En Chiloé la izquierda y la derecha han jugado el mismo juego, aunque con camisetas distintas, unas negras y las otras coloradas, aunque yo diría color arrebol, el color del ocaso.
Divisionismo y arrebol del ocaso en Chiloé
Por Jaime Yovanovic Prieto
El declive del movimiento de Chiloé obedece a varios factores, que no consiguen oscurecer las grandes lecciones que nos han dejado. Lo primero que se puede apreciar es que habiendo nacido como movimiento social, la mente estrecha de los partidos y corrientes ideológicas, en su desmedido afán de atraer prosélitos cada uno a su trinchera, contribuyó fuertemente al debilitamiento del tejido social ancestral que, si bien consiguió mantener el predominio, fue notoria la intervención partidaria que, como gota que horada la piedra, poco a poco fue generando la barrera entre algunos sectores de “juventud combativa”, muy pocos, pero eficaces a la hora de usar los combustibles y agitar la violencia, los personeros de derecha, que no perdieron oportunidad de revolver el fango y las aguas para ganar puntos ante los partidos de gobierno, y, sin acabar con la larga lista del intervencionismo político tendiente a quebrar la resistencia comunitaria, las permanentes chambonadas de Kol, el biólogo que durante años ha sido uno de los dirigentes políticos más persistentes en atacar las formas de vida comunitaria para subordinar seguidores al autoritarismo partidario. Sus denuncias permanentes se movían entre dos aguas: la necesidad de consolidar el polo rebelde entre los trabajadores de las salmoneras, haciendo alianzas con sectores troskistas, rodriguistas y grupos guachos con los cuales levantar la alternativa “clasista” contra la CUT, por una parte, y por la otra erigirse como vocero de “izquierda” de los salmoneros a nivel nacional, para lo que contó con el apoyo de la Surda, sus lazos con el diputado Boric, con los sectores críticos del PC, como Cuevas, con el periódico de la Surda “El Ciudadano”, pretendidamente autónomo, decididamente seguidores de la estrategia de Marta Harnecker de dirigir a la “izquierda social”, desde la “izquierda política”. Así Kol se movió durante varios años forjando un perfil distanciado de los otros tres actores: en primer lugar el estado y la derecha, obviamente, ya que su aspiración es llegar a ser el referente izquierdistas y diputado por la región, en segundo lugar la izquierda oficial que en la región controla la CUT, un miníusculo aparato dirigido por los PC del profesorado y los PS de la salud, y en tercer lugar las formas de vida comunitaria, que no le permitían llegar con la pomada “rebelde” a generar lazos verticales partidarios que acostumbrasen a la gente a adentrarse e los lazos verticales del estado mediante la multiplicación del individualismo contrario a la tradición comunitaria, donde los partidos siempre han tenido dificultades para “penetrar”. Esta persona y su grupo de ex militantes del MPT (Movimiento de los Pueblos y Trabajadores), grupo que había formado con Francisco Marín de Valparaíso, que luego ingresó al partido Igualdad, y María Jesús Sanhueza, que había liderado las luchas secundarias del 2006 como vocera del Partido Comunista y la gran responsable por haber vendido el movimiento en las mesas de negociaciones, y que tuvo la suficiente honradez para cuestionar posteriormente la manipulación de su partido para renunciar y militar en otras agrupaciones, como el MPT, las Brigadas Comunistas y finalmente la Izquierda Comunista, siguiendo la tendencia de los socialistas que armaron la “Izquierda Socialista”, los plataformistas que hicieron la “Izquierda Libertaria”, los surdos que hicieron la “Izquierda Autónoma” y un montón de otras “izquierdas”.
Kol y compañía lideraron un sector de los jóvenes que en Chiloé se enfrentaban a las señoras y pescadores que dirigían las barricadas y preferían que se tocaran violines antes que se arrojase gasolina por todas partes, los “que luchan” en esas región tenían instrucciones de quemar lo más posible y los miembros de esos partidos a lo largo del país recibieron la orientación de salir a las calles a enfrentar fuertemente a la represión teniendo en miras la coordinación con los estudiantes para calentar el ambiento y agudizar las contradicciones definidas por las vanguardias, para lo que personalmente me utilizo del lenguaje diseñado por ellos mismos para criticarlos severamente, ya que es más el daño que hacen que lo que siembran en positivo, en especial teniendo en cuenta la situación mundial y continental en que las izquierdas deben hacer malabarismos para mantener a sus militantes ante los fracasos y derrotas de todos los días en todas partes, aún teniendo en sus narices la emergencia desde abajo del nuevo sujeto de los cambios que los llama a disolverse y a desaparecer, a salirse del camino, a permitir que cada uno encuentre su vocación de cambio con sus familias y la gran familia del barrio, con los trabajadores y otros trabajadores, acabando con las estructuras partidarias que envuelven los cuerpos como los dueños del sistema, cada uno armando su ganado y todos en nombre de la “libertad”.
Ese fue el trabajo de los izquierdistas “rebeldes” en Chiloé, introducir en medio de las formas de vida comunitaria la estaca de madera directa al corazón del mundo de la vida al grito: “¡No al común!”, como los partidos huincas que pululan entre los mapuche reclutando y organizando “formas de lucha” para nada consecuentes con las tradiciones ancestrales de ese pueblo, que por sus formas de vida comunitaria se levantaban todos, como un solo hombre, a la llegada del invasor, que astutamente hoy los tiene divididos en varias decenas y decenas de partidos, partiditos y vanguardias de todos los colores quebrando y haciendo pedazos la identidad común.
En Chiloé la izquierda y la derecha han jugado el mismo juego, aunque con camisetas distintas, unas negras y las otras coloradas, aunque yo diría color arrebol, el color del ocaso.
Jaime Yovanovic Prieto
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