Capítulo del libro ” Palabras para tejernos, resistir y transformar en la época que estamos viviendo”
La crisis del afán de lucro
Héctor Mondragón
Cuando los estudiantes se movilizan, además movilizan
a cientos de miles de chilenos, porque han identificado el
problema central que los afecta, el afán de lucro. Su lucha ha
confluido, no solamente con la de sus padres y maestros sino
con la de los obreros del cobre, los sindicatos y la mayoría de la
sociedad chilena, que comparte desde sus plantones de besos
hasta las multitudinarias manifestaciones y la huelga general.
La verdad es que es imposible entender lo que pasa hoy en
el mundo, si no se es consciente de cómo el afán de lucro es
la fuerza dominante y de cómo su lógica es la que está en
crisis y la que tiene en crisis al planeta y a la humanidad. Es el
afán de lucro el que provocó y profundiza el daño climático y
ambiental y la destrucción de ecosistemas estratégicos y de las
poblaciones que dependen de ellos; es el afán de lucro el que
provocó y mantiene la crisis alimentaria; es el afán de lucro
el que mantiene las guerras y los bombardeos en un país tras
otro y es el afán de lucro el que ha conducido a la gran crisis
económica internacional actual.
Empecemos por el daño climático y ambiental. Los científicos
alertan con dramatismo sobre el calentamiento global. Los
gobiernos se reúnen en Copenhague o Cancún y no solamente
deciden no hacer lo necesario para parar el daño climático, sino
que finalmente, comienzan a desmontar lo poco que algunos
habían hecho y comienzan a retirarse del Protocolo de Kyoto
Explotaciones mineras a cielo abierto, riego automático de
cianuro, petroleras en la selva, grandes plantaciones para
agrocombustibles, carreteras en las reservas naturales, imponen
el afán de lucro donde sea. Todas las semanas algún líder de
alguna comunidad local de América latina, que se enfrenta a la
minería a cielo abierto, está siendo asesinado. El afán de lucro
97palabras para tejernos, resistir y transformar
se impone a sangre y fuego.
¿Por qué están caros los alimentos en todo el mundo,
especialmente los granos? Porque el apetito de ganancias
domina ahora la alimentación, que ha sido encadenada por
las transnacionales y la especulación financiera. Semillas
patentadas, agroquímicos patentados, maquinaria, grandes
cultivos, agroindustrias, procesadoras de alimentos y
toda la comercialización internacional en manos de las
transnacionales, que no solamente especulan con los alimentos
ya producidos sino que enajenan el futuro de la comida en el
mercado financiero con las commodities. Ahora se lanzan a la
concentración mundial de tierras agrícolas, mediante compras
y arrendamientos masivos de tierras en todos los continentes.
Este gigantesco aparato del capital transnacional y de
la especulación financiera en torno de los alimento es la
explicación de por qué a pesar de que la población mundial
podría ser bien alimentada con los recursos existentes, el
hambre crece; la alimentación también ha sido sometida a las
leyes del lucro.
¿Por qué tantos estadounidenses sufren tanto como tantos
colombianos, mexicanos, hondureños o ecuatorianos, cuando
necesitan atención médica? Porque su sistema de salud depende
de las leyes del lucro, que determinan como en la jungla, quién
vive y quién muere y, aun más, cuál es el promedio de vida de
las personas de un sector social, el cual depende del seguro de
salud que pueden o no pueden pagar.
La crisis
La crisis de la economía capitalista internacional es, ante
todo, una crisis de su más esencial mecanismo interno: el afán
de lucro, la búsqueda de una mayor tasa de ganancia. Esta
crisis se inició en 2007 debido al no pago de las hipotecas de
viviendas. El “mercado” fracasó en resolver el problema de la
98la crisis del afán de lucro
vivienda del pueblo, en países como Estados Unidos, España,
Estonia o Irlanda. Esto significó la caída de la industria de la
construcción y de todo su poder multiplicador del empleo y la
inversión. La recesión de 2008 y 2009 alcanzó proporciones
catastróficas.
Las deudas incobrables que causaron las bancarrotas bancarias,
resultaron del proceso desatado desde años antes, para lograr
emplear una mayor proporción de la enorme capacidad
productiva instalada que ya estaba siendo desperdiciada por
falta de capacidad de compra de quienes necesitaban vivienda
y otros bienes esenciales. Millones de familias que necesitan
un techo carecen de los recursos para obtenerlo. Les prestaron
para que la economía no se paralizara, pero luego, como era
inevitable, no pudieron pagar por carecer de recursos, perdieron
sus viviendas que fueron embargadas y siguen sin venderse.
Ahora hay más gente sin casa y muchas casas sin gente.
La industria de la construcción tiene un efecto multiplicador
grande sobre toda la producción y el empleo, pues requiere
gran cantidad de mano de obra, materiales y transporte de
los mismos. La parálisis de la construcción de viviendas elevó
y mantiene un desempleo grande en los países que antes
vivieron las burbujas inmobiliarias. Este desastre del empleo y
por consiguiente de los fundamentos de la vida de millones de
familias, es la consecuencia de haber sometido la construcción
de vivienda popular a las leyes del lucro.
Los pánicos en las bolsas de valores de todo el mundo el 8,
10 y 19 de agosto pasados, han sido expresión del mal estado
de la economía internacional, resultado de la incapacidad de
los gobiernos de Estados Unidos, Europa y Japón de reactivar
la generación de empleo, la industria de la construcción, la
demanda y la inversión productiva.
Para reanimar la economía, Estados Unidos y los países
europeos, con la excepción de Islandia, optaron por privilegiar
la salvación de los acreedores, es decir de los banqueros, de sus
99palabras para tejernos, resistir y transformar
inversiones especulativas y su lucro. El gobierno de Estados
Unidos llegó a garantizar las deudas hipotecarias impagables
y con ello logró un alza efímera en los mercados bursátiles.
Optaron también por devaluar el dólar y el euro para tratar de
exportar más.
El esquema seguido por las autoridades económicas de los
países con mayor poder económico permitió una reactivación
superficial, entre finales de 2009 y 2010, que benefició
principalmente al sector financiero y a las empresas petroleras
y energéticas. Pero el crecimiento industrial siguió siendo lento
y el desempleo creciente. La venta de viviendas no se reactivó,
la dedicación del presupuesto a salvar al sector financiero y
su lucro, impidió destinar los recursos a más obras públicas y
con ello, la construcción siguió deprimida en Estados Unidos
y Europa.
Entre tanto, el monto de la deuda púbica de Estados Unidos,
Gran Bretaña, Italia, España y otros países se ha hecho
gigante, sin que se intenten diseñar programas de intervención
para aliviar el desempleo. Grecia, Irlanda y otros países, ante la
imposibilidad de pagar sus deudas, han claudicado ante el FMI
e impuesto feroces planes de austeridad contra sus pueblos. Se
imponen hasta reformas constitucionales, como en España o
en Colombia, para que el estado y toda la sociedad queden
embargados por la norma del respeto a sus sacrosantos deberes
con los bancos y a la garantía de su lucro.
Este modelo de reactivación fue y es criticado por diversos
economistas, tanto por aquellos que proponen alternativas
al capitalismo, como por quienes propugnan por caminos
diferentes para la economía capitalista y habían previsto desde
hace años la llegada de la crisis, como los Premios Nobel
Paul Krugman y Joseph Stiglitz, así como el analista Nouriel
Roubini.
En 2008, tras haber criticado persistentemente las políticas
económicas del gobierno de Bush y advertido sobre la
100la crisis del afán de lucro
inminencia de una recesión por la contracción de la demanda
y el intento de suplirla con créditos privados impagables,
Krugman recibió el Premio Nobel cuando la recesión estaba
en su máximo punto. Parecía un reconocimiento a sus análisis
sobre el comportamiento de la economía, pero, por una parte,
el premio le fue otorgado por sus trabajos de Geografía
Económica de manera que los jurados del Nobel se negaron
así a reconocer el fracaso de los teóricos neoliberales y, por
otra parte, en 2009, el gobierno de Obama, cuyos electores
esperaban un radical viraje de la política económica, impuso
un modelo de reactivación completamente opuesto a las
recomendaciones de Krugman.
En cuanto a Nouriel Roubi, los grandes medios de
comunicación le colocaron el apodo de “doctor Muerte”, en
referencia al personaje de ficción que tiene el poder de anunciar
el futuro pero por un pacto con el diablo. Con semejante
estigmatización, lograron mostrar a los asesores económicos
de Obama y de la Unión Europea, como si fueran científicos
verdaderos, mientras Roubini era dejado para los asuntos
esotéricos. Stiglitz, más difícil de estigmatizar por quienes han
sido sus colegas en los organismos internacionales financieros,
se dejó como una curiosidad académica. Pero hoy estos tres
economistas, Krugman, Rubini y Stiglitz, han vuelto como en
2008, a las primeras planas de la prensa mundial, porque sus
análisis y las consecuentes predicciones fueron exactos. Sin
embargo, otra vez, los gobiernos y las autoridades económicas
hacen lo contrario de lo que ellos proponen: aumentar los
impuestos a los ricos (limitar el lucro para salvar al sistema),
invertir los recursos públicos en obras públicas y privilegiar el
salvamento de los deudores y no el de los acreedores.
Roubini y otro importante economista, George Magnus,
opinan que Karl Marx tenía razón cuando consideraba que el
capitalismo llegaría a autodestruirse por sus contradicciones,
especialmente porque el afán de ganancias llegaba a
101palabras para tejernos, resistir y transformar
empobrecer tanto a la clase trabajadora que se quedaba sin
demanda suficiente para sus productos. Aunque efectivamente
la crisis actual confirma los análisis de Marx sobre las crisis
cíclicas del capitalismo, desafortunadamente el capitalismo
nunca se autodestruye, ni en las crisis más grandes. Fue el
mismo Marx quien demostró que el capitalismo encuentra la
salida descargando la crisis sobre los trabajadores y los pueblos
y finalmente, con la destrucción de capitales y en las grandes
crisis, esa destrucción se hace físicamente, con la guerra.
Así, ante la gravedad de la crisis, los gobiernos de Estados
Unidos y Europa han optado otra vez por la guerra, como
solución final a la crisis. Han impuesto los bombardeos a
Libia, donde otra vez el negocio de la guerra con la destrucción
del capital competidor, de los más débiles, y la venta de
armamentos, irá seguido del negocio de la reconstrucción y la
presencia de contratistas de “seguridad”. Además prosigue la
escalada del conflicto afgano, se eterniza la guerra en Somalia e
Iraq y se multiplica la intervención en varios conflictos locales.
La crisis de 2001 y 2002 encontró una salida primordial
en la guerra. Y fueron la guerra de Iraq y luego su supuesta
“reconstrucción” y el control del petróleo iraquí, la base del
ciclo de auge económico en Estados Unidos y Europa, de
2004 a 2006. Podría seguirse el rastro de cada una de las
guerras del siglo XX para ver su relación intrínseca con las
crisis cíclicas del capitalismo, causadas precisamente por las
coyunturas de baja de la tasa de ganancia, la cual se recupera
para el vencedor después de cada guerra. Hasta ahora la más
grande de las crisis, la Gran Depresión de los 30, encontró
su salida en la más grande guerra ocurrida hasta ahora, que
terminó en la masiva destrucción de capitales “enemigos”,
consolidada espantosamente por dos bombas atómicas.
La guerra significa salir de la crisis porque consigue una
rápida acumulación por destrucción de capitales del “otro” y
multiplica la acumulación por desposesión, asegurando así la
continuidad de la acumulación mediante la explotación de los
102la crisis del afán de lucro
trabajadores.
La acumulación por desposesión, que el capital practica
cotidianamente, pero que lleva al extremo con las guerras,
renueva los métodos colonialistas y significa el despojo
de recursos naturales como hidrocarburos, minerales,
biodiversidad, tierras y territorios, así como de bienes de los
deudores privados y de empresas estatales, de manera que
con una mínima inversión las transnacionales se apoderan
de altos valores y obtienen máximas utilidades. La población
despojada y pauperizada ya no puede vivir para sí y se convierte
en una masa gigante de desempleados migrantes, sin derechos,
expuesta a la discriminación y el racismo, usada como mano de
obra barata en cualquier parte del mundo, de manera que se
fortalece así la acumulación la explotación de los trabajadores,
que se ha incrementado durante la hegemonía neoliberal por
el debilitamiento de los sindicatos y la legislación laboral.
En los países llamados “emergentes”, donde la crisis ha sido
más suave por registrar sus economías, todavía, mayores tasas
de ganancias, la lógica del lucro impone a las regiones una
especie de colonialismo interno, tal y como el que analizó Harol
Innis para el caso de la génesis del capitalismo canadiense. Las
empresas coloniales originales eran extractivistas, buscaban
por ejemplo, oro, plata, madera o marfil, pero también incluían
la producción de bienes de bonanza como fue el caso de las
plantaciones de azúcar, el tráfico de mano de obra para las
plantaciones, minas y puertos, créditos a los estados y el
control del comercio, de los productos valiosos y de las vías de
comunicación.
La economía de bonanza fue impuesta por el colonialismo y
experiencias terribles, como la fiebre del caucho en la Amazonia,
a finales del siglo XIX y comienzos del XX, costaron muchas
vidas. La misma mentalidad ha sido fomentada por los altos
precios de los combustibles o ahora por el alto precio del oro;
pero no solamente proyectos extractivistas y megaproyectos
103palabras para tejernos, resistir y transformar
repiten la mentalidad colonial, también los auges de ciertas
plantaciones o de la maquila son impuestos en determinados
territorios y sobre sus pobladores sin que siquiera ellos hayan
sido consultados y mucho menos hayan consentido ni se
sepa cuál será para ellos el beneficio comparado con el de los
inversionistas.
En los países “emergentes”, la tasa de ganancia más alta y
consecuentemente la rentabilidad mayor de las inversiones, se
presentan en esta coyuntura; hay, por ello, tasas de crecimiento
mayores e índices de desempleo notoriamente menores que
los países desarrollados. Esto refuerza su papel en la economía
capitalista mundial, especialmente el de China, pero también
el de India, Brasil, Suráfrica y otros países. Los problemas
económicos, en estos países, se presentan por los altos precios
de los alimentos y de los combustibles, la inflación creciente, las
altas tasas de interés provocadas por políticas monetaristas y el
freno del crecimiento industrial por el alud de importaciones
tras la devaluación del dólar.
Por otra parte, el capital transnacional trata de aprovechar
las mayores tasas de ganancia de los países “emergentes”,
no solamente desplazando grandes cantidades de dinero
golondrina hacia los mercados financieros, sino garantizándoles
una alta rentabilidad a corto, mediano y largo plazo. A corto
y mediano plazo, con el mantenimiento de altas tasas de
interés en esos países, gracias al control de los bancos centrales
“autónomos”, que aplican ciegamente una política monetarista
de círculo vicioso, por la cual se elevan los intereses cuando
crece la inflación y como los altos intereses son un factor de
elevación de los costos de producción, ayudan a acrecentar, la
inflación y así sucesivamente.
Una amplia propaganda es desplegada para asegurar que la
inversión extranjera directa es fundamental y detrás de ella
se van aprobando las medidas y normas que establecen los
privilegios para el capital transnacional.
A mediano y especialmente a largo plazo, el capital
104la crisis del afán de lucro
transnacional trata, y en la mayoría de los casos consigue,
asegurar su dominio de las economías “emergentes”, mediante
los llamados tratados de libre comercio, que en realidad son
nuevas constituciones políticas que norman, institucionalizan,
priorizan y garantizan los privilegios de los inversionistas
transnacionales.
Las normas que designan como estabilidad jurídica, eliminan
la democracia política al impedir que los pueblos puedan
modificar libremente las leyes neoliberales y de despojo e
imponerles indemnizaciones si se atreven a cambiarlas; tales
normas, además, establecen arbitrajes privados según las
“costumbres del comercio internacional” y por lo tanto, no
sujetos a ninguna ley nacional o internacional para solucionar
los litigios locales de nacionales con los inversionistas
internacionales. Las normas de patentes garantizan el control
de la salud y la alimentación por las transnacionales. Las
normas comerciales destruyen la soberanía alimentaria e
impiden a los productores agropecuarios comercializar en el
exterior, en tanto se quiebran las normas de protección del
ambiente.
Pero nos equivocaríamos si creyéramos que la pugna y las
contradicciones en torno a las economías “emergentes” se
libra simplemente en torno a la negociación de los tratados
económicos, las licitaciones de megaproyectos y a las
concesiones extractivas. La historia reciente y anterior nos
muestra con profundidad y lujo de detalles que estas pugnas
se resuelven por guerras cada vez que el gran capital se
encuentra ante obstáculos políticos y sociales que le impiden
obtener lo que quiere por medios políticos. Ningún cambio
o mantenimiento de una hegemonía mundial capitalista ha
ocurrido sin que los estados capitalista desaten guerras que la
mantengan o que salden su pérdida. Estados Unidos, Europa
y Japón no van a perder su posición económica por simple
evolución de las tendencias económicas, van a mantenerla
105palabras para tejernos, resistir y transformar
por todos los medios, en primer lugar usando el control de las
mentes mediante el control de los medios de comunicación
y finalmente, como ya lo hacen en Libia o Iraq y lo quieren
hacer en otras partes, mediante la guerra.
El control de los medios de comunicación por el gran
capital transnacional es hoy una poderosa arma política y de
guerra. Hasta la propia gente que resiste se ve influenciada y
confundida por ellos y el control de los medios garantiza al
gran capital internacional que las resistencias no se articulen
ni se entiendan.
Ejemplos del descaro de los grandes medios de comunicación
fueron la falsificación de los hechos con el video que desató
el golpe de estado de 2002 en Venezuela, video que recibió
el “Premio Rey de España” antes de descubrirse su carácter
fraudulento; la presentación de diversas pruebas de las armas de
destrucción masiva, que supuestamente estaban en manos de
Iraq y que ahora todos sabemos que nunca existieron, cuando
la conquista de Iraq por Estados Unidos e Inglaterra ya es un
hecho histórico y; la más reciente, la supuesta manifestación
popular tomando la plaza verde de Trípoli, que resultó ser un
film de Hollywood, producido en Iraq, con utilería de cartón,
diseñado para presentar una “revolución”, cuando en realidad
ocurría otro bombardeo aéreo de la OTAN.
En la crisis, los grandes grupos de capital transnacional
van a moverse de una manera múltiple para garantizar la
continuidad y ampliación de su dominación mundial. Además
de fabricar y realizar más guerras, bombardeos e invasiones y
desplegar su control de los noticieros de televisión, van a tratar
de seguir controlando la política de cada país y localidad,
instrumentalizando los gobiernos, utilizando unos países
emergentes contra otros y contra los pueblos, tal y como
han hecho con Arabia Saudita en Bahréin, con Colombia
en Suramérica o ahora con Qatar en Libia, valiéndose de las
estructuras socioeconómicas más retrógradas que presentan
106la crisis del afán de lucro
algunos de esos países, como la podrida monarquía absoluta
de Arabia Saudita o el latifundismo especulativo de Colombia.
Estamos ante una de las crisis cíclicas que caracterizan al
sistema capitalista, pero se trata de la crisis más grave desde la
Gran Depresión. Entonces es urgente para los movimientos
sociales enfrentar la gigantesca ofensiva desatada por los
poderes económicos y políticos, para descargar sobre los
trabajadores y los pueblos el costo de esta crisis. La disputa
en torno a quién paga la crisis, es lo que caracteriza esta lucha.
Y los más poderosos gobiernos y parlamentos del mundo se
están encargando de imponer que sean los trabajadores y los
pueblos quienes paguemos.
Frente a este panorama la resistencia civil de los pueblos crece.
Los medios, con razón, no han dejado de hablar de la revolución
árabe a partir de las grandes movilizaciones en Túnez, Egipto y
Yemen. Pero los hechos muestran que no se trata de un asunto
árabe. En primer lugar, porque las grandes movilizaciones
se extendieron por todo e Mediterráneo: Grecia, Albania,
Francia, Italia, Portugal, España y ahora Israel, han sido
escenario de grandes manifestaciones y huelgas. Pero además,
en Inglaterra se produjo la más grande manifestación sindical
contra los planes de austeridad y luego, una fuerte explosión de
ira de los barrios pobres; en varios estados de Estados Unidos,
los sindicatos con gran apoyo popular salieron a las plazas en
Madison, Milwaukee, Indianápolis, Harrisburg y Columbus;
en Alemania, por su parte, las movilizaciones se centraron en
la protesta contra las centrales nucleares.
Los altos precios del oro, refugio de la especulación durante la
agudización de todas las crisis, han desatado una fiebre minera
en todo el mundo, que trata de imponer minas de oro en toda
forma y a toda costa, especialmente la destructiva minería a
cielo abierto con riego de cianuro. Una amplia resistencia de las
comunidades que no quieren ser destruidas por la minería, se
construye país por país, desde Argentina y Perú hasta México
107palabras para tejernos, resistir y transformar
y Canadá. Los pueblos defienden la naturaleza de todos los
ataques voraces del capital y de los megaproyectos mineros,
energéticos y viales aprobados sin siquiera consultarlos.
Las movilizaciones en todo el mundo dibujan el programa
de los pueblos: no más recortes de la inversión social ni
privatizaciones; no más recortes de los salarios, prestaciones
laborales y pensiones ni aumentos de la edad de jubilación;
no más despidos, no más despojos territoriales, no más
destrucción de territorios por megaproyectos o explotaciones
de mineras petroleras, no más desalojos urbanos o rurales,la
crisis deben pagarla quienes la causaron, es necesario elevar
los impuestos a los ricos a quienes el neoliberalismo redujo la
tributación.
La salud y la educación deben ser públicos y garantizados a
todos; el aumento del empleo es un objetivo central que puede
lograrse con inversión pública social, desarrollo de transportes
colectivos y condonación de deudas hipotecarias para reactivar
la construcción de vivienda con programas públicos. No más
guerras ni gastos de guerra ni endeudamiento para la guerra,
basta de robar el petróleo y las riquezas naturales de los pueblos.
No más tratados de libre comercio que institucionalizan y
eternizan los privilegios de las transnacionales y agudizan
las desigualdades de los países. No más política económica
monetarista y neoliberal, no más destrucción de la naturaleza
ni plantas nucleares u otras de alto riesgo, alto al calentamiento
global.
En América latina y los países “emergentes” es necesario com-
batir la inflación con el fomento y protección de la producción
nacional y local de alimentos, las medidas contra la especulación
con la tierra y el acaparamiento de tierras y el apoyo a las
economías campesinas y otras formas de agricultura familiar,
para recuperar la soberanía alimentaria, combatir el hambre
y reducir el desempleo. Se requiere establecer controles de
precios, incluido el precio de los combustibles.
Los pueblos necesitan construir un plan económico a partir
108la crisis del afán de lucro
de los planes de vida de las comunidades y los colectivos de
trabajadores, para sustituir el economicismo colonial que
impulsa la economía extractivista e impone a los pueblos
indígenas el despojo territorial y su destrucción; consiguiendo,
en cambio, el mejoramiento de la calidad de vida. Es necesario
y urgente terminar el círculo vicioso monetarista de alza de
precios, alza de intereses y reducir los intereses para bajar los
costos de producción. Es indispensable defender la diversidad
cultural y sostener firmemente la resistencia de los pueblos
indígenas a la usurpación o a la degradación de sus territorios;
tiene que acabarse para siempre el economicismo colonialista.
El fascismo del siglo XXI
En la construcción de su programa y su tejido de resistencia
masiva, como en los años 30 del siglo pasado, los movimientos
sociales del mundo confrontan la propaganda y ataques racistas,
ahora especialmente dirigidos contra los inmigrantes en
Estados Unidos y Europa. El racismo ha servido de plataforma
para fortalecer grupos neofascistas o de ultraderecha, que
hostigan y agreden, tanto a los extranjeros, como a los gitanos
u otros grupos étnicos, nacionales o religiosos, especialmente
a los árabes y musulmanes.
Para algunos puede resultar novedoso leer la mezcla de ideas
nacionalistas e individualistas del manifiesto de Anders
Behring Breivik, el ultraderechista noruego, autor del atentado
terrorista de Oslo y la masacre de la isla de Utøya. Para los
latinoamericanos, la unidad entre fascismo y neoliberalismo
individualista no es algo nuevo después del golpe de Pinochet,
cuando los fusilamientos de izquierdistas se acompañaban de
visitas de Milton Friedman y otros exponentes de la Escuela
de Chicago, con sus “mamotretos” doctrinales.
En Estados Unidos la extrema derecha, desde el siglo
XIX vinculó el libre comercio y en particular la libertad de
109palabras para tejernos, resistir y transformar
importaciones, con la esclavitud y luego, el racismo contra
los afroamericanos y el Ku Klux Klan, con la oposición a la
intervención económica del estado.
En cambio, la imagen del fascismo en Europa, está muy unida
a los recuerdos de los años 30 y el estatismo de Mussolini,
Hitler o Franco. El surgimiento de los movimientos fascistas
clásicos ocurrió en el momento en que la ideología económica
neoliberal del “dejar hacer, dejar pasar”, estaba en plena
bancarrota por la Gran Depresión. La extrema derecha
pregonaba el nacionalismo, el racismo y la necesidad del
aplastamiento del marxismo, como ahora, pero al mismo
tiempo, reconocía e impulsaba la intervención económica del
estado, como única salida de la crisis y además, especialmente
en Alemania, como poderoso mecanismo de guerra.
Pero, desde los años 70, la derecha internacional se ató a la
ideología neoliberal, opuesta a la socialdemocracia “estatista”,
pregonó la reducción de la intervención económica del
estado, y obtuvo, en los 80, como salida a la crisis capitalista,
la privatización de la mayoría de las empresas y servicios de
muchos países. La extrema derecha viró desde entonces, hacia
la más cerrada posición neoliberal. Eso, que se hizo evidente
en los golpes de estado del cono sur, se ve ahora mucho más
claramente desplegado en el neofascismo estadounidense y
europeo.
La derecha norteamericana ha centrado sus ataques contra la
salud pública y contra el derecho a la salud, así como contra
toda la inversión social y la asistencia social. El Tea Party, de
Estados Unidos, ha llevado este discurso al extremo, a la vez
que su racismo se desborda, contra los trabajadores inmigrantes
y sus familias. Otro tanto pasa en Europa, donde en medio de
la crisis económica, la extrema derecha multiplica sus votos
con propuestas contra los inmigrantes.
El fascismo del siglo XXI se construye entonces en torno al
discurso neoliberal y racista de la derecha, y se exacerba con la
110la crisis del afán de lucro
ideología de restauración de lo que Samuel Huntington llamó,
la “cultura central”. Para Huntington es necesario restaurar
el papel dominante de la cultura central, anglo cristiana, para
renovar la identidad nacional. En España, Portugal y América
Latina, hace mucho que la derecha defiende un concepto
equivalente a la cultura central anglo cristiana (protestante)
de Huntington: “la civilización cristiana occidental” (católica).
Cabe notar que un aspecto fundamental de esa “cultura central”
es el individualismo, que opone a los derechos colectivos o “de
grupo”. Para esta nueva derecha, salir del individualismo hacia
cualquier conciencia de derechos colectivos, es quebrar la ética
del trabajo y confrontar la cultura central. Para esta derecha,
los enemigos de la cultura central son internos y externos: en
el interior, los inmigrantes y su influencia multicultural, en el
exterior, donde se libra la “guerra de las civilizaciones”, el islam
(y eventualmente los chinos).
El neofascismo asume en forma violenta estos planteamientos
y ataca no solamente a aquellos que designa enemigos,
señalados por los ideólogos de la derecha, sino además a los
supuestos “traidores” que están permitiendo que avancen los
enemigos: inmigrantes y mahometanos. Desde luego, también
arremete contra los estatistas que se niegan a reducir el papel
económico del estado, que insisten en los derechos colectivos y
destruyen la ética del individualismo. La bomba de Oklahoma,
que incluso mató a los niños de una guardería infantil estatal;
la masacre de Tucson, del 8 de enero de 2011, que despedazó
un acto político por la salud pública y la masacre en Noruega,
del pasado 22 de julio, que golpeó a la juventud del Partido de
los Trabajadores, son hechos extremos de violencia neofascista,
pero ésta se despliega cotidianamente, tanto en Europa como
en los Estados Unidos.
Los ataques físicos contra inmigrantes o contra gitanos,
ataques ilegales pero repetidos, en calles, metros y estaciones,
se institucionalizan con nuevas leyes contra los inmigrantes,
111palabras para tejernos, resistir y transformar
tanto en Estados Unidos como en Europa. Además, también se
refuerzan con leyes que prohíben que las mujeres musulmanas
usen velo o que ilegalizan las formas de vida de la cultura
gitana, o leyes que restringen la enseñanza bilingüe.
La islamofobia no es compartida por todos los neofascistas.
Así, en Hungría, el Jobbik y su “Guardia Húngara”, mantienen
los símbolos y uniformes de los nazis húngaros de los años 30
y 40 y, además, un rabioso odio contra los judíos, a lo Hitler.
Incluso algunos afectos al Jobbik, como Eduardo Rózsa y
su grupo húngaro-rumano, que intentó desencadenar una
guerra para separar a Santa Cruz de Bolivia, se declararon
musulmanes. Por lo mismo, al contrario de los neofascistas
noruegos, que admiran a los nacionalistas serbios, los nazis
húngaros apoyaron a los bosnios musulmanes en su lucha
contra los serbios y apoyan a los árabes contra Israel. Sin
embargo, tanto los fascistas noruegos como el Tea Party,
odian a los inmigrantes, detestan la intervención económica
del estado, las ayudas sociales y aman el libre comercio y la
“libertad de empresa”.
Mientras los nazis húngaros desatan la violencia contra
las comunidades gitanas que viven hace muchos años en el
país, en Francia se aprueban leyes para expulsar a los gitanos
inmigrantes y en Kosovo, Austria, Italia, Rumania, Bulgaria,
Chequia y Eslovaquia se realizan múltiples ataques racistas,
también contra los gitanos. Los nazis húngaros agreden a los
inmigrantes, en la misma forma que en España los neofascistas
propinan palizas a los africanos o a los sudamericanos.
No es entonces una sorpresa que políticos de la Liga Norte
italiana como Francesco Speoni, o del Frente Nacional francés
como Jacques Cutela, salgan a defender ahora las ideas de
Anders Behring Breivik, como defensoras de la “civilización
occidental”. Puro odio: a los inmigrantes, a los musulmanes,
a los árabes, a los judíos, a los gitanos, a los negros, a los
indígenas, a las mujeres, a las conquistas de las mujeres…
Entre tanto, la “reducción del estado”, que la derecha pregona
112la crisis del afán de lucro
y los neofascistas tratan de imponer mediante la intimidación,
solamente opera para los programas sociales, pues está
interrelacionada con el crecimiento del gigante presupuesto
militar estatal y la multiplicación de las guerras, que aumentan
la deuda pública y el déficit fiscal. Una locura que no es cosa
de un loco suelto.
Es fascismo del siglo XXI. En medio de la crisis el fascismo
ha sido siempre un arma del gran capital para captar tanto a
las capas medias, como a sectores de la población arruinada
o empobrecida, y convertirlos, mediante el racismo y la
intolerancia con la diferencia, en agentes violentos contra el
movimiento sindical y popular. La movilización antifascista,
antirracista y por la paz, hace parte indisoluble de la lucha
para que la crisis la paguen los grandes capitales financieros y
no los pueblos.
La instrumentalización del narcotráfico
Un papel destructor del tejido social y liquidador de los
movimientos populares ha sido y es cumplido también por las
mafias, en la medida que la supuesta “guerra contra las drogas”,
se ha convertido en un factor de empoderamiento de las
mafias del narcotráfico, que reciben gigantescas cantidades de
dinero, como resultado de la política de prohibición total. Tal
y como en los días de la prohibición de las bebidas alcohólicas
en Estados Unidos entre 1919 y 1933, la mafia se beneficia de
la prohibición de las drogas, que garantiza precios muy altos y
exorbitantes ganancias, que alimentan su armamento y generan
sucesivas masacres. Las ganancias de la mafia, mientras los
capos se matan o son eliminados o apresados por la fuerza
pública, continúan fluyendo y multiplicándose y unas bandas y
capos suceden a otras en el control del negocio, mientras gran
parte del dinero va a parar a los paraísos bancarios y entra a sí
a multiplicarse en el circuito capitalista transnacional.
Las mafias del narcotráfico en México, Centroamérica y
113palabras para tejernos, resistir y transformar
Colombia y cada vez más países, se convierten en fuerzas
que interactúan con la política tradicional y destruyen el
tejido social. En épocas de desempleo agudo su capacidad de
incidencia en el mundo de los pobres y de desintegración de
las organizaciones sociales se vuelve inmensa. El mercado de
la droga entre tanto sigue intacto y el número de adictos sigue
aumentando.
El resultado de la “guerra contra las drogas”, ha sido inútil para
parar el vicio y los efectos destructivos de la droga en la salud
y la sociedad, tal como fue inútil la prohibición de bebidas
alcohólicas. Pero la guerra contra las drogas ha servido para
militarizar las sociedades, para que se financien y armen los
sicarios que exterminan a los dirigentes sociales y masacran
a los migrantes y a los jóvenes, para encubrir la represión y
los ataques a los movimientos populares, para incrementar la
presencia militar y policial de Estados Unidos, para imponer
leyes que limitan o eliminan los derechos civiles y para crear
un clima adverso a la protesta y a los movimientos sociales.
Ha servido también para desplazar campesinos con las
fumigaciones aéreas de agroquímicos sobre las plantaciones
ilegales.
Para los movimientos sociales de cada vez más países, se ha
vuelto urgente reivindicar una política diferente para enfrentar
la adicción a las drogas. Una política que se base en la educación,
en primer lugar de los jóvenes y que además genere alternativas
económicas a quienes son explotados ahora por el narcotráfico,
empezando por los campesinos que se ven llevados a depender
para su sobrevivencia de las plantaciones ilegales en las selvas y
montañas, debido a que las importaciones de alimentos y otros
productos agropecuarios, el costo del crédito los insumos y el
transporte y la falta de tierra agrícola, les niega las alternativas.
Abriendo camino
Como se ve, el panorama del sufrimiento y de la lucha de
114la crisis del afán de lucro
miles de millones de personas es complejo, pero en cada caso,
frente a cada asunto, frente a cada ataque y cada despojo, surge
la resistencia de la gente.
La resistencia civil de masas que crece en todo el mundo
necesita tener una visión global de lo que ocurre. No le falta
programa, porque el que aquí se trató de resumir, simplemente
recoge las propuestas que, local y nacionalmente, la gente está
peleando, sea en las plazas de Madrid, Barcelona, Londres,
Washington, Chicago, Tokyo, Berlín o París o en las de Tel
Aviv y El Cairo, o en Santiago o en comunidades rurales de
América latina, Asia o África. Pero el capital trata de aislar cada
lucha, para derrotarla o, más frecuentemente, para cooptarla,
para convertirla en otro episodio de su modernización y
“democratización”.
El trabajo es construir los lazos que tejan nuestras luchas por
estos objetivos para que la movilización concrete realidades;
que nuestra lucha comience a construir una economía diferente,
sacando de la dominación y del lucro a la salud, la educación, la
vivienda, los alimentos y el ambiente; estableciendo el domino
de la sociedad sobre los recursos básicos, como la energía y sus
fuentes y; terminando la larga cadena de guerras a que está
sometido el mundo por los intereses económicos.
Septiembre de 2011