Cuando se reduce un “proceso de cambio” al tamaño del simbolismo de un caudillo; por lo tanto, cuando se cree que el “proceso de cambio” es el caudillo. No hay nada más fetichista, incluso en el sentido más pedestre de la palabra, que considerar a un proceso histórico-político como nombre personal de un líder.
Devaluación del proceso del cambio
Raúl Prada Alcoreza
Más que de deterioro, incluso de decadencia, como hablamos antes, en otros escritos, vamos a hablar de devaluación del “proceso de cambio”. ¿Cuándo ocurre esto? Cuando se reduce al “proceso de cambio” a características menos apropiadas, para un proceso histórico-político, menos adecuadas para hablar de cambio. Por ejemplo, cuando se reduce un “proceso de cambio” al tamaño del simbolismo de un caudillo; por lo tanto, cuando se cree que el “proceso de cambio” es el caudillo. No hay nada más fetichista, incluso en el sentido más pedestre de la palabra, que considerar a un proceso histórico-político como nombre personal de un líder. Aquí se muestra patentemente no solamente un conservadurismo recalcitrante, sino también se evidencia las manifestaciones más dramáticas de la sumisión; constatándose el deseo del amo de parte de los dominados.
El clamor de los incorregibles llunk’us por la relección, que haciéndose a los ingeniosos, denominan re-postulación, que no es otra cosa, sin que se den cuenta, que una necedad más de los aduladores; es pues un ejemplo de la devaluación del “proceso de cambio”. Es más, incluso, se preocupan por recurrir a la reforma constitucional para lograrlo. Ellos, los llunk’us, que nunca se preocuparon por hacer cumplir la Constitución, tampoco comprenderla, porque tampoco la leyeron con atención. Se desesperan para llegar a la reforma constitucional para lograr la reelección. Este es el tamaño del “proceso de cambio” en su peregrino imaginario.
Sin embargo, a pesar de estas estrechas dimensiones, que imaginan que es el “proceso de cambio”, se consideran los gladiadores de una “revolución democrática y cultural”; que de revolución tiene el disfraz “revolucionario” y la estridente demagogia antiimperialista, cuando siguen entregando los recursos naturales como materias primas a las potencias imperiales, que dicen combatir. Que de cultural tiene la reducción de la descolonización al folklore de los nombres y de los ritos caricaturescos, para beneplácito de los turistas “izquierdistas”, que buscan satisfacer sus anhelos con una pantomima de “revolución”. Ambos, los usurpadores de la movilización prolongada, efectuada por el pueblo heroicamente, y estos “izquierdistas” dramáticos y turísticos, se auto-convencen complacientemente que asisten a una “revolución”, justificando, de paso, sus anodinos recorridos por la vida.
Tienen a su favor la propaganda, la publicidad y la concurrencia cambalache de los medios de comunicación, que controlan. Con eso creen confirmar sus extravagantes delirios de grandeza histórica. Sin embargo, esto no es más que la fama provisional y fugaz lograda con estos montajes bulliciosos.
No se trata de estar contra la reelección. Este no es el problema, como cree la llamada oposición de “derecha” o de “izquierda”. Estos son los problemas falsos, por así decirlo, en política. El problema de fondo es que el “proceso de cambio”, se comparta o no con el mismo, siendo de “derecha” o de “izquierda”, ha sido reducido a la mínima expresión de lo estrafalario; el culto tardío a la personalidad de un caudillo imaginario, pues el hombre real, que sostiene el mito, es otro sujeto, otra figura, otra patente existencia, en las circunstancias pedestres de la vida cotidiana.
El llamado “proceso de cambio”, quiéranlo o no, los unos y los otros, de todas maneras, fue un acontecimiento político y social. Por decir algo, como habla la costumbre del lenguaje, entró en los anales de la historia. El hecho que se lo haya reducido al tamaño del prejuicio desolado de los aduladores, para quienes la historia se reduce a la historieta de personajes idealizados, convertidos en héroes de papel, es, por cierto, la muestra de la patente devaluación política de este acontecimiento multitudinario.
No pretendemos convencer a los inconvencibles, a los llunkús, que es la muchedumbre que ronda el poder; esto es perder tiempo. Tampoco interpelarlos; esto es gastar pólvora en gallinazos. Se trata de reflexionar con los jóvenes rebeldes heterodoxos iconoclastas, quienes son los que continuaran la lucha por las emancipaciones y liberaciones descolonizadoras y anticapitalistas.
¿Por qué reflexionar sobre estos temas? No solo como pedagogía política, sino porque debemos aprender las lecciones de las historias políticas de la modernidad, sobre todo de las revoluciones. No se toma el poder, el poder te toma; convierte en engranajes de su fabulosa maquinaria a estos engreídos gobernantes “revolucionarios”. No se resuelve la crisis del “proceso de cambio” oponiéndose a la reelección. La crisis del “proceso de cambio”, si es que no está ya muerto, se resuelve peleando por el proceso, defendiendo el proceso, profundizando el proceso, que es la única manera de defenderlo, contra los que usurparon el proceso. Si el proceso ya está muerto, como parece, es iniciando otro proceso, evitando repetir el circulo vicioso del poder. Esto no pasa por discutir la reelección o la no reelección; este no es el dilema. Sino por cómo desmantelar el poder, el Estado, liberando la potencia social, aprendiendo colectivamente a autogobernarse, a auto-gestionarse, desplegando y articulando complementariedades entre los pueblos, entre los productores, consumidores, habitantes de los ecosistemas.
Se imponga o no se imponga la reelección, que son los estrechos desenlaces a los que apuesta la oposición, la situación política será parecida, si no es la misma. En un caso, los usurpadores de las victorias alcanzadas por los movimientos sociales continuaran el camino de la decadencia; en el otro caso, se habrá sustituido a los actuales gobernantes, por otros, que piensan lo mismo de la política y del poder, salvo sus discursos y poses institucionalistas, en un caso; salvo sus discursos y poses de consecuencia, en otro caso. Esta no es la salida; ninguna de sus posibilidades acuñadas. La salida sigue siendo a lo que apostaron, en su inicio, las movilizaciones sociales; el autogobierno, la democracia participativa, el pluralismo político, social, cultural, lingüístico, como transiciones descolonizadoras, como transiciones de las rutas alternativas hacia las formas del pos-capitalismo. Esta salida histórica-política no se logra, obviamente, con simulaciones y montajes, con disfraces de elocuencia “revolucionaria”, ancladas en la glorificación del mito del caudillo. Sino con otros gastos heroicos, continuando la lucha, convocando a los pueblos del mundo, a conformar alianzas y confederaciones de pueblos, autónomos, capaces de autogobiernos.
Otro problema, en relación a lo que acabamos de decir, es que se apuesta a la provisionalidad del momento, al subterfugio a la mano, que es la que considera los problemas aparentes y no los problemas de fondo. Ya que la “derecha” no cree en el cambio, sino en la institucionalidad liberal, hablaremos de la “izquierda”, que si habla de cambio, de transformaciones, de la “revolución” postergada. La “izquierda” cree que resuelve el problema de la postergación de la revolución cambiando al caudillo por un frente de “izquierdas”, si es que no es la pobre versión de buscar otro caudillo como el nuevo líder, repitiendo la misma historia, con otro personaje. Esto no es más que querer ocupar el lugar del caudillo, sin cambiar la estructura de poder; es más, el único cambio posible, para salir de la condena del círculo vicioso del poder, es destruir la estructura de poder, liberando la potencia social.
La nueva generación de luchas, ya comenzadas, en el mundo, no apunta pues a nuevas figuras en el círculo vicioso del poder, que es la continuidad de las genealogías del poder, sino a liberar la potencia social, saliendo del fetichismo institucional y de la economía política generalizada. En los países de los llamados gobiernos progresistas, el comenzar los recorridos de esta nueva generación de luchas se hace más difícil, no solamente porque, de alguna manera, los gobiernos progresistas generan todavía ciertas expectativas, por más opacas y disminuidas que se den, sino porque las voluntades de lucha han sido disipadas por los propios gobiernos progresistas, que se han ocupado de destruir a las organizaciones sociales y a los movimientos sociales, convirtiéndolos en aditamentos sumisos a las pulsiones del caudillo y a los caprichos del entorno palaciego.
Es pues toda una tarea activista no tanto la reconstrucción de los tejidos sociales de los movimientos sociales, sino el constituir los nuevos tejidos sociales autogestionarios, autónomos, libertarios, de contra-poder.