Por lo que venga
Por lo que venga
Hermann Bellinghausen
La Jornada
El que no aguanta no dura. Por eso, y aunque parezcan deveras ganas de aguantar, habría que brindar con los de Calle 13 por el aguante. Ellos prueban que dos bastan para meter el gran ruido, y hoy que se montan otra vez en los cuernos de la luna (los Grammy, las redes, todo eso) ni así cierran la boca. Por eso nos caen bien. Si les hacemos caso –no demasiado pero sí cuando importa– tal vez duremos mejor el ya largo rato de incertidumbre, horror, compasión, la indignación que no tiene para cuándo. ¿O sí? Échele al pífano celta, raza rapera: “Por lo que fue y por lo que pudo ser, por lo que hay, por lo que puede faltar, por lo que venga y por el instante, a brindar por el aguante”.
En esa zona mediática donde el ripio es bien visto y hasta eficaz, los de Calle 13 tienen las letras de su lado. Le plantan cara al lenguaje publicitario, le sacan jugo a los desinformados y los agitan, los informan. Hasta en sus pasajes de melaza y Silvio se oponen al despojo. Sus diversas músicas habladas nos aluden: “Aunque no queramos, aguantamos nuevas leyes, aguantamos hoy por hoy que todavía existan reyes, castigamos al humilde y aguantamos al cruel; aguantamos ser esclavos por nuestro color de piel; aguantamos el capitalismo, el comunismo, el socialismo, el feudalismo, aguantamos hasta el pendejismo; aguantamos al culpable cuando se hace el inocente, aguantamos cada año a nuestro (piíp) presidente” (Multiviral, 2014).
Sería un error hacernos pato. ¿Hasta dónde da el aguante? ¿Cuántos ya basta, cuántos hasta aquí para saberlo inaguantable? El grito está en la calle y además lo traemos dentro, no se calla. Todavía no podemos creerlo, ¿a esto hemos llegado? Tampoco se nos quita la necesidad de protestar, de exigir que nos los regresen. Ora sí “que devuelvan”, como demandaba Liliana Felipe en los años de gran cinismo del salinismo.
Poniéndonos dramáticos, pareciéramos aquejados por el “haga la lucha” que el pachuco Tom Waits dirige a Romeo sangrante. “Hago la lucha, hago la lucha”, desfallece Romeo, “vamos a dormir, hombre” (Blue Valentine, 1978).
Donde estamos, donde quiera que nos encontremos como cuerpo social y como país, sabemos que los límites se acortaron; la mecha también. Es lo grave. A dura prueba sometieron nuestro aguante. Intercambiamos miradas, comprimimos una que otra frase en suspiros de 140 caracteres que con suerte y proliferan. Los 43 nos faltan. Sin ellos no somos, no podemos volver a ser ¿Habremos llegado a otra parte, una donde no andábamos? ¿Se habrán quemado los puentes de donde veníamos? A ver ahora quién soporta. Cómo no contagiarse del calletrécico coraje: “Aguantamos aunque tengamos los segundos contados, nuestro cuerpo aguanta hasta 15 minutos ahorcado. Aguantamos latigazos, que nos corten los dos brazos, fracturas en cualquier hueso, tres semanas con un yeso”.
Ni los acontecimientos ni los no-acontecimientos (cuál aparición con vida, cuál verdad, cuál justicia) deben rebasarnos. Que sirvan mejor de “levadura que levanta las ideas”, según frasea la banda boricua (que es todo menos modesta: un fenómeno, una de las experiencias más ampliamente latinoamericanas del presente). Nada humano les resulta ajeno, y Ayotzinapa mucho menos. Igual que a nosotros, los inquietados mexicanos: “Aguantamos lava volcánica y dentro de la lógica de nuestra humanidad, nos creemos la mentira y nadie aguanta la verdad”.
Bastantes pueblos indios dejaron de aguantar esas pendejadas hace años. Y en respuesta así los tratan, a nivel histórico, los señores de hoy: con algo que no sólo es avaricia, sino también odio, y el peor de todos, el que les aconseja su miedo. No se equivocaba el alto mando del Pentágono al analizar el contexto hemisférico en su escenario de dominio global en tiempos del Bush pequeño (y con Obama no ha cambiado). Concluía que el mayor peligro para sus intereses son los pueblos originarios y sus simpatizantes. Tienen mucho que defender y reclamar. Así parezca poco, para ellos significa todo. Aguantaron 500 años, eso lo repiten seguido. Ya no más. Ahora proclaman frases como “ya basta”, “nunca más”, “cueste lo que cueste”, “tierra y libertad”. En su cultura, la resistencia es el único horizonte de vida. Sobre el suelo indígena de Guerrero no son mal ejemplo los muchachos de Ayotzinapa –los que están y los que faltan, los que estuvieron y los que vendrán–, pertenecen a culturas poco funcionales con el capitalismo atroz que nos gobierna, en ellos se prolonga la historia de los tristes siglos.
Los pericos del poder chorean que lo de Iguala es caso aislado, el-gobierno-no-tiene-la-culpa-y-menos -el-Estado. Como si fuera novedad que la estrategia sea de guerra en tratándose de indios, y lo seguirá siendo mientras los imperiosos mandamases administren, vendan, arrasen, impongan, legislen, juzguen y gobiernen contra ellos.
¿Habrá llegado el momento de apostar por lo que venga, como enseñan los pueblos indios? ¿No estuvo bueno ya de aguantarnos el aguante?