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El olvido o la invención

Raúl Prada Alcoreza :: 15.06.15

¿Se puede hacer un balance de lo que se nombra como historia de la humanidad? La pregunta es válida si incluso hablamos en plural de historias de la humanidad o si se quiere historias de las sociedades humanas.

El olvido o la invención

Raúl Prada Alcoreza

¿Se puede hacer un balance de lo que se nombra como historia de la humanidad? La pregunta es válida si incluso hablamos en plural de historias de la humanidad o si se quiere historias de las sociedades humanas. ¿Qué clase de balance sería éste? Incluso si decimos que la historia es una invención, hasta un mito moderno. El problema no radica tanto aquí, que sea un mito, sino en que, en el caso, que llegue a ser mito, que es lo más plausible, este mito, la historia, nos da un mensaje que puede ser terrible. No importa lo que haya ocurrido, podía haber ocurrido de una manera o de otra, lo que ha ocurrido es, en todo caso, casualidad, lo que importa es lo que ha quedado como interpretación. Ahora bien, lo que hay que resolver aquí es si esta interpretación es la oficial, la institucional, o se trata de la interpretaciones colectivas, que toman otro camino, al institucional. Interpretaciones contrapuestas a la versión institucional, a la versión de la historia oficial. Ampliando la problemática; incluso, en este caso, que entren otras versiones, contrapuestas, contra-históricas, estas versiones no dejan de ser también otras narrativas, quizás más próximas a la historia efectiva, pero, también tramas; es decir, interpretaciones, que atribuyen sentido a la direccionalidad histórica.

Entonces también, considerando este panorama narrativo más amplio, en el caso de la contra-historia, estamos ante la problemática que plantea el mensaje aludido: No importa lo que haya pasado, incluso en el caso de que importe, de que sea indispensable acercarse más a la historia efectiva, lo que importa es lo que queda en las interpretaciones. Algo así como lo que importa es la idea que queda; que es lo mismo que decir que lo importa, al final de cuentas, es el mito. Es como si las sociedades humanas vivieran para el mito, para reproducir el mito, para reencarnar el mito, aunque no lo logren. No importa lo que vivan, que al final, es casualidad, sino que vivan para el mito, que hagan vivir el mito, aunque lo hagan a costa de ellas mismas.

Si este es el mensaje, es terrible. Es encaminarse a la ilusión, optar por la ilusión, encontrar que el sentido es precisamente la ilusión. Es como encontrar en el engaño y en el autoengaño el sentido de la existencia humana. ¿Es este nuestro destino?

Volviendo a ese concepto problemático de historia, sobre todo a sus referentes, la historia parece confirmar este mensaje. Todas las invenciones humanas, desde sus primeros mitos hasta los actuales, pasando por sus instituciones convertidas en eternas, como si fuesen sagradas o derivadas de lo sagrado, como si no fuesen construcciones humanas, como si no fuesen sus criaturas, sino, mas bien, sus orígenes. Pasando por sus finalidades; las de salvación, después, las políticas, cuyos fines terrenales ungen a los mismos de plenitud histórica, como si el fin sean estos objetivos abstractos y no el mismo ser humano o, mejor dicho, la vida misma. Las sociedades humanas se han dedicado a entregarse a sus mitos, a sus instituciones, a sus religiones, a sus “ideologías”, a sus finalidades. La dedicación al mismo ser humano, a la misma vida, ha sido relegada o subordinada al servicio de estos fines.

Es posible que los mitos hayan permitido a las sociedades humanas iniciales sobreponerse a las adversidades, a su propia debilidad corporal, a las condiciones de posibilidad ecológicas, logrando su sobrevivencia y afincarse en los territorios. Sin embargo, en la medida que lo ha hecho, que sus mismas sociedades se complejizaron, los mitos se convirtieron en un obstáculo, incluso en peligrosos para la sobrevivencia. Empero, en vez de abolir los mitos, el recuro al mito, las sociedades humanas optaron por sustituir los mitos heredados por otros nuevos. Este recurso o esta recurrencia renovada a mitos remozados, en vez de ayudar, complicó la situación, pues se decía que los nuevos mitos no lo eran, sino eran la mismísima verdad. Con lo que se reforzaba el carácter estructural del mito.

Por otra parte, se han acumulado tantos mitos, se han multiplicado los mitos, que hay una variedad extensa; las sociedades humanas se encuentran entrampadas en campos de telarañas de mitos. Parece que ya no puede salir de mundos habitados por sus propios fantasmas. No puede ver la vida, los ciclos de la vida, la complejidad abundante y creativa de la vida; no puede verse a sí mismo, su cuerpo, su conexión sensible con el universo. Sólo puede ver la forma y el perfil de sus propios conceptos; sólo puede ver la vida y verse a través de estos lentes abstractos. Ha perdido el contacto con la vida y con su propio cuerpo.

Aunque exageremos o parezca que lo hacemos, la humanidad ha llegado a un punto, por así decirlo, donde, por este decurso, llamada historia, en la modernidad, desarrollo, más eufemísticamente, progreso, se encuentra en mayúsculo peligro, ha puesto definitivamente en entredicho su propia sobrevivencia. Entonces, aunque la historia parezca confirmar el mensaje, lo que hace es confirmar un derrotero hacia la desaparición de la humanidad. Lo que de por sí, coherentemente, apostando por la vida, debe ser rechazado.

Usando la frase popular conocida o, si se quiere, la sabiduría popular, ¿cómo poner las cosas en su sitio? No se trata de descartar la imaginación, sino de integrarla al cuerpo; no se trata de desterrar los mitos, que forman parte de un pasado y todavía de un presente, hasta no sabemos cómo continuaran, sino de comprender que los mitos son tramas, narrativas, construcciones estructurales de sentido; por lo tanto, de interpretación. En esta perspectiva, de ninguna manera se trata de someterse al mito, de vivir para el mito; tampoco de confundir la realidad, sinónimo de complejidad, de la que formamos parte, con las imágenes que conformamos de su experiencia. Sino, se trata de integrar todo esto a la dinámica de los ciclos vitales y la potencia de la vida.

Un nuevo comienzo

Lo que se ha vivido es experiencia, lo que han vivido las sociedades humanas son experiencias sociales. La experiencia se convierte en memoria, como dijimos, en memorias, con toda la complejidad que compete a la memoria. En lo que respecta a las sociedades, se convierte en memorias sociales. La memoria social no es historia, de ninguna manera. Puesto que la memoria social, la memoria misma, es vital; la memoria es vida, concretamente la memoria sensible. La historia es narrativa, una estructura discursiva dada, una interpretación de la experiencia social y de la memoria social; pero, no es ninguna de éstas, ni experiencia, ni memoria. La memoria es dinámica, si se quiere cambiante, mutable, en constante transformación, porque se actualiza, haciendo presente sus sedimentaciones y estratificaciones. Paradójicamente, la memoria también es conservadora; se aferra a sus huellas, a la inscripción de las huellas, a sus mapas sedimentados de huellas. Es obsesiva con estas inscripciones, que no son exactamente pasados, ni recuerdos, sino eso, huellas hendidas en el cuerpo. Huellas presentes en el cuerpo, a las que recurre para interpretar el presente.

En este sentido, la experiencia es también aprendizaje. A estas alturas del partido, las sociedades humanas ya deberían haber aprendido las dramáticas lecciones. Ya no deben insistir en lo mismo, en hacer lo mismo, a pesar de sus variantes. De manera concreta, ya no deben ni pueden seguir dominando de las distintas formas que lo han hecho y lo puede hacer. No es el camino de la sobrevivencia; es el camino de su desaparición. Tiene que aprender o, si se quiere, reaprender a comunicarse con los seres del universo; algo que sabe su cuerpo, pero no la razón abstracta e instrumental, separada del cuerpo; la que pretende enseñorear sobre la tierra y el universo. Esta humanidad presente, actual, contemporánea, atareada en sus problemas masivos, en los problemas pendientes, armada con dispositivos de destrucción masiva, tiene la responsabilidad imperiosa de resolver los problemas pendientes, de descartar los seudo-problemas, que son “ideológicos”, para encaminarse a darse tareas dignas de su presencia en el universo, compartiendo la conexión con los demás seres. Los problemas pendientes son resolubles, tiene los recursos y medios para resolverlos, no son imposibles, tampoco difíciles de hacerlo. Lo difícil es arrancar a las sociedades humanas de su encantamiento, en la que se encuentran, seducidas por mundos de fantasmas y dramas fantasmagóricos, donde se ensaña en guerras a muerte por ideales sin carne ni hueso.


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