Revolucionar significa que al fin sabemos que no hacen falta líderes, plataformas, partidos, estrategias o programas revolucionarios. Y que no se trata de tomar o destruir los aparatos podridos de la dominación; de conquistar el “capital”, como si fuera una cosa, no una relación.
La resistencia a obedecer
Gustavo Esteva
La Jornada
Empezó al fin el primer Festival Mundial de las Resistencias y las Rebeldías contra el Capitalismo.
Hay incontables resistencias, rebeldías y anticapitalismos, pero existen muchas y buenas razones para declarar que éste es el primero en su género.
Se convoca en el dolor y por el dolor. Se da la palabra primera y principal a quienes representan el dolor Ayotzinapa, que se ha hecho mundial. Y se ocupa de la agonía de un sistema. Pero se trata de un festival, de una expresión de la militancia gozosa, no de un funeral.
En una carta a unos compas argentinos, hace más de 10 años, el difunto sup observó “que la música, el baile, la comida y el sentimiento son ingredientes fundamentales para la construcción de eso que algunos llaman utopía”. Y recordó que en México había gente decidida a “desvelar a los poderosos haciendo una fiesta que algunos despistados llaman alzamiento y que no es otra cosa que el baile común de la dignidad. El baile en el que el ser humano es, y es humano”.
Celebrar, decía Iván Illich, es un llamado a encarar los hechos, en vez de lidiar con ilusiones. Es vivir el cambio, en lugar de depender de la ingeniería social. Es descubrir “lo que debemos hacer para usar el poder de la humanidad para crear la humanidad misma, la dignidad y el goce en cada uno de nosotros”.
Hemos de introducir el deseo en el pensamiento, en el discurso, en la acción, como sugería Foucault, para que despliegue sus fuerzas dentro del dominio político y crezca más intenso en el proceso de derrumbar el orden establecido. Es cosa de integrar el arte erótico, el teórico y el político, para luchar contra el fascismo, particularmente “el fascismo en todos nosotros, en nuestras cabezas y en nuestro comportamiento diario, el fascismo causante de nuestro amor al poder, de desear la cosa misma que nos domina y explota”. No debe uno estar triste por ser militante, decía, “a pesar de que aquello que uno combate sea abominable”.
“La desobediencia civil no es nuestro problema”, pensaba Howard Zinn. “Nuestro problema es la obediencia civil.” Que la gente siga los dictados de sus líderes que los llevan a la guerra. Que obedezca ante la miseria, el hambre, la estupidez y la crueldad. Que sigamos siendo obedientes “mientras las cárceles están llenas de delincuentes menores, mientras los grandes criminales andan sueltos y siguen robando al país. Ese es nuestro problema”.
Y aunque estas notas de fin de año se hayan vuelto casa de citas, agrego otra de Teodor Shanin: “Mientras hay elección, hay esperanza. Mientras hay esperanza, la gente busca la verdad, sueña en un mundo mejor y pelea por él. Mientras la gente busque, sueñe y luche, hay esperanza”.
El festival se construye hoy en torno a Ayotzinapa porque es claramente el símbolo de la ruptura y la conmoción, el momento en que se descorrió el velo encubridor. Es cierto que muchos cierran de nuevo los ojos, se tapan las orejas, no quieren saber. Unos lo hacen por miedo. Otros por codicia, por interés. Unos más por angustia, por desesperación, porque no pueden escapar de sus cárceles intelectuales o políticas.
Pero hay muchas y muchos, millones, que se niegan a cerrar los ojos. No quieren, ni pueden, ni deben, quedarse quietos, quietas.
Vienen al festival quienes hicieron de la palabra revolución un verbo. Saben que no se trata de pensar la revolución, de imaginarla, de soñar con ella. Ni siquiera de prepararla, planearla o incluso hacerla. Se trata de vivirla, de experimentarla cotidianamente.
Revolucionar es esta capacidad amorosa y gozosa que tenemos todas y todos cuando transformamos el dolor y la digna rabia en rebeldía y con ella construimos el camino de la emancipación. Revolucionar significa que al fin sabemos que no hacen falta líderes, plataformas, partidos, estrategias o programas revolucionarios. Y que no se trata de tomar o destruir los aparatos podridos de la dominación; de conquistar el “capital”, como si fuera una cosa, no una relación; de sustituir a sus administradores estatales, para que esos aparatos bailen otro son, el nuestro, por ejemplo, los de quienes nos hayamos encaramado en ellos para ocupar el lugar de los que desplazamos…
Se trata de bailar nuestro son, es cierto, no la música que nos tocan; pero hacerlo aquí abajo, entre quienes aprendimos que luchar es como respirar y que sólo podemos respirar y vivir luchando en la construcción del mundo nuevo. Hoy. Aquí. Todos los días. Todas las noches. Como dijo el subcomandante Moisés, “acá abajo, cada vez somos más quienes nos empeñamos en luchar, sin suplicar perdón por ser lo que somos y sin pedir permiso por serlo”.
gustavoesteva@gmail.com