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Bolivia: Aymaras instalan su propio cabildo

21.10.03

Unos 10 mil aimaras llegan de El Alto a La Paz, a instalar su propio cabildo

“Bolivia no es un país justo”, sostiene el presidente Mesa; lo reciben con desconfianza

LUIS A. GOMEZ ESPECIAL PARA LA JORNADA

La Paz, 20 de octubre. “Jallalla Tupaj Katari… Jallallaaa… Jallalla Bartolina Sisa… Jallallaaa… Jallalla Koyasullu Marka…”

Esta mañana llegaron desde todos los rincones del altiplano andino. Con sus ponchos y sus chicotes al hombro, los jilacatas y las mama tallas (las autoridades tradicionales) de las 20 provincias de la nación aimara se han reunido en El Alto, para bajar hasta La Paz a instalar su propio cabildo abierto en la plaza de San Francisco. Y lanzaron vivas a Tupak Katari y a su mujer, Bartolina Sisa, el héroe que cercó La Paz hace poco más de 200 años y prometió volver para derrotar a los blancos opresores…

-Kamisaki, señor periodista gringo… prohibido está filmar fotografías.

-Waliki, jilacata… nomás un poquito, es mi trabajo.

Luego del saludo, que más que sorpresa causa gracia entre la multitud que baja, es posible admirar con calma la marcha. Cerca de 10 mil aimaras, de rostros severos, van bajando a “decir nuestra palabra, a esperar qué dirá el nuevo presidente, el Mesa… ¿qué pasará?”, dice don Amancio Sarzuri, de la provincia Pacajes. Han caminado toda la noche para llegar puntuales a la cita dada por la Confederación Sindical Unica de Trabajadores del Campo de Bolivia, máxima organización campesina encabezada por Felipe Quispe, el Mallku. La ladera paceña del oeste mira azorada cómo desfilan estos hombres y mujeres que han encendido la mecha de la rebelión que derrocó a Gonzalo Sánchez de Lozada.

Un intelectual boliviano que terminó sus días como barrendero en la ciudad de México, Emeterio Villamil de Rada, aseguraba que el paraíso se encontraba en Sorata, comunidad cercana al lago Titicaca, pero ahora “nos han baleado duro, desde el helicóptero y detrás de una colina”, señala don Carlos Mollinedo, dirigente que vivió de cerca el primer encuentro sangriento entre el pueblo aiamara y los militares. “Ahí en Sorata mismo fue donde comenzó esa noche. Ya luego pasaron a Warisata y balearon nuestra escuela, ahí van nuestros hijos a aprender para maestros”, cuenta Mollinedo con vehemencia. “¿Ha estado en nuestra huelga de Radio San Gabriel? En El Alto. Ahí nos fuimos a encontrar con nuestros hermanos de las 20 provincias, ese era el centro de nuestra revolución. Nos querían matar a todos porque nosotros hemos comenzado todo con nuestra lucha.”

Kullasuyu es como decir Bolivia

En el contingente de la provincia Pacajes, don Amancio Sarzuri acepta platicar, pero tanto él como sus compañeros quieren saber qué se dice de ellos en México, en Perú, en Ecuador, en Venezuela… “he podido viajar a Europa. Siempre tienen afuera una imagen distinta de nosotros. Y siempre dejan que nos persigan; ahora, tengo ya cinco días sin volver a mi casa, porque nos estaban persiguiendo, hasta tanques han llevado a Radio San Gabriel para asustarnos”, cuenta mientras alisa su poncho rojo con listas negras, que lo destaca como autoridad que trabaja en favor de su pueblo. “Era empleado público y estudiante, pero tuve que dejar nomás… por ayudar a mi gente.”

En ruta contraria a la marcha aparece un hombre pastoreando dos burros. Los aimaras sonríen. “¿Adónde pues llevas al Goni y a su ministro?”, le grita don Amancio al pastor, provocando la hilaridad general de los jilacatas que lo acompañan. “Nosotros sabemos cosas también, sabemos idiomas”, recalca don Amancio luego de la broma, y señalando a los burros dice “Donkey, ¿no?” Explica que para seguir estudiando y trabajando tuvo que aprender inglés y alemán, “solito, pues en mi provincia no hay escuelas de eso, por eso también venimos de todas las provincias del Kollasullu, que es para nosotros como decir Bolivia”.

A unas cuadras de San Francisco, una señora de la provincia Los Andes resbala por la empinada calle de adoquines que lleva al centro. Se rompe la pierna izquierda. Sus compañeros consiguen rápidamente dos trozos de madera y entablillan a la herida. Su mayor preocupación: ¿vendrá hasta acá la ambulancia? ¿No vendrá con militares o policías dentro? Porque siguen trabajando: la madrugada del domingo, la sede de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos fue allanada por desconocidos… toda la información referente a asesinados, heridos o detenidos fue sustraída de ahí en las computadoras y archivos, con lo que la memoria violenta de esta revuelta fue cercenada.

Pero llegan los demás a la plaza, “llenita está, ya no hay espacio”. Y ahí reciben discursos de despedida y promesas de sus líderes. Y la visita del presidente Carlos Mesa, que en su segundo acto público vuelve a encontrarse con la gente. Otra vez los saludos, uno caluroso con Felipe Quispe, quien es llevado en hombros hasta la primera línea del podio. Quispe, en aimara y en español, conmina al gobernante a cambiar y derogar las leyes que tanto daño les hacen: la ley que criminaliza la hoja de coca, el decreto que instaló el modelo neoliberal, la ley de hidrocarburos… y no venderle el gas a gringos y chilenos, convocar la Asamblea Constituyente y atender todas sus demandas, o habrán de levantarse los aimaras de nueva cuenta.


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