Si no se sale del circulo vicioso del poder, se repite la historia de las
dominaciones, aunque con otra trama y otros personajes.
El papel reaccionario de los gobernantes
Un gobierno, cualquier gobierno, sea de “derecha” o “izquierda”; una forma de gubernamentalidad, sea liberal, nacionalista-popular, neoliberal o neo-populista, incluso, socialista, es la concreción del ejercicio estatal. Un gobierno no va en contra del Estado, a pesar de la interpretación radical bolchevique de la dictadura del proletariado, como transición al socialismo. La historia política de la Unión Soviética ha mostrado patentemente esta pertenencia del gobierno al Estado. El gobierno, fuera de gobernar, tiene como función y tarea el defender el Estado, el garantizar su continuidad y reproducción. Si bien, se puede decir que, en el caso de la revolución bolchevique y la revolución campesina y proletaria de la República popular de China, el Estado se transforma estructuralmente e institucionalmente, los límites de estas transformaciones se encuentran en el Estado mismo, en la forma Estado. En la maquinaria fabulosa de poder, que por más transformaciones que haya tenido, no abandona sus herencias milenarias, sus sedimentadas técnicas de dominaciones. En todo caso, fue la experiencia social de las historias políticas de la modernidad que develaron estos límites, estos problemas de pertenencia al poder, enseñaron estas lecciones; sobre todo, que si no se sale del circulo vicioso del poder, se repite la historia de las dominaciones, aunque con otra trama y otros personajes. En las otras “revoluciones” menores, más parecidas a reformismos, es más evidente el servicio del gobierno a la reproducción del Estado y el poder.
Los gobernantes, por más que se proclamen “revolucionarios”, no pueden hacer otra cosa que cumplir con esta función gubernamental de reproducir el Estado y el poder. Que lo hagan con otros discursos, distintos al liberal, que lo hagan a nombre del “proceso de cambio”, no altera el ejercicio gubernamental de garantizar la continuidad del Estado. Los gobernantes no dejaran de cumplir una labor reaccionaria, pues al defender el Estado y el poder, se opondrán a iniciativas radicales que apunten a la desmantelación del Estado.
No es pues sorprendente que gobernantes, que antes de serlo, tenían un discurso aparentemente radical, ahora, en función de gobierno, expresen enunciados conservadores y hasta retrógrados, como, por ejemplo, que no se debe descalificar la “Cumbre de Justicia”, a pesar que esta Cumbre llega a declaraciones y conclusiones espantosamente conservadoras, casi inquisidoras, reproduciendo los miedos de la consciencia culpable. Estos gobernantes son, efectivamente, reaccionarios. Solo los llunk’us, que se caracterizan por su sumiso servilismo sin dignidad, pueden considerar estas apreciaciones retrogradas como “revolucionarias”. Solo los entornos mediocres del poder pueden considerar que los gobernantes se encuentran llevando adelante el “proceso de cambio”. Solo impostores del “bolchevismo” pueden tomar estas actitudes como “progresistas” o avanzadas[1]. No extrañaría que esto lo hagan quienes fueron militantes de partidos maristas y ahora fungen de funcionarios leales. Lo que llama la atención es que lo crean intelectuales marxistas de fama, que consideran que se trata de defender a los “gobiernos progresistas” de la “conspiración imperialista”. ¿Quién defiende al proceso de cambio de los “gobiernos progresistas”? Sin embargo, reflexionando un poco, se trata de intelectuales de fama, cuya celebridad se debe a su adscripción al marxismo, incluso, en algunos casos, pretendidamente crítico. Revisando con cuidado, no se ven aportes, sino repeticiones ilustradas, con exposiciones actualizadas y a la moda. Es muy difícil encontrar en sus producciones teóricas crítica, en el sentido que Marx entendía que lo era. Pero, lo más elocuente en ellos es que no aportaron en nada a la revolución social en sus países; han vivido comentando la trayectoria heroica de otras revoluciones dadas.
Distintos es el caso del efectivo marxismo crítico, que ante el drama de una revolución proletaria convulsionada en sus contradicciones, en las mallas del poder, reflexionaron sobre la experiencia crucial del proletariado en el poder y de las consecuencias no controladas ni esperadas que ocasionó. La lectura del marxismo era innovadora, además de crítica. Solo vamos a citar a algunos nombres, a Karl Korch, a Wilhelm Reich, a Ernst Bloch, a Antonio Gramsci, a Theodor Adorno y Max Horkheimer, a José Carlos Mariátegui. El drama de la revolución proletaria los empujó al análisis crítico, a ampliar la perspectiva del análisis histórico-político-social; la derrota de la revolución proletaria en Europa, los llevó a revisar las interpretaciones acostumbradas del marxismo y buscar perspectivas más adecuadas y actualizadas.
Lo patético es ver a los gobernantes “revolucionarios” reclamarse de consecuencia, cuando, en realidad, cumplen un papel reaccionario y represor. ¿Es que no se dan cuenta por estar tan metidos en las burbujas del poder? Puede ser; pero, suponiendo hipotéticamente que se den cuenta, ¿qué podrían hacer? ¿Podrían cambiar la situación condicional del poder? Si revisamos algunos ejemplos de consecuencia en la historia política del siglo XX, veremos que los gobernantes que tratan de seguir adelante terminan trágicamente. El ejemplo de la excepción cubana también es singular; se explica por la combinación de composiciones excepcionales; renovación vital y permanente de la voluntad heroica de un pueblo, consecuencia de los lideres, lo que regularmente no ocurre, consecuencia de un Partido Comunista, en un contexto adverso. El problema es que esta es la excepción que confirma la regla. La regularidad general es que los gobiernos se conviertan en órbitas del Estado y de la gravitación del poder.
Los llamados “gobiernos progresistas” han corroborado esta regularidad de las funciones de gobierno, claro que con sus singularidades propias e historias particulares; donde se puede observar transformaciones institucionales y estructurales, en una primera etapa del proceso de cambio, como en el caso de la revolución bolivariana; impactos sociales significativos como en el caso del PT en el gobierno de Brasil; fintas ambiguas que combinan incongruentemente nacionalización y desnacionalización, constitución de-colonial con prácticas de restauración colonial, como en el caso de Bolivia y Ecuador. Sin embargo, la crisis de la mayoría de estos gobiernos, crisis de legitimidad, tiene que ver con estas funciones reaccionarias del gobierno. Se puede, sin embargo, puntualizar, que el “gobierno progresista” de Ecuador, a pesar de sus profundas contradicciones, mantiene el apoyo popular y, se podría decir, su legitimidad. ¿Cómo explicar esta singularidad? Nos remitimos al ensayo Acontecimiento político[2].
Ante esta condicionalidad del poder, los gobiernos se encuentran ante el dilema: seguir adelante contra la propia gravitación del poder, arriesgando el desenlace trágico, con la posibilidad excepcional de mantener el fuego, la voluntad heroica, o, en su defecto, dejarse de romanticismos, heroísmos, utopías, y optar por realismos políticos y pragmatismos. Cuando lo hacen, se muestra el decurso de esta decisión; no tardan en sufrir la conversión del pragmatismo en oportunismo; la conversión del realismo político en corrosión institucional. Ciertamente, no se explica esta decadencia por “traición”, por “maldad” de los gobernantes, sino se trata de la compulsa con las condicionalidades del poder; sin embargo, los gobernantes “revolucionarios” tienen la opción de arriesgarse a la tragedia. Si no lo hacen es que develan su inclinación antelada por el poder, su debilidad ocultada con los discursos “revolucionarios” y hasta pretendidamente radicales. Eran desde antes hombres del poder.
El tema no es hablar mal de ellos, de estos gobernantes “revolucionarios”, ni siquiera descalificarlos; ellos solos lo hacen. El problema es que se juega en estas coyunturas, en estas oportunidades históricas, el destino, por así decirlo, metafóricamente, de las sociedades, de los pueblos, de la humanidad. La experiencia social es la escuela del aprendizaje político, el suelo de la pedagogía política multitudinaria. Se espera que el aprendizaje ayude a mejorar, a corregir errores, a no caer en el circulo vicioso del poder; empero, lo sorprendente es que no se aprende; se persiste, como si se estuviera enamorados del mismo recorrido dramático. ¿Por qué pasa esto?
Sería difícil explicar esta conducta recurrente y reiterativa sin el fetichismo de la “ideología”. La “ideología” sustituye al uso crítico de la razón, al aprendizaje por experiencia social, a la comprensión de la realidad efectiva, al enfoque cambiante que avance a la perspectiva de la complejidad. La “ideología” no solamente enajena, funciona como fetiche adormecedor, sino que también cumple un papel reaccionario, al imponer sus “verdades”, inhibiendo y reprimiendo la crítica, la innovación de los conocimientos.
Claro, como dijimos, no se puede explicar esta persistencia en el círculo vicioso del poder, sin el funcionamiento maquínico de los aparatos del poder. No se podría explicar este papel reaccionario de estas funciones de gobierno, sin la dinámica de la economía política generalizada.
— NOTAS
[1] Ver El peso de la mediocridad. http://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/el-peso-de-la-mediocridad/.
[2] Ver Acontecimiento político. https://pradaraul.wordpress.com/2015/06/23/acontecimento-politico-i/. https://pradaraul.wordpress.com/2015/06/23/acontecimento-politico-ii/.