El pueblo no está prefigurado; puede hilvanarse de manera discursiva por parte de algunos en una contienda hegemónica, pero resulta un tanto presuntuoso pensar que se puede hacer algo semejante si previamente la gente no se ha puesto a batallar junta experimentando la contigüidad y universalidad de sus exigencias y la pasión por confluir en el cuerpo a cuerpo.
El pueblo feminista y los feminismos populares y comunitarios: una mirada cruzada
Por Vidas precarias
Los debates sobre el populismo en América Latina, y específicamente en la región andina, se han acrecentado en los últimos tiempos. A pesar de que no siempre existe coincidencia en qué sea una experiencia populista, dentro y fuera del Estado, sí se ha llegado a ciertos acuerdos sobre su forma básica. Esta se caracterizaría por: 1) una partición del campo político que no responde a izquierda y derecha, 2) una condensación de reclamos de sectores subalternos diversos, que en nuestro entorno a menudo se ha expresado a partir de las luchas indígenas, 3) una confrontación de lo popular con las élites económicas y políticas apelando a la soberanía nacional, y 4) la presencia de un líder que encarna la voluntad popular.
El populismo, además de una experiencia histórica latinoamericana, es una mirada o forma de contemplar procesos de lucha que disputan el Estado aunque no siempre logren llegar a él, hacer efectivo el cambio que propugnaran o representar una auténtica irrupción popular en términos de participación. En ocasiones, esta mirada deja de lado cuestiones que escapan al propio esquema.
Puede haber movimientos populares que se expresen en una forma populista, pero éste no siempre es el caso. Algunos se despliegan de acuerdo al esquema que veíamos arriba pero no cumplen necesariamente todos sus rasgos: no apelan a la soberanía nacional, generan campos de confrontación múltiples y simultáneos, no dan tanta centralidad a la figura del líder, se alinean en ejes izquierda-derecha o más que alianzas o configuraciones amplias, interclasistas, interétnicas o intersexuales, representan a un grupo social más o menos acotado. Más compleja resulta la pervivencia de Estados populistas que se constituyan sobre una amplia y sostenida implicación política activa de sectores populares. En muchas ocasiones, quienes se autoconvocaron como pueblo para derrocar o combatir un régimen injusto acabaron siendo en lugar de actores efectivos, beneficiarios cuando no clientes del que lo siguió. Algunos acabaron, en cambio, constituyendo una nueva élite cuya capacidad de representar al 99% fue decreciendo con el tiempo. Por otro lado, pueden darse luchas populares, pero éstas no siempre se caracterizan por pugnar por el Estado. En todos estos casos parece claro que el pueblo no está prefigurado; puede hilvanarse de manera discursiva por parte de algunos en una contienda hegemónica, pero resulta un tanto presuntuoso pensar que se puede hacer algo semejante si previamente la gente no se ha puesto a batallar junta experimentando la contigüidad y universalidad de sus exigencias y la pasión por confluir en el cuerpo a cuerpo.
Las mujeres han participado activamente en las luchas populares a lo largo del continente. Han estado en el corazón mismo del pueblo al sentir en sus propias carnes la indignidad; la que inflingían las élites que favorecía la feminización de la pobreza, la que provenía del sistema político que las desplazaba a los márgenes cuando no las excluía directamente, y también la de los varones, familiares, amigos, compañeros incluso de lucha, que las movilizaban explotando su trabajo en la casa y en la organización, al tiempo que las relegaban acudiendo incluso a la violencia. Las mujeres indígenas, negras, pobladoras, pobres de distinta condición están en el centro del pueblo subalternizado expresando singularidades en términos de género, raza, clase y sexualidad. Han sostenido la supervivencia en los tiempos duros y han trenzado luchas en las que también han puesto sus anhelos como mujeres diversas.
Es preciso enfatizar que los poderosos no han sido sus únicos adversarios; por eso las luchas de las mujeres no se han desarrollado exclusivamente en los ejes élites vs. pueblo, amigo vs. enemigo, siendo por ello muchos más complicadas de librar. El machismo y el racismo constituyen la subjetividad en pliegues que más que cortar atraviesan el campo político haciendo que el terreno contencioso no siempre resulte claro y unívoco. Los hombres nunca han sido enemigos para las mujeres; lo ha sido, en todo caso, el machismo. Esta lógica binaria –pueblo vs. élite–, tan propia del populismo, apenas si alcanza a entender y expresar lo que una mujer desea en términos políticos: convertirse en sujeto, no siempre frente al otro; combatir el abuso, en ocasiones de aquellos a los que estima; afirmar la soberanía, pero también la del propio cuerpo, y disputar el poder al tiempo que cuidar y proteger el mundo de quienes buscan convertirlo en mercancía. Todo ello representa un exceso para el esquema populista, y de ello se deriva una comprensión diferencial, molecular, de lo político que permanece invisible o poco interrogada desde esta mirada.
Que las mujeres se hagan presentes como pueblo no se desprende de una generosidad necia para con los demás. Quienes hicieron parte del peronismo en la Argentina de los años 40 aspiraban a ser parte activa del proyecto, obtener el voto, acceder al empleo y dar de comer a los suyos[1]. En parte triunfaron y en parte fracasaron; el régimen las dignificó y dejaron de ser sujetos de segundo orden, logrando recursos políticos y económicos. Esto no implicó, sin embargo, cuestionar su lugar social en términos más amplios. Su nuevo protagonismo quedó fijado al convertirse en la encarnación de las madres de la patria. Ocuparon el espacio público y votaron sí, pero su subalternidad se perpetuó en otros muchos sentidos, desde luego ausentes en las invocaciones de Evita, que más bien reconocían a las mujeres en su desigual diferencia.
Tampoco las peruanas pobres que votaron y respaldaron a Fujimori en los 90 carecía de razones. Ciertamente, este líder populista manejó con habilidad su relación con las mujeres[2]. Al tiempo que implementaba planes de ajuste estructural durísimos y imponía un régimen autoritario, estableció ayudas y programas focalizados que en contextos de enorme pobreza y sobrecarga femenina ayudaban a solventar lo más inmediato sin cuestionar las bases estructurales de la desigualdad. A pesar de instalar a algunas feministas en el gobierno, de reconocer y usar su experticia en planes paliativos conducidos por ongs y de asumir, al menos parcialmente, algunas demandas, por ejemplo en lo tocante a los derechos sexuales y reproductivos, acabó esterilizando mujeres indígenas en zonas rurales. El maternalismo populista continuó, pero las mujeres madres ya no eran luchadoras de la patria sino pobres voluntariosas pero incapaces que debían recibir ayuda. Su presencia se fue limitando progresivamente a la movilización del voto, supeditándose y fragmentándose las organizaciones populares que ya estaban en activo en comedores y otras iniciativas de supervivencia e incentivándose la obtención de prebendas a través de redes clientelares. Al final el encantamiento neopopulista se acabó quebrando.
Las luchas en contra del neoliberalismo a lo largo de las últimas décadas activaron a miles de mujeres en todo el continente. El triunfo del Chávez a finales de los 90 y de otros líderes que vinieron después se produjo en el contexto de un acumulado de conflictos que aglutinaron sectores diversos con una fuerte presencia de organizaciones de mujeres y feministas, para las que las implicaciones devastadoras de las políticas neoliberales representaban formas específicas de dominación: aumento de la carga de trabajo, radicalización de la violencia, recortes en servicios de atención, precarización del trabajo, migraciones y desplazamientos forzados, desautorización en las comunidades, criminalización de la pobreza y expoliación de territorios sobre los que reposaban recursos y trabajos[3]. Las mujeres populares y diversas, que habían puesto nombre y apellido a sus contextos situados quebrando el lenguaje unitario de un feminismo blanco-mestizo que hablaba por boca de todas, enfrentaron las élites. Se organizaron y defendieron con otros los procesos constituyentes de los 2000[4]. Inicialmente tomaron parte en los gobiernos e incluso impulsaron legislaciones y proyectos feministas, pero también este ciclo de experiencias populistas en el Estado dejó ver sus límites en lo tocante a las mujeres. Sus anhelos, en muchos casos, no sólo se estancaron sino que incluso retrocedieron.
Esto es exactamente lo que pasó y pasa en Ecuador, donde a pesar de extenderse los servicios de salud y educación o de regularse el empleo de hogar, entre otras medidas de apoyo a los sectores populares, existen terrenos donde se ha frenado la posibilidad de un populismo que cuestione los elementos conservadores y neoliberales que vienen del pasado. Los derechos sexuales y reproductivos, tan importantes para las mujeres más humildes, se han visto amenazados. La despenalización del aborto en caso de violación, planteada en la misma reforma del código penal que establecía el femicidio, enfrentó al gobierno con las feministas y sus aliados. Esta fractura no hizo sino acentuarse con la eliminación de la ENIPLA y la aprobación del Plan Familia[5]. Otras iniciativas han sido profundamente contradictorias: se propugnan políticas focalizadas dirigidas a las madres pobres perpetuando la división sexual del trabajo existente, se establecen cotizaciones para las trabajadoras de casa haciéndolas depender de los miembros asalariados (varones) de la familia, se constitucionaliza el cuidado pero apenas se despliegan servicios de atención, se hace una reforma carcelaria modernizadora que amenaza la situación de las redes familiares de las presas, se establecen recursos y servicios pero estos pasan por la “domesticación” de las mujeres amenazando su autonomía y su autoridad comunitaria, se hacen gestos en relación a los grupos LGTBI al tiempo que se obstaculiza la equiparación en derechos de otro tipo de familias y, de modo ya más claramente ofensivo, se comienza a perseguir y encarcelar a pié de clínica a quienes interrumpen el embarazo, algo nunca visto en regímenes regresivos anteriores.
El presidente Rafael Correa ha arremetido contra el feminismo, al que acusa de “peligrosa ideología de género” ajena a la patria y, cada vez más, a los valores de la familia ecuatoriana. Quienes la detentan son presentadas como anti-populares, egoístas, corporativas y, más frecuentemente, infantiles o “malcriadas”, enfrentadas sin duda al proyecto populista de la Revolución Ciudadana y, en primera persona, a su máximo líder. El presidente, por el contrario, encarna al padre visionario que conduce el avance irrevocable de la patria proyectando su mirada sobre el horizonte. Por fortuna atrás quedó la imagen del patriarca condescendiente que saca la correa cuando toca, tan evocativa de la figura del patrón de hacienda; “Rafael para los amigos, Correa para los enemigos”, rezaba un popular lema en 2012. Sin embargo, en distintos momentos, recientemente en las marchas de trabajadores, indígenas y distintos sectores sociales que se vienen produciendo en los últimos años, este buen padre no ha dudado en reprimir y encarcelar a sus oponentes dirigiendo una particular saña hacia las mujeres. Las mujeres organizadas, al igual que otros sectores, se han ido desinvolucrando de a poco en el proyecto al tiempo que éste descansaba cada vez más en la movilización del voto o de autobuses para acudir a la sabatina. La contraposición, persistentemente elaborada, entre mujeres del pueblo, familia ecuatoriana y movimiento de mujeres no ha hecho sino profundizar el antifeminismo gobernista proyectando una imagen deliberadamente elitista y foránea del feminismo.
Si las experiencias históricas en las que se topan feminismo y regímenes populistas están plagadas de tensiones, las prácticas políticas de las configuraciones populares tampoco han sido un camino de rosas. El problema no se suscita, si bien se agrava, con la llegada al Estado, sino que se produce también por fuera de sus confines. Las famosas cadenas equivalenciales[6] sobre las que algunos argumentan se articula el pueblo no son perfectamente equivalentes, siendo ciertos actores y ciertas apuestas más “populares” que otras. El movimiento de mujeres tampoco se ha librado del peligro de estas totalizaciones. Si bien en algunos países andinos en las décadas neoliberales se abre una brecha entre un feminismo institucional blanco-mestizo y las organizaciones de mujeres populares, ya en los 90, el hecho de que lo popular sea asumido por feministas de muy distinta condición apelando a la expansión de la tendencia precarizadora y la sobrecarga de trabajo reproductivo, no alcanzan a eliminar las fracturas[7].
La contienda hegemónica ha constituido universales encarnados en la fuerza de las luchas anticoloniales, obreras, campesinas y estudiantiles; también en otras más difusas: deudores, pobladores urbano marginales, hipotecados, desempleados o usuarios de bienes comunes como el agua o las vías, que en algún punto han podido conformarse como un pueblo. Esto no ha ocurrido de igual modo, salvo casos notables, con los combates feministas, a pesar de que estos impugnan un orden injusto que no sólo afecta a las mujeres sino al conjunto de la población. El femicidio en Estados como el mexicano está acabando con la vida femenina; “nos están matando”, claman las mujeres por todo el territorio, y esto está íntimamente relacionado con la expansión de un capitalismo violento que, como no dejamos de ver, afecta y atraviesa al conjunto de la población. Por fortuna también hemos asistido a algunas emergencias históricas, algunos momentos, pocos pero determinantes de eclosión popular –por el aborto, contra la violencia, en defensa de la Pachamama…– que se han aglutinado en torno a una comprensión propiamente feminista de la dominación.
Lo cierto es que el pueblo (machista) con frecuencia reproduce las prebendas y valores dominantes y nada le previene del peligro de dar continuidad al orden establecido, que como sabemos, no es uno sino múltiple y entrecruzado y en el que la clase y la raza se expresan de modos diferenciales en relación al género y la sexualidad. Así, que “las mujeres sean más indias” o más pobres o más explotadas, no implica a renglón seguido que sean más protagonistas y que sus vivencias y planteamientos estén más en el centro de las luchas, sino que la hegemonía indígena, o la que sea, constituida en una conjunción popular puede otorgarles, hasta asfixiarlas, todo el peso normativo de la nación (heroica) que combate al enemigo. La masculinización machista del pueblo acaba reproduciéndose dejando en suspenso los interrogantes acerca de la constitución interseccional de la desigualdad.
La pregunta latente de si es posible librar una lucha hegemónica para construir un pueblo feminista (no femenino maternalista) como parte de un combate frente al establishment sigue abierta. Mientras que algunas apuestan por este camino, tal es el caso de las feministas de Podemos en España, un partido de reciente creación que tras el movimiento 15m disputa el poder del bipartidismo financiero en un contexto de profunda crisis económica y política[8], quienes se identifican como movimientos de mujeres populares y comunitarios en América Latina optan por trenzar luchas atendiendo a la singularidad de los territorios[9]. Su instrumento central parece haberse gestado en una práctica que problematiza todo cierre unitario desencarnado –ciudadanía, pueblo, mujeres, incluso, Feminismo– revelando las intersecciones en el juego de la dominación e insistiendo una y otra vez en comprender la realidad y trenzar identificaciones, lucha y alianzas desde los contextos locales. Mientras el límite para las primeras atañe a los peligros totalizantes, al desanclaje de corte discursivo, a la condensación de lo político en el momento adversarial o a la relación entre partidos, Estado y movimientos, para las segundas se refiere más bien a las políticas de identidad y a las dificultades de construir confluencias amplias y diversas.
Se trata de aproximaciones distintas que se desenvuelven en contextos diferentes en cuanto a su composición social, su formación estatal, su cultura política y su historia del conflicto y la organización social. La primera busca en un entorno de contienda tensar la forma populista para producir una articulación unitaria pero feminista, un feminismo ganador. La segunda declina un sentido popular, en ocasiones nacional-popular convergente, que no descansa en la equivalencia pero que tampoco se concibe como particularista. En esta perspectiva, el modo de interrogar y confrontar las asimetrías machistas al interior del campo popular cobra sentido a partir de la creación y apropiación del común situado contra el despojo sin que esto implique difuminar o suspender las singularidades. Seguro que hay quienes piensan que una es mejor que otra, sin embargo, aquí nos empeñamos en cruzarlas y ponerlas en discusión.
Cristina Vega
[1] Para una reflexión sobre feminismo y populismo en América Latina, Kampwirth, Karen. 2010. Gender and Populism in Latin America: Passionate Politics. Pennsylvania State: University Park. Para el caso peronista, Luna, L. 2000. “Populismo, nacionalismo y maternalismo: casos peronista y gaitanista”, Boletín Americanista, nº 50.
[2] Rousseau, S. 2012. Mujeres y ciudadanía. Las paradojas del neopopulismo en el Perú de los noventa. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
[3] Lind, A. 1994. “Poder, género y desarrollo: las organizaciones populares de mujeres y la política de necesidades en el Ecuador”. En León M. Mujeres y participación política: avances y desafíos en América Latina. Bogotá: TM Editores.
[4] Asamblea de la Casa Feminista de Rosa 2009. “Memorias feministas del neo-populismo. De pasada por la asamblea nacional constituyente”. En Flor del Guanto, 1, pp.
[5] Burneo, C, Córdova, A., Gutiérrez, M.J. y Ordoñez, A. 2015. Embarazo adolescente en el marco de la ENIPLA 2014 – Plan Nacional de Fortalecimiento de la Familia, informe investigación. Coba, L. 2015ª “¡La revolución está en nuestros cuerpos! Las luchas por la concepción de la vida durante la Revolución Ciudadana”. http://www.rosalux.org.ec/es/analisis-ecuador-feminismos.html
[6] Laclau, E. y Mouffe, C. 1987 Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia. Madrid: Siglo XXI.
[7] Carrión, N. 2013. Las mujeres de sectores populares en la reorganización del movimiento de mujeres del Ecuador. Análisis del periodo 1990-2013 y la formación de la asamblea de mujeres populares y diversas del Ecuador. Disertación Universidad Católica del Ecuador.
[8] Montoto, M. 2015 “Estrategias para el desarrollo del feminismo en el nuevo ciclo político”. https://instituto25m.info/estrategias-para-el-desarrollo-del-feminismo-en-el-nuevo-ciclo-politico/. Emma, J.E., Montoto, M., Serra, C. Y Caretti, C. 2015. “Por un feminismo ganador. Una lectura feminista de la hegemonía y una propuesta hegemónica para el feminismo desde Podemos”. Consejo Ciudadano Estatal de Podemos.
[9] Entre otras, Paredes, J. 2010. Hilando Fino, desde el feminismo comunitario. Comunidad Mujeres Creando Comunidad. La Paz, Bolivia.