¿Cuál la relación entre un acontecimiento acaecido y la formación discursiva que lo interpreta, que, sin embargo, irradia hasta el presente? ¿Cómo interpretar, a su vez, la formación discursiva de otro presente, un presente pasado, en nuestro presente?
Hermenéutica de El mundo del temible Willka
Raúl Prada Alcoreza
¿Cuál la relación entre un acontecimiento acaecido y la formación discursiva que lo interpreta, que, sin embargo, irradia hasta el presente? ¿Cómo interpretar, a su vez, la formación discursiva de otro presente, un presente pasado, en nuestro presente? Nos preguntamos sobre la relación de la guerra federal de 1899 y la formación discursiva zavaleteana. La crisis del Estado-nación oligárquico, que también es una crisis social, abre la posibilidad de inteligibilidad de la formación social abigarrada de entonces, al descorrer las cortinas institucionales y mostrar las costuras forzadas de un Estado constituido en la ilusión jurídica, combinada con la práctica de la dominación colonial sobre las naciones y pueblos indígenas. René Zavaleta Mercado aplica el método de la crisis como procesos de conocimiento de la singularidad de la formación social boliviana de entonces. El autor de Lo nacional-popular en Bolivia encuentra que la participación aymara en la guerra federal, aliada al General Pando y los liberales paceños, se da como respuesta a la apropiación de tierras que se dio entre 1868 y 1871, en su primer ciclo, y 1874 y 1899, en el subsiguiente ciclo de despojo. La participación del ejército aymara en la guerra federal se asienta en la memoria larga del levantamiento indígena pan-andino del siglo XVIII. La alianza con los liberales del norte en contra de los conservadores del sur es, en parte, un fenómeno regional. Los paceños, en principio, preferían a los aymaras que a los sucrenses. Sin embargo, la alianza se basa en un acuerdo fundamental para los aymaras, la devolución de las tierras comunitarias usurpadas desde Melgarejo, incluso más antes. En el transcurso de la guerra se observa la autonomía del ejercito aymara respecto a los mandos formales del ejercito liberal; esto, en principio, con la connivencia del mismo Pando, que había nombrado general a Pablo Zárate, el Willka aymara. La guerra federal contenía otra guerra, la guerra de razas[1], la continuidad de la guerra anticolonial; en la medida que se sucedía la guerra, esta significación de la guerra se hizo más evidente. Cuando estaba clara la derrota del ejército del sur, Pando dispuso perseguir a los jinetes fugitivos, más para salvarles el pellejo de manos de la milicia aymara que para cazarlos. El cambio de opinión en Pando se efectuó en los momentos del desenlace bélico, si es que no fue antes; de preferir a los aymaras que a los sucrenses pasó a preferir un acuerdo con los del sur antes que el ejército aymara y un levantamiento indígena acabe con ambos.
El lenguaje de la narrativa teórica de Zavaleta no es descriptivo, es más bien analítico y reflexivo, se detiene a elucidar los hechos, comprendidos como síntomas de la crisis del Estado oligárquico, también como síntomas de una trama histórica donde concurren pretensiones señoriales de una consciencia desdichada y anhelos populares nacionales, acompañando al proyecto alterativo anticolonial indígena. Sin embargo, no es una trama decodificable solo localmente o regionalmente; es menester interpretarla desde el mundo en el que se inserta. El mundo de Willka es el mundo del sistema-mundo capitalista de entonces, en pleno ciclo de la hegemonía británica. Por lo tanto, es indispensable interpretar el acontecimiento de la guerra federal en el acontecimiento mundo de entonces, en el mundo del temible Willka. Por eso las elucidaciones desde acontecimiento capitalista y el acontecimiento de la modernidad, ya no solo desde las implicaciones del excedente, sino también desde las irradiaciones y condicionamientos de la acumulación de capital, originaria y ampliada. Implicaciones, por cierto, no economicistas, sino integrales, consideradas en su totalidad, en su efecto totalizador, absorbente, donde se produce la subsunción formal y la subsunción real, donde se recepciona el acontecimiento como intersubjetividad.
El contraste entre las formaciones sociales y los Estado-nación singulares le muestra la variedad de disponibilidades; es decir, de ecuaciones Estado-sociedad, y de óptimos diferentes. La relación con la reforma moral e intelectual de estas disponibilidades y estos óptimos viene desde la renuncia a una reforma intelectual y moral, buscando solo la incorporación al mundo mediante la heurística capitalista, descartando la hermética capitalista, hasta la apuesta por una reforma intelectual y moral radical, pasando por intermedios y combinaciones que coleccionan ritmos y matizaciones de la incorporación económica y reformas intelectuales recortadas. No se trata de hacer valer sólo una finalidad, la de la reforma intelectual y moral radical, frente a otras opciones, sino de evaluar el Estado desde la hegemonía alanzada o no alcanzada. La pregunta crucial es: ¿por qué la oligarquía renuncia a la hegemonía creyendo que sus títulos bastan para validar la diferencia instituida pomo estructura de poder?
Para no dar muchas vueltas en nuestra interpretación del capítulo El mundo del temible Willka, diremos que la respuesta, en resumen, se encuentra en la mentalidad señorial de la oligarquía criolla. Una de las claves para explicarse la persistencia tenaz de esta mentalidad señorial, no la única clave, sino una en conexión con otras, es que se trata de un Estado que vivía del tributo indigenal, herencia tributaria colonial. Solo cuando se recupera la economía de la plata se producen desplazamientos; empero, estos no necesariamente modifican sustancialmente la mentalidad señorial, sino ocasionan cambios en el estilo de gobierno o de gubernamentalidad. Se pasa del estilo impuesto por los caudillos bárbaros al estilo de la simulación liberal electoral.
Lo sugerente del análisis de Zavaleta es esta composición y combinación teórica, donde se articulan herramientas analíticas de la crítica de la economía política, herramientas de la teoría crítica gramsciana de las superestructuras, herramientas de la filosofía de la historia, con interpretaciones de las subjetividades e intersubjetividades sociales, y reflexiones en torno a la experiencia social y memoria social boliviana. En Lo nacional-popular en Bolivia, no se puede decir que Zavaleta se caracteriza por su nacionalismo revolucionario heredado y por su marxismo, en tono gramsciano, asumido; esta definición es muy simple y esquemática. Es el facilismo de la costumbre académica de clasificar. Desde nuestra interpretación, en Lo nacional-popular Zavaleta desarrolla una teoría propia; de acuerdo con la tesis de Luis Tapia, que propone que se trata de la producción del conocimiento concreto[2].
Las teorías en uso, como herramientas, pierden su perfil propio, cuando son sometidas al trabajo de interpretación y explicación, de una formación social singular. Cuando, combinadas, dan cuenta, a su modo, de esta composición social histórica singular, salen, de la elaboración conceptual, diferentes; no son las mismas teorías; han sido afectadas por el acontecimiento que interpretan. La virtud de Zavaleta se encuentra en esto, en la creación de nuevos conceptos, por lo tanto, de una nueva narrativa teórica. Llama la atención que tanto los pretendidos críticos de Zavaleta, así como los pretendidos seguidores de Zavaleta, pierdan de vista este acontecimiento Zavaleta, que es creación de conceptos y de un corpus teórico propio, correspondiente a la experiencia social y memoria social de un pueblo rebelde. Creen que se resuelve la lectura de Zavaleta encasillándolo en clasificaciones establecidas académicamente. Esta es la flojera de la intelectualidad tanto conservadora como pretendidamente “revolucionaria”, incluyendo a los declarados zavaleteanos.
Tesis de las composiciones de las formaciones histórico-sociales singulares
El capítulo El mundo del temible Willka comienza con el problema de la conmensuración; es decir, de la medida y de la magnitud. La medida como verificación del conocimiento positivo; como acto de conocimiento iluminista en un mundo que deviene transformado en su propia vertiginosidad, la de la modernidad, cuando todo lo sólido se desvanece en el aire. La pregunta, en este caso es: ¿qué pasa cuando las formaciones sociales abigarradas impiden la iluminación de la medida y la conmensuración? En consecuencia: ¿Es posible conocer las formaciones sociales abigarradas? Zavaleta pondera los alcances y las limitaciones de la medida; prefiere moverse en la cualidad del valor, como síntesis histórica y cultural de las formaciones sociales afectadas e incorporadas al capitalismo. El valor supone la igualación de los hombres, la intersubjetividad constituida en el reconocimiento de las autoconciencias, la autodeterminación a partir del acuerdo entre “hombres libres”. ¿Qué pasa entonces cuando no hay estos “hombres libres”, cuando se mantienen supeditados o subordinados a dominaciones autoritarias, en el marco de relaciones capitalistas extendidas? Este es el problema primordial al momento del estallido de la guerra federal. En la clase dominante no se tiene consciencia del valor; por eso, se prefiere renunciar a esta valoración, incluso a la valorización; se opta por controlar riquezas, monopolizar tierras, contar con propiedades mineras; empero, no como procesos productivos, sino como fragmentos económicos de la división internacional del mercado.
El valor no deja de ser un hecho histórico-económico; sin embargo, este hecho es mundial, acontece mundialmente, repercute en los países de manera diferenciada, dependiendo de su condición central o periférica. Por eso, a pesar del desprendimiento de la clase dominante periférica, de su falta de consciencia del valor, este concepto es para Zavaleta, crucial para interpretar la crisis en el momento de la guerra federal, independientemente si sus actores comparten o no la certeza del valor. Es reveladora esta parte del capítulo, por su prolijidad reflexiva, sobre todo por su posicionamiento epistemológico, no solo hurgando los conceptos, sino poniéndolos en cuestión ante el desafío del acontecimiento. Zavaleta encuentra un exagerado optimismo en Marx en sus expectativas progresistas de la revolución industrial; observa, mas bien, considera las paradojas de la expansión capitalista de la revolución industrial en la inmensa geografía de los países periféricos. La expansión de este capitalismo refuerza la consolidación de las castas, de las clases dominantes contrarias a la reforma moral e intelectual, consolida formas autoritarias y despóticas del Estado; afianzando los mecanismos coloniales.
Para Zavaleta el valor es la síntesis concreta de las múltiples determinaciones del mundo moderno. No solamente como plusvalía o valorización económica, como deducen los pretendidos críticos o los pretendidos seguidores, sino como síntesis cualitativa histórico-cultural; para decirlo, en nuestros términos, como plegamiento de la episteme moderna, que considera el tiempo como tiempo de producción, entonces como multiplicidad, tal como lo menciona Zavaleta. Entonces la insurgencia aymara es interpretable desde la incompletud misma del valor en su localidad generada, aunque sea realizada mundialmente. En este sentido, también son explicables los dramas de un Estado-nación incompleto, “aparente”, como dice el autor, pues no logra su óptimo, no accede a la disponibilidad, precisamente por esta incompletud del valor.
Para decirlo resumidamente, en la época del valor, la valorización se realiza de todas maneras mundialmente, incluso su realización local es peleada por los actores de los dramas históricos, a pesar de que no sean conscientes de ello. Las figuras carismáticas convocativas y las multitudes nacional-populares actúan como disputando la territorialidad de la valorización, en cambio, las figuras oligárquicas regionales prefieren aceptar la externalización de la valorización, con tal de retener la renta y el control del poder. La ponderación o la evaluación de las tramas singulares de las sociedades desde la perspectiva del valor, ayuda a obtener mapas de las composiciones sociales, de las estructuras de poder, de las contradicciones inherentes a las formaciones sociales abigarradas. En este sentido resalta la figura de Belzu encabezando la multitudes rebeldes en la pugna contra la oligarquía, también se explica la aproximación aymara a Pando, contrastando con las otras figuras que expresan, con distintas tonalidades la mentalidad señorial, como las de Melgarejo, de manera brutal, de Ballivián, de una manera afable, de Arce y Pacheco, de una manera aburguesada. Aunque Pando no alcance a ser el caudillo popular; lo fue, mas bien, Zarate Willka para las multitudes aymaras, de todas maneras su perfil es decodificado por aproximaciones a las figuras de los caudillos populares, aunque esto haya ocurrido al principio, decodificándose después de manera opuesta.
De manera elocuente Zavaleta describe esta situación:
Se traza así lo que se puede llamar con propiedad la disputa de las dos sangres o de las dos estirpes en Bolivia. Es un tema que recorre no sólo esta exposición, sino, es obvio, la propia historia de la que trata esta exposición. Cada sociedad, en efecto, lo vimos en el caso de Chile, tiene un conjunto de “creencias invisibles” o, si se quiere, tiene una religión que la agrega (religiatio) en el sentido que dio Durkheim a este concepto. La producción de la sustancia social o sea el equivalente general considerado como un hecho no meramente económico, en otros términos, el cemento social global, todo ello se refiere siempre a lo mismo.
Es cierto, de otro lado, que una sociedad puede tener varias articulaciones o planos de articulación, algo así como distintos niveles de vida y de consciencia o tener una sola articulación central que puede ser el resultado inmediato de un pacto ecléctico, etc. La cuestión de la unidad ideológica o identidad inconsciente es una que no está resuelta en Bolivia porque las dos estirpes o identidades enseñan una extraña pertinencia a lo largo del tiempo. En cierto modo no quieren ser más de lo que son y entienden eso como una voluntad de no pertenecerse, de no fusión. Es una insistencia en formas inconclusas, que tienen una provisionalidad notoria o se las vive como estatutos provisorios. Eso hace una diferencia y hasta cierto indicio favorable, por cuanto en los casos que hemos mencionado (es uno más que en el otro) esta suerte de dilema, si existió alguna vez, se definió de un modo al menos preliminarmente reaccionario. Aquí, como decíamos, estamos ante u duelo que nadie ha ganado. Bolivia no devino tan virreinalista como el Perú y la terquedad asediante de lo popular hizo que tampoco pudiera nadie implantar aquel autoritarismo tan antiindígena como en Chile. Las ideas de la clase dominante no han logrado aquí convertirse en ideas de toda la sociedad, sino de un modo travestido, aunque perseverante. No obstante, antes de adentrarnos en una materia que es de por sí muy espesa, se debe hacer un recaudo. Hablar de dos estirpes es en realidad una simplificación, pero no si se entiende por ello dos programas históricos que son los que se confrontan. Es un pacto profundo y a la vez un pacto no resuelto. Los términos mismos pueden confundir en lugar de darnos una definición de las cosas porque sin duda se trata en esto de una confrontación entre mestizos, pues es tal el carácter con que han ocurrido nuestras sangres. Se habla por tanto de una cierta connotación o preponderancia, y en esto el propio asiento racial o rango no son sino soportes de una doctrina o visión de la organización de las cosas. Tampoco debe deducirse del nombre de esta disputa que se hubiera dado una separación entre las sangres; se diría, por el contrario, que es la forma de interferencia de una en la otra y en último término la imposibilidad de ver el propio rostro sin ver de inmediato el del interlocutor histórico lo que caracteriza este mundo problemático de la intersubjetividad boliviana[3].
Leída esta cita podemos comprender que se enfrentan representaciones contra representaciones del mundo, también proyectos que expresan estas representaciones. Las representaciones no son la verdad, aunque tengan esta pretensión de verdad; las representaciones son como la herencia de una memoria social, usada para apoyar y activar el proyecto político-cultural. Cuando estas representaciones no alcanzan a configurar la complejidad del mundo, por lo menos de una manera plausible, aunque no sea del todo adecuada a la complejidad de un presente, las representaciones obstaculizan no solamente la comprensión del mundo sino inviabilizan las acciones mismas. Por eso, se puede decir que René Zavaleta Mercado tiende más a inclinarse por la reforma intelectual y moral radical, lo que ahora llamamos la revolución cultural.—
[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza La guerra de razas, en Crítica de la economía política generalizada. Dinámicas moleculares; La Paz 2014-2015. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/critica-de-la-economia-politica-generalizada-/.
[2] Ver de Luis Tapia Mealla Producción del conocimiento concreto. La muela del Diablo; La Paz.
[3] René Zavaleta Mercado: Lo nacional-popular en Bolivia. Plural; La Paz 2008.