Entramos en un extraño y oscuro otoño: arden los bordes de Europa. Sus periferias siguen absorbiendo los efectos más brutales de la continua crisis social, económica y política que la atraviesa.
Llamado al «devenir periferia» de Europa. Notas colectivas desde el este y el sur
Por Fundación de los Comunes
Charles Clegg
@periEurope
Entramos en un extraño y oscuro otoño: arden los bordes de Europa. Sus periferias siguen absorbiendo los efectos más brutales de la continua crisis social, económica y política que la atraviesa. Cuando hablamos de crisis permanente no sólo nos referimos al violento paisaje de cuerpos cruzando el Mediterráneo en frágiles balsas, saltando muros y vallas, huyendo de guerras y del mortífero entrecruzamiento de políticas neoliberales y neocoloniales. Nos enfrentamos también al desclasamiento en el sur y a la normalización de la pobreza en el este de la Unión Europea. Y a las dinámicas de violencia y guerra que atraviesan los márgenes este y sur.
Podemos denominar «periferializar» al proceso de producir «márgenes» sujetos a un «centro». Ello implica convertir los lugares y regiones de la periferia en espacios reproductivos para el centro que se enriquece. Durante los últimos 40 años, esto ha significado en nuestros países destruir el Estado del bienestar, crear una fuerza de trabajo migrante altamente explotable e impedir la posibilidad de que los territorios periféricos eviten ser integrados al neoliberalismo. Las regiones periféricas se ven sometidas a las políticas de austeridad y a una competencia entre iguales que redundan en la caída de los salarios y el recorte de los derechos sociales.
Pero el «devenir periferia» de Europa podría significar, por el contrario, abrir la posibilidad de pensar (y hacer) desde un espacio reproductivo cuyos saberes y conocimientos subvirtieran las relaciones de poder existentes. Esta otra «periferialización» significaría rechazar el punto de vista desarrollista según el cual el centro resulta fundamental para el futuro de la periferia. Periferializar podría suponer entonces lo opuesto: reconocer que la periferia es central. Consistiría en construir desde la periferia.
Significaría producir luchas y resistencias a partir de los saberes, las prácticas y las redes de los márgenes. Esto exigiría además reconocer que el centro aloja sus periferias internas, regiones y grupos sociales
sometidos.
Nosotras nos reconocemos y situamos en este devenir periferia. Para hacer que esta otra «periferialización» sea realidad, resulta imprescindible trabajar en las siguientes cuestiones: traducir saberes y conocimientos entre los países postsocialistas y mediterráneos facilitar encuentros que parten de las crisis y perspectivas de las periferias repensar nuestras maneras de relacionarnos con la Unión Europea a partir de ahí. Fortalecer redes regionales, especialmente en Europa del Este. El pasado de los países bálticos y la región balcánica resuena hoy en el resto de las periferias del sur. El dolor y el malestar de la actual era de la austeridad en Portugal, Grecia o el Estado español actualiza la experiencia de las transiciones políticas de los países del este tras la caída del Muro. Es cierto que la Historia nunca se repite. Pero somos testigos de cómo algunas estrategias violentas están siendo aplicadas de nuevo. Las políticas del endeudamiento y la austeridad, los ajustes estructurales impuestos en los contextos postsocialistas principalmente a partir de los años noventa —en algunos casos incluso desde antes— , sirven de lección hoy día para las periferias del sur. Debemos tener en cuenta estas lecciones para avanzar y organizarnos sin permitir que el chantaje financiero o la militarización creen un clima de miedo. La violencia que se aplica a la hora de integrar un territorio en el sistema neoliberal tiene un fin: destruir la posibilidad de que ese territorio tenga la capacidad de escapar del neoliberalismo.
¿Qué podemos aprender de estas dinámicas experimentadas en común por el sur y el este de Europa? A la luz de los acontecimientos recientes, resulta evidente para cualquiera que la Unión Europea no garantiza por sí misma ni la democracia ni los derechos, mucho menos los derechos humanos. La garantía de todo ello fue, sin embargo, la fórmula que sirvió para vender a los países postautoritarios un futuro modelo de progreso europeo. Entre las muchas cosas que esta crisis está destruyendo, se encuentra también la aspiración a situar la actual Unión Europea en el horizonte de nuestros
deseos políticos. El reto es, no obstante, orientarnos hacia nuevas alianzas y solidaridades dentro, contra y más allá de la Unión Europea, generando nuevas instituciones y nociones de derechos. La actual llegada de personas refugiadas de Siria presenta una nueva oportunidad en este sentido.
Las políticas masculinistas del miedo que aplica la financiarización tecnocrática, que se concretan habitualmente en ajustes estructurales y militarización, tienen un efecto negativo sobre las subjetividades. En vez de permitir reconocer(nos) en lo que nos es común, en lo que nos permite reproducirnos, nos fuerzan a reproducir jerarquías y representaciones desempoderantes. Por ejemplo, estereotipos como el que dibuja los pueblos periféricos como perezosos, como incapaces de asumir responsabilidades administrativas y corruptos por naturaleza. Todos estos estereotipos tienen una enorme influencia en las respuestas que damos tanto individual como colectivamente a las políticas de austeridad. Por ejemplo, la población de los países del este se siente mayoritariamente orgullosa de haber atravesado las políticas de austeridad sin ningún tipo de queja. Se muestra por tanto reticente a la hora de solidarizarse actualmente con el sur. Tampoco el sur de Europa mostró ningún tipo de solidaridad sustancial en años anteriores, cuando esas mismas políticas azotaron el este. Hoy vemos como el ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, utiliza la amenaza de austeridad
para dividir a la sociedad civil en Alemania –que tanto se ha movilizado en solidaridad– de la nueva población migrante. Propone recortes públicos de 500.000 millones para financiar la ayuda a refugiados.
Nos vemos, por ende, en la urgente necesidad de formular tanto un marco conceptual como un lenguaje compartido en lo que se refiere a las condiciones y los efectos de la crisis y el neoliberalismo en nuestros respectivos territorios. Conectar los diferentes conocimientos y saberes que existen en el sur y el este de Europa, discutir en torno a nuestras historias, generando vocabularios que nos permitan entender mejor los retos a los cuales nos enfrentamos. Mapear las luchas locales y translocales, haciendo hincapié en lo geopolítico y lo macropolítico, así como en nuestros retos micropolíticos. Articular y producir espacios de escucha activa, analizar tácticas y estrategias e identificar los retos comunes que tenemos por delante.
En definitiva, abrir ventanas de tiempo a través de las cuales hablar y escuchar; construir espacios donde nuestros cuerpos entren en resonancia para superar las separaciones impuestas. En el actual panorama de crisis económica en el sur y de militarización del este, así como de necesidad de generar acogida y apertura en Europa, consideramos URGENTE inaugurar este tipo de espacios para el diálogo y la acción.
Este artículo es una adaptación del manifiesto elaborado tras el encuentro Peripheralizing Europe. An east/south encounter of translocal politics and practices, que reunió a alrededor de 40 activistas provenientes de distintos países de Europa del Este y del Sur en Zemai (Lituania), en julio de 2015.