El agua NO es un Derecho Humano, sino un bien común, que pertenece a la naturaleza y que ella de manera generosa nos entregó a todos los seres vivos, a re-conocer que el agua no es un recurso, un elemento vital, sino es un ser vivo y que antes que cuidar el agua, debemos dejarnos cuidar de ella.
El agua de la lluvia que cae del cielo y que riega la gestión comunitaria de la vida
Óscar Olivera
Son las 8:00 de la mañana, la campanita de la Escuela 21 de septiembre suena sin descanso; seiscientos niños y niñas gritan alegres y a empujones se abren campo para llegar a sus aulas.
Es un día como cualquier otro en una zona periurbana de la ciudad de Cochabamba, Bolivia, donde hace 17 años se libró una dura batalla contra de la privatización del agua, pero ¡qué cosa! estos niños y niñas luego de esa rebelión popular de la que fueron parte sus padres y abuelos, y que concluyó de manera victoriosa, no tienen agua en su escuela.
Sivingani, es el nombre del barrio que se encuentra a 40 minutos del centro de la ciudad y a una hora de la empresa pública de agua, agua que nunca llegó ni no llegará a esa zona.
La escuela lleva por nombre 21 de Septiembre, fecha en la que aquí, en el sur, se celebra el día de la Primavera, de la juventud y del estudiante.
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Cada dos semanas, luego de penosos y burocráticos trámites en la alcaldía y sub alcaldía de la zona, se transportan 10.000 litros de agua de dudosa procedencia, para las necesidades básicas de los estudiantes y maestras y maestros de este centro educativo del ciclo primario.
María, la tesorera de la Junta Escolar de padres y madres de familia, migrante campesina del valle cochabambino, nos cuenta que hace 10 años que vive en la zona, se vino a la ciudad porque su marido encontró trabajo y en su comunidad el agua empezó a escasear y ya no podían vivir de la agricultura. Ella sueña con volver a su tierra, a 70 kilómetros de donde vive ahora.
Como ella, como su familia, como la mayoría de gente que vive en este barrio –donde el índice de mortalidad infantil es cuatro veces superior al promedio de la región– un 90% de las familias son migrantes de las zonas altiplánicas, que por la falta de agua en sus campos tuvieron que migrar. Algunos estudios (por confirmar) establecen que en los últimos 10 años, coincidiendo con el gobierno de Evo Morales, el 60% de la población del campo a migrado a las ciudades, producto de la sequía y la falta de incentivo a la producción agropecuaria en las pequeñas comunidades y familias campesinas, es decir el llamado “cambio climático” y la base del modelo económico extractivista, plagado de mega-obras, puentes, trenes, campos deportivos, aviones, armas, gases y balines, museos para fomentar el culto propio. Muchas de estas obras constituyen un insulto a la realidad de la gente y una ostentación, son una estafa y un derroche de nuestros recursos. Todo esto ha cambiado a las ciudades y el campo.
Un puñado de personas llegamos al lugar, producto del intercambio de información con funcionarios de la empresa pública de agua de Cochabamba. Este puñado de mujeres y varones buscamos realizar la enorme tarea de re-constituir la COMUNIDAD, re-poner los valores de la reciprocidad, la solidaridad, la confianza mutua, expresados en el AYNI Y LA MINK’A como legados ancestrales de nuestras abuelas y abuelas hoy casi desaparecidos, el Ayni mas que una palabra quechua es una conducta, “desde nuestra visión andina el ayni significa el vínculo de solidaridad y reciprocidad fundamentada en la convivencia social, bajo el criterio “hoy por ti, mañana por mí”; donde las comunidades originarias practicaban la cooperación en el cultivo de sus tierras, la construcción de sus casas y en las actividades festivas. Mientras que la Mink´a, se consideraba como un trabajo comunal gratuito y por turno, en que las familias expresaban su solidaridad, para reemplazar a incapacitados, huérfanos y ancianos”(1).
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Producto de la “bonanza económica” en Bolivia, donde a la gente se le impuso una política pública de que ahora “todo debe ser solucionado por el Estado”, es decir “desde arriba”, esta conducta estatal no sólo ha hecho desaparecer esta conducta en las familias y comunidades, sino que ha destruido el tejido social, su autonomía y fortaleza y hemos delegado la construcción de nuestro presente y nuestro futuro en manos de patrones, caudillos y partidos.
La idea surgió de la experiencia de “cosechar” el agua de la lluvia, que se viene gestando desde tiempos inmemoriales y que la “modernidad” de tubos, grifos y cloro, nos hizo olvidar y ahora queremos recuperar.
Entendiendo que el tejido social, la Comunidad se reconstruye con la palabra y el trabajo, emprendimos la tarea conjunta, con papás, mamás, maestros y directores de la Unidad Educativa, de construir un sistema de cosecha de agua de lluvia, aprovechando los techos de la escuela y el campo deportivo, tomando en cuenta, el promedio de precipitación pluvial, topografía de la zona, espacio disponible y el potente ánimo de la gente del lugar, en particular las mujeres.
Fueron días de información, de reflexión, de discusión, de desconfianzas y preguntas, de esfuerzos físicos colectivos, de jornadas sin agua ni alimentos, pero ante todo con un enorme aporte de horas de jornadas de trabajo comunitario-voluntario de decenas de mamás, papás, hermanos y hermanas, en medio del bullicio de los recreos con las y los pequeños, que también aportaron no sólo a través de sus interrogantes sobre lo qué estábamos haciendo, sino con las travesuras, propias que terminaron destrozaron decenas de placas de las cisternas, añadiendo horas adicionales de trabajo.
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Fue importante el apoyo de la empresa pública de agua, de hecho el primero, otorgado después de 17 años a esta gente que con palos, piedras y mucha indignación fueron a defender el agua que no tenían de las garras de las transnacionales y políticos, fueron a defender la gestión pública y el agua como bien común.
Un mes de trabajo, un mes de espera por la lluvia y nuestras gigantescas cisternas, cada una de 52.000 litros de capacidad, fueron emergiendo de las entrañas de la Pachamama, para saciar la sed, para cuidar la salud, para alegrar a las seiscientas niñas y niños de la escuelita que, durante toda la gestión escolar de 200 días, tendrán “agua del cielo”, sin pedir a nadie, sin dar el voto a cambio de agua, tomando en cuenta, además, todo un sistema de reciclaje del agua, que hará posible esto.
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Los beneficios de este proceso de cosecha de agua de lluvia, son inmensos, en cuanto a costos, participación, organización, información, concientización y movilización de la gente en torno a la comprensión de lo que pasa en el mundo, en las esferas de políticos y autoridades, la necesidad de restituir nuestra visión ancestral sobre el agua, es decir cambiar nuestra percepción de “VIVIR del agua a CONVIVIR con el agua”, a establecer que el agua NO es un Derecho Humano, sino un bien común, que pertenece a la naturaleza y que ella de manera generosa nos entregó a todos los seres vivos, a re-conocer que el agua no es un recurso, un elemento vital, sino es un ser vivo y que antes que cuidar el agua, debemos dejarnos cuidar de ella.
Nosotras y nosotros vamos comprendiendo, en el trabajo concreto y cotidiano, que el camino a la verdadera emancipación de nuestros pueblos, pasa por cosas simples, cotidianas y sencillas. Por ejemplo, el establecer colectivamente un horizonte común, con todo lo aprendido y recorrido; con nuestras victorias y derrotas; con nuestras esperanzas y luchas traicionadas por los que ahora están arriba; con nuestros sueños que se volvieron tristezas, es decir con nuestro aprendizaje durante el caminar de la palabra y la acción contra el olvido, para resolver nuestros problemas, nuestras necesidades, para alegre, comunitaria-voluntaria y creativamente, tomar en nuestras manos las decisiones, y restituir, en estos pequeños espacios, las formas de autogestión y autogobierno, donde nosotras y nosotros, en diálogo con nuestro entorno construyamos, cotidianamente, sencillamente, dignamente, alegremente, un mundo diferente.