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Los apologistas

Raúl Prada Alcoreza :: 05.12.14

Los apologistas son los intelectuales que cierran los ojos, que optan por cantar alabanzas a las supuestas revoluciones, a pesar de la evidencia de sus contradicciones. Prefieren convencerse y convencer a los demás de la marcha irremediable de la historia. Son, en pleno sentido de la palabra, ideólogos, creen plenamente en la “ideología”; la “ideología” para ellos es la realidad

Los apologistas

Raúl Prada Alcoreza

Los apologistas son los intelectuales que cierran los ojos, que optan por cantar alabanzas a las supuestas revoluciones, a pesar de la evidencia de sus contradicciones. Prefieren convencerse y convencer a los demás de la marcha irremediable de la historia. Son, en pleno sentido de la palabra, ideólogos, creen plenamente en la “ideología”; la “ideología” para ellos es la realidad. No hay diferencia. Por eso no escatiman esfuerzos, ni escritos, ni discursos, para demostrar que hay cambios, que los cambios son visibles. Pero cuando lo hacen se refieren a estadísticas, como lo hacían los diagnósticos de los gobiernos derribados; pretendiendo desplegar objetividad descriptiva y cuantitativa. Ambos, los apólogos y los “economistas” comparten el mismo mito, el mito del “desarrollo”. Ambos también comparten el mismo aprecio por la comunicación, la propaganda y la publicidad. Son incapaces de ver cara a cara el acontecer, lo que ocurre, si se quiere, la historia efectiva; no entiende que todo proceso está atravesado por contrastes, contradicciones, errores, problemas; sucesos que deben atenderse precisamente para aprender de las lecciones de la experiencia, corregir los errores, comprender las contradicciones, para lograr liberar las potencias y las posibilidades, inherentes en las coyunturas. Al no hacerlo, el régimen en cuestión se enfrasca en su propia “ideología”, se queda atrapado en su imaginario, mientras, paradójicamente, se convierte en el principal obstáculo para los cambios, para las transformaciones. Paradójicamente el régimen se convierte en lo contrario de lo que supuestamente se persigue; es el contra-proceso, la contra-revolución misma, investida con el rostro de la revolución; pero, eso tan sólo es una máscara.

Los apologistas necesitan de su referente, la supuesta revolución, pues viven de eso, viven del mito de la revolución; incapaces de hacerse responsables de las tareas revolucionarias. Una de esas tareas indispensables es precisamente la crítica. Prefieren la comodidad de la consciencia revolucionaria, que no es otra cosa que remembranza de antiguos actos heroicos, de viejas revoluciones, o del comienzo mismo de la revolución presente, ahora convertida en su propia decadencia. Son como los sacerdotes, cultores, ceremoniales, buscan en los nuevos ritos, repetir la fe en la idea de la revolución.

Una de las pretensiones de los apologistas es de ser realistas; postulan el realismo político. Consideran que lo que se hace, por parte de los gobiernos revolucionarios, es lo que se pueden hacer, es lo que permiten las condiciones objetivas. Esto no es más que una pretensión, pues su miopía y ceguera para no ver las contradicciones, los errores, los problemas, los muestra, mas bien, como poco realistas, pues se inclinan por la “ideología”. Se niegan a ver las dificultades; por lo tanto, se alejan de la posibilidad de aconsejar soluciones, incluso relativas a las transiciones adecuadas. Para los apologistas todo marcha bien; los problemas son leídos como tensiones creativas. Están muy lejos de la posibilidad de un análisis esclarecedor sobre lo que acontece. Prefieren hacer lo que saben hacer, apología del estado de cosas del Estado referente de la supuesta revolución.

Estos apologistas aparecen en todas las revoluciones, después de que estas estallan, sobre todo cuando las mismas logran acceder al gobierno; son los fieles acompañantes de los líderes y dirigentes de la revolución. Los idolatran. Son los que terminan cubriendo todos los problemas, los cómplices de las derrotas; pues al ocultar los errores, los problemas, las contradicciones, coadyuvan a la decadencia de la revolución iniciada, aunque no culminada. Los apologistas de la revolución bolchevique no solo encubrieron los grandes problemas, las grandes diferencias respecto a lo esperado por la teoría revolucionaria, sino que encubrieron crímenes. Estos apologistas acompañan al régimen en sus tiempos de gloria, cuando cae no son los que van a defenderlo; algunos quizás construyan hipótesis ad hoc, para explicar lo que ha ocurrido, el porqué de la caída; sin embargo, ninguno se va a hacer nunca una autocrítica. Quedaran silenciosos, con perfil bajo, si es que no reculan y cambian de posición. De todas maneras, con otras revoluciones, volverán a aparecer nuevos apologistas, que harán prácticamente lo mismo. La historia parece repetirse como una condena, dando vueltas como circulo vicioso.

Los apologistas no producen teoría, rumian con sus cuatro estómagos la vieja teoría, a la que consideran la verdad indiscutible; en el mejor de los casos, una verdad corregible. Cuando algunos de ellos hacen análisis lo hacen en el marco de la propaganda, nunca se pone en cuestión lo que se ha hecho oficialmente. No escriben para formar al pueblo, sino para adular a los líderes y dirigentes, para convencer a los convencidos. ¿Tiene algún servicio lo que escriben en defensa de la revolución? Diremos que sus escritos forman parte de la decadencia de la revolución. La acompañan en su derrumbe lento, poniendo colores a las tonalidades grises de lo que aparecen como hechos inverosímiles.

Se trata de discursos trillados, repetitivos y poco convincentes, salvo para los convencidos. Algunos llegan a la hilaridad, pues argumentan como promotores de turismo. Hablan de escenarios espectaculares, que anuncian el futuro, muestran cuadros de colores, para dar el mensaje de alegría. Incluso, a pesar de la constancia de que los gobiernos progresistas están metidos hasta el cuello con el modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente, llegan a decir que se trata de tecnologías limpias. Sin darse cuenta, por su simplicidad o ingenuidad, ofrecen a las empresas trasnacionales las riquezas del país vanagloriado; oro, estaño, hierro, cobre, zinc, tungsteno, manganeso. Hablan como los “economistas” monetaristas o los “expertos” de Naciones Unidas y de los organismos internacionales; demuestran que hay cambio con indicadores estadísticos generales. El argumento se sostiene en el crecimiento económico; incluso se atreven a apoyar esta tesis economicista, repitiendo el mismo argumento del ministerio de economía, la exegesis de la inflación moderada. Nunca se pusieron a pensar que la estructura metodológica de esos indicadores sirve para otra cosa, para medir el valor ponderado de la producción anual, con el objeto de garantizar las ganancias. Indicadores, cuyo eje aritmético radica en el cálculo de los costos y beneficios; son indicadores que no tienen ninguna utilidad cuando se trata de evaluar los cambios estructurales e institucionales. Menos se ponen a pensar que el indicador de inflación, construido y acordado internacionalmente, por los institutos de estadística nacionales, tiene una estructura de la canasta familiar que relativiza el impacto económico en la estructura de gasto de las familias con escasos recursos, que viven de un salario o un sueldo magro. No lo van a hacer, pues su papel no es cuestionar los mecanismos de dominación, tampoco los que se dan de forma cuantitativa.

Como lo hacen los economistas burgueses, quienes hacen elocuente su diagnóstico “médico”. Recurren a las balanzas de flujos, ingresos en relación a egresos, saldos de cuentas corrientes. Si son positivos, entonces el “proceso” marcha. Están lejos de detenerse a reflexionar sobre el hecho contundente de la expansión de la dependencia por medio de la expansión de la economía extractivista. No se les puede pedir que ausculten en el drama de las nacionalizaciones, que terminan siendo desnacionalizaciones, al entregar el control técnico de la explotación a las empresas trasnacionales. Prefieren hablar de lo que consideran positivo, el crecimiento de la demanda interna; atribuyéndole un papel que no les corresponde, el impulso del crecimiento económico, cuando evidentemente no lo es. La explicación de la “bonanza” se encuentra en los ingresos provenientes de las exportaciones hidrocarburíferas y mineras; estos ingresos han aumentado debido a las modificaciones en los términos de intercambio. Hablar del incremento en las reservas internacionales, es hablar como lo hacen los del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, quienes, obviamente están felices, pues estas reservas benefician al sistema financiero internacional; forma hegemónica del capitalismo contemporáneo. Principal responsable de la crisis del capitalismo especulativo, crisis que la pagan los pueblos, empujados a la austeridad por las políticas neoliberales recurrentes.

No hay diferencia entre el informe de los apologistas y el informe de Naciones Unidas, remarcan la movilización social hacia las clases medias, al sobresaltar el ingreso de un contingente de la población a los estratos sociales de consumo. A esto le llaman salir de la pobreza. A estas conclusiones llegan después de revisar indicadores estadísticos. Están lejos de contrastar los indicadores con estructuras sociales cualitativas. El valor de un dato se encuentra en su articulación y correspondencia entre magnitud y cualidad. No es un problema de los datos, es un problema de los que hacen usos tan lamentables de los datos, tan poco científicos, muy alejados del método estadístico.

Ni hablar de la Constitución, la que ha sido desmantelada por el “desarrollo legislativo” gubernamental, que más es la continuidad de la legislación del anterior régimen. La Constitución no se ha plasmado en leyes, menos se ha materializado en transformaciones estructurales e institucionales. El Estado-nación ha sido restaurado y consolidado. El Estado plurinacional es apenas un cambio de nombre. Los apologistas no entran a estos terrenos, sería demoledor para ellos.


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