El autor boliviano responde a Raquel Gutiérez
Huascar Salazar responde
Quiero retomar la última pregunta que Raquel deja para la discusión y concentrarme en el primer eje que plantea como rasgo común de las luchas sostenidas desde horizontes comunitarios. En otras palabras: ¿De qué manera pensar en las luchas comunitarias, como forma sistemática de establecer un límite a la dominación y a la expoliación, es útil para la producción de argumentos que acompañen esas luchas?
Si partimos por entender que la dinámica del capital es expansiva por naturaleza, es decir que su propia existencia implica propagar la acumulación ampliada de manera permanente, fagocitando y convirtiendo de manera arrolladora lo que no es objeto de acumulación, tratando de convertir en fuente de ganancia todo producto del trabajo humano e intentando subordinar y disciplinar de manera sostenida las formas sociales de reproducción de la vida que no le son funcionales; entonces, pensar en el establecimiento de “límites” es útil. Lo que está limitado no se expande. Y puesto que el capital por naturaleza necesita expandirse para existir, cuando se lo limita se atenta contra su propia naturaleza y por ende contra su existencia. ¡Ojo! Atentar… no necesariamente implica destruir.
Ahora bien, las luchas comunitarias no suelen ser tangenciales, por lo general son tendenciales, y por ese motivo considero que son muy fértiles. A no ser ciertas excepciones, si uno visibiliza los horizontes que las luchas surgidas desde los entramados comunitarios ponen en juego, éstos no suelen contener la noción de una transformación que sea de una vez y para siempre, es más, los horizontes comunitarios no son horizontes teleológicos, no definen a priori un orden social preconcebido. Estas luchas desde abajo lo que cotidianamente hacen desde estos “saberes prácticos” es intentar desplegar sus propias formas de producir y reproducir la vida, apropiando y reapropiándose material y simbólicamente de aquellos ámbitos bajo el control del capital y funcionalizados a partir de las relaciones de dominación mediatizadas por el estado; lo que en otras palabras significa: poner límites. Entonces, como la lucha es tendencial podemos pensar que cuando “se va ganando” se multiplican los límites, incluso situándolos al interior de la propia institucionalidad estatal ‒lo que no significa que ésta esté planteada en términos de la “toma del poder”‒. Las luchas en este sentido son de largo aliento y muy diversas, no están regidas por las angustias de los tiempos del mercado y el capital y no siempre son violentas, existe una multiplicidad de poner límites que son sumamente efectivos.
Pensar la lucha en clave comunitaria representa, pues, un esfuerzo por cambiar el ángulo desde donde se enfoca la política, conlleva construir argumentos que en primera instancia permitan legitimar formas de lucha profundamente desprestigiadas por los discursos dominantes de izquierda y derecha, y en segundo lugar coadyuven a potenciar la efectividad de estas luchas desde sus propios sentidos y ritmos. Pensando en aquello que los aymaras saben hacer muy bien y llevándolo a un plano más general, se me ocurre que si bien un límite puede atentar contra el orden de dominación y explotación mas no destruirlo, en términos metafóricos podríamos empezar a concebir una “política del cercamiento”, la multiplicación, articulación y permanencia temporal de los límites pueden levantar “cercos”, quien sabe que desde ahí el atentar tienda a convertirse en destrucción de las relaciones sociales que reproduce el capital… Y el que no crea en la eficacia de los cercos, puede preguntar a las élites paceñas de Bolivia, verá que no les causa ninguna gracia.