás ha financiado ninguna estrategia de desarrollo y menos aún la redistribución del ingreso, y ahí consta la historia latinoamericana para demostrarlo así como el rico y profundo debate teórico del estructuralismo latinoamericano.
La propuesta de Rodríguez, inter alia, en verdad es el discurso que amplía la frontera del extractivismo tratando de conseguir el consenso necesario en la población para que piense que las rentas que podrían provenir del extractivismo podrían ayudarlos a salir de la pobreza, pero en realidad la ampliación del extractivismo producirá más pobreza, y vulnerará a los más pobres, a la vez que destruirá la naturaleza, las fuentes de agua, la biodiversidad, las culturas ancestrales, y provocará pasivos ambientales y externalidades económicas irremediables.
La expansión del extractivismo privatiza los territorios y hace de la renta extractiva una apuesta geopolítica. ¿Por qué, entonces, los gobiernos de la región apuestan al extractivismo con el falso argumento que éste financiará el crecimiento y la redistribución del ingreso? Porque este discurso encubre el hecho de que ninguno de estos gobiernos hayan realizado una reforma agraria que devuelva la tierra a los indígenas y campesinos, y no lo van a hacer porque esas tierras son, precisamente, el objeto de disputa con las transnacionales del extractivismo; tampoco ninguno de esos gobiernos ha devuelto a los trabajadores la capacidad sindical de luchar por mejores salarios y mejores condiciones de trabajo, todo lo contrario, en la dialéctica del capital siempre han preferido a éste bajo el argumento de que la inversión privada crea empleo y crecimiento.
Estos gobiernos tampoco han llevado adelante una política tributaria progresiva que recaude impuestos desde los grupos económicos más poderosos y sus empresas, de tal manera que los recursos de la tributación directa sean alternativos a la renta extractiva, todo lo contrario, la carga impositiva sigue sobre las espaldas de los más pobres y del conjunto de la población.
¿Alternativas a la renta extractiva? Por supuesto que las hay, pero de la misma manera que el discurso neoliberal establecía la doxa de que “no hay alternativas” (expresión de Margaret Thatcher), asimismo el discurso extractivista cierra el debate para las alternativas. La primera de ellas está a la vista y es la utilización de la política monetaria para financiar tanto al desarrollo cuanto a la redistribución del ingreso.
Pero hay un miedo a utilizar la política monetaria en beneficio de la población y esto se debe a la colonización tanto teórica como práctica que sobre la moneda han realizado el FMI y la episteme neoliberal. Se teme utilizar a la moneda por los efectos inflacionarios que pueda provocar su utilización y se otorga a los bancos privados el manejo de la política monetaria.
El ejemplo quizá más revelador sea el caso del gobierno de Evo Morales quien a fines del 2010 decidió aplicar un ajuste económico elevando los precios de la gasolina para compensar el déficit fiscal (Decreto Supremo No. 748 de diciembre del 2010), mientras tenía reservas monetarias internacionales de 9.73 mil millones de USD que correspondían a más de la quinta parte del producto interior bruto boliviano de ese mismo periodo. No solo ello, sino que posteriormente se enfrentó contra la policía de ese país que reclamaba incrementos modestos en su remuneración básica (solicitaban un salario mínimo de 2000 bolivianos que para la época representaba alrededor de 250 USD), que bien podrían haber sido financiados con una pequeña parte de lo que el gobierno boliviano tenía en reservas monetarias internacionales.
Otro caso paradigmático es el gobierno de Brasil y su política de tasas de interés y de liberalización del mercado de capitales. Los diferentes gobiernos del Partido de Trabajadores (PT), en ese sentido, se mostraron tan neoliberales y ortodoxos como sus antecesores, y respetaron el manejo de la política monetaria que hacían los bancos privados así como de las tasas de interés, consideradas entre las más altas del mundo.
Se teme también aplicar una política tributaria de redistribución que afecte a los grupos de poder y, en ese sentido, quizá el mejor ejemplo sea el caso del gobierno ecuatoriano de Rafael Correa. Durante el periodo de su gobierno, 2007-2013, los grupos económicos ecuatorianos obtuvieron un total de ingresos por cerca de 150 mil millones de USD y pagaron apenas el 2% de impuestos directos sobre esos ingresos. De hecho, para el año 2013 ya controlaban cerca de la mitad del PIB de ese país. Una política tributaria progresiva demostraría que la destrucción de la reserva natural Yasuní, única en el mundo por su biodiversidad, era más una estrategia destinada a proteger los intereses de los grandes grupos económicos y de las corporaciones del extractivismo que una apuesta por redistribuir el ingreso y financiar al desarrollo como trataba de justificar el Presidente ecuatoriano.
No obstante, quizá la alternativa real no sea tanto el financiamiento al desarrollo y la redistribución del ingreso sino incluso la misma noción de desarrollo. Lo que los pueblos de América Latina quieren este momento no es tanto el desarrollo sino más bien salir de él. El modelo de desarrollo es más un constructo ideológico para las elites y las clases medias de la región que para los pueblos que lo sufren. Es un pretexto para apoderarse de los recursos naturales en el festín de los commodities. Para los sectores organizados y los movimientos sociales, el discurso actual no es el desarrollo sino el Buen Vivir y éste, de las declaraciones hechas por las organizaciones sociales del continente, al parecer, nada tiene que ver ni con el desarrollo ni con el crecimiento económico.
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Vea el documento donde Rodríguez confiesa:
Recursos naturales como eje dinámico de la estrategia de UNASUR
Alí Rodríguez Araque
Con la firma del Tratado Constitutivo de la UNASUR, los doce países que la integran dieron un paso de dimensiones históricas. Se trata, nada más y nada menos, que de hacer efectiva la decisión de reunir las partes, hoy separadas, de una gran nación. Porque eso somos: por tener un territorio y un origen histórico comunes, por tener una cultura y creencias que nos son también comunes, por compartir igualmente una lengua que nos permite una comunicación fluida y, no menos importante, porque enfrentamos problemas comunes, principalmente el de la pobreza.
No es, sin embargo, el primer intento de integración. Existen, como se sabe, experiencias anteriores, revelación de que, éste, es un objetivo hacia el cual se está aspirando desde hace ya muchas décadas. El hecho de que tales objetivos no se hayan alcanzado, nos coloca ante algunas interrogantes a la hora de enfrentar la materialización de un proyecto como la UNASUR.
¿Dónde radica la principal fortaleza que puede convertir a la UNASUR en un proceso exitoso e irreversible? En consecuencia ¿cuál es el eje dinámico fundamental en una estrategia de integración y unidad Suramericanas? ¿Cuáles los principales retos a encarar y superar en el corto, mediano y largo plazo?
Un buen método de selección es definir lo que no somos. Así, es fácil concluir que no somos potencia militar, ni industrial, ni tecnológica y, afortunadamente, tampoco potencia nuclear. Lo que nos confiere fuerza centrípeta en lo interno y gravitación en el ámbito mundial, es el hecho de representar una impresionante reserva de recursos naturales: minerales, agua, bosques, biodiversidad, tierras aptas para la producción de alimentos, todas las fuentes primarias de energía, una población de 394 millones de habitantes que puebla algo más 17.8 millones de kilómetros cuadrados de superficie, son recursos bastante más que suficientes para dar impulso a los más ambiciosos planes de desarrollo integral que imaginarse pueda. Y lo más importante, contamos con un pueblo talentoso, amante de su tierra, creativo y laborioso. Podríamos decir que lo tenemos todo. Menos algo: una visión común. Visión es lo que nos ha faltado y, con ella, una estrategia y un plan coherente que nos permita desplegar la gigantesca potencialidad que está contenida en esta riquísima región.
Es una dolorosa ironía que sobre esta inmensa riqueza, 130 millones de suramericanos aún sobrevivan en estado de pobreza y, de los mismos, más de 60 millones en situación de pobreza crítica. Mientras tanto, la tajada del león en muchas de las explotaciones que se realizan, se la llevan las grandes corporaciones mundiales que cuentan con una misma estrategia y un solo mando planetario. En tanto, la dispersión de nuestros países, la misma que busca superar la UNASUR, aún no es cosa resuelta. Apenas estamos en el comienzo.
Una estrategia y un plan que, basado en las coincidencias de nuestras políticas y nuestras leyes, defina objetivos y medios claros para el mejor aprovechamiento de esa inmensidad de recursos, es un requerimiento que clama a gritos nuestra realidad y nuestra experiencia histórica. Es un hecho comprobado por la vida que, cuando no te ocupas de definir claramente tu política en asuntos tan decisivos como éste, otros lo harán por ti. Y lo han venido haciendo por ti so pretexto de que tienen el capital y tienen la tecnología. Esto es relativamente cierto si haces las cosas en la soledad de tus fronteras. Pero deja de serlo cuando reúnes las ideas para el mejor ejercicio de tus derechos soberanos y permanentes sobre los recursos naturales con tus hermanos más cercanos. Véase el ejemplo que nos da la Organización de Países Exportadores de Petróleo -OPEP-, una organización intergubernamental agrupada en torno al ejercicio soberano sobre un recurso natural, el petróleo, y que ya ha cumplido sesenta y tres años. Una organización que agrupa las culturas y sistemas políticos más diversos y que ha logrado mantenerse pese a conflictos, varios de ellos sangrientos, entre algunos de sus miembros. Y la clave es que los gobiernos han sabido entender que juntos pueden tener la influencia sobre el mercado petrolero mundial que de ninguna manera tendrían separados.
En el diseño de la política aquí esquematizada, existe una guía formidable, la Resolución 1803 de la Asamblea General de las Naciones Unidas[1] aprobada en 1962 y que versa sobre el principio de la propiedad soberana y permanente de los Estados sobre sus recursos naturales. La misma trata no solo sobre el asunto clave de la propiedad (por lo demás ya resuelto en todas nuestras Constituciones) sino también como derecho soberano, que los desarrollos industriales sirvan para beneficio de los pueblos que son, en definitiva, los verdaderos propietarios de esos recursos, recursos que están allí como resultado de procesos naturales ocurridos desde hace millones de años.
Ahora bien, no basta con el correcto ejercicio de los derechos de propiedad de los Estados. Esto es algo imperativo, a lo cual debe añadirse el desarrollo científico y tecnológico dirigido a minimizar el impacto que provoca toda intervención del ser humano sobre la naturaleza. Y aún es necesario ir más allá. No basta con diseñar y aplicar políticas racionales para la fase primaria, sino que es necesario trazar y realizar políticas de transformación que expandan las posibilidades de empleo productivo, estable y de calidad como medio eficaz para combatir el desempleo y la pobreza. A ello se suma la necesidad del desarrollo científico y tecnológico que alivie el peso sobre el trabajo, incremente productividad y reduzca el impacto ambiental.
Una política así trazada en sus aspectos más generales demandará una masa de recursos muy significativa. Y ello, a su vez, va a requerir que se realicen aportes por todos los países miembros para el desarrollo de instituciones como el Banco del Sur, así como de políticas comunes de negociación cuando se requiera el financiamiento extrarregional.
Estamos pues, frente a la enorme posibilidad de dejar atrás la pesadilla que representa para tantos seres la pobreza, y dar un vigoroso y creciente impulso al desarrollo integral del ser humano suramericano y, por extensión, dar una contribución al ser humano a secas, no como abstracción, sino como realidad material y espiritual. Esto, por supuesto, nos coloca ante el problema de la distribución, pero esto es otro tema que ya abordaremos en otra oportunidad.
- Alí Rodríguez Araque es secretario general de la Unión de Naciones Suramericanas -UNASUR-.
* Este texto es parte de la Revista América Latina en Movimiento, No. 493 de marzo de 2014, que trata sobre el tema de “Ciencia, tecnología e innovación en la integración suramericana” - http://alainet.org/publica/493.phtml
[1] http://www2.ohchr.org/spanish/law/recursos.htm
Publicado en América Latina en Movimiento, No. 493: http://alainet.org/publica/493.phtml