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Etnicidad, apasionada, impermanente, importante

Immanuel Wallerstein :: 25.06.16

El autor, preocupado por el sistema que sucederá al capitalismo, no consigue incorporar a su análisis la importancia de las formas de vida comunitaria para el cambio civilizatorio.
Si embargo resalta la importancia de la etnicidad o identidad como factor o actor que se despliega ante la crisis del capitalismo, al cual, obviamente intentan atraer todas las ideologías y estratregias de cambio o de mantención del status quo

Etnicidad, apasionada, impermanente, importante
Immanuel Wallerstein
La Jornada

La etnicidad se refiere a una de las realidades básicas del moderno sistema-mundo. Todos nos hallamos incrustados en uno o varios grupos que tienen una base de supuesto parentesco (aunque sea remoto). En los tiempos que corren tendemos a referirnos a tales grupos como “identidades”. Con bastante frecuencia nuestros sentimientos de lealtad hacia tales grupos se vuelven bastante apasionados. Casi no reconocemos qué tan impermanentes son los nombres y fronteras de esos grupos. Lo cierto es que los sentimientos relativos a nuestras identidades, variables en intensidad, son siempre una parte muy importante de nuestras realidades políticas actuales.

Comencemos con la impermanencia de los agrupamientos. Los nombres de los grupos cambian constantemente. Los nombres que asignamos a los grupos de los que reivindicamos ser parte son con mucha frecuencia muy diferentes de los nombres que les asignan quienes no son miembros de estos grupos. Lo que es más importante es que los nombres desaparecen conforme los grupos se mezclan y asumen la identidad de otros grupos, frecuentemente más poderosos. A esto algunas veces se le llama “asimilación”. Pero al mismo tiempo se crean constantemente nuevos nombres, en parte por la secesión de miembros de un grupo dado o por su expulsión del grupo. Esto puede deberse a que difieren los intereses de clase dentro de los miembros del grupo.

La simple existencia de un grupo puede ser motivo de un gran (y apasionado) debate. ¿Son los tártaros de Crimea ucranianos o ciudadanos de Rusia? Los líderes políticos de Myanmar insisten en que no hay rohingya en el país, mayoritariamente budista. Aseveran que los rohingya musulmanes en realidad son bengalíes y, por tanto, no son nativos de Myanmar/Birmania. Fue muy conocida la ocasión en los 70 en que Golda Meir, entonces la primera ministra de Israel, negó que hubiera un grupo tal que se le llamaba palestino. Los nacionalistas japoneses se oponen a reconocer derechos a las personas coreanas “étnicas” cuyos ancestros vinieran o hubieran sido llevadas a Japón cuatro generaciones antes.

Y en Estados Unidos ahora debatimos quién es estadunidense. ¿Son sólo los WASP (White, anglo-saxon, protestant, es decir, blancos, anglo-sajones, protestantes) los verdaderos estadunidenses? ¿Es un verdadero estadunidense un musulmán nacido en Estados Unidos de inmigración afgana legal? ¿Son los nativos americanos los verdaderos estadunidenses cuyos reclamos de propiedad de lo que les fue arrebatado por siglos impiden los derechos de los actuales dueños legalmente reconocidos?

El por qué son importantes esas querellas en relación con los nombres se debe a que traen consigo consecuencias políticas inmediatas. La realidad fundamental del mundo es que no hay grupo en ninguna parte que haya estado en la misma localidad por siempre. Todos han migrado de alguna otra parte en algún momento. En este sentido, no hay grupos que tengan reclamos incuestionables de derechos. Estos reclamos se basan todos en narrativas actuales de una historia pasada. Es más, las fronteras que disputa de cualquier grupo particular con seguridad han cambiado con el tiempo.

Entonces, ¿sobre qué base puede uno juzgar lo razonable de los reclamos de etnicidad? Un modo de hacerlo es respaldar las demandas de los grupos menos favorecidos, los grupos que actualmente están siendo los más oprimidos. Pero esto, por supuesto, es difícil de hacer. Quienes son acusados de ser los opresores lo niegan vigorosamente sobre la base de narrativas históricas bastante diferentes.

Aquí es donde la pasión entra en escena. La pasión no es una constante. Grupos que han coexistido pacíficamente y se han entremezclado en matrimonio por largo tiempo pueden repentinamente ser encendidos al punto de matarse unos a otros, en particular si son producto de esos matrimonios interétnicos. La llamada pureza de nuestra genealogía se torna la consideración política primordial. La pasión engendra pasión de ambos lados y entonces tenemos lo que llamamos genocidios. Y el recuerdo de tales genocidios se vuelve, en sí mismo, algo sujeto a un apasionado debate y una justificación de ulterior violencia.

El ámbito completo de identidades y derechos es uno muy intrincado de navegar. Uno no puede y no debe ignorarlo. Pero necesitamos analizar las realidades con sobriedad, descontando las fábulas que se entrometen en las narrativas e intentar siempre respaldar a los menos poderosos, a los más inmediatamente oprimidos.

Las pasiones étnicas han impregnado el moderno sistema-mundo desde su inicio. Sin embargo, pareciera que se han vuelto más feroces y que consumen más de nuestras energías políticas en los últimos 30 años. Y tal vez es así porque entramos en un periodo de gran incertidumbre, aquella de la crisis estructural del sistema capitalista y, por tanto, un tiempo de lucha política en torno al sistema que habrá de sucederlo. Las incertidumbres y la impredictibilidad parecen empujar a muchos a buscar el reforzamiento de su compromiso con sus identidades como modo de lidiar con las incertidumbres. Pero eso también nos aparta la mirada de las decisiones políticas básicas que encaramos y de las opciones morales que implican. Ergo, yo digo, etnicidad: caveat emptor!

Traducción:

Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein


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