La autora se adentrar en el rol de las formas de vida comunitaria para mirar desde allí la política, a diferencia de la política que aspira a dirigir y controlar desde arriba.
Horizontes comunitarios de lo político y la política
Raquel Gutiérrez Aguilar
Los horizontes comunitarios de lo político y la política tienen una larga y casi enterrada historia de esfuerzos de lucha y resistencia. Brotan, una y otra vez, desde enérgicas y heterogéneas gestas en defensa de la riqueza material generada, poseída o usufructuada en común, protagonizadas por hombres y mujeres que se rebelan, se levantan y luchan. En innumerables batallas que abarcan tanto variadísimas acciones de apenas perceptible resistencia, como rebeliones y levantamientos brillantes y generalizados, hombres y mujeres de abajo, empecinados en reproducir la vida social que conocen y disfrutan; defienden sus creaciones y logros, al tiempo que buscan ampliar las fuentes de seguridad material disponibles colectivamente. Al protagonizar tales acciones remueven y cimbran el sentido común dominante y, por lo general, ponen al mundo de cabeza durante un breve tiempo. En tales rebeliones se vislumbran renovados horizontes políticos heredados y se hacen visibles saberes y códigos morales labrados sólidamente en el trabajo cotidiano de reproducción de la vida.
Esta página se dispone a auspiciar la reflexión sistemática sobre tales horizontes políticos comunitarios de reapropiación y regeneración de condiciones satisfactorias para la reproducción de la vida desde distintos acercamientos; sugiriendo periódicamente un tema a discusión. El tema inicial que ponemos a discusión versa sobre dos ejes fundamentales que han brotado una y otra vez desde los polimorfos afanes popular-comuntiarios de reorganización de la reproducción de la vida social; en los momentos más enérgicos del despliegue de las luchas que han protagonizado.
Nuestra hipótesis es que tales ejes diagraman una forma de lo político y la política que desborda y contradice muchos de los supuestos del orden dominante: constituyen hilos centrales de la trama de sentido que busca una y otra vez expresarse, dotarse de palabras y lenguajes para abrirse paso e iluminar posibilidades de reapropiación colectiva del mundo y de regeneración de las condiciones para la reproducción de la vida social. Los ejes en cuestión, que pueden rastrearse cuando menos desde los esfuerzos de los commoners ingleses del siglo XII[1] son:
1. En primer lugar las resistencias, las rebeliones y las luchas exhiben, siempre, la voluntad explícita y la disposición práctica en lucha de establecer un límite a las atribuciones de mando y a las posibilidades de expoliación de las creaciones y fuerzas de los de abajo. La trama de reproducción de la vida se produce, siempre, desde abajo: es “abajo” donde se siembra, se construye, se arma, se transporta, se gestiona la vida cotidiana, se habita y se cuida. Esto ocurre, al menos desde el siglo XVII en algunas partes del mundo –y tendencialmente en casi todas‒ de manera cada vez más contradictoria y desgarrada por la acumulación de capital y la producción de mercancías –que no son más que el sustrato del capital. En tales condiciones los de abajo, acuerpados en sus múltiples tramas asociativas y/o comunitarias heredadas o recreadas, se esfuerzan por que perviva la manera en que se organiza la reproducción de la vida colectiva estabilizada en alguna confrontación histórica anterior y reapropiada y reconstruida por ellos mismos durante los momentos de “tregua” aparente en la confrontación; si bien esto último ocurre bajo el ataque sistemático de los de arriba.
La postura que sostengo, entonces, es que esta “limitación sitemática” de la expoliación y del mando establece una forma –legítima aunque por lo general desdeñada‒ de la política y lo político que puede rastrearse en las profundidades de la historia proto-moderna y moderna, al menos desde la promulgación de la Carta Magna inglesa y, sobre todo, de la Carta del Bosque.
2. El segundo eje, derivado de lo anterior, es que quienes luchan saben prácticamente que sus esfuerzos se dirigen básicamente contra la expoliación de las posibilidades de reproducir la vida en su conjunto y contra el despojo de la riqueza material comunitariamente producida; una y otra vez levantan límites que permitan conservar tales condiciones materiales para la reproducción de la vida colectiva. Sin embargo, este profundo contenido anti-capitalista de los polimorfos horizontes comunitarios esbozados históricamente en los levantamientos y las luchas, por lo general, no ha logrado expresarse de manera explícita con la fuerza necesaria para manifestarse como horizonte político viable. El trastocamiento de las relaciones políticas heredadas que ocurre en cada levantamiento o rebelión, no se ha dotado –salvo de manera parcial y ocasional‒ de un lenguaje sistemático que acompañe el conjunto de acciones prácticas de construcción de límites a la expoliación, el despojo, la explotación y el disciplinamiento político. La perspectiva que sugiero acerca de lo que hasta ahora ha ocurrido, una y otra vez, es que a partir de las luchas y rebeliones protagonizadas por las heterogéneas tramas comunitarias producidas durante la reiterada reproducción colectiva de la vida social; se ha buscado restaurar el vínculo entre política y, justamente, reproducción de la vida –o entre política y economía, suele decirse‒, desgarrada brutalmente a lo largo de siglos de acumulación de capital y consolidación estatal. Restaurar el vínculo entre reproducción de la vida y política es, a mi juicio, el camino que tales rebeliones, cada una a su manera, se ha propuesto seguir. Sin embargo, para poder pensar claramente en los pasos de este camino, es necesario colocar la reproducción de la vida social como núcleo para la inteligibilidad de lo político, de los caminos colectivos para la conservación y la transformación social. Los horizontes comunitarios tienen como punto de partida, así como objeto principal de atención, la conservación, transformación satisfactoria y despliegue de la reproducción social. Una política popular-comunitaria no se ocupa pues, siguiendo este hilo argumental, de proponer maneras de reorganizar la producción de capital bajo otras pautas; sino de reconstruir las posibilidades de reproducción de la vida colectiva, de sus condiciones materiales e inmateriales, a partir de la ampliación –en escalas y ritmos‒ de los límites que colectivamente se logra imponer desde abajo a la acumulación del capital y al orden político que le es consustancial.
Estos dos ejes, considero, constituyen el rasgo común de los variados horizontes comunitarios –valga la redundancia‒ que el estudio de las luchas históricas nos muestra; y que el compromiso práctico y personal con alguna lucha específica nos vuelve a enseñar.
¿Qué significa entonces entender la política y lo político si se razona desde estas claves? ¿Esta mirada resulta fértil para organizar la comprensión de nuestras propias experiencias de luchas –las directas y las que conocemos por el estudio de la historia? ¿Alumbra posibilidades prácticas de producción de argumentos y razones que acompañen y sirvan a la expansión de las luchas que una y otra vez brotan desde las tramas de reproducción de la vida? Estas son, por lo pronto, las preguntas que dejo en la mesa, en tanto yo misma me las hago una y otra vez.
Lecturas recomendadas:
Bloch, Ernst, Thomas Müntzer, teólogo de la revolución (1921), La balsa de Medusa, Madrid, 2002.
Federici, Silvia, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (2004), Pez en el árbol, México D.F., 2013.
Linebaug, Peter, El Manifiesto de la Carta Magna (2008), Traficantes de sueños, Madrid, 2013.
Gilly, Adolfo, La revolución interrumpida (1971), ERA, México DF, 1994.
Holloway, John, Agrietar el capitalismo. El hacer contra el trabajo, Herramienta, Buenos Aires, 2011.
[1] Al respecto se puede consultar el trabajo de Peter Linebaug (2013): El manifiesto de la carta magna.