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La lucha interna

Gustavo Esteva :: 03.03.17

La presión externa es formidable y seguirá aumentando. Pero el enemigo principal está adentro… a menudo plenamente internalizado.

La lucha interna
Gustavo Esteva
La Jornada

La presión externa es formidable y seguirá aumentando. Pero el enemigo principal está adentro… a menudo plenamente internalizado.

Unos días después de que Carlos Salinas tomó posesión como presidente, uno de sus más cercanos colaboradores me comentó: “Hemos examinado todas las variables y todas las opciones. La única salida del atolladero en que estamos es subirnos a la locomotora estadunidense, aunque sea como cabús”. Y eso hicieron. No vacilaron en pagar el precio: un agresivo desmantelamiento del país, que ha seguido hasta ahora.

Miguel de la Madrid había tomado ya esa ruta. Dos sucesivos golpes de Estado incruentos le permitieron convertir en canto del cisne la proclama de “nacionalismo revolucionario” que formuló José López Portillo, que se llamó a sí mismo el último presidente de la Revolución. Fue valiente decir “no” al GATT, a pesar de inmensas presiones, como lo fue nacionalizar la banca. Pero el propio López Portillo cerró ese camino al designar a su sucesor.

Miguel de la Madrid había sido un funcionario gris del grupo Hacienda-Banco de México. Siguió siendo ambas cosas como presidente y lo segundo resultó terriblemente dañino. Desde los años 40 del siglo pasado esa mafia preparó el esquema que hoy nos tiene en el desastre. Don Rodrigo Gómez concibió en el Banco de México, aun antes de dirigirlo, un fideicomiso que permitiría materializar el sueño de Richard Lansing, secretario de Estado del presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, en 1924:

“México es un país extraordinariamente fácil de dominar, porque basta controlar a un solo hombre: el presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la presidencia mexicana a un ciudadano estadunidense, ya que eso llevaría otra vez a la guerra. La solución necesita más tiempo: debemos abrir a los jóvenes ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida estadunidense, en nuestros valores y en el respeto al liderazgo de Estados Unidos. México necesitará de administradores competentes. Con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la Presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que queramos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros.”

Como señaló Lansing, la estrategia requirió bastante tiempo… pero funcionó. Miguel de la Madrid fue becario de don Rodrigo… en Harvard. Carlos Salinas y Felipe Calderón fueron adiestrados en Harvard, Ernesto Zedillo en Yale y Vicente Fox en la Coca-Cola.

Es cierto que ese esquema se agotó. No opera ya la llamada “presidencia imperial”: no basta controlar al presidente. El gobierno ha dejado de tener administradores competentes, como en su momento fue Ortiz Mena. Pero siguen dominando en la clase política “los primeros estadunidenses nacidos en México”, como los llamaba Monsiváis. Sus debilidades y corruptelas son tantas que el gobierno de Estados Unidos ha sentido la necesidad de invertir algo más que unos centavos y muchas armas para seguir ejerciendo su control, con programas como la Iniciativa Mérida o Rápido y furioso.

Prueba de las inclinaciones de esa clase política es el Tratado de Libre Comercio para América del Norte. Contra lo que piensa el señor Trump, no se basó en la astucia mexicana, sino en la convicción de Salinas y su grupo de que era indispensable subordinarse a Estados Unidos. El TLCAN ha sido un desastre para México, en todos los órdenes. Pero allá arriba no es concebible el abandono de uno de los principales instrumentos de nuestra subordinación. Menos aún pueden imaginar que la lucha actual es necesariamente anticapitalista. No hay partido o candidato a cualquier puesto público que se atreva a decirlo o incluso a pensarlo.

La lucha actual, la que ha de librarse por la supervivencia ante amenazas sin precedente, es inevitablemente contra el régimen dominante. No se trata ya, solamente, de expropiar a los expropiadores, como se decía hace un siglo. El capitalismo no es ya, solamente, modo de producción y forma de organización social. Abarca todos los aspectos de la vida social, incluyendo sicologías y emociones, comportamientos y actitudes, deseos y aspiraciones. No está solamente en las manos de los dueños de los medios de producción y de sus administradores estatales. Ha permeado a la sociedad entera y penetrado por todos los poros.

No se trata de un monolito omnipotente y omnipresente. La resistencia se mantuvo en muchos espacios de nuestra realidad. Es imposible encontrar alguno que no padezca cierto grado de contaminación, pero existen todavía, sobre todo entre los pueblos originarios y en su aliento comunitario, formas de ser y de pensar que son portadoras de una vocación anticapitalista. Al mismo tiempo, la inmensa ola violenta y destructiva que caracteriza lo que muchos consideran ya la fase final de ese régimen, la que hace de la actual una lucha por la supervivencia, está multiplicando espacios en que la lucha contra el capital empieza en el corazón, la cabeza y las manos de personas cada vez más descontentas con lo que está pasando. Y así se va formando una fuerza social capaz de dar cauce político transformador a la rebeldía y la indignación que se extienden cada vez más.

gustavoesteva@gmail.com


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