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Hobbes, Kant, el ser prisionero y el aborto

Jaime Yovanovic (Profesor J) :: 08.02.15

El aborto está de moda, ya que el sistema necesita urgentemente descubrir nuevos modos de reforzar el individualismo de la sociedad de personas separadas y el «cada uno para su santo».

Hobbes, Kant, el ser prisionero y el aborto

Por Jaime Yovanovic Prieto (Profesor J)

El aborto está de moda, ya que el sistema necesita urgentemente descubrir nuevos modos de reforzar el individualismo de la sociedad de personas separadas y el «cada uno para su santo».
De allí que en estos últimos años se presentan nuevos valores «democráticos» que entusiasman a las personas y poco o nada tienen que ver con las formas del común, de las formas de vida comunitaria o la comunidad como esencia del ser, esencia quebrada momentáneamente por la imposición del patriarcado, la propiedad y el poder, que dieron origen a la «sociedad», agrupamiento de socios, convención, estructura del poder-sobre.
Entre otros tenemos el matrimonio gay, que por lo visto tendrán que juntarse solamente bajo el alero de las decisiones del legislativo donde los partidos y los lobbies arman su circo propio entre patadas y combos, cuando no en negociaciones donde circulan asuntos poco relacionados con los «valores». También está la legislación que persigue y hace pagar al macho la manutención del hijo reforzando el rol dependiente de la mujer y el rol del macho de suministrar al hogar. O la mariguana, que su reconocimiento solamente sirvió a Mujica para tapar la aprobación de la nueva ley minera que hizo salir a la calle miles de personas a protestar, pero ya la había encajado, aprovechando el volador de luces de traer la macoña al marco de la ley. Hoy día el aborto está en la mesa de discusiones (otra más) de las viejas batallas nacidas en la época del invento del «humanismo» por el pensamiento liberal que inauguró la eterna discusión entre liberales democráticos (a los que se han sumado marxistas, anarquistas y librepensadores individualistas de facto aunque no de palabra) y la iglesia católica, que hoy en Chile está llegando a niveles álgidos dividiendo aún más a conservadores y liberales, aprovechando la extraña y poco ideológica alianza de sectores conservadores, liberales, socialdemócratas y marxistas en el gobierno que sufrimos y que sólo logramos entender cuando verificamos que detrás, junto o delante de todos ellos está el capital, en este caso representado por el agente chileno de la globalización, Luksic.

Para sostener el carácter de reproducción individualista del aborto se afirman aberraciones como «el cuerpo es mío», o sea solamente el Yo puede tomar definiciones y decisiones. La lucha contra el patriarcado se ha desviado en general hacia una mayor reafirmación del carácter estrictamente personal del tema género y todos estos temas el sistema los utiliza para arrastrar a las izquierdas y las personas «conscientes», por así llamarlas, al frente amplio contra el común, la comunidad y el comun-ismo, forma ideológica inadecuada para referirse al común, ya que todo ismo es un paradigma, es decir, un dogma, como los de la Surda que inventaron en Chile el «autonomismo», lo que no pasa de ser en si mismo un oxímorom, que según Borges y el exSup Marcos, es una contradicción en si kisma, como decir el bullicioso silencio o la oscura luminosidad, en fin, digamos que si la autonomía se aprisiona en un dogma, deja de serlo y pasa a ser una autonomía heterónoma, o sea definida desde lo externo, desde lo otro, con lo que nunca existió ni va a existir.

Con ello es necesario antes de continuar, mostrar como el sistema ha logrado atraer a marxistas, anarquistas y otros a su lucha contra el conservadurismo, reforzando en muchos luchadores la lucha de reacción, es decir, respuestas a algo, por donde se canaliza la crítica, pero de la cual no se extraen caminos propios, sino que se pliegan todos al sistema, por ejemplo entre la mayoría de los marxistas, anarquistas y libertarios occidentales está fuertemente arraigado el sentimiento de «el cuerpo es mío», una opinión reactiva individualista, no sólo de actitud, sino más que nada de «respeto” a la individualidad del otro, que poco tiene que ver con el cambio y se coloca como marco opositor de hecho a las dinámicas de reconstrucción del sujeto común. Está claro que eso los marxistas se lo dejan al estado socialista, sin analizar críticamente que no puede ser y esconden que en sus últimos años Marx hizo severas críticas al rol del estado para la transición al común.

Sigamos:
Hobbes hizo la distinción intelectual sintetizando el pensamiento liberal de que somos entes separados, sosteniendo que «el hombre es el lobo del hombre», con lo que sólo describía las condiciones de su época trasladándolas a la esencia del ser justificando así la necesidad de ceder la soberanía al soberano, que debe seguir la «ley natural», en este caso haciendo una notable concesión al conservadurismo católico señalando que la ley natural es ley divina, y que todas las leyes naturales se resumen en una sola: «no hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti», con lo que reconoce al Yo como el objetivo final de las relaciones sociales, o sea, lo que me hace bien a mi es lo que haré a los otros para que me gratifiquen, así como lo contrario no lo haré para no tener daño. El Yo es la meta, el gran Yo.

Kant, otro conciliador como Hegel, explica sobre la teoría pura de los valores, que no son determinados por las relaciones sociales, sino que las orientan, en un apriorismo que nos dice que los valores se forman en la entelequia o pueden venir de dios para normar o dirigir las relaciones humanas, a diferencia de Marx que sostenía que las relaciones materiales determinan las ideas. Así la ley puede ser y de hecho se hizo así, el espacio donde se arman las reglas del comportamiento y meta patadas en el parlamento, riñas y circulación de intereses bastante materiales. El aborto pretender ser un valor apriori de las relaciones humanas, que las determinen. La regla dice hasta donde, desde donde comienza lo malo y donde termina lo bueno, jugando con las sensaciones y sentimientos de las personas contribuyendo notablemente al reforzamiento del modelaje individualista. Así la verdadera pugna ideológica está en que las iglesias defienden que el cuerpo es el templo de dios y los liberales que el cuerpo es de cada Yo.

Sin embargo, en la misma medida que van cambiando o han cambiado las relaciones materiales, económicas o sociales, entre los humanos, este tema pasa a tener otro sentido, el sentido del común, que es diferente del sentido común, que es un sentido medio entre muchos sentidos individuales. Para conceptualizar el común vamos a utilizar la siguiente idea: el común es el sujeto común, que no reconoce objeto, sino es todo, siendo el humano una parte a través de la cual el común piensa, pero no individualmente, ya que la cultura, el lenguaje y el razonamiento son resultado del común, primeramente la horda y luego la comunidad, que es quebrada por la agricultura, la ganadería, la propiedad, el patriarcado y el poder, a partir de lo cual se produce la separación de lo humano del resto, es decir, se desnaturaliza, y luego se deshumanizan individualizando los fragmentos, con lo cual se justifica ideológicamente la individualización y se acepta la existencia de los dioses que acaban con la autonomía instalando conceptualmente la heteronomía, la dependencia, en todo lo cual juega un papel fundamental la ideología religiosa.

En la comunidad no existe eso del cuerpo es mío, ya que existe el amor, el afecto que circula constantemente, la identidad grupal, que hace que si van a sufrir algún daño, cualquiera pone «su» cuerpo por delante en protección del otro, o que si hieren a uno, todos lo sienten. Ya hemos visto en artículos anteriores que las células del hijo quedan en el cuerpo de la madre, y que no hay una sola madre sino que el bebé circula alimentándose de varios pechos y abrazos, donde no existe la figura del padre pues ningún hombre era propietario de ninguna mujer, la que compartía sus afectos y sensaciones con diferentes machos, lo que fue extinguiendo algunas agrupaciones que sólo mantenían relaciones entre hermanos y primos, lo que envenenaba la sangre, por lo que fueron sobreviviendo sólo aquellos que se cruzaban con parientes más lejanos, de allí la exogamia gentilicia y fratrial, así como la endogamia tribal.

Hoy día vivimos prisioneros de la sociedad, la que nos mantiene separados y ha ido generando «valores» que algunos creen sinceramente que hay que seguirlos, lo que tiene una fuerte lógica contextual y cultural, pero el problema está en que la lucha por o contra valores nos mantiene en el ruedo donde pelean los gallos, impidiendo ver que el caso está en que se trata de derribar las rejas del ruedo social y avanzar masivamente los unos al re-encuentro con los otros para recuperar el común sin utilizar los senderos conceptuales o vivenciales que nos han instalado para disciplinar nuestros pasos, o sea, ninguna propuesta de cambio nos sirve, ya que el camino de retorno al ser está tapado y oscurecido por los hábitos, creencias, valores y lógicas circulantes, que se han forjado en miles de años de reforzamiento del individualismo, estructuras, verticalidad, jerarquías y demás, lo que no va a permitir organizar en las mentes los pasos a seguir, lo que es imposible, ya que no hay piedras para pisar y más allá sólo se ve el abismo o el muro o simplemente no miramos hacia más lejos, sino solemente a través del telescopio y del microscopio. Las metodologías, pasos y piedras donde pisar solamente se van a ir descubriendo en la medida que nos acercamos a caminar juntos sin camino, haciendo camino al andar, no con el destino de ir a ocupar una tierra prometida, sino en el sentido de re-habitar la tierra, retomar el vínculo de la naturalización del ser.

Así el aborto deja de ser un valor personal y sus definiciones pasan por el amor del común, pero mientras nos mantienen prisioneros, el aborto debe ser una decisión donde lo personal del «mi cuerpo» pase por las pocas circulaciones afectivas con el entorno inmediato donde sea posible ir rearmando el común, es decir, la familia, el colectivo de afinidad y los vecinos, que si bien en la actualidad hay poco sentimiento de la gran familia de la cuadra o del barrio, hace falta acrecentar las aproximaciones y las actividades compartidas, pero no con el padre, ya que puede estar presente y apoyar, como puede estar ausente. Hay gente y grupos que trabajan en conjunto entre mujeres embarazadas, lo que permite la circulación no sólo de diálogos esclarecedores, sino también la circulación de energías afectivas. Son evidentemente fórmulas parciales y restringidas, pero que al multiplicarlas y ligarlas a las aproximaciones corporales barriales y locales, a la vez de ser muy útiles para la satisfacción inmediata y particularizada de las preocupaciones al respecto, se suman al avance generalizado hacia prácticas que construyen y reconstruyen el común.

Jaime Yovanovic Prieto
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