La propuesta del CNI es sobre todo una invitación a luchar por la libertad. Hoy. Aquí. Ahora. No a partir de mayo, durante la campaña o después de las elecciones. En todo momento. En todo lugar. Y eso exige, ante todo, aprender a identificar las rejas que nos mantienen en una prisión.
Aprender libertad
Gustavo Esteva
La Jornada
La propuesta del Congreso Nacional Indígena (CNI) circula aun en medio de confusión y desconcierto, porque se insiste en inscribirla dentro del marco mental y político dominante. Hay resistencia a su llamado a desgarrarlo.
El CNI no está buscando personas domesticadas para que participen en el circo electoral próximo con una candidata indígena. No: sólo sugieren eso voces racistas y sexistas que critican la propuesta. La traicionan también personas de buena voluntad, interesadas en apoyarla. Algunas se atreven a confesar su ilusión de que ya cerca de las elecciones esa candidata se anime a ceder sus votos a alguien con posibilidades de ganar, para derrotar por el camino electoral a la banda criminal dominante.
El CNI exige ante todo reconocer que estamos en guerra y que en una guerra nadie puede ser neutral. Quien no toma conscientemente un bando se convierte sin saberlo en colaboracionista de alguno de ellos, incluso de aquel que considera enemigo. Esta guerra de los de arriba contra los de abajo se está haciendo cada vez más intensa. Tenemos que tomar parte en ella, cada quien en su lugar y su circunstancia.
No debemos esperar a mayo, cuando el CNI constituya el concejo nacional de gobierno, o hasta las elecciones de 2018, para dejar de ser cómplices en la agresión que están sufriendo los pueblos originarios. Como muestra, el caso reciente de Ostula, se hace cada vez más aguda y sucia; la nueva legislación ampliará la impunidad de quienes la realizan. Persiste no sólo el empeño en despojarlos de sus tierras, sus aguas, sus territorios. Continúa también el viejo afán de liquidarlos, desaparecerlos, domesticarlos. Como esos pueblos están en el frente de batalla de la resistencia, reciben los golpes más duros. Es complicidad alzarnos de hombros o encerrar nuestra indignación en el hígado. Necesitamos encontrar formas y maneras de ejercer nuestra solidaridad activa con esos pueblos y de participar en su defensa.
La propuesta del CNI es sobre todo una invitación a luchar por la libertad. Hoy. Aquí. Ahora. No a partir de mayo, durante la campaña o después de las elecciones. En todo momento. En todo lugar. Y eso exige, ante todo, aprender a identificar las rejas que nos mantienen en una prisión.
Hay nombres de esa prisión que son ampliamente conocidos. El de consumismo, por ejemplo. En la sociedad de consumo, decía Iván Illich, quien no es prisionero de la adicción es prisionero de la envidia. Quien no es adicto a comprar objetos de los que cuelga su vida, aunque sean tóxicos, envidia a quienes pueden comprar lo que le resulta inaccesible. No siempre logramos ver la medida en que así fortalecemos el régimen que nos oprime… y que no dejará de oprimirnos aunque pongamos otra persona a la cabeza del gobierno. El desafío consiste en encontrar maneras organizadas de resistir esa opresión y construir autonomía, así sea con acciones pequeñitas.
La prisión política se ha hecho cada vez más evidente. Se extiende la conciencia de que los partidos son instrumentos de corrupción, manipulación y control, dedicados a proteger sus intereses en la disputa por el pastel de la administración pública. Ninguno se declara anticapitalista. Sin embargo, a pesar del descontento general, muchas personas no ven otra opción que militar en alguno, “el menos malo”, o por lo menos votar en su favor. Acomodan la propuesta del CNI en ese marco, como si fuera simplemente otra opción electoral. No importa cuántas veces insista el CNI en deslindarse de ese juego obsceno, quieren regresarlo a él.
Quizás la más opresora de las prisiones en que estamos, una que tenemos muy internalizada hombres y mujeres, es la prisión patriarcal, la mentalidad construida a lo largo de 5 mil años que sólo concibe la organización de la vida y de las relaciones entre personas dentro de estructuras de mando, dominación y control.
En el marco de esa mentalidad se constituye el “fascista” que llevamos dentro, un “fascista” que a veces tiene aspecto leninista. Es el deseo de ser gobernado por alguien. Empieza a formarse en niños y niñas, bajo padres que buscan domesticarlos, y se consolida en el régimen despótico de la escuela, que los programa para la obediencia y los prepara para que se acomoden mejor a la jerarquía que encuentran en el empleo y a la que instituyen en todas las esferas de la vida cotidiana las corporaciones privadas y los aparatos estatales.
El desafío de la propuesta del CNI consiste, en primer término, en aprender a luchar por la libertad al lado de los pueblos originarios: la libertad de pensar, de elegir, de vivir, para construir juntos otra sociedad en que la propia gente sea gobierno. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional le dijo bien al CNI que el mayor riesgo de la propuesta era ganar las elecciones. Esta posibilidad, que no debe descartarse en las perspectivas actuales, le impondría al concejo y a su vocera la tarea urgente de desmantelar los aparatos que quedarían a su cargo. Aunque estaríamos socavando desde ahora, con nuestra resistencia activa, todos los dispositivos de opresión existentes, cuando se realice la elección estarán aún en su lugar muchos de ellos. Ganarla exigiría desmontarlos de inmediato, resistiendo la tentación de usarlos para gobernar, lo que estaría en contradicción abierta con lo que se está proponiendo.
gustavoesteva@gmail.com