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De la “ideología” populista

Raúl Prada Alcoreza :: 02.11.15

Representaciones extractivistas de la madre tierra y del capitalismo

De la “ideología” populista

Raúl Prada Alcoreza

Creen que la Madre Tierra es una deidad, que se debe mencionar y convocar en los foros internacionales, en la Conferencia Mundial de Pueblos sobre el Cambio Climático y Defensa de la Vida, para beneplácito de los organismos internacionales y de la “izquierda internacional”; “izquierda” tan necesitada de ideales, pues los que tiene, todavía ateridos en el Estado del socialismo real derrumbado, les resulta un tanto anticuadas. Cuando salen de los foros y conferencias vuelven a la vida cotidiana de la política pragmática; se olvidan de la Madre Tierra, que quedó en los altares de los foros; como ocurre con todos los creyentes que van a misa. Se entregan compulsivos a los despavoridos avatares devastadores del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. No ven contradicción alguna entre sus discursos altisonantes - para consumo tedioso y ceremonial de estos encuentros, foros y conferencias internacionales contra el cambio climático, donde se golpean el pecho y prometen enmendar los males desatados por el capitalismo - y sus conductas y comportamientos realistas y pragmáticos, que hallan en la expansión extractivista la ruta necesaria para el “desarrollo”.

Olvidan fácilmente su propia historia reciente, plagada de atentados contra la Madre Tierra y los territorios indígenas originarios. No les parece inconsecuente haber declarado la guerra al capitalismo, en defensa de la Madre Tierra, en la Cumbre de Copenhague (COP 15 2009), convocando a una Contra-Cumbre en Tiquipaya-Cochabamba -Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra Tiquipaya, Cochabamba, 20 al 22 de abril 2010 -, donde en vez de repetir el mismo discurso combativo anti-capitalista en la sede de la Cumbre, se expone insólitamente un discurso pedestre y patriarcal en contra de la Coca-Cola y los pollos con hormonas, que transforman en gay y calvos a los que consumen estas mercancías. Rebajando, con este discurso pedestre, el discurso convocante de Copenhague a la lamentable expresión homofóbica, prejuiciosa y recalcitrantemente conservadora, del patriarca otoñal.

Después de haber intentado hasta más de tres veces, recientemente, construir la carretera extractivista, que desbroza el núcleo del TIPNIS, ampliando la frontera agrícola, confiriendo a empresas petroleras trasnacionales concesiones, prohibidas por la Constitución; concesiones otorgadas en una zona del territorio indígena donde escasean comunidades y abunda el bosque, dejando sin atención precisamente a la zona del parque donde abundan las comunidades. Decenas de comunidades desparramadas en esta otra zona, comunidades merodeadas por los ríos Isiboro, Sécure e Ichoa. Después de haber firmado las resoluciones de la Conferencia de los Pueblos contra el Cambio Climático, donde se prohíbe, entre otras cosas, la afectación a bosques primarios. Después de haber saboteado las marchas indígenas en defensa de su territorio, la VIII y la IX, reconocido por la Constitución, que establece jurídica y políticamente el Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico, condición plurinacional, comunitaria e intercultural basada en la preexistencia de las naciones y pueblos indígenas originarios. Después de haber manipulado una Consulta espuria, que contraviene la Constitución, al no ser con consentimiento, previa, libre e informada, y haber destruido a las organizaciones indígenas, el CIDOB y el CONAMAQ. Después de haber promulgado una Ley Minera, no solamente el colmo de extractivista, matricida en lo que respecta a la Madre Tierra, sino traición a la Patria, al entregar onerosamente los recursos mineros a las empresas trasnacionales; yendo, incluso, más lejos de lo que los neoliberales no se hubieran atrevido. Vuelven a convocar a una Cubre contra el Cambio Climático y en defensa de la Madre Tierra, Conferencia Mundial de Pueblos sobre el Cambio Climático y Defensa de la Vida, sin inmutarse de la evidenciada incongruencia, ni ver en ello flagrantes contradicciones.

La política se les antoja una secuencia de audacias, como collar de perlas chutas. No importa si no concuasan; lo importante es escenificarlas para deleite de propios y ajenos, propios y ajenos que tienen una vaga idea de la ecología; pero, también una peregrina idea del sistema-mundo capitalista. Se sienten satisfechos después de haber hablado tanto, en los foros, cumbres y conferencias, en defensa de la Madre Tierra; deidad convocada en ocasión de las ceremonias del poder; deidad asesinada en las reiteradas y continuas ocasiones del realismo político y las políticas extractivistas del Estado rentista. Se sienten consecuentes “revolucionarios” al haber pronunciado estruendosos discursos anticapitalistas, del que tienen una ambigua representación, aterida en las contingencias y estructuras disipadas del siglo pasado, cuando, ahora, en el presente siglo, en curso, son los solícitos propulsores del “progreso” y del “desarrollo”, que encarna el capitalismo tardío, dominado por el capitalismo financiero y extractivista.

¿Habrá que comprender entonces que se trata de “ideología”, de “ideología” populista? Como toda “ideología”, se sustenta en los fetichismos; esta vez, en el fetichismo del desarrollo, pero, también en el fetichismo del caudillo, en el fetichismo institucional, sobre todo en el fetichismo del poder y en el fetichismo del Estado, convertidos en fines míticos de la “revolución democrática y cultural”. Estado-nación consolidado como nunca antes, incongruente forma de construir el Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico; incompatible forma de negar su nacimiento y revivir al muerto o, por lo menos, decrépito Estado-nación, herencia colonial.

Una “ideología” populista, que se representa el extractivismo como técnica, casi neutral, del “desarrollo”, que se representa el capitalismo como gobernanza sin caudillos; sin patriarcas otoñales, ni padres bondadosos del pueblo. Por lo tanto, creen, en complementación, que el socialismo es consecuencia de la bondad patriarcal, del amor a la patria, que se reduce al canto a la bandera, consecuencia del celo partidario, de la lealtad sin límites al gobierno progresista, incluso en sus desavenencias y veleidosas inconsistencias. Estos “revolucionarios” opacos, celajes en el crepúsculo civilizatorio de la modernidad, en la agonía especulativa del sistema-mundo capitalista de la acumulación originada y ampliada de capital, de la contabilidad abstracta del valor, terminan desnudados y empujado a su propia vulnerabilidad. Mientras se desentienden de los cementerios mineros, que deja el extractivismo, de los bosques destruidos, de las cuencas contaminadas, de las sociedades corrompidas, de las instituciones corroídas, de la soberanía enaltecida, empero, saboteada, al adjudicar concesiones a los monopolios de la tecnología, de los mercados, del capital, que deja el capitalismo dependiente. Monopolios trasnacionales, verdaderos dueños del control de las reservas de recursos naturales, denominadas materias primas.

La “ideología” populista funciona no solamente como paradigma adormecedor de masas, sino, sobre todo, como clima artificial, atmósfera edulcorante, clima político retenido en las esferas del poder. Ambiente codiciado, que sugestiona a los cuerpos congregados, ilusionándolos con el compás de las imágenes transmitidas y ofrecidas. Clima artificial, que cobija a los cuerpos congregados, en torno al caudillo, hechizándolos con la narrativa política populista, que interpreta lo que acaece, en el “proceso de cambio”. Interpreta, desde la trama dramática del misericordioso padre, que retorna, después de haber perdido su trono, de haber sufrido la vía crucis y el calvario de los desterrados en el seno de su propia tierra. La interpretación “ideológica”, en el caso populista, discurso más apegado a la retórica que a la argumentación lógica, está cerrada, concluida. Ésta, la narrativa populista, es la verdad del “proceso de cambio”. Las contradicciones que aparecen, no son verídicas, sino inventos de la “oposición”, de la conspiración de la “derecha” o de los descontentos y descarriados.

La “ideología” es eso, como dice Karl Mannheim en Ideología y utopía, masa ideacional[1], que podemos considerar, de mejor manera, como un bloque ideacional, más o menos sistematizado, más o menos articulado o, mejor dicho, compactado; orientando su formación discursiva a la legitimación institucional, como dice el mismo Mannheim. Sin embargo, no por esto, se puede hacer caso de su pretensión de verdad, como si fuese la única interpretación adecuada del momento, de la coyuntura, del periodo, de la época, del contexto, del país, de la región, del mundo, de donde emerge. Como toda interpretación es susceptible de contrastaciones, es discutible; propicia a someterla a crítica. Sin embargo, la “ideología” no pretende ser una interpretación, entre muchas, sino la interpretación verdadera. Este es el problema.

El problema de la “ideología” es que, si bien, en un principio, al ser una interpretación, sobre todo emergente, en un periodo de crisis y en un contexto en crisis, por lo tanto, logrando interpretar, quizás mejor que otros discursos, ya rezagados, la situación que le toca experimentar, una vez cumplido los primeros pasos, sigue el ciclo de todos los discursos y de todas las interpretaciones; el camino a la obsolescencia. Este es uno de los problemas de la “ideología”; el otro es más grave. Al aferrarse a la verdad “ideológica”, los que recurren a su paradigma, a sus tramas preformados, a sus narrativas inconmovibles, terminan atrapados en sus telarañas, a tal punto que se resisten a ver, a observar, a reconocer, en la realidad, otra cosa que nos sea la verificación de la “ideología”. Cuando se llega a este entrampamiento, los “ideólogos” en boga, los que consumen lealmente el imaginario “ideológico”, han ingresado no solamente a su decadencia, sino a una especie de seducción por la fantasía de las representaciones “ideológicas”. Este es el síntoma de la derrota anticipada.

Los populistas del siglo XX, de todas maneras, se beneficiaron de las renovaciones interpretativas, que ocasiona la “ideología” emergente, sobre todo de las luchas nacional-populares. Hay pues como una temporalidad, por así decirlo, aprovechable, cuando el discurso “ideológico” puede interpretar novedosamente la experiencia social; sin embargo, esta temporalidad no dura mucho; pues no tardan en llegar las contradicciones políticas y sociales en el “proceso” desatado. La diferencia con los populistas del siglo XXI es que estos últimos tienen menor temporalidad y menos espacio aprovechable. Las contingencias, las velocidades y ritmos de las crisis, en la contemporaneidad, exigen renovaciones rápidas y adecuadas de las interpretaciones. Por otra parte, los populistas del siglo XXI están menos dispuestos al diálogo y al debate, son menos abiertos a escuchar otras versiones, otras interpretaciones; incluso, son menos asequibles a la polémica y la controversia, que lo fueron los populistas del siglo pasado. Por eso, al cerrarse más antes, al desconocer la necesidad de lo que se llama el círculo hermenéutico, es decir, el recorrido alimentador y transformador de la interpretación renovada, crítica y reinterpretación, se vuelven rancios mucho más antes. Cuando esto ocurre estos populismos dogmatizados no sirven incluso para la defensa del régimen, pues en vez de permitirle buena información, la obstruyen, cegándolo ante las contingencias, como caminando a un suicidio no premeditado.

Por último, el tercer problema de la “ideología” populista, mencionable ahora, es que, como toda “ideología”, no distingue entre representación y mundo; cree que el mundo es el mundo de las representaciones, sin entender que las representaciones emergen de las dinámicas inherentes al mundo, en constante devenir. Al hacerlo, al confundir “ideología” con realidad, sinónimo de complejidad, cree actuar en la realidad, cuando, en verdad, actúa en el imaginario “ideológico”, aunque esta actuación en el espacio imaginario termine repercutiendo, amortiguado, en los planos y espesores de intensidad de la realidad.— NOTAS

[1] Ver de Karl Mannheim en Ideología y utopía. Fondo de Cultura Económica. México; 1993.


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