El sistema de dominación, que a nivel global Wallerstein denomina de sistema-mundo, enarbola como uno de sus principales logros desde el surgimiento del patriarcado, el control y administración de uno mismo a través del reconocimiento, formación, hábito y reproducción de la creencia de que el Yo es un sujeto importante, primera persona singular
La emancipación del común y el fin de la dictadura del Yo
Por Jaime Yovanovic Prieto (Profesor J)
El sistema de dominación, que a nivel global Wallerstein denomina de sistema-mundo, enarbola como uno de sus principales logros desde el surgimiento del patriarcado, el control y administración de uno mismo a través del reconocimiento, formación, hábito y reproducción de la creencia de que el Yo es un sujeto importante, primera persona singular. La pirámide del poder termina en punta, mientras abajo se ensancha y se difumina en la “masa” anónima de los Yo frustrados empujando por el acceso a las migajas, mientras en los templos nos enseñan que un dios está en la cima de la pirámide y cada uno tiene que hacer méritos para alcanzar la dicha suprema de ir a adorarlo. Un gran Yo, un gigantesco Yo, y más encima omnipresente y todopoderoso. Un enorme Yo lleno de sabiduría es la figura que hay que adorar, en tanto la Real Academia de la Lengua Castellana nos dice que adorar es reverenciar con sumo honor o respeto. La gente humilde con ello tiende a reverenciar a quienes demuestran ser “superiores” en las jerarquías, como a un universitario, poseedor de saber-poder y que batalla individualmente para alcanzar el título, con excepciones de los “concientes”, que rescatan su Yo de la alienación y dependencia a figuras superiores y reivindican la autonomía o la libertad de su Yo junto a otros Yo que también tienen derecho a “liberarse”, saliendo de la adoración a un Yo externo, y aferrarse a las cadenas del Yo propio, el mío, el de él, el tuyo, el de ella, el de los demás, el de cada uno.
Descartes decía: “dudo, pienso, luego existo”, en su famoso “cogito ergo sum” y por supuesto no podía reconocer que a través de él es la naturaleza que piensa, no era tan humilde, era un pregonero del yoismo, el individualismo. Hobbes hacía lo mismo diciendo que el hombre es el lobo del hombre, cada uno es lobo de los otros, y que para evitar que se arrojen unos sobre los otros, debían ceder su potencia al soberano. Primero nos explica que somos un Yo contra los otros Yo, y con eso argumenta la dependencia a la autoridad. Muy astuto. Así nos intenta convencer de que vivimos esencialmente separados y que asumamos nuestro Yo como punto de partida para todo, en este caso para entregarnos en bandeja al poder, única forma de hacerlo. La aceptación de la individualidad, del valor del Yo propio y de los demás, es la condición básica de la dominación, que nos necesita separados y en competencia, dividir para reinar. Así los pensadores y operadores del capital naciente se arrojan contra el común de las formas de vida comunitaria campesina para acabar con las tierras y las prácticas comunales, en un proceso de des-comunización, para que cada uno sea “libre” para vender su fuerza de trabajo a condición de que produzca plus-valía. Nace el pensamiento liberal, que enfrenta por un lado la ideología de la dependencia a la divinidad, para transformarse en seguidores del saber enciclopédico, y por el otro lado se lanza a aniquilar el común para quebrar de facto la reproducción del mundo de la vida compartida, lo que ya había hecho el patriarca de la edad antigua al arrojarse contra la vida común anterior y separar a las personas mediante la propiedad de la mujer y de los hijos. En ambos casos la cacería de brujas se refiere al peligro que representa para la dominación la mujer en la base de la vida común. En ambos casos las mujeres reproducen la vida comunitaria, y el patriarca al apoderarse de ella y de su cuerpo se asegura los hijos propios que producen y reproduce la continuidad vertical de los Yos separados, que ya no son hijos del común, sino de “ese” señor o de aquel otro. La competencia capitalista necesitaba la potente separación de los Yo para que vendieran su fuerza de trabajo y llevaran la moneda del salario a la circulación requerida también por los profesionales “liberales”, especialmente abogados y médicos, que cobraban en efectivo y no tenían medios de producción para extraer plusvalía de la mano de obra, por lo que se transformaron en los principales defensores de la ideología liberal, síntesis de la ideología del Yo contra el común, y de la libertad contra el yugo oligárquico, síntesis muy astuta que dio origen a los derechos humanos.
De esos Yo separados en la práctica y en el concepto nacen la sociología (como articular esos Yo manteniendo la distancia con el común), la sicología (como estudiar la intimidad interna de esos Yo reafirmando el yoismo y la “individualidad” como eje de estudio y “tratamiento”), el socialismo (como articular esos Yo de otra manera priorizando lo “social” y “colectivo” por sobre el común, aunque algunos sostienen que es la única vía para recuperarlo, lo que hasta ahora se ha demostrado como otra manera de reproducir el poder-sobre y manteniendo una barrera al desarrollo de las formas de vida comunitaria, esto es, todos subordinados al estado, como adorando a un dios), la antropología (el estudio de los Yo y sus interacciones prioritarias sobre el común, y el común apenas como una agregación o yuxtaposición de los Yo, esto es, una manera de “organizarlos”), y la pedagogía, por sólo señalar agunas de las áreas de estudio y operación del poder basado en la separación yoista, que se encarga de insuflar o inyectar el Yo como valor supremo, no tanto en los contenidos, como en las metodologías transmisivas y de competencia entre los “sin luz”, los “aluni”, a quienes se les introduce la luz del saber-poder.
Siendo todas esas áreas meramente positivistas, es decir, operan en la superficie descriptiva evitando cuidadosamente acercarse a la raíz de la vida en común, sólo sirven para auxiliar al mantenimiento y reproducción del sistema de personas separadas creyendo cada uno firmemente que es el Yo el que determina, toma decisiones y selecciona opcciones, lo que el sistema propagandiza constantemente.
La permanencia en la escuela garantiza un proceso de perfilamiento y modelaje del Yo sometiendo a los niños a la competencia, donde cada uno debe asegurar los resultados individuales para acceder al segundo grado. Aprobar un curso completo en base a una nota única para todos, sería para el sistema introducir el veneno del común, donde el conjunto comparte y los Yo más atrasados pueden nivelarse o ser apoyados en medio del grupo, siendo los más lentos, o desinteresados, compulsionados a esforzarse para no perjudicar al grupo, todo ello valores y prácticas poco funcionales para la sociedad de la separación, el odio, el miedo y la competencia. Todo desarrollo de otros valores o prácticas será debidamente reconducido por el “buen camino” por los profesores izquierdistas y rebeldes, así como por los partidos y corrientes que pululan entre los estudiantes capturando (ofreciendo caminos) a los que intentan fugarse del yoismo y desplegar prácticas comunes, como sucedía en la revolución de los pingüinos el año 2006 y las movilizaciones estudiantiles del 2011, hoy día debidamente controladas por las corrientes y partidos que evitan el despliegue común para atrapar y canalizar las energías tras sus estrategias, que al ser decenas y decenas se ofrecen como menu a la carta, es decir, hay donde escoger, lo importante es que se consiga rechazar el común, poco dispuesto a ser dirigido por vanguardias y menos por las instituciones. El sistema apoya y estimula la existencia de esas múltiples corrientes “alternativas”, ya que luego, al no existir el común en la sociedad, tendrán todos que buscar por sus medios, cada uno, la sobrevivencia y la lucha por las monedas, es decir, los atrapa el mercado por miles mientras las vanguardias reclutan uno que otro, que posteriormente en su mayoría vuelven mansitos al redil de los Yo separados al no estimularse ni practicarse el común. Conclusión, se contribuye a la práctica social individualista, por muy generosa o “social” que sea una persona.
El común no es una práctica de Yos articulados, reunidos y tomando decisiones “democráticamente”, como demostraron los pingüinos del 2006 y los estudiantes del 2011, que mediante el roce constante, la corporalidad que permite el fujo de las sensaciones, vibraciones y energías, el entrecruzamiento de los afectos, el hacer en conjunto, pasaron por encima de las barreras partidarias y de corrientes para asumir los encuentros y construcciones de miles de detalles cotidianos que prefiguraban y configuraban otro sujeto productor y reproductor de la vida en las condiciones en que vivían, cocinaban, comían, dormían, etc. El común se abría paso como germen de algo nuevo desde abajo, desde los corazones, lo que llevó a que las marchas fuesen multitudinarias y la población captaba eso y crecía el cariño hacia ellos, en especial comparado con el comportamiento de las autoridades y la violencia del día a día en las poblaciones. Una esperanza crecía desde allí. Era el momento de hacer comités en los barrios con las familias y vecinos de los estudiantes de cada escuela, que también hicieran vigilias y ollas comunes en torno a los recintos ocupados, para estimular el contagio del común y de la proximidad de los cuerpos, como la resistencia contra la dictadura de la primera mitad de los 80, donde miles salían en los barrios de las ciudades y simultáneamente se hacían colonias con los niños, ollas comunes, talleres, en un proceso multiplicador que trascendía la “lucha” para adentrarse en la cotidianeidad de las familias y la vecindad. Siempre el despliegue del común ha sido el gran miedo del sistema, de allí el peligro de las tomas de terrenos, porque todos se juntan y viven el roce cotidiano, las que son reprimidas, salvo las que acepten una mínimas reglas del juego. Los campamentos de pobladores sin casa erigidos por el MIR en la época del gobierno popular fueron una bella demostración de aquello, pues allí se daba un verdadero enjambre de vida compartida, lo que ninguna toma posterior ha logrado, ni siquierta las del MST brasileño ni su brazo urbano del MTST. El común en esos campamentos del MIR trascendió al partido y fue respetado así, lo que hoy no se aplica por los grupos que se identifican con ese pasado que ya se fue y del cual personalmente no reniego ni un pelo, pero hoy los tiempos son otros y ya el común no requiere de vanguardias, sino de vecinos compartiendo, de donde van a surgir nuevas subjetividades.
Después de esta volada al pasado que nos preparó para los nuevos tiempos actuales de destrucción del planeta por el capitalismo y de una izquierda que contribuye a la destrucción, muchas individualidades continúan con las viajas modalidades mientras la ETA ha cambiado, el PKK kurdo ha cambiando, los guerrilleros que entraron a Lacandona cambiaron, los guerrilleros del Quintían Lame en Colombia cambiaron, en fin, tantos otros, pero ninguno de ellos ha renunciado a cambiar el mundo desde sus territorios comunes, como otros que se han integrado plenamente al sistema reafirmando la postura de una sociedad de personas separadas y “dirigidas” desde arriba por otras personas separadas. Sigue predominando el yoismo, salvo las experiencias que se han integrado a las comunidades, las que se encuentran rescatando sus tradiciones comunes, en fin, estamos rodeados por todas partes de esa búsqueda del rescate de las raíces del ser.
Nosotros no invitamos a nadie a sumarse a nuestro trabajo, sino simplemente a conversar con sus vecinos y rearmar juntos el mundo de la vida barrial. Eso requiere un serio análisis de la comprensión del Yo y del común, para avanzar a la comunización de la vida. La vida está primero que las formas de organizar o reorganizar la sociedad, cuyas modificaciones tendrán que provenir de la vida compartida en las localidades y barrios, y no de la estrategia o comprensión intelectual de nadie, y menos en la cerrada opinión de que los cambios se hacen desde arriba tonando el poder y controlando el estado, y menos aún “dirigidos” por quienes no se interesan en diferenciar el Yo del común.
Abrazos
Jaime Yovanovic Prieto (Profesor J)
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