El asalto institucional no es la única vía.
Débora Ávila y Marta Malo
investigadoras y activistas sociales
“El asalto institucional no es la única vía”
Ahondamos en los claroscuros de la apuesta electoral de la mano de estas dos investigadoras.
Izaskun Sánchez Aroca
, Diagonal
27/03/15 · 8:00
En un momento en el que lo electoral y la inmediatez están en el epicentro del discurso parece complicado trascender las narrativas dicotómicas que hablan del dentro o fuera, de lo movimentista o lo institucional. Charlamos con estas activistas sobre las diferentes aristas e implicaciones de ‘asaltar los cielos’.
Tras un ciclo de tres años en las plazas, ¿las luchas se agotan y la única salida es la apuesta institucional?
MARTA MALO: Nosotras ponemos en entredicho la idea de que muchas prácticas hayan llegado a un techo de cristal y, sobre todo, de que la única vía para romper ese techo sea lo que se ha dado en llamar el “asalto institucional”. Decir esto no significa desacreditar esa apuesta, sino simplemente afirmar que los techos que podrían estar encontrando algunos movimientos no se resuelven en absoluto con el susodicho asalto. Pasar del espacio de los movimientos a la conquista de las instituciones del Estado supone un cambio del campo de juego en el que aparecerán nuevos techos, propios del aparataje del Estado. Por otro lado, es importante subrayar que el “asalto institucional” es un asalto a las instituciones del Estado, pero no todo lo que es gobierno, es decir, no todo lo que modela sociedades, formas de vida y conductas, hoy por hoy, emana del Estado, y menos en las sociedades globalizadas. Hay muchos otros planos muy poderosos (que van desde los poderes económicos y financieros al propio deseo de las personas) que están tejiendo la lógica social neoliberal que hoy nos penetra. Aquí coincidiríamos con la crítica al estadocentrismo que hace Foucault.
¿Desde esta perspectiva, lo electoral está sobrevalorado?
DÉBORA ÁVILA: Efectivamente. Qué duda cabe de que con voluntad política se pueden hacer muchas cosas desde las instituciones del Estado que repercuten en la vida de la gente. La cuestión es qué cosas y cómo, desde quiénes, contando con qué apoyos y qué alianzas, con qué contrapartes, bajo qué lógicas, con qué efectos, materiales, pero también subjetivos. Y, por desgracia, la urgencia de lo electoral está escamoteando con demasiada frecuencia este debate más de fondo.
Algunas autoras, como Marina Garcés, hablan de un desbordamiento del tablero de juego, donde ya no es útil hablar del dentro o fuera, ni mantener el dualismo instituciones-movimientos sociales.
M.M.: Es posible que la dicotomía movimientos-Estado no nos ayude mucho a pensar el momento actual, sobre todo porque ambos pares del binomio aparecen la mayoría de las veces mistificados. Y es posible también que, tal y como apunta Margarita Padilla, el pensamiento hacker nos sea de más ayuda, con su idea de lo multicapa y multicanal. Pero, en todo caso, es importante constatar que hay lógicas heterogéneas, por ejemplo, entre la PAH y Ganemos, que no tienen fácil traducción entre sí y que pueden tener sin duda puntos de conexión, pero que es crucial que estos puntos de conexión no sean de matrimonio o fagocitación de una lógica por otra.
¿Qué se puede esperar, entonces, de las instituciones?
D.A.: Es muy importante romper la idea de que la institución es sólo institución del Estado. En este sentido, son muy inspiradores los movimientos de renovación institucional que atravesaron algunos servicios públicos, como, por ejemplo, el movimiento de renovación pedagógica, donde maestros, familias y alumnos transformaron radicalmente algunos colegios públicos, en pugna con la Administración, reinventando el sentido de lo público y de lo escolar. Hay quien desestima estas experiencias porque las considera algo muy pequeño, pero son laboratorios de otra sociedad. No se va a acabar con el neoliberalismo, ni tampoco se va a lograr mitigar su ofensiva, por decreto del Estado: hace falta una sociedad movilizada, que esté creando otras formas de vida sostenibles, tangibles, y esa sociedad movilizada necesita de estos laboratorios.
Es cierto que las pequeñas prácticas apuntalan grandes cambios y sostienen la vida, pero si van acompañadas de grandes leyes, que cambien los marcos, es mucho más fácil. ¿Qué ocurre si en el ‘mientras’ no se tejen alianzas y se pierde el contacto con esa sociedad movilizada?
M.M.: Puedes cargarte la Lomce, la Ley Mordaza, el real decreto de exclusión sanitaria y tantas leyes aberrantes. Podrías, también, hipotéticamente, declarar la deuda ilegítima, introducir medidas que reduzcan la desigualdad, generar un marco normativo más garantista, que favorezca y proteja los bienes comunes, en fin, la lista es infinita. Pero, primero, hay que ver si te dejan, si te dejan de verdad tocar el statu quo, con qué fuerzas y alianzas cuentas para ello y a qué precio, qué componendas vas a tener que hacer por el camino. Por otro lado, gran parte de lo que se haga necesitará de movimientos vivos que lo activen, lo resignifiquen y lo sostengan, que lo doten de sentido a cada rato. Por último, cuando te sitúas en las instituciones del Estado y tu trabajo pasa a ser gestionar las más altas esferas de decisión, corres el riesgo de perder todo el contacto con los tejidos sociales. Incluso, aunque no lo pierdas, tu contacto va a estar mediado por un diferencial enorme de poder. Hay entonces todo un reto en generar mecanismos no clientelares de escucha de esos tejidos sociales, en particular, de los más excluidos, que son los que conocen de primera mano los efectos más devastadores del sistema actual. Y si no logras generarlos no te vas a enterar de nada y es muy posible que inventes soluciones con efectos muy enajenantes e incluso desastrosos. Y es muy posible también que estés demasiado ocupado en la pelea por mantener tu posición como para siquiera darte cuenta o querer ver esos efectos. Hay un diálogo muy esclarecedor entre María Galindo y García Linera, donde ella le interpela todo el tiempo sobre porqué se ha hecho tan poco desde el gobierno de Evo Morales respecto a los derechos de las mujeres: aborto, educación sexual, violencia machista… él le devuelve todo el tiempo: “la sociedad no está madura”, y ella responde: “lo que pasa es que no hay voluntad política”. Y es que las actuaciones cuando estás en las instituciones del Estado están articuladas en gran medida por la lógica de la componenda: lo que en el fondo le está diciendo Linera a María es eso -”el Estado es expresión de las relaciones de fuerza que hay en la sociedad y no se puede ir más allá, porque te tiran”.
¿El asalto institucional está dejando de lado otros procesos y luchas sociales?
M.M.: Antes había un nombre, el 15 M, donde todo el mundo se reconocía y no se sentía solo aunque estuviera en una iniciativa pequeña, porque formaba parte de ese proceso de cambio más amplio. Ahora que se ha centrado todo en la apuesta electoral, todo lo demás ha quedado en área de sombra, de ahí que las experiencias se sientan más solas y eso tiene a veces efectos debilitadores, aunque no siempre. Hay compañeros que están convencidos que, una vez que se ganen posiciones en los ayuntamientos y las comunidades, se podrán lanzar iniciativas que favorezcan esas experiencias y les den mayor aliento. Tal vez. Pero no conviene poner todas las ilusiones en eso.
¿Cómo vivís este momento?
D.A.: Es un momento muy interesante. ¿Cómo no alegrarse de que por fin los que nos han estado saqueando sistemáticamente empiecen a tambalearse, de que vengan otros y nos traigan un poco de aire? Pero no será un camino de flores: vienen muchos desafíos y hay que hacerse otro cuerpo, menos inmediatista. Hay que recuperar la mirada larga, reconectar con las generaciones pasadas y las futuras, romper con los relatos hiperindividualizados y sentirse parte de algo más grande que nosotros mismos: parte de ese hilvanarse de las acciones de hombres y mujeres a lo largo del tiempo, donde una retoma lo hecho por otros, añade, aporta y regala esa aportación a los que vienen después.