Dos fotos de Lee Kyung Hae coronan la ofrenda que le brinda el Congreso Nacional Indígena (CNI). En ellas luce sonriente, pulcramente vestido de traje y corbata, sin seña que evidencie desesperación. Una cruz de parafina derretida y veladoras prendidas, adornadas con pétalos de rosas rojas, parecen formar su cuerpo. Un rectángulo de flores y otro más de veladoras enmarcan el altar. Tres copas de copal rematan y aromatizan el icono sagrado con el que se le rinde homenaje.
Ofician la ceremonia los sabios del CNI. El purépecha Juan Chávez, el tzeltal Manuel Pérez, dirigente de XiNich, la conducen. Rarámuris, wixárricas y mazahuas los acompañan. Son más de 3 mil personas las que asisten al auditorio para velar simbólicamente a su nuevo compañero muerto. Estarán allí de las 11 de la noche del martes 11 a las 0:30 del miércoles. Se reza el rosario y se pide perdón a la tierra y a la naturaleza. Se prepara el terreno para que acoja el alma de Lee Kyung Hae, el ‘’señor Lee'’, como le dicen con respeto muchos de los indígenas que hoy lo hicieron uno de los suyos.
Presente, la delegación coreana se emociona con el duelo indígena. Muchos de sus integrantes lloran con la cara descubierta, sin ocultar su dolor. País dividido entre creyentes budistas y católicos, Corea del Sur es tierra de sincretismo religioso, como lo es el México profundo. Lee era un católico practicante convencido.
En Cancún esa muerte se convirtió en una vía de hermanamiento entre pueblos. ‘’Estamos muy consternados. Ofrendó su vida por nosotros'’, dice Adelfo Regino esa noche. ‘’¿No se parece eso a lo que hizo Jesús?'’, interroga afirmando Rafael, un chiapaneco que algo sabe de ritos.
La fuerza del silencio
La ceremonia del CNI no fue la primera, mucho menos la última. Unas horas antes el grupo de los coreanos organizó otra, estrictamente privada.
Un par de horas después, cuando el rumor de su inminente deportación se extendió y decidieron dejar sus hoteles para acampar en la zona cero, decenas de jóvenes los acompañaron, efectuando en el lugar de su deceso una especie de velorio. Centenares de veladoras se consumieron esa noche mientras la policía levantaba el enrejado para llevárselo unos cuantos metros atrás.
Fue una velada de duelo e indignación. Muchachos y muchachas encararon a los uniformados guardando silencio. Conmovidos, los policías se protegían de las miradas acusatorias bajando la visera de sus cascos y apretando con dureza sus escudos de plexiglás. Ese silencio parecía tener mucho más fuerza que los palos y las piedras utilizadas por chavos radicalizados y grupos de provocadores a los que nadie conocía horas antes. Una muchacha vestida rigurosamente de anaranjado, con el tatuaje de un águila en la espalda, les repetía sin exaltarse shame, hasta que solicitó que se le dijera su equivalencia castellana, sólo para repetir nuevamente su ritual pero exclamando ahora ¡vergüenza! Otros lloraban. Poco antes, también en inglés, un improvisado poeta se preguntó sobre el sentido de lo que había sucedido. De pie, varias parejas se trenzaban en apasionados abrazos.
Un activista se acercó hasta el cordón y le dijo la policía: ‘’queremos que vean a través de nosotros. Somos pacíficos'’. Ni qué dudarlo, la madrugada se llenó de dolor y consternación.
Día de Muertos en su país de origen, esa noche la comunidad coreana de San Francisco, California, organizó un velorio a la memoria del señor Lee.
Doce horas después, una procesión de Vía Campesina abandonó su campamento para establecerse en el fundado por los asiáticos frente al lugar en que su compañero se inmoló y celebrar una nueva ceremonia. Varias ofrendas florales, una con una pequeña bandera mexicana, se colocaron al lado de las fotos del difunto. Atrás una manta pedía: ‘’Dios bendiga al hermano Lee'’. Los coreanos se sentaron alrededor del altar y rindieron testimonio de su camarada. Sobre sus ropas colocaron una fundas con las leyendas ‘’No WTO! ¡No to Neo-liberal globalization!'’ Un enorme cuchillo de cartón con manchas de sangre y la leyenda ‘’La OMC mata campesinos'’ pasó a integrarse a la iconografía. Un artista brasileño interpretó Imagine, de John Lennon, y la gente se tomó de las manos. Al concluir, los asistentes depositaron en el lugar de su inmolación crisantemos blancos, mientras pronunciaban algunas palabras sobre el muerto. Le dieron la despedida.
Vallas y muertes
En el silencio de la noche, la policía retiró las vallas que impedían el paso más allá de la zona cero. A la hora de fijar la nueva frontera, el gobierno mexicano no fue muy generoso. Levantó una barricada a unos 500 metros de distancia de la anterior, colocó un doble enrejado y elevó el tamaño del mismo. Construyó así una especie de manifestódromo oficial, un muro de las ignominia donde descargar la ira a pedradas, que evita cortes de tráfico y aísla la protesta del escrutinio público.
La estrategia oficial (¿o habría que decir la falta de ella?) no resuelve un pequeño problema: deja una gasolinera en el corazón de la zona de conflicto. ¿Qué pasaría si cualquier provocador lanzara, por decir algo, una molotov allí? Mejor ni imaginarlo. Total, la reunión oficial se realiza a muchos kilómetros.
La nueva franja fronteriza que divide la zona tolerada y la zona VIP formaliza la separación entre dignatarios con derecho a trasladarse por toda la ciudad y ciudadanos de segunda que tienen vedado el acceso a una zona de exclusión. Reproduce una separación que en los hechos ya existe: la zona hotelera para quienes pueden pagarla o trabajar en ella, el resto de la ciudad para los demás.
La muerte del señor Lee le dio al movimiento un nuevo centro organizativo. En el imaginario de la contestación a la OMC ese es un ya un lugar sagrado, como lo es el sitio en el que Carlos Giuliani fue asesinado en Génova por un carabinero. Es, en cierta forma, una especie de pequeña ermita en formación. La presencia policiaca directa en ese territorio es una afrenta. Bastaba ver la cara de terror de las fuerzas del orden público horas después de la inmolación para ver que lo que allí estaba en disputa era muy importante.
Fue Pat Money, una de las figuras más interesantes presentes en los foros alternativos a la quinta reunión ministerial de la OMC, quien aseguró que las barreras están allí no para evitar que los manifestantes entren, sino para garantizar que los que están adentro no puedan salir.
Recordó también que Cancún había estado siempre cerca de los dominios piratas. ¿Y qué otra cosa es la OMC, sino una institución legitimadora de la nueva piratería que legaliza las patentes sobre el pozol que han elaborado los indígenas chiapanecos durante cientos de años?
Hace 200 años que esos piratas están muertos y enterrados en estas tierras. Miles de altermundistas aseguran que la OMC también está muerta. Y Pat Money dice que este moderno complejo hotelero protegido por un cordón policiaco anticonstitucional es la lápida del cadáver de la OMC. Ese cadáver encerrado en el ataúd, que la delegación coreana cargó y usó como ariete para derrumbar la valla.
Lee sacrificó su vida para enterrar a la OMC. Ese sacrificio sólo parece haber traspasado las paredes del Centro de Convenciones de Cancún como molestia, no como advertencia. ‘’No tenemos nada que ver con el asunto'’, se han apresurado a decir los funcionarios encargados de la negociación. El mensaje que Lee quiso enviar con su sacrificio no ha sido escuchado. Apenas ha servido para mover unos 500 metros las vallas que separan los dos cancunes.
Suicidio e inmolación
La muerte del señor Lee pretendió ser descalificada por funcionarios de la OMC. Escasas horas después de producida se hicieron correr entre periodistas la versión de que era un individuo ‘’emocionalmente inestable'’. Recordaron un intento previo por quitarse la vida en 1991, en rechazo a la ronda Uruguay, y la protesta que recientemente efectuó en Ginebra contra el organismo multilateral.
El fallecimiento conmocionó también al movimiento altermundista y precipitó un intenso debate sobre el significado y el alcance de la acción. ¿Puede una causa que defiende la vida justificar una muerte?, se preguntaron no pocos activistas.
De acuerdo con lo dicho por el coordinador de Vía Campesina, Rafael Alegría, a nombre de su organización, la medida está plenamente justificada.
“El acto del campesino Lee -dijo- representa la más enérgica protesta y desesperanza ante la falta de alternativas para los campesinos y los pobres del mundo. Fue un acto premeditado y consciente. Pidió, y así se cumplirá, que ’sigamos firmes en la lucha’, porque no quiere ver otros campesinos e indígenas muertos por la política de la OMC. La OMC no puede seguir matando campesinos e indígenas todos los días.”
La larga serie de velorios y homenajes apuntan en la misma dirección. La respuesta del pueblo de Cancún ha sido sorprendente. Como si se tratara de una redición de la simpatía que se vivió en México durante el pasado campeonato mundial de futbol hacia la selección de ese país, en los barrios de esta ciudad se saluda con afecto a los sudcoreanos. Apenas el pasado martes, cuando marchaban disciplinadamente rumbo al hospital donde se atendía a Lee, los inquilinos de varias unidades habitacionales salieron a expresarles su apoyo.
Otros, en cambio, desaprueban la acción. Leticia, artista española solidaria con la lucha de los pueblos indios, dice: “Ahora sé qué significa la expresión esa de ‘cargar con el muerto’. Nos están imponiendo un muerto. Si hubiera muerto del otro lado de la valla, ¿qué? Han profanado lo más sagrado. No nos va el mundo de la muerte. Nos va la vida, la alegría. Por eso luchamos. ¿Dónde está el espíritu de fiesta? Si construir otro mundo se hace así, yo paso…”
Algunos activistas responden a estas críticas señalando que se trata de una posición extrema y dramática, sólo explicable en el contexto de una cultura específica.
Los compañeros coreanos de Lee explican que no se trató de un suicidio sino de una inmolación. “Fue un acto de honor, no de cobardía o desesperación”, aseguran.
Sin futuro
La muerte de Lee no es un hecho aislado. En Corea, como en el mundo rural de muchos países, se viven oleadas de suicidios de agricultores, que usualmente pasan inadvertidas. El que un adulto se quite la vida en comunidades aisladas parece no afectarle a nadie, salvo a su familia. El mismo hizo referencia a ellas en el artículo publicado por La Jornada que muy bien podría ser parte de su testamento político.
En Estados Unidos agricultores en bancarrota que se responsabilizan a sí mismos de su fracaso empresarial, sin cuestionar el modelo que los conduce a la quiebra independientemente de sus cualidades personales, se matan regularmente sin que nada suceda.
En Uruguay, explica la editora Carmen Arméndola, “es un honor cuando un productor se cuelga en la portera. Como la tierra se debe dejar a los hijos, esa es la forma en que los agricultores endeudados en lo individual pueden salvar la propiedad. Es una afrenta ante la familia que se salda de esa manera”.
Como líder nacional de su unión campesina, Lee viajó a otros países y tuvo trato con dirigentes que hoy están presentes en Cancún. Ellos coinciden en que era un hombre emprendedor, alegre, trabajador y responsable, padre de dos hijas a las que quería mucho. Lo contrario de la imagen de un personaje inestable emocionalmente que los funcionarios de la OMC pretenden divulgar. Su inmolación fue una decisión política que ha marcado profundamente esta reunión.
Este 16 de septiembre se realizará en Cancún un funeral ceremonial de Lee de acuerdo con la fe católica, con la presencia de un sacerdote coreano.
Al igual que muchos hombres y mujeres con fuertes ligas con la tierra, el dirigente campesino era un hombre muy religioso. Mientras, para quienes a pesar de hablar distintos idiomas comparten la lengua de la tierra, Lee comienza ya a convertirse en leyenda: la leyenda de un justiciero.