En nuestro continente Abya Yala tenemos notables autores en quechua, quiché, kaqchiquel, aymara, wayuu, kuna y más, pero sólo en México y en la Araucanía podemos hablar de una concentración de obras y pasión poética que precipita ya verdaderas literaturas independientes y modernas.
Los dones de las lenguas mexicanas
Hermann Bellinghausen
La Jornada
En décadas recientes viene ocurriendo en México un fenómeno extraordinario, único en las Américas y el mundo: el nacimiento de una nueva literatura, o si se quiere, un puñado de literaturas, locales como debe de ser, y de contenidos universales, como debe de ser. (Cabe una distinción: los mapuche de Chile han mostrado una formidable fertilidad literaria). Ahora, nuestro país padece uno de los peores racismos estructurales: inconsciente y más aún, negado, con no pocos rasgos de autodesprecio. Las élites culturales muestran escaso interés genuino por la escritura en lenguas originarias. Críticos, autores, historiadores, editores y lectores sólo miran de reojo, y en cuánto sienten mareos rápido brincan a los poetas aztecas de la mano de Miguel León-Portilla y, cada vez menos, Ángel María Garibay. O buscan alguna versión del Chilam balam y el Popol vuh. Fuera de allí se sienten inseguros, y en el fondo ignoran lo que están experimentando nuestras lenguas y lo que en ellas se crea. Pues se lo pierden.
El actual momento proteico comienza a ocurrir en los años posteriores a 1980 y cobra impulso la década siguiente. Hoy podemos documentar que se escribe literatura, de manera sostenida y con frecuentes logros poéticos y expresivos, en unas 10 lenguas mexicanas, algunas más antiguas que el castellano, y aunque ágrafas durante mil años (salvo náhuatl, zapoteco y maya), bastante vivas en el siglo XXI. Por lo menos en otras tantas se han creado textos memorables durante los pasados 20 o 30 años. En la actualidad de hecho se escriben la mayoría de las lenguas mexicanas (al menos 56 según el criterio indigenista tradicional, varias en extinción; hoy se admiten hasta 68 por aquello de migraciones y variantes dialectales mayores). Idiomas escritos con fines literarios, educativos, de recopilación de la tradición oral, y también burocráticos, demagógicos o para proselitismo religioso. Ello a pesar de la mezquindad del Estado, que se niega a reconocer los derechos plenos de los pueblos y el carácter multicultural del país.
La cuarta parte, 25 por ciento, de la población indígena en el continente americano es de México, país que está lejos de valorar y comprender a sus pueblos originarios. Ni el Estado, ni la sociedad, y sólo activistas y sectores específicos de la academia, barruntan allí algún futuro. Se encasilla a los indígenas como pobres (hambrientos), deseducados (ignorantes), con dialectos y costumbres que desaparecerán. Si agregamos el despojo desatado contra ellos, el genocidio estadístico que define censos y programas, y la muy arraigada consigna decimonónica de integrarlos a la sociedad “única” (como si ésta existiera), tenemos completo el cuadro de la negación.
Aunque nace de un mundo pobre y en principio rural, el empuje de las literaturas indígenas, que en poesía alcanza una dimensión considerable, crece y se ramifica. Las instituciones culturales públicas ya consideran esta producción artística e intelectual, pero aún como cuota sectorial bajo cierto pintoresquismo de nueva generación, una vez que el indigenismo propiamente dicho dejó de existir en estos mismos 20 o 30 años, que son los de la dignificación de los pueblos por sí mismos. Algunos recintos universitarios superaron esta discriminación y ya dan trato de escritores a secas a los autores indígenas.
En los próximos días y semanas se efectuarán diversos actos que ponen en relieve estas literaturas. La Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad de Guadalajara darán lugar a festivales y lecturas, con respaldo del aparato cultural federal y de algunas entidades. Y por vez primera, un gran festival internacional. Octubre pasó de ser el mes de La Raza (”mestiza”), Columbus Day y los Caballeros de Colón a hito del despertar indígena y la resistencia cultural, política, ambiental, territorial, religiosa y lingüística.
¿Dónde más el mundo contemporáneo ve nacer literaturas? Durante el siglo XX brotaron la hebrea y la euskera como de la nada: una lengua muerta y una proscrita. En las Américas el caso de México es excepcional. Por supuesto tenemos notables autores en quechua, quiché, kaqchiquel, aymara, wayuu, kuna y más, pero sólo aquí y en la Araucanía podemos hablar de una concentración de obras y pasión poética que precipita ya verdaderas literaturas independientes y modernas.