La bonanza económica (que al parecer ya llegó a su punto de inflexión), tiene la perversa virtud de aparecer como una situación de bienestar, crecimiento y progreso de la sociedad, cuando en realidad no es sino un momento en el que se disparan las diferencias y asimetrías, porque a tiempo de hacer imaginar que todos están bien o mejor, la riqueza se concentra en unos pocos
Bonanza económica
Arturo D. Villanueva Imaña (*)
La bonanza económica (que al parecer ya llegó a su punto de inflexión), tiene la perversa virtud de aparecer como una situación de bienestar, crecimiento y progreso de la sociedad, cuando en realidad no es sino un momento en el que se disparan las diferencias y asimetrías, porque a tiempo de hacer imaginar que todos están bien o mejor, la riqueza se concentra en unos pocos.
El problema es que esta situación, traducida en el encarecimiento de la vida, el empobrecimiento, la ampliación de las diferencias económicas entre la nueva élite y las mayorías, así como la certidumbre amarga del despilfarro; solo será palpable cuando haya finalizado el ciclo (casi siempre corto) que suele durar este espejismo.
Podría argüirse que al haberse asegurado una mejor distribución del excedente, dicho fenómeno se neutraliza. Sin embargo, ello resulta completamente dudoso, cuando en vez de haber cambiado las relaciones de producción, haber establecido un nuevo sistema productivo industrializado, haber generado empleos permanentes y dignos, y/o haber desarrollado un sistema agropecuario diversificado de carácter ecológico, comunitario y de base campesino/indígena; se ha preferido adoptar un sistema rentista de distribución de bonos, cuya base de sustento son precisamente los ingresos que se perciben por la exportación de materias primas, cuyos precios se encuentran en declive.
Desde otro ángulo, ese desenfrenado entusiasmo por acumular, enriquecerse y dar rienda suelta al consumismo y las grandes inversiones basadas en el extractivismo y la sobreexplotación de los recursos naturales y las fuerzas productivas, conllevan al desplazamiento y abandono de lo popular y del proyecto de transformación y cambio. Es decir, cambian y sustituyen aquel proyecto popular plasmado en la Constitución, por la idea del desarrollismo capitalista (que paradójicamente dicen combatir), bajo el argumento de lograr bienestar, progreso y estabilidad económica. El país debe convertirse en una potencia y de esa manera las tareas de transformación y cambio quedan para las calendas griegas.
Simultáneamente, al perseguir afanosamente la idea de acumulación y enriquecimiento (como paso supuestamente indispensable de fortalecimiento e independencia económica), terminan sometiendo al país a los intereses transnacionales (incluidos los organismos internacionales prestos a endeudarnos y vivir ostentosamente de nuestro esfuerzo), porque son los que disponen de los recursos, precisamente para este propósito neocolonial.
Pero ello no es todo, y así como la época de bonanza y desarrollismo oculta las enormes disparidades y desigualdades que ese mismo periodo se encarga de ampliar y crear, también se produce un fenómeno que podríamos denominar como el secuestro y la desacumulación de la potencia social del pueblo. Sucede que al imponerse la idea del desarrollismo y la acumulación como idea predominante, bajo el espejismo y la promesa de bienestar para todos; lo que se produce es un cambio y sustitución de las prioridades y las tareas que los sectores populares debían emprender. Se abandona el proceso de cambio y transformación, para encarar tareas ajenas, acordes y sometidas al desarrollismo capitalista neoliberal predominante.
De esa forma, las organizaciones sociales y los sectores populares se convierten en rehenes de un proceso que se dirige a la derecha y el fortalecimiento capitalista. Aquella original potencia social de transformación, se habrá reducido al impulso de luchar y disputar (cotidianamente, e inclusive entre ellos) por esos recursos o ingresos que siempre serán escasos, con la ilusión de alcanzar una riqueza que nunca será para todos.
—
(*) Sociólogo, boliviano. Cochabamba