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Para entender la crisis del «progresismo» en nuestro continente Abya Yala

Jaime Yovanovic (Profesor J) :: 20.09.14

La decadencia de los gobiernos progresistas puede ser el fin de las viejas concepciones etapistas de instalar el capitalismo para luego avanzar al socialismo. Paralelamente se perfilan cada vez más los topos de la historia: los de abajo.

Para entender la crisis del «progresismo» en nuestro continente Abya Yala

Por Jaime Yovanovic Prieto (Profesor J)

Cuando asume forma la globalización del capital mediante el fuerte protagonismo de las estructuras mundiales, en especial el Banco Mundial y el FMI, en medio de procesos neoliberales que golpeaban por todos lados los avances alcanzados por el estado de bienestar, surge en todas partes la llamada lucha antiglobalización, que vino a despertar y dar cauce a muchos deprimidos de la caída del muro y del fin del capitalismo de estado, mal llamado socialismo, ya que las fuentes originarias del socialismo se refieren a un estado que se va desmantelando para acceder a la sociedad sin clases y no a un estado que fortalece la vocación de acumulación, de donde saldrán «beneficios» para la población, lo que dejó huérfana a esa población sin poder desplegar su autonomía y protagonismo desde abajo. El fin del estado supone el fin de los partidos y las ideologías, sin embargo en el socialismo real ello se fortaleció cerrando el paso a nuevas formas de economía local, comunitaria y autogestionaria en una regla inaudita: todos son obreros del estado, lo que tarde o temprano iba a dar en lo que dio: el desmoronamiento de una utopía construida estrictamente sobre la base de la concientización del cielo que vendrá, como los cristianos de Job, aguanta y acepta las cosas como vienen, lo que convirtió la ideología formalizada en una especie de religión, llena de dogmas, donde no cabía la posibilidad de ir cambiando paradigmas en la medida que cambiaban las relaciones de producción y desaparecía la plusvalía al calor del aniquilamiento sostenido de la naturaleza.

Eso llevó a la mayor parte de los grupos socialistas y comunistas, reformistas o revolucionarios, a levantar aún con más fuerza el fetiche del estado como regulador de una economía centralizada, que fue la orientación del Forro de Porto Alegre, instituido para aniquilar las dinámicas autónomas de las batallas altermundistas y traerlas nuevamente al estado, lo que comenzaron con la creación del engendro de la Vía Campesina, las victorias de Lula y de Kirchner, pero que tomó la delantera en Venezuela, país donde el reformismo del gobierno no ha podido aniquilar las dinámicas autónomas que se enfrentan a los burócratas en varias de las comunas instaladas de arriba-abajo, pero que la democracia comunitaria ha ido transformando en espacios libertarios de construcción de comunidades que se manejan con autonomía respecto del estado y preconizan la economía local con redes horizontales hacia otras localidades, que es exactamente lo que faltó en la URSS, pero que la ortodoxia no puede aceptar porque su fetiche-estado va pasando entonces a un segundo plano, lo que ya había previsto Marx en su libro La Guerra Civil en Francia respecto de la comuna de París.

Joseph Stiglitz, asesor principal de Jimmy Carter, fue quien descubrió la fórmula para integrar a la izquierda a una nueva alianza entre estado y mercado respetando la libre circulación del capital internacional, las inversiones y la especialidad de las exportaciones de materias primas como forma de entregar un papel subsidiario y subordinado a los gobiernos, que en ese caso no importaba si eran socialistas o no, mientras no se plantearan avanzar hacia el fin del estado, obviamente, Ese posneoliberalismo fue denominada de neoinstitucionalismo, una nueva institucionalidad marco de la nueva alianza, ya no más estado centralizado y libre mercado, sino la asociación equilibrada entre ambos, fomento al libre mercado, especialmente en las dinámicas extractivas, transgénicas y otras con las cuales extraer mayor margen de ganancia bruta de la madre tierra para la exportación. No es por otro motivo que visitó Stiglitz a Evo Morales cuando asumió el gobierno y tuvieron reuniones a puertas cerradas con el vicepresidente Álvaro García Linera. Un programa democrático, pero no mucho, y una economía abierta al capital internacional, que ha circulado como Pedro por su casa estos últimos años al alero de los gobiernos llamados «progresistas», que si bien han aumentado sus votos en sectores medios, han tomado enorme distancia de los opositores a la destrucción de la naturaleza, eje del nuevo modelo de acumulación.

La izquierda de capa caída encontró ahí su fórmula para encumbrarse como garrapatas a espacios estatales revitalizando su vieja política de revolución por etapas, generando nuevas espectativas sociales que sólo algunas pueden cumplirse mediante el clientelismo, como los «planes trabajar» en Argentina, las canastas de pobres en Brasil o las misiones milagro en Venezuela, todos ellos paliativos que sólo podían mantenerse en el tiempo asegurando la contención de los sectores afectados, a saber, comunidades indígenas, campesinas, afrodescendientes, afectados por represas, villas miseria, favelas, ecologistas y juventud, entre otros, que han resentido directamente el «lado oscuro» del programa democrático limitado del falso progresismo continental.

De allí que la crisis argentina no deviene de los planes «buitre» ni del ataque inglés a las Malvinas, sino de un modelo que no pueda ampliarse y que sólo ha articulado algunos sectores de pequeña burguesía urbana encorbatada y ha encontrado su límite, que la derecha espera resolver aumentando la contención de población para ampliar las ganancias empresariales y asumir plenamente la llave de paso de las exportaciones petroleras, mineras, soja y otros, lo que puede verse claramente en la fuertes modificaciones que ha realizado el gobierno mexicano. Ya los programas de Morales, de Correa, de Maduro, del PT, de Mujica, de los Kirchner, no sirven para la contención y para ampliar el margen de ganancia del empresariado que les apoya, por eso al capital le quedan dos caminos: Ensanchar la práctica represiva que no pueden hacer las izquierdas por temor a suicidarse ante el electorado o incorporar el capitalismo verde sustentable, lo que va a traer ciertas dificultades que ya sabrán enfrentarlas. Por ello el apoyo a Marina de un sector del capital y el apoyo a Dilma de otro, en tanto los duros apoyan a Neves y en el caso uruguayo, a falta de alternativas, el apoyo va al candidato de la derecha, joven político pulido y anodino, que parece un joven príncipe y genera espectativas de orden y tranquilidad para el «progreso», que es la imagen que intenta vender también Neves.

Por eso da en los mismo que gobiernen los izquierdistas, los ecologistas, los príncipes o los duros, ya que todos ellos están limitados por el estrecho margen de ganancia y en consecuencia por el también estrecho margen de «beneficios» a la población, lo que implica que más que salir a la batalla contra los estados o por los gobiernos, las posibilidades de avance están en el desarrollo de la autonomía comunitaria de los de abajo que paso a paso han ido consolidando sólidas bases territoriales, que no son un frente de guerra contra el capital ni contra el estado, sino los espacios de construcción de otro mundo posible, espacios pacifistas y de resistencia por la vida y la democracia comunitaria, espacios locales de decisiones evaluadas y compartidas por los miembros de un barrio o localidad.

Las propias limitaciones de los gobiernos de trabajar con el capital les están pasando la cuenta, por eso, ocurra lo que ocurra, gobierne quien gobierne, en esas condiciones sólo queda abandonar los partidos y la lucha por el poder para concentrarse en la construcción de las autonomías comunitarias.

Jaime Yovanovic Prieto (Profesor J)
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