A los partidos siempre funciona darles un pedazo de poder.
En los movimientos
Hermann Bellinghausen
La Jornada
Un efecto importante del sistema económico y político que coloquialmente llamamos neoliberalismo es que acanalla y empareja el ejercicio de la política profesional. La oposición se confina a los partidos, y se les incorpora al Estado (aunque éste, como entidad neoliberal, tenga la presunta vocación de desaparecer); siempre funciona darles un pedazo de poder. Las cúpulas partidarias terminan en un club de negocios donde juegan y se dan la gran vida. Sus posibilidades personales se multiplican y no les afecta que los descubramos en la movida. Una vez establecida la ley de la impunidad, todo el año es temporada de caza. De contratos, de contactos, de proyectos (y si mega, pues mejor), de puestos. Y el nepotismo consecutivo. Por eso los ciudadanos en el mundo, México entre los punteros, no confían en el Estado. En la actual encrucijada, los partidos son el Estado y no representan a la gente. Es común que los funcionarios electos o designados incurran en acciones y delitos contra la gente que gobiernan. Da qué pensar que rara vez los partidos pongan los presos políticos.
El poder no sólo controla tribunales, procuradurías, legislaturas y por ende el acomodo de las leyes. Mantiene hipnotizados e incorporados a los medios de comunicación (televisiva en primer lugar, pero también prensa escrita, espectro radial, telefonía). Domina la información. ¿Gobierna lo que la gente piensa?
El neoliberalismo cunde en todos los estados del mundo. Hasta los que presumen de democráticos, populares, progresistas o paladines de la soberanía incurren en prácticas neoliberales a manos llenas. Fomentan el extractivismo, la privatización de bienes públicos y propiedad comunal en sus diversas modalidades. Que fueran proclives a la misma corrupción de los demás propietarios de la política, las finanzas, los medios de producción y el comercio abonó su fracaso en Sudáfrica, Argentina. Brasil y otras promesas del sur.
En un lugar muy distinto se encuentran los movimientos sociales, al menos mientras se mantienen primordialmente como tales, sin subordinarse a partidos y gobiernos locales o nacionales. En el mundo actual, donde el Estado es un artefacto neoliberal, a las duras y las maduras son lo que ha sobrevivido mejor las avalanchas del capitalismo progresivo y letal: los Sin Tierra de Brasil, los zapatistas, el movimiento indígena ecuatoriano, la resistencia mapuche, la multitud conmovedora de defensores ambientales, territoriales, agrarios, culturales y de derechos humanos, ligados a otros valores y visiones del mundo en México y Perú, Bolivia, Colombia, Guatemala, Panamá, Chile, Ecuador, Honduras. Comparten ser indígenas, o territoriales al menos, y que miran en dirección diferente a donde lo hace la razón neoliberal. Sus caminos no empezaron ayer sino hace siglos, y aún con todas las fichas en contra conservan referentes existenciales profundos que la modernidad mentecata ha perdido.
Sus territorios son también lingüísticos, intelectuales, morales, de creencias. La preeminencia de los movimientos rurales, barriales, gremiales (en un siglo donde los gremios se extinguen ante la ley) y comunales, se debe a que parten de otras ideas y prácticas. No han tirado al basurero de Fukuyama lo que en los Andes y la Amazonía llaman sumaj qamaña, sumak kausay o vida plena. Sistematizada o no, la encontramos en las montañas y el Istmo de Oaxaca, las sierras Huichola y Tarahumara, la meseta purépecha, los pueblos otomí o nahua de Puebla, Estado de México, Morelos, Hidalgo, Distrito Federal, Michoacán, Guerrero, Veracruz. O qué tal las montañas mayas de Chiapas y los pueblos en reconstrucción de la península de Yucatán.
En un ensayo reciente, Raúl Prada Alcoreza aventura: “Estamos ante una interpretación, una resistencia, una concepción político-cultural-civilizatoria, que defiende la vida frente a la destrucción capitalista. Proponiendo alternativas al capitalismo, a la modernidad y al desarrollo”.
¿Cómo lograrlo “en un sistema-mundo estructurado por la lógica de la acumulación de capital”? Las claves, responde, “se encuentran en las capacidades alternativas de las mismas dinámicas sociales. No entregar la potencia social a las instituciones de captura de esa potencia, dejar que conforme asociaciones y composiciones autónomas y libres, resolviendo problemas concretos, conformando espacios novedosos de cohesión social, interacción y complementariedades”. El principal obstáculo para ello es el Estado (”institución imaginaria” la llama Prada Alcoreza). ¿Suena a utopía? Pues peor es nada.
Los movimientos se mueven pese a todo en el pasmo capitalista que, con violencia brutal o golosinas, fomentan el Estado y las firmas que lo patrocinan para engarrotarnos mientras saquean. A la par crece el turismo en dólares en playas, haciendas, calles y paisajes que ya no pertenecen a México.