Cuando los exaltados proponen y accionan violencias “revolucionarias o “santas”, lo que hacen es manifestar, otra vez, la sintomatología del poder; ellos también quieren dominar; por lo tanto, forman parte del circulo vicioso del poder.
El poder desde la perspectiva de la complejidad
Arqueología y genealogía del poder
Raúl Prada Alcoreza
Hay que salir de la mirada dualista que opone poder a no-poder, que es distinto a la diferenciación entre poder y potencia. Sobre esto nos remitimos a los anteriores escritos. Ya Michel Foucault advertía que el poder no es una propiedad, que el poder se ejerce, que atraviesa a ambos, dominantes y dominados. Dándonos, con esta topología del poder, una mirada compleja, aunque Foucault no distingue poder de potencia, sino poder de resistencia. Nosotros podemos decir que el poder atraviesa ambos, dominantes y dominados, también que la potencia atraviesa a ambos, dominantes y dominados. ¿Cuál es la diferencia? No la diferencia de poder y potencia, de la que hablamos antes, sino de la forma cómo atraviesa el poder y la potencia a ambos, a dominantes y dominados.
Foucault dice que se inviste a dominantes y dominados a través de las instituciones, de los agenciamientos concretos de poder. El poder se ejerce de manera concreta, no es abstracto, no es un concepto; tampoco es difuso, salvo en el imaginario de los intelectuales. El poder se inscribe en los cuerpos de una manera efectiva y concreta; para tal efecto se despliegan tecnologías del poder, que, bagaje conjuncionado y clasificado por las instituciones, hacen a lo que llamamos cartografías de poder. El poder no sólo se ejerce desde el Estado, desde las instituciones estatales, también se ejerce desde las instituciones sociales, así como se ejerce en toda relación, en toda asociación, donde se busca inducir comportamientos, afectar a los cuerpos, de una determinada manera. En otras palabras, una voluntad institucional, actúa sobre otra voluntad para obligarla; dicho de manera matizada, para inducirla. Una fuerza actúa sobre otra fuerza para separar de ella, de la fuerza afectada, la potencia de su fuerza; cuando ocurre esto, la fuerza queda capturada, en tanto que la potencia inhibida. A esta inducción, en términos generales, se llama dominación, en sus múltiples formas.
No sólo el gobierno, por lo tanto, no sólo el Estado, ejerce poder; todas las instituciones lo hacen. En las academias, en las asociaciones formales, en las agrupaciones, incluso en las relaciones cotidianas, además de las relaciones afectivas, como las de pareja. Esto pasa cuando se establece una jerarquía, el que manda, la que obedece, los que mandan, los que obedecen, el que representa el mandato institucional, los que acatan. Lo paradójico es que esto también ocurre con los que dicen luchar contra el poder, identificado como Estado, como forma de gobierno o como estrategia. Por ejemplo, el ejercicio de poder se da en los partidos de “izquierda”, en los sindicatos, aunque también en las organizaciones indígenas, cuando son representaciones institucionales. El apego al poder es como una herencia; se lo toma como natural; como si el poder fuese algo que hay que usar; en otras palabras, como si el poder fuese neutral, un instrumento, que se pueda usar de una u otra manera.
El poder no es neutral; aunque sea un instrumento, un conjunto de instrumentos, por las tecnologías, procedimientos, diagramas de poder, cuando el poder se ejerce afecta; el efecto es de dominación. El ejercicio de poder, en uno u otro sentido, independiente quién lo use, dominantes o dominados, tiene efectos de dominación. El poder, se use como se lo use, no emancipa, no libera.
Lo que libera es el ejercicio de la potencia, que es la energía de la que se apodera el poder, cuando captura fuerzas, para separar en ellas las fuerzas de su potencia, capturando las fuerzas, inhibiendo las potencias. El ejercicio de la potencia no tiene efectos de dominación; todo lo contrario, tiene efectos de emancipación. La potencia es vida, es creación, es invención; la potencia se abre a infinitas posibilidades de composición, de invención, de asociación. La potencia también es transversal; sólo que se encuentra inhibida tanto en los dominantes como en los dominados. En los dominantes, se encuentra inhibida, pues ellos han optado también por separar fuerza de potencia, inhibiendo la potencia, usando la fuerza, la propia fuerza, como cantidad, para separar en las otra fuerzas, capturadas, fuerza de potencia, inhibiendo la potencia. Los dominantes no son libres, de ninguna manera; están también atrapados en la redes de poder. Han sustituido la potencia por la riqueza, la jerarquía, el prestigio institucionalizado, el renombre. A pesar de la bonanza, la riqueza no llena el vacío que deja la inhibición de la potencia. El deseo de poder no es satisfecho nunca, pues es un deseo del deseo, un fantasma, que trata de ser exorcizado con la satisfacción desmesurada de necesidades. En otras palabras, hay dos clases de infelicidad; la infelicidad rica, acompañada de abundancia; la infelicidad pobre, acompañada de carencias.
Liberar la potencia es liberar de sus capturas no solamente a los dominados, sino también, aunque parezca paradójico, liberar de sus capturas a los dominantes. Liberarlos de su infelicidad, sea ésta rica o sea ésta pobre. Esta premisa es importante, para salir del dualismo moderno del amigo/enemigo, compartido tanto por “izquierdas” y “derechas”. Lo que no quiere decir renuncia a luchar, como algunos rencorosos, exaltados fanáticos, interpretan; no quiere decir que se renuncia a las luchas, no quiere decir que se toma una postura pacifista, no es el principio categórico cristiano de dar la otra mejilla. Salir del dualismo amigo/enemigo no implica, de ninguna manera, renuncia a luchar ni pacifismo. Se trata de comprender que hay que afrontar las violencias institucionalizadas, las violencias encubiertas y las violencias descarnadas, que desencadena el poder; afrontar el poder de modo diferente, liberar potencias, capacidades de lucha inéditas; nos coloca en mejores condiciones para luchar, pero no contra un enemigo, que es la representación del esquematismo político, compartido tanto por Vladimir Lenin como por Carl Schmitt, sino contra el poder mismo, en sus múltiples formas concretas, contra las múltiples dominaciones. ¿Qué son entonces los dominantes si no son enemigos?
Los dominantes son los que ejercen la dominación; en ese sentido son atacados, son interpelados, son deslegitimados, se persigue sacarlos de su condición de dominación, aboliendo sus estructuras de poder, su Estado. Sin embargo, no se ataca a un enemigo – la liberación no es un problema personal -; aunque parezca paradójico, se ataca a otra víctima del poder, una víctima que cree que lo que hace, dominar, ejercer poder, es para colmar su infelicidad, su consciencia desdichada, su angustia; cuando, ocurre lo contrario; ingresa a una espiral paranoica de infelicidad y de angustia, solo cubierta o enmascarada con publicidad, por la iluminación brillante de la fama o la notoriedad institucional. Esta afirmación tiene implicaciones que, de alguna manera, se conocen; la liberación no es ocupar el lugar del otro; por ejemplo, llegar a ser dominante; tampoco es ser rico, como lo son los dominantes. La liberación es salir de las formas de reproducción del poder, de las formas de despliegue de las dominaciones, de los fetiches institucionales, de los fetichismos del poder, de los fetichismos de la riqueza. La liberación tiene que ver con la emancipación de la potencia social, con la capacidad creativa, lúdica, estética, inventiva. Con la capacidad de construir mundos alternativos.
Lo anterior nos lleva directo a la problemática de la violencia. Sabemos que el poder se ejerce y causa efectos de dominación; cuando lo hace, a pesar de la heurística, del uso de tecnologías, como si se efectuara de una manera técnica, descarga violencias, más intensas, menos intensas, más extensas, menos extensas, más prolongadas, menos prolongadas. La pregunta es: ¿La respuesta de los dominados, sus luchas emancipativas, son también violentas? Conocemos la tesis supuestamente marxista, pero, difundida por la militancia “marxista”, de que la violencia es la partera de la historia, de que a la violencia reaccionaria se responde con violencia revolucionaria. A propósito es indispensable detenerse a reflexionar sobre estas consignas; sobre todo después de la experiencia de los estados del socialismo real, aunque también de los gobiernos populistas, pues no salen, ninguno de ellos, del círculo vicioso del poder.
La violencia es el efecto subjetivo y carnal de las dominaciones; ¿los “revolucionarios” tienen que ejercer también la violencia? Entendiendo que la violencia es efecto de las dominaciones. La emancipación del proletariado, de las clases dominadas, de las clases subalternas, de los pueblos colonizados, de las mujeres dominadas, no se logra repitiendo la violencia, al revés. Esto parece que conlleva, de suyo, persistir en el círculo vicioso de las dominaciones y del poder.
Nosotros vemos de manera diferente, el despliegue de las luchas sociales, el uso de las fuerzas sociales emancipativas. Se usan las fuerzas multitudinarias, de las movilizaciones, en el despliegue de las luchas, para liberar la potencia inhibida, para integrar la potencia a la fuerza, no para dominar en vez de los otros. Esto implica una lucha más sostenida, más radical, más consecuente contra las formas de poder, contra las múltiples formas de dominaciones. No es pues violencia, sino, usando un término, parecido en otras circunstancias y connotaciones, en relación a otros términos que califican al poder, contra-violencia. Que no es pacifismo, como entienden los exaltados, que al exaltarse con la violencia, que llaman “revolucionaria”, en unos casos, o llaman “santa”, en otros casos, sino, precisamente uso de las fuerzas en toda su potencia.
Cuando los exaltados proponen y accionan violencias “revolucionarias o “santas”, lo que hacen es manifestar, otra vez, la sintomatología del poder; ellos también quieren dominar; por lo tanto, forman parte del circulo vicioso del poder. ¿Hay diferencia entre estos dominadores y los anteriores? Las hay de acuerdo a su procedencia; pero la analogía de la dominación y de la violencia, los vuelve cómplices de la reproducción del poder, aunque lo hagan desde lugares simétricamente opuestos. En esta reiteración de la violencia, en esta devolución de la violencia, se encuentra el huevo de la serpiente, donde se gesta la nueva forma de poder, la nueva forma de dominación, que, en general, es reproducción del poder; si se quiere, reproducción de las enajenaciones múltiples; en términos categóricos, de las inhibiciones de la potencia.
La contra-violencia es emancipadora, en el sentido que hemos definido, al reintegrar la potencia a la fuerza. La contra-violencia está fuera de la consciencia culpable, fuera del espíritu de venganza. Despliega la cantidad de fuerza de una manera desmesurada, sorprendente, sobrepasando en todo los espacios-tiempos a los dominios del poder.