El ejercicio institucional debe ir acompañado por procesos de movilización y activación social, de construcción comunitaria y autoorganización, no supeditados al mismo, y que garanticen la formulación de las demandas y el control popular de los espacios institucionales.
Calle y tribuna, ¿viaje sin retorno?
Mercè Cortina i Oriol, Karlos Renedo Lara, Doctora en Ciencias Políticas y aquitecto, movimiento ciudadano y vecinal de Bilbao
04/11/14 · 7:00
Asistimos a un giro estratégico mediante el que se quiere ser parte activa, ser sujeto cambiando la forma de hacer y estar en política. Estamos hablando de una nueva institucionalidad, un nuevo sujeto político que se está conformando y que es más que un simple proceso de estructuración de movimientos sociales. Estamos hablando de una nueva institucionalidad, un nuevo sujeto político que se está conformando. Tampoco se trata de un simple proceso de estructuración de movimientos sociales.
Uno de los principales retos es, precisamente, dar forma a este espacio de convergencia social, más allá del debate clásico dicotómico entre partido político y movimiento social, definir qué es y cómo debe funcionar. Otro, la relación entre esta nueva institucionalidad, los movimientos sociales y la calle, debate que gira no sólo en torno a la capacidad del control popular del poder, sino en torno a la capacidad de supervivencia de la movilización social más allá de la estrategia institucional. Si miramos hacia otros procesos recientes –América Latina, la Transición española o la evolución de Los Verdes alemanes–, este debate se hace pertinente. En todos ellos, la entrada a la institución se ha traducido en un jaque a la movilización social.
Ante las nuevas iniciativas existe un continuum de posturas en cuyos extremos se da, por un lado, un optimismo poco reflexivo, muy consciente de las oportunidades que se abren, pero poco de algunos de los riesgos a los que este giro estratégico se enfrenta. Por otro, una cerrazón, una desconfianza propia de posturas sectarias y qui zás fruto de la incomprensión del nuevo contexto social y político. Pero los riesgos están ahí y se hacen más presentes cuando observamos cómo este tipo de iniciativas, ya sea a escala municipal, o como partes de iniciativas con mayor dimensión, empiezan a brotar por doquier. Se están empezando a poner en marcha iniciativas que surgen sin un diagnóstico previo, sin una comprensión clara sobre qué es lo que diferencia este nuevo sujeto político, sobre la complejidad en su configuración, sin conocer con qué fuerzas y capacidades se cuenta y sin prestar atención a la acumulación de experiencias y espacios ya articulados. Más cuando partimos de escalas locales, con sus similitudes, pero con sus evidentes diferencias. Un punto de partida así puede resultar en procesos sesgados o colonizados.
Estar en los espacios de decisión no es garantía de capacidad de transformación, y no decirlo puede llevar a la frustración
Además, parece que se está obviando el debate en torno a cuáles son los límites reales del juego institucional. Más allá de los ritmos y lógicas de poder que le acompañan y al margen de la representación obtenida, estar en los espacios de decisión no es garantía de capacidad de transformación, y no poner esto encima de la mesa puede llevar a la frustración. Se dibuja un escenario idóneo para la desmovilización. Frente a ello, la nueva institucionalidad no se puede entender en claves ni de delegación ni de representación. La institución debe ser sólo una herramienta más, asumiendo una relación circular con el poder que garantice que las demandas tengan recorrido. Aun así, partimos de la idea de que no se pueden demonizar algunas de las formas propias de la democracia representativa. Cabe una reflexión sobre qué nos sirve para conseguir los objetivos, pero también sobre cuáles tienen que ser nuestros caballos de batalla. Se trata de parasitar la institución, estando en ella de forma crítica, no queriendo estar a todo y usarla para nuestros objetivos y necesidades y no al revés.
En segundo lugar, el ejercicio institucional debe ir acompañado por procesos de movilización y activación social, de construcción comunitaria y autoorganización, no supeditados al mismo, y que garanticen la formulación de las demandas y el control popular de los espacios institucionales. Cabe plantearse qué función y qué responsabilidades se le atribuye a cada una de estas herramientas, la institución y la movilización social, y qué se espera de ellas. Además, todo ello requiere trabajo de lucha ideológica: crítica, concienciación y procesos de empoderamiento. No todo vale y las formas no lo son todo. Así quizá podremos evitar la absorción por el sistema institucional actual y podremos hablar de la nueva institucionalidad como un espacio de democracia relacional, desde el que gobernar obedeciendo sin que suponga desgaste, frustración y desmovilización.