El autor maneja bien las nociones de la física cuántica, sin embargo adolece de nociones de la teoría de la complejidad, pues prioriza por la mirada vertical, lineal evolutiva del estudio de realidades, descuidando las interacciones con la mirada horizontal, sincrónica y holística, además al dejar de lado la teoría del caos, se subordina al análisis estructural-positivista, esto es, un descriptivismo distante de las dinámicas moleculares. Por ello termina defendiendo a Lula.
Agnotología: cuando los golpes avisan
José Steinsleger
La Jornada
Es difícil no ser ingenuo en política. ¿Cuán realistas somos al no ver con claridad las causas que, en pocos meses, cimbraron el tinglado emancipador que en América Latina se construyó desde el inicio de la revolución bolivariana? ¿Ya estaban ahí, o aparecieron de súbito?
Con los años, las personas se tornan prudentes o, preferiblemente, un poco más sabias. Evitando caer, en lo posible, en el escepticismo gratuito o el pendejismo sin más. Seamos indulgentes, entonces, con aquel cerrajero que al veterano que perdía las llaves con frecuencia decía: ¿otra vez por acá, don?
El tiempo (dicen) sirve para aprender. Pero quien se dedica a estudiar la física cuántica sabe que el tiempo no existe. Algo que, de todos modos, sabían el adicto a la meditación zen, el que trabaja en algo que le absorbe y agrada, el que no encuentra trabajo, el que anda enamorado y, obviamente, el intelectual de cubículo.
En ciertas dimensiones, el presente no se mueve, definiéndose por sí mismo. Un niño entendería mejor que nosotros al físico nuclear Erwin Schrödinger: “eternamente sólo existe ahora”. ¿Y el “ahora” histórico, que también es “tiempo”, mostrando la evidencia de que todo parece retroceder?
Manuel Vásquez Montalbán apuntó en su libro Manifiesto subnormal (1970): “De todas las traiciones que comete el intelectual sólo hay una grave: creer que ha entendido algo por el mero hecho de haber sido capaz de ordenar una determinada parcela del lenguaje”.
El catalán Francesc Arroyo, prologuista del libro, destaca dos consignas que en el Manifiesto de Vásquez Montalbán asumen un papel protagonista. La primera, tomada de algún texto del dramaturgo suizo Frederich Dürrenmatt: “qué tiempos estos, en los que hay luchar por lo evidente”. Frase que el autor desdobla en su teoría de la evidencia: “asumir lo que es evidente, sin pedir explicaciones a la evidencia”. Y la segunda de las consignas surge de la observación empírica de Vásquez Montalbán frente al repliegue de las izquierdas: “El sistema se saca la bomba de la bragueta, cada vez que la dialéctica se sale de madre.”
Veamos, por ejemplo, la conclusión de un texto “de izquierda”, publicado en días pasados, a propósito de la arbitraria detención del ex presidente de Brasil Lula da Silva:
“Es lamentable que un líder histórico como Lula haya dejado de ser del pueblo para aliarse con las élites, gobernar con ellas y recibir por eso mismo cuantiosas comisiones y regalos… Por nuestra parte, vemos que nuestra responsabilidad aumenta para construir una izquierda que no tiene miedo de llamarse así y no se alía con las élites para gobernar contra el pueblo”.
Sigue: “Estamos construyendo una alternativa que recupere la izquierda coherente, independiente de la burguesía, para que sea un instrumento de lucha para que el pueblo tenga una herramienta que haga frente a los ataques a sus condiciones de vida y a la corrupción de este sistema político podrido. Una izquierda que construya un campo que se convierta en una alternativa de poder que todavía no existe”.
Luego de las derrotas electorales en Argentina y Venezuela, y frustrada propuesta para la relección de Evo en Bolivia, empezaron a menudear valoraciones similares. Interpretaciones al hilo que son imposibles de tratar en este espacio, pero que cierran con la “agnotología”.
La “agnotología” (del griego agnosis, desconocer) pretende estudiar la ignorancia o duda culturalmente inducida, especialmente en la publicación de datos científicos erróneos o tendenciosos. Algo así como que a mayor conocimiento de un tema, se tienen más dudas que al comienzo. El inventor del término, Robert Proctor, advierte: “la ignorancia es poder y la agnotología es la creación deliberada de la ignorancia”.
Los medios hegemónicos se han tomado en serio la agnotología. Poco antes de las elecciones, el economista argentino Alfredo Zaiat escribió:
“Existe un sólido bloque de analistas, economistas del establishment y hombres de negocios obsesionados con el kirchnerismo, que son maestros en el arte de la agnotología. Se dedican con entusiasmo a la fabricación deliberada de la incertidumbre, la duda y la ignorancia… estrujan cifras y situaciones hasta terminar viciando la evaluación. Uno de los casos más notables, además de cuestionar y negar que hubo desendeudamiento, es que no hubo mejoras en el mercado laboral” ( Página 12, 18/10/15).
Ahora bien. Sin ánimo de extrapolar disciplinas, convendría beber, quizá, de percepciones más cristalinas. Como aquellas palabras del astrofísico Arthur S. Eddington al cerrar su libro La naturaleza física del universo (1927):
“En cada revolución del pensamiento científico se agregan nuevas palabras a la vieja canción; lo pasado no se destruye, sino que se contempla desde otro punto de vista. En medio de nuestras torpes tentativas de expresión, el núcleo de la verdad científica crece constantemente, y de esta verdad puede decirse: cuanto más cambia, tanto más siguen siendo la misma cosa”.