Una de las primeras concesiones que hay que hacer es, efectivamente, caer en la dicotomía izquierda-derecha, una decisión que ya compromete del todo el pensamiento. Uno de los objetivos, por tanto, de dicha crítica, consistirá en recordar lo inconveniente de ese debate, pero tomándolo prestado precisamente para focalizar
Para una crítica radical de la izquierda
Primera parte: Introducción
16 diciembre, 2014
En los tiempos que corren, de cara a liberar el pensamiento del fanatismo al que se adhiere gracias a las teorías políticas, la crítica al pensamiento izquierdista es fundamental. Hay que entender esta fijación no como una dedicación exclusiva, que reafirmara de alguna forma la ideología ‘de derechas’ por oposición, sino como una meta más importante, la de la crítica a la izquierda, que a la derecha, lo que se explicará.
IDEAS
Una de las primeras concesiones que hay que hacer es, efectivamente, caer en la dicotomía izquierda-derecha, una decisión que ya compromete del todo el pensamiento. Uno de los objetivos, por tanto, de dicha crítica, consistirá en recordar lo inconveniente de ese debate, pero tomándolo prestado precisamente para focalizar. La contradicción le será inherente, de forma que mientras se toma partido por dicha estructura (la de dividir la teoría política en izquierda-derecha), se estará negando su conveniencia. Así, esta crítica no puede aspirar a ser totalizante, sino sólo una guía a complementar, pues su necesidad es obligada; sólo debido a la situación actual de las cosas, es necesario descender a un nivel en el lenguaje en que, en este caso, se polarice el espectro político. Cualquier proposición política genuina debería hacerse liberada de condicionantes tan manidos; por eso, precisamente, una crítica así debe preceder a cualquier intento de postular una alternativa política efectivamente libre.
Según esto último, creo que una crítica tan necesitada no debe construirse como arma dialéctica. Quizás sí en algún sentido, pero si algo me demuestra lo vivido es que la batalla de las ideas no sólo se gana en el enfrentamiento verbal. Lo que quiero decir con esto es que en la crítica hay que conceder una parte fundamental a la experiencia, a las referencias del mundo inmediato, y no construirla bajo una abstracción teórica inabarcable para un entendimiento práctico. La crítica no debe ser un discurso al modo de la misma izquierda, un cuerpo de preceptos, sofismas y leyes que no se identifican en nuestra vida personal; la misma crítica, como metacrítica, debe ser una antítesis de los procedimientos dialécticos preferidos por los credos ideológicos; debe decirles basta, señalar su iniquidad y negarlos. Esto trae a un primer plano la necesidad de recuperar el pensamiento de la abstracción, devolverlo a la dimensión humana. La batalla de las ideas debe ser ganada en calidad, no por superioridad racional. De hecho, la izquierda tiene un muro tremendo ante sí como defensa en la argumentación formal; pero en la experiencia, apuntando a los hechos del mundo y sin tampoco erigirlos, en su particularidad, como universales, la izquierda no puede hacer absolutamente nada más que contraatacar con más y más letanías religiosas.
Pues bien, para preparar dicha crítica, hay que tener bien en cuenta lo dicho, y además, templar el ánimo. Si algo destaca en los debates políticos es la crispación, precisamente porque la diversificación del pensamiento y su defensa bajo una argumentación racional impersonal, sin base en lo humano, impide el entendimiento, porque efectivamente otorga razón a ambas partes. Hay mucha verdad en las críticas que la derecha realiza sobre la izquierda, y viceversa. Me refiero, mucha verdad relativa (asumiendo el universo polar izquierda-derecha). En esa calma en el diálogo, primero en el monólogo del texto y luego en su defensa, debe imperar la intuición, la sensación, y no la Razón pura, la que tosca, ciega y abruptamente nos afirma que tenemos razón. Digamos, debemos protegernos contra la sinrazón de la Razón; sabernos humildes, pequeños, intentando pensar el mundo, abiertos al debate, lo que nos permitirá observar el terreno de juego. En esta observación muy rapidamente se descubre si los argumentos del otro también tienen base en las dimensiones humanas sensibles o provienen de la ingobernable teorética erudita tramposa y alienante. La crítica será, así, un proyecto abierto, no un manual de política.
Y, ¿por qué una crítica radical a la izquierda? Quiero decir, ¿por qué como necesidad, imperativo; como algo dedicado? La ideología izquierdista hoy día se ha autoasignado el subtítulo de ‘pensamiento alternativo’. Se ha construido una tremenda mitología alrededor de sus preceptos, en una fascinante demonización del contrario, la ‘casposa derecha’, para insistir e insistir que sus filas contienen el germen de la revolución o, cuanto menos, del cambio. Las estrategias de la derecha no son menos honorables, pero lo que así ocurre es que el pensamiento preocupado por la realidad de algún cambio o revolución efectivos cae atrapado en el credo del progreso. La izquierda consigue que la revolución se piense en sus términos, y éstos son, en esencia, antirevolucionarios, por numerosas razones, que la crítica deberá abordar. Esta es la razón principal por la que la izquierda necesita ser reducida, necesita dejar de operar en el pensamiento de las personas, para que el interés por un cambio sustancial pueda florecer en algo verdaderamente emancipador. Evidentemente, es fácil descubrir cómo esto no es un accidente; que la izquierda se apropie de la voz de la revolución forma parte del mecanismo del sistema de poder para autoregenerarse e impedir, no sólo en la calle, sino en la mente, concebir una revolución. En esto, la izquierda debe ser señalada como culpable, algo que la historia demuestra con creces, pero no así sus seguidores, personas que terminan operando y pensando bajo sus preceptos pero que, generalmente, a título personal albergan buena voluntad. Además, esto permite ver que la izquierda es una parte fundamental del sistema constituido y que, así, jamás lo comprometerá en lo más mínimo.
La crítica a la izquierda no debe ser una crítica personal, que pretenda reducir a sus militantes, sino un modo de liberar esa buena voluntad puesta contra las rejas. Debe ser una guía para potenciar la hermandad entre todos nosotros, pese a militar en ideas diferentes, donde la trampa de las religiones políticas como la izquierda salga a relucir. Es sumamente interesante el testimonio de esas personas que durante mucho tiempo militaron activamente en la izquierda; personas que tuvieron una muy buena fe y que, una vez descubrieron la gran estafa, reajustaron su buen hacer hacia nuevos lugares, ya salidos del catálogo al uso. Una sintomatología común, si se me permite, en personas afines a la izquierda, es que su buena fe actúa como un narcótico para el pensamiento. Ellos y ellas se sienten haciendo el bien, y en tanto el credo político les recuerda que son la voz de la revolución que está por llegar, el pensamiento colapsa y la intervención mental es muy, muy efectiva. Así, no se puede cuestionar dicha buena fe, ni tampoco esgrimir, como dije, una lista de argumentos y contradicciones que tiene la izquierda, sino que hay que ilustrar, hay que hacer evidente para la inquietud humana dichas fallas, de modo que al final el convencimiento se haga sobre uno mismo; de modo que al final sea insalvable la evidencia e insoportable seguir engañándose a uno mismo. Cuando se evidencia que, por ejemplo, toda la ideología del progreso que suscribe la izquierda se sustenta sobre el expolio y el control de unos humanos sobre otros; que la tecnología y el bienestar no son rentables sino que son sólo una pequeña parte virtual de un mundo depredador muy real para una mayoría mucho más numerosa que quienes disfrutamos de los frutos de su sometimiento; que, en la lógica de dicha práctica, el ecologismo y las ‘obras sociales’ de estados y empresas (ONGs) son sólo una morfina que alivia un dolor local, pero cuyo germen está en la existencia de dichos estados y empresas; y así, una lista temible y larga; cuando se evidencian dichas realidades, observables hoy, aquí, ahora y siempre, no es necesario entablar debate alguno y sólo el nivel de cinismo al que nos obliga la sociedad actual puede medir cuánto más o menos pronto la ideología izquierdista se desvanece como opción emancipadora.
Además, la izquierda no puede ofrecer otras realidades contrastadas, pues no las tiene. La izquierda, como religión política, opera en la mente gracias a la irreflexión fruto de los actos de fe. Las personas asumimos algunos preceptos sobre los que interpretamos la realidad, y dedicamos esfuerzos terribles, miles y miles de manuales políticos incluso, a llevar dicha interpretación a buen puerto; que quede bien hilada, razonada, explicada, todo casi incontestable, pero jamás se repara en la adecuación de los preceptos iniciales, pues éstos son la debilidad de dicha ideología, ya que son auténticas invenciones. Así, muchos manuales de más de mil páginas sobre teoría política son correctos, en su argumentación; denotan un dominio de la lógica formal encomiable, pero en lo que a representación del mundo se refiere, no contienen más que medias verdades, si no invenciones absolutas.
La izquierda se ha dedicado a ocultar el origen de dichos primeros postulados, de forma que hoy día sean una especie de supuesto universal que nadie cuestione. La crítica debe penetrar en el origen falaz de dichas entelequias y enseñar que lejos de ser incontestables se pueden reducir según nuestra misma experiencia. Uno de los objetivos estratégicos de la izquierda, como toda crispación y alienación del pensamiento, es impedir poder pensar sobre dichos axiomas básicos, y así es que hoy día se produzcan debates absolutamente insustanciales sobre el progreso, la democracia o la tecnología, lo que da a entender que la totalidad que concierne a dichos campos está contenida en esos debates tan profundos, cuando en realidad no se habla en lo mínimo de lo esencial.
Por tanto la crítica debe afrontar con vigor la mediocridad del pensamiento actual; debe contener una estrategia para penetrar en la mente, hacer ver ofreciendo evidencias de lo tramposo del izquierdismo, no convencer mediante renglones y renglones de argumentación ante la que sólo cabe postrarse, creer. Ese hacer ver debe ser la clave de bóveda de toda la crítica, el objetivo ulterior, una estrategia que logre sortear las defensas dialécticas que los seguidores del izquierdismo esgrimirán como defensa cuando se les intente proponer algo diferente. Hay que superar esos debates estériles donde cada postura se explica, sin más; hay que entender que el objetivo no es tener razón sino lograr que el contrario reflexione sobre sí mismo y obtenga de su propia experiencia vital las claves que le guíen, muy posiblemente y según estamos convencidos, hasta ver a la izquierda como una impostura intolerable.La política debe recuperar su clave local más sustancial, la organización social del individuo no en un mundo ideal sobre el que todo se proyecta sino en un mundo real e inmediato donde todo se hace.
La izquierda sólo versa sobre ese mundo absolutamente ideológico, no puede hablar sobre la realidad de la cotidianidad, porque se descubriría a sí misma como una trampa. En la realidad del mundo, en la mínima abstracción de la vida, la izquierda es una mentira; su profundidad discursiva sólo sirve para abstraerse hacia escenarios irreales sobre los que se piensa el mundo. Pero el mundo debe pensarse desde sí, desde la verdad relativa de cada ser pensante y desde el acuerdo entre ellos. Por supuesto, la derecha tampoco explica el mundo en lo más mínimo, pero recuérdese, es la izquierda la que absorbe las energías de quienes sienten que algo no va bien y precisan actuar de alguna forma.
Que la izquierda sea hoy dueña del ‘pensamiento divergente’ es algo particular y puede que en un futuro esta labor de cortafuegos del sistema le corresponda a otra facción; la crítica cambiaría entonces su adjetivo a ese otro nuevo pensamiento. Hoy por hoy, si la izquierda logra fagocitar toda la buena voluntad de la gente y redirigirla de forma que se constituya una ‘resistencia controlada’, no sólo una posible forma de vida alternativa sería imposible, sino también concebirla, pensarla. El objetivo de la crítica debe ser proteger el pensamiento; su necesidad radica en la posibilidad de que se pueda seguir pensando, en lo relativo a estos temas, que por cierto, empapan todos los ámbitos de la vida.
Segunda parte
22 de diciembre 2014
Como he dicho, lo importante de una crítica tal no es circunscribirse al marco de la izquierda, sino poder ser traducida, hacerse mutable, para todos los credos ideológicos que estén por venir y de cuya proyección histórica dimanen los mismos principios, es decir, convertirse en el ‘pensamiento alternativo’ oficial. Aún así, será útil definir qué es la izquierda hoy, con esta aspiración de ser transversal y saltar por encima de los tópicos.
La izquierda es hoy el bastión intelectual de los inconformes. Constituye un contrato ideológico que pacta el hastiado, el oprimido, que entrega su pensamiento a una cosmovisión que promete un umbral de liberación y redención. Es éste el principal acicate del izquierdismo, la promesa. En sus formulaciones ideológicas la quimera de la utopía resuena como proyección ineluctable una vez se asume la lucha. Ésta ha sido la tradición izquierdista más común en los países industrializados desde que se constituye una suficiente ‘clase obrera’ (aunque la teoría de clase no es más que una perspectiva del entorno social). La fraseología izquierdista ha prometido en el pasado la reducción (si no la inversión…) de la desigualdad entre obrero y patrono; ha encontrado en el Estado Social la guinda con la que atraer a los asalariados más incómodos hacia el umbral del bienestar de los servicios, a la par que ha implementado la ideología de los ‘derechos’ normativizados como obsequio al que (unicamente) aspirar.
De esta forma, la izquierda floreció en la dimensión colectiva de la sociedad, como teoría organizativa y explicativa, pero terminó inundando la interioridad de sus seguidores, embruteciendo hasta límites insospechados a todos los que ya se contaron y se cuentan como fanáticos. En su desmesura, la izquierda, con su explicación estrictamente colectiva, economicista y sistémica del mundo, ha mutilado la experiencia humana; ha elevado a única realidad en la conciencia de las personas su teoría del mundo, en la que no caben las dimensiones sensibles del ser humano, sino simplemente las mecánicas. Antes de entrar a valorar dicha teoría de la realidad del mundo (que es falsedad y despiste), la izquierda debe ser denunciada por la forma en que empapa al Hombre. Debido a su contenido abstracto y alejado de toda realidad apreciable, la izquierda obliga a confinar el pensamiento a la más pura fe; no permite al individuo validar sus postulados según su experiencia vital, y con ello, el pensamiento crítico ha mermado generación tras generación en su seno, de forma que en la actualidad permanece raquítico. El obrero que comulgó con los preceptos izquierdistas no leyó en ellos crítica alguna a la idea de progreso; más bien, encontró la forma de soportar su opresión bajo la promesa de un escenario favorable futuro en la misma línea del ‘desarrollo’. Debido a esta opresión que supone el salario, la integridad humana se reduce y la voluntad se concentra en superar esa cierta esclavitud; es así como se asumen como totales los preceptos prometeicos izquierdistas que, no obstante, no explican absolutamente nada de la vida humana.
clase obrera
La deriva izquierdista ha llegado más lejos con el tiempo y ha terminado por aniquilar los resortes de incomodidad que quedaban en el asalariado. Hoy día la izquierda demanda más empleo con fervor. Si estamos por definir la izquierda hoy día de forma útil para nuestra crítica, habría que señalar a todos los discursos, entidades, organizaciones y centros visibles del espacio social que se autodefinen como ‘de izquierda’. Ésta es la marca que atrae a quienes buscan refugio intelectual desde una cierta sospecha de que algo no marcha bien. Quienes hoy se definen de izquierda muy a menudo nada tienen que ver con los avatares de la izquierda en el pasado, salvo en esa humana sensación de desazón, más o menos cercana en la vida, que guía los pasos hacia las mismas fauces de la bestia. La izquierda se replica a sí misma como cebo, y ahí es donde se identifica, pues su discurso cambia según el signo de los tiempos para adecuarse a las exigencias del sistema. La buena voluntad particular de sus allegados es fagocitada por la inmundicia de sus propuestas ideológicas. Puede decirse así que la izquierda ha mutado, si nos atenemos a su discurso, según quienes en el pasado se consideraron de izquierda y quienes lo hacen hoy, pero en su implicación medular, en su forma de intervenir la mente, la izquierda sigue operando de la misma forma. Induce a hacer totales sus preceptos en la interioridad subjetiva, anulando los espacios para el necesario florecimiento de otras dimensiones humanas. La izquierda aniquila el espíritu, pues lo asfixia con su idolatría desmedida por la realidad sensible, y una vez el Hombre es hecho máquina (algo que viene gestándose desde varias generaciones atrás), éste es incapaz de cuestionarse su existencia.
La izquierda es seguramente fruto de un proceso histórico complejo; surge específicamente en un contexto de novedad en las formas de organización social, que propiciaron que cierta fe se instalara en el corazón de los Hombres. Esa primera fe fue estrictamente necesaria para la inyección del narcótico izquierdista; pero en su desarrollo histórico, el mismo ideal progresista ha redundado en vaciar a la persona de todo interior humano y, así, ha hecho posible que dicha fe en un discurso tan ajeno a la realidad del Hombre se asiente como carácter imborrable de la epistemología moderna. La izquierda necesitó una primera confianza y, una vez instaurada, ha aumentado su secuestro potencial, pues al limitar la reflexión sobre la vida humana, limita la reflexión sobre sí misma; impide su crítica. La reducción del ser humano a cuerpo en demanda de sus necesidades fisiológicas es producto tanto de la modernidad misma como de la izquierda; sólo se entiende bajo el sistema social que la izquierda actualiza e invita a practicar. En España ha sido la izquierda, en su generalidad como ideario progresista, la responsable del colapso mental fruto del periodo de la democracia. Por tanto la izquierda es ya, en nuestra sociedad, una cierta tendencia general, una peligrosa inercia de fondo que impone el credo del progreso con total irreverencia.
Por todo ello, el objetivo de la crítica a la izquierda es devolver la reflexión intelectual al plano humano, y en ello la izquierda es adversario eterno. No importará tanto, pues, descender a la cosmovisión izquierdista, denunciar por qué su visión del mundo conduce a la tragedia (lo que se hará), sino que hace falta centrar el discurso en su implicación sociológica. No importará tanto entregar las evidencias sino hacer posible su avistamiento.