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Colombia: Fin de la guerra no es comienzo de la paz. Fusión institucional de las izquierdas y las derechas

Jaime Yovanovic Prieto :: 23.06.16

Multitud de marginados por el modelo izquierda-derecha donde ambos socios aparecen en todas partes peleando ante el gran público y negociando tras bambalinas, con lo que queda anunciado ante el mundo el fin de la izquierda y el fin de la derecha, la fusión institucional de ambos y el nacimiento de la izquerderecha o derizquierda.

Colombia: Fin de la guerra no es comienzo de la paz. Fusión institucional de las izquierdas y las derechas

Por Jaime Yovanovic Prieto

Por fin se firma el fin de la guerra en Colombia, que tuvo baja repercusión directa en las ciudades, salvo una enorme migración rural hacia las urbes. Los principales afectados fueron indudablemente las comunidades campesinas, comunidades afrodescendientes y los pueblos indígenas, justamente los territorios espacio-sociales donde el individualismo y la competencia urbana dejaron de reproducirse de la misma manera y se expandió fuertemente el sentimiento comunitario, las formas de vida compartida y la interacción con la madre tierra, que desde fines del siglo pasado, y comienzos del presente, digamos entre los años 1990 y 2010, ha empezado a influir en periferias de las grandes ciudades, especialmente Bogotá, Cali y Medellín, donde han surgido innumerables experiencias de formas del buen vivir, colectivos, talleres, huertas urbanas y la gran familia del barrio, dinámicas a la que han suscrito y se ha sumado fuertes contingentes de académicos y estudiantes universitarios en un grado e intensidad comparable a México, Ecuador y Bolivia, países donde crecen exponencialmente los estudios, análisis, investigaciones, escritos y publicaciones que dan cuenta de las formas de vida comunitaria y el cambio civilizatorio que preanuncian las experiencias de la autonomía comunitaria.

Entre los años 1938 y los últimos años del siglo pasado, o sea, unos 60 años, la población rural del país descendió de 70% a 30%, si atendemos a los datos estadísticos oficiales que no consideran rurales a los poblados menores de 10 mil habitantes, lo que es absurdo y si fuesen considerados, los habitantes rurales pasarían del 40% de la población total, lo que matendría al país en la clasificación de “país rural”.

A diferencia de otros países, salvo los nombrados de México, Ecuador y Bolivia, la modernidad extractivista y políticas de despojo, depredación de la naturaleza y expulsión de las masas rurales hacia las periferias urbanas, no se ha podido imponer en los ritmos y formas que necesita el actual proceso de acumulación de ganancias, salvo quizás Perú, donde la resistencia contra la minería ha logrado contener la expansión extractivista y poner en jaque a los gobiernos, lo que explica la urgencia de los grandes empresarios de elegir un presidente o presidenta bien dispuestos a penetrar con tutti en las regiones defendidas por las comunidades, donde aún existe una fuerte presencia de partidos políticos izquierdistas para quienes una cosa es la resistencia y otra la expansión de las formas de vida comunitaria autónomas que siembran en pos del cambio civilizatorio, objetivo contradictorio con las pugnas de la toma del poder. Esas izquierdas peruanas han impedido que el buen vivir comunitario se transforme en tema recurrente en las universidades, como en Chile, donde hacen nata los partidos izquierdistas y rebeldes entre los estudiantes y académicos, todo ello funcional a la oposición sistémica a la multiplicación de la autonomía comunitaria que viene desde abajo por todas partes.

En Colombia se ha dado el interesante fenómeno de que a pesar de bajar el porcentaje de habitantes rurales a la mitad, ha aumentado su cantidad al doble, ya que de 6 millones en 1938, los datos estadísticos señalan en 1993 más de 12 millones. O sea, la modernidad no ha conseguido frenar la elevada tasa de natalidad que regenera las población comunitaria.

La pugna antigua entre oligarquía agraria (base de sustentación de los conservadores) y desarrollismo empresarial (base de los liberales, entre los cuales se encuentra el actual presidente Santos), no ha hecho mella entre los comunitarios, que han podido tejer alianzas a un elevado nivel llegando hasta el despliegue de la recuperación territorial como se ha hecho y se hace actualmente en regiones del Cauca y otras. El sistema necesitaba urgentemente poner cierto orden en el campo y acabar con la resistencia comunitaria, en tanto al partido Comunista y su brazo armado de las Farc, interesa participar en el reparto de la torta donde sus haciendas o territorios de producción masiva ilegal de hoja de coca para obtener fondos mediante la mercantilización de cocaina, podrán ahora con los acuerdos “de paz” instalarse como territorios campesinos adscritos a los beneficios bancarios y demás en procesos de reconversión agraria ligada el mercado interno, por lo que levantan la que llaman los partidos de izquierda de la Vía Campesina de “soberanía alimentaria”, con lo que podrán compartir con los sectores que desarrollan la gran producción de transgénicos y de exportación agro-industrial.

De allí la importancia de la Minga social, étnica y popular, que al paralizar regiones durante 15 días consiguieron algunos acuerdos mínimos con el gobierno pocos días antes del la firma de La Habana donde asiste la presidenta Bachelet, obviamente muy interesada en aprender de la experiencia de subordinación de las izquierdas y de control de los movimientos sociales independientes y de los peligros de la expansión continental por abajo del buen vivir de la autonomía comunitaria.

Los objetivos del acuerdo de La Habana son dos: contener a los conservadores y ganar a los empresarios por el lado económico, como Luksic en Chile apoyando y suministrando cuadros tecno-profesionales al gobierno de la Nueva Mayoría que incluye al PC chileno, por una parte, y quebrar la resistencia desde abajo, por la otra, ya que un importante sector social e intelectual colombiano bajo la influencia del PCC y de las Farc van a entrar en políticas de acuerdo institucional dentro de las propuestas de Joseph Stiglitz del neo-institucionalismo que sustituya plenamente al neoliberalismo para la libre expansión del extractivismo empresarial con la mano del gato estatal. Las izquierdas apoyan estas políticas porque les han permitido acceder a puestos estatales aunque se estén actualmente cayendo como castillos de naipes, pues el modelo ya no es de interés de la multitud de marginados por el modelo izquierda-derecha donde ambos socios aparecen en todas partes peleando ante el gran público y negociando tras bambalinas, con lo que queda anunciado ante el mundo el fin de la izquierda y el fin de la derecha, la fusión institucional de ambos y el nacimiento de la izquerderecha o derizquierda.

Jaime Yovanovic Prieto
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